domingo, 7 de mayo de 2017

Maldiciones hidráulicas (Milenio 2007)

Leí con mucho azoro que un grupo de jovenazos con una capacidad cerebral equivalente a la de la podadora de pasto que hay en mi casa, se apersonaron en una inauguración de Marcelo Ebrard, le arrebataron el micrófono (imaginar jóvenes arrebatando micrófonos) y protestaron por la visita del señor Gore a nuestras tierras bajo el sorprendente argumento de que “el cambio climático es una falacia”. Muy bien, no pienso discutir con esta nube de idiotas lo que es evidente día a día. Hoy que prendí la televisión me encontré a una viejita arrastrada en una especie de colchoneta inflable surcando las aguas del Támesis, nomás que en la ciudad de Oxford. Acto seguido me enteré que en China Nuevo León (un nombre misterioso) el agua se les metió a traición en las viviendas y dejó salas y comedores oliendo a albañal. Luego fui el mudo testigo de que en La Paz Bolivia cayó una nevada inédita. En este caso, las imágenes nos mostraban a un señor con alma de niño, es decir un mamonazo, que hacía piruetas con un copo de nieve en la cabeza y a una niña que descerebraba a su probable padre de un bolazo en el parietal. La última nota era de unos señores turcos que estaban tomando helado mientras el locutor anunciaba que las temperaturas oscilaban (¿por qué dicen “oscilaban”?) en los 41 grados. Sin embargo, estas escenas no se comparan en lo más mínimo con las que uno vive en carne propia en esta noble y leal ciudad de México cada que cae el agua como ha caído en fechas recientes. Mi casa por ejemplo, es un espacio en el que los conceptos H2O y electricidad son profundamente excluyentes. Nomás veo la primera gota y me apresuro a salvar la información de la computadora, sacar las velas y ponerme unas botas ridículas pero eficaces. Acto seguido se va la luz por medio minuto, regresa para luego abandonarme de manera definitiva las siguientes dos horas. En ese momento me trato de imaginar esperanzado a un señor de luz y fuerza luchando contra la furia de los elementos mientras intenta reconectar el cable de mi casa y luego me quedo dormido. Los capitalinos enfrentamos las lluvias con la misma resignación que lo señores que viven en Kansas los tornados que se llevan sus casas con rumbo a la chingada. Cuando empieza la temporada salen como hormigas unos señores con iniciativa comercial que venden paraguas de a diez pesos y que tiene la particularidad de desfondarse al primer embate. Otros siguen una técnica sorprendente ya que empiezan a correr por lo que supongo que ellos suponen que así se mojarán menos. Otra extravagancia hidráulica es la de poner la palma de la mano extendida hacia el cielo para determinar si está lloviendo lo que muestra que en materia de iniciativa nuestra raza mexica es incomparable. En el Distrito Federal las aguas acarrean desgracias múltiples, dentro de las más señaladas está la caída de unos eucaliptos así de grandes que normalmente hacen mierda un auto vacío o el tinaco de la casa del vecino en el mejor de los casos. También se puede apreciar el prodigio de una coladera que se convierte –paradoja de paradojas- en fuente que lanza al aire un chorro de agua aderezado con lo que los clásicos llaman “coliformes fecales” que no son otra cosa que caca Finalmente las imágenes televisivas nos presentan ad nauseaum a gente menesterosa que lo ha perdido todo y que se queja de que las autoridades no los apoyan, mientras sacan unos colchones mojados que deben pesar lo mismo que un tsuru sedán. En fin, aparentemente vivimos en la paradoja milenaria de una ciudad que se inunda porque pasó la mosca mientras en Iztapalapa reciben agua por medio del tandeo cada que Dios quiere, yo, que soy ejemplarmente pendejo para estas cuestiones, no entiendo la razón por la cual a nadie se le ha ocurrido recolectar estos diluvios y utilizarlos de nuevo, pero ello se debe esencialmente a que mi capacidad analítica desfallece cuando no hay luz, evento que ocurrirá en exactamente medio minuto, así que salvaré esta colaboración mientras me despido de usted.

jueves, 4 de mayo de 2017

Publicidad (Etcétera 2011)

Publicidad Fedro Carlos Guillén La publicidad mueve al mundo y en muchos casos a los medios masivos que hacen y deshacen porque los anunciantes acudan en turba a sus puertas. Por supuesto es un negocio de cientos de millones y como tal determina diversas disfunciones que me interesa comentar en su compañía, querido lector. Lo primero que hay que decir es que la publicidad como la hemos conocido durante años cede paso a pautas emergentes de lucidez desigual. Hace no mucho tiempo. El ejecutivo de un despacho al que no tengo el gusto, me envió un correo en el que me invitaba a hacer publicidad en tuiter a cambio de un dinerillo. Me quedé muy asombrado de qué existiera tal cosa y me negué amablemente, solo para constatar que existe gente que hace favor de informar en tuiter cosas como: “qué antojo de unas barritas Marinela” o “Los tacos del Chupacabras son insuperables”. Otra forma advenediza en esto de la publicidad se vincula con unos camiones rectangulares que pasean por la ciudad en formación de fila india y que llevan un anuncio por costado. En este caso se trata de emitir toneladas de CO2 y entorpecer más aún la circulación con el noble fin de que nos enteremos que Viana vende barato o que las enchiladas en Sanborn´s están al dos por uno, lo que me parece de una imbecilidad ejemplar. Están también los anuncios chatarra, esos que se hacen con un presupuesto de ciento cincuenta pesos y que nos son asestados a mansalva cada vez con mayor frecuencia. Este es un caso fascinante que tiene varias aristas, la primera es de carácter legal ya que muchos de ellos presentan las virtudes de productos milagro que a todas luces son un fraude. Durante años he venido oyendo sobre la necesidad de regularlos pero lo que efectivamente parecería un milagro es que alguien lo hiciera. En esta categoría podemos ver fajas, unos polvitos a los que se les echa agua y te permiten bajar 14 kilos en 3 semanas y una plataforma vibradora que debe causar próstata hendida. El segundo punto se vincula con los códigos de los medios. Cualquiera que se tome la molestia de ver el canal 2 durante el noticiero de Loret podrá comprobar que prácticamente la totalidad de los anuncios son de ése tipo. Uno se pregunta (con ingenuidad) ¿los medios no deberían tener un código que impidiera hacer negocio por medio de la estafa al consumidor? La evidente respuesta por supuesto es negativa. El tercer y último punto es el relativo a la capacidad de análisis de los destinatarios de esta basura. La OCDE bien podría cancelar las pruebas educativas y con esta evidencia concluir que somos un país de una enorme precariedad intelectual. La última forma comercial que me interesa analizar es la de las inserciones pagadas. Hoy en la mañana, por ejemplo, me encontré al señor Gobernador de Jalisco (el mismo al que le dan “asquito” los gays) hablando de los juegos Panamericanos, justamente en el programa de Loret. La cámara lo enfoca, y aparece muy aliñadito en algo que parece una nota periodística que empieza a ser sospechosa cuando se reitera día con día y en la que queda claro que se necesitaría ser muy pendejo para no votar por ese pedazo de Estadista que es Emilio González. Entonces queda claro que los impuestos que usted y yo pagamos sirven para la promoción personal de alguien impresentable y que nuevamente los medios se prestan a esta farsa con el fin de engordar sus arcas con la falta de saciedad de una musaraña. ¿Qué se puede hacer? Aparentemente nada, porque la capacidad regulatoria del Estado es la misma que la que tiene México para poner un hombre en Marte y el juego de intereses es muy alto. Por ello las empresas de comunicación tienen cabilderos e inclusive legisladores que velan pos sus intereses con la misma moralidad de una mora. Creo que sería buen momento de iniciar una revisión sobre el tema, el problema es que yo no pienso hacerlo ya que no encabezo ni a mis hijos y muchos de los “líderes de opinión” están ya cooptados por algunas empresas por lo que no las cuestionan ni con el pétalo de un comentario. Ni hablar.