viernes, 30 de noviembre de 2012

Escenas chilangas (El Financiero 1998)

1) Llego a un estacionamiento cerca del zócalo que por algún misterio se llama “overol” con la decidida intención de que no me chinguen como siempre lo intenta el cajero, un gordo que es tan honesto como el mochaorejas o Al Capone. He realizado las cuentas y sé que me corresponde pagar dos horas, es decir treinta y seis pesos, lo cual es un robo pero a fin de cuentas un robo legalizado porque ésa es la cuota advertida. El gordo recibe como siempre el boleto, como siempre analiza la hora, como siempre mira al cielo con cara de que está haciendo cuentas y como siempre me cobra de más: “son sesenta pesos” declara, lo que me lleva a mi vez a declararle que está jodido y que son treinta y seis. Vuelve a ver el boleto, parpadea y finalmente masculla “tressansteiis”. Cuando le digo que nunca me ha cobrado la cantidad correcta nomás se me queda viendo con cara de que se abanica en mi opinión y el tipo que está atrás con profunda solidaridad me dice que me apure. En el momento que me subo al coche una señora esta diciendo: “es que usted siempre cobra de más”. Ya camino a mi casa calculo que el gordo gana más que yo por la sola virtud de no saber sumar más que a su favor. 2) Voy por avenida Chapultepec pensando en la inmortalidad del cangrejo cuando un señor igualito a Capulina se traviesa en el arroyo y para el tráfico. Lo primero que se me ocurre es que es el bastonero principal de un desfile de disfuncionales; nones, atrás de él vienen otros dos señores vestidos de civil portando unos rifles, así de grandes. Mi segunda hipótesis es que se trata de un comando que va a secuestrar a alguien pero como yo soy un pelagatos y a mi alrededor no hay nadie la descarto de inmediato. Los del rifle pasan al lado mío mientras rezo una magnífica y entono el tema “yo se los juro que yo no fui”, finalmente se van. Luego me entero que efectivamente eran un comando, pero antisecuestro y que estaban tratando de evitar que los malhechores hicieran de las suyas. 3) A mi lado un camión de helados o algo así da un frenón para no estrellarse con un coche particular, del coche se baja un señor particular así de grandote y le grita peladeces al chofer que también se baja, en cinco segundos están trenzados a golpes con clara ventaja para el señor que de un tortazo (me gusta “tortazo”) le voltea la nariz a su contrincante (uno siempre tiende a pensar que la gente con menos recursos es mejor para los golpes que los pudientes pero este es un claro ejemplo de una excepción), llega la fuerza pública y los separa mientras se gritan más peladeces, luego se suben a sus coches y se van. 4) Enfilo por calzada de Tlalpan con rumbo al sur, como siempre tomo el carril de la izquierda para evitar a los microbuseros que se paran en cada estación, manejo al lado de un vagón del metro que va atestado y en el que un joven que va junto a la puerta cerrada me mira fijamente. De pronto y sin que medie estímulo alguno levanta la mano y me hace una señal conocida en México como “caracolitos” o “mocos”. No tengo explicación para el arrebato, a lo mejor es un asesino serial que odia a los calvos o es un joven aburrido que se entretiene mentando madres, la verdad es que no lo sé y me quedo con la duda hasta que llego a mi hogar. 5) Un señor se quiere dar vuelta a la izquierda en Insurgentes y a huevo por lo que discute con un policía que impasible le dice que circule. El tipo está furioso y mete un acelerón mientras le grita al representante de la ley “pero gano más que tú, jodido”. Todo lo anterior en una semana en la muy noble y leal ciudad de México de la que por cierto me declaro rendidamente enamorado a pesar de sus taras y sus vicios chilangos que probablemente no tengan el menor remedio. Ni modo.

viernes, 2 de noviembre de 2012

Catálogo de terror (El Financiero 1998)

Hace algunas noches, estaba yo dormido como un bendito, cuando de pronto y sin preverlo, me desperté entre sudoraciones de tenor gordo y, después de un estremecimiento, me di cuenta que había soñado algo que me hizo buscar en la sección amarilla la palabra “psicoanalista”: mi evocación onírica se refería a un anuncio del chocolate Express en el que la protagonista era una ratita de nombre Cuqui. En el sueño yo era uno de los ratoncitos que formaban la prole de la rata y cantaba una canción. El asunto –además de dejarme ligeramente angustiado- me sirvió para recrear algunas escenas de las que he sido testigo y que considero pertenecen a una colección siniestra que hoy, como si fuera el día de muertos, compartiré con usted, queridísimo lector: La primera escena negra es la siguiente: Julie Andrews, vestida como empleada de helados Holanda, se trepa a una montaña pegando de gritos y seguida por una turba de niños que, a juzgar por su canto, padecen de algún tipo de anencefalia. Ya en la cima, la señora Andrews se enfrenta con el padre de las criaturas (que por su conducta puede ser calificado como un baboso) situado en otra montaña y que también canta nomás que lo siguiente: De jils ar alaaaaiv wit de saund of miuuusic. En respuesta, la holandesa ríe y grita: ahhhhh, a a ahhhhh. Siempre que recuerdo la escena sufro un estremecimiento. La segunda escena la presencié en el Metro; iba yo agarrado de un tubo observando fascinado a un tipo que escupió un kilo de cáscaras de pepita en la cifra récord de tres estaciones, cuándo atrás de mí, se oyó una voz con timbre parecido al de un globo rozando los rayos de una bicicleta. En el preciso instante que volteaba para identificar el origen del sonido, me encontré con un señor cuya cara estaba a diez centímetros de la mía y que tenía la notable característica física de carecer de nariz. Eso que los analistas llaman subconsciente gritó dentro de mí “¡ay cabrón!” y nomás pegué un brinquito. Sin embargo, el día de hoy cada que me acuerdo sufro un estremecimiento. ¿Sería leproso? ¿Habría perdido la nariz cuando estornudó al rasurarse el bigote? Nunca lo supe. La tercera de la tarde es escolar y ocurrió un mediodía cuando este servidor y treinta y cinco estudiantes de la escuela secundaria nos encontrábamos muy sentados en clase de radio. Cómo llegué yo ahí me parece un misterio de la orientación vocacional ya que en la rotación para elegir taller mi única habilidad consistió en hacer una pantufla (no dos) de estambre a través del uso eficiente de una tabla con clavos que nos dio la maestra. La clase de radio me permitió la proeza notable de invertir tres años de mi vida dos veces por semana y salir del curso sabiendo tanto de radio como de la técnica para operar el abdomen agudo. El maestro era un chaparrito que llenaba de circuitos el pizarrón con una hueva interplanetaria y luego se dormía fumando mientras nosotros, sus alumnos, copiábamos los dibujos a lo puro güey. Bien, un día mientras El Bulbo –así le decíamos- escribía los ohms de alguna resistencia, se metió un camión al salón. La defensa llegó exactamente donde estaba los watts del sistema y al Bulbo y compañeros de la primera fila, hubo que llevarlos a la enfermería. Iban con los ojos en blanco y veinte años menos de vida. La cuarta y última de esta sesión la presencié durante una noche en la que los estudiantes hacían gracias en un escenario; el titular de la anécdota era (¿es?) un muchacho que dadas sus proporciones era conocido como el Porky. Pues bien, su santa madre se emperró en que el escuintle bailara la danza del venado y ahí estaba el pobre, encuerado y con unos cuernos muy extraños que le salían de la coronilla, retorciéndose al ritmo de la danza. Cada pasito era un cimbrado de la duela. El momento siniestro fue alcanzado en el preciso momento que le tocaba morirse: el Porky puso tal empeño que al quedar tendido de lado dejó ver un testículo enorme que conmocionó a toda la audiencia. Ese día significó algo para mí el concepto de pena ajena. Lo dicho, un catálogo del terror al que volveremos de vez en cuando

viernes, 19 de octubre de 2012

La crudeza de las redes (Etcétera 2011)

“Crea fama y échate a dormir” reza el clásico y en estos tiempos mediáticos el asunto se vuelve una verdad del tamaño de una casa. Pensemos en las percepciones públicas de ciertos personajes para ejemplificar esta tendencia; Miguel de La Madrid es alguien “gris”, Fabián Lavalle, un alcoholicazo o Hugo Sánchez un mamón. En efecto, algo habrán hecho o dejado de hacer estos personajes para generar esa fama en el imaginario colectivo y troquelar de manera indeleble, tal imagen. Lo anterior no es una novedad, tendemos a buscar el rasgo más superficial de cualquier cosa y con ello acomodar etiquetas, lo realmente emergente es el uso de redes sociales para darle resonancia a las percepciones públicas, ¿el mejor ejemplo? Ninel Conde. Vayamos por partes. Si uno se toma el tiempo y tiene la paciencia suficiente entrará a la página oficial de Ninel y acto seguido (es mi triste caso) sufrirá una especie de embolia debido a que de la nada y a traición la Diva se arranca cantando sin advertencia previa. Una vez pasado el susto nos podremos enterar de que esta jovenaza tiene medidas 90-58-90, que para mí no tienen ningún significado pero sí las fotos que delatan a una que está buenísima. Ninel estudió, actuación, expresión corporal y “voz” y nos hace favor de informarnos que ha participado en proyectos tan relevantes como “La hora Pico”, “Cotorreando” y “No manches” y que tiene reconocimientos ejemplares como el de la Asociación de Locutores de Veracruz. Bien, no es necesario un Nóbel de Física para entender que la dama en cuestión posee la capacidad intelectual de un pisapapeles, cosa que se puede confirmar en su cuenta de tuiter cuando pone cosas como “Que sueÑooo!!!!!!♣” en beneficio de su más de trescientos mil seguidores a los que imagino babeantes e incondicionales. Hasta aquí no hay nada novedoso; durante años y con la tenacidad de un caracol de jardín he venido dando muestras ejemplares de que la televisión nacional se distingue por cuotas de imbecilidad olímpicas así que sería injusto y desmedido exigirles alguna dosis de raciocinio. Lo que me interesa ejemplificar es otro fenómeno; la guillotina pública en que se han convertido algunas redes sociales, señaladamente tuiter. Hace no mucho por ejemplo, el diputado Mario Di Constanzo señaló que Pinochet era un “dictador argentino” y se le vino el mundo encima. Días después hizo un chiste pendejo acerca del atentado en el Tecnológico de Monterrey y confieso que participé activamente en su hostigamiento hasta que finalmente emitió una disculpa de dientes para afuera. Las redes sociales no perdonan y ello se evidencia día con día, es por ello que no son para almas sensibles que no aguantan vendavales. Toda esta digresión la emprendo justamente por “El Bombón asesino” y la reciente moda de hacerla lucir como una imbécil sistemáticamente. Todo parece iniciar el día que Ninel aparentemente confundió un tsunami con un tsurimi, o escribió “Samborns”. Ignoro si esto ocurrió en efecto, la tragedia es que lo creo perfectamente posible. De pronto y de la nada vino el aluvión como se consigna en el siguiente texto: La actriz asegura que ella nunca ha dicho nada de lo que se le ha adjudicado, dice informador.com.mx. Pero eso no paró a "Twitteros" y "facebookeros" para echar a andar su imaginación y elaborar chistes de la actriz. Incluso, en Facebook se creó una página especial para compartir dichas bromas, bajo el nombre de "Los chistes de Ninel Conde", al que 5 mil 790 le han dado "Me gusta" y varias son quienes comparten ocurrencias, donde Ninel Conde es la protagonista. En Twitter se creó un perfil llamado @Ninelreflexiona, donde también se burlaban de ella, pero que ya ha desaparecido, aunque los usuarios de la red social piden su regreso. Asimismo, se abrió la cuenta @ChistesNinel, donde se postean y retwittean burlas; y el hashtag #ChistesdeNinel. También se puede hacer una búsqueda de Ninel o Ninel Conde y aparecen cientos de chistes. Yahoo no se quedó atrás y ya hay quien en Yahoo Answers preguntó si conocen chistes de la cantante. La reacción del Bombón fue esperable, al principio se encabronó ya que a nadie le gusta que se pitorreen de su lucidez pero luego, probablemente con la asesoría de López Dóriga y su “Juayderito” instituyó un concurso de chistes que favorecen la auto parodia. Todo este vodevil tiene varias aristas algunas que prefiguran un abuso imposible de parar. Recuerdo muy bien el día que subieron a la señora madre de Lucero dando pasitos y semidesnuda en un video privado que se hizo público en you tube para la carcajada general. Pasa un poco lo mismo con el caso de Ninel, habrá quien diga que es una figura pública y en consecuencia debe pagar el costo asociado a esta condición, habrá también quien sugiera que no se puede limitar la posibilidad de expresarse ya que nadie posee el rasero para determinar lo que es aceptable de lo que no. Este debate, me parece, no se ha dado. Salvo mecanismos generados por los creadores de redes sociales para denunciar comentarios asociados a racismo o a violencia y filtrarlos, cualquiera, puede poner lo que le dé la gana el día que le dé la gana. Otro elemento asociado a las redes sociales es su fugacidad; así como explota un tema y se vuelve tópico salvaje, su reiteración cansa pronto y es abandonado por otro. El caso de Ángel Verdugo el de las viejas pendejas de Polanco y recientemente el de Ninel ilustran este vértigo “nada hay más viejo que un tuit de hace 2 horas” escribí algún día. El fenómeno del Bombón Asesino dio de qué hablar el mes de agosto y nada más. Pronto las redes sociales llenan espacios y huecos a veces con aciertos y a veces con histeria. Es momento de empezar a asimilar estos cambios preparando a la siguiente víctima propiciatoria que, a juzgar por los hechos, será un político o Jorge G. Castañeda que tuitea con el ego por delante y el índice levantado.

lunes, 8 de octubre de 2012

De intelectuales (El Financiero 1998)

Me imagino que los servicios diplomáticos de todos los países del mundo tienen un librito o un manual en el que se explican las costumbres planetarias y que recomiendan cosas como ver a los ojos de una princesa de Bora Bora que trae los pectorales de fuera, o usar el cuchillo correcto en el baile de los reyes de Bélgica. Me imagino también que en el caso de México hay un apartado así de grande en el que se advierte a reyes, presidentes o primeros ministros que todo aquel que llegue a estas nuestras nacionales tierras, se enfrentará a una serie de ritos ignotos que pueden poner su vida en peligro. El primero y más conspicuo consiste en calarle al ilustre visitante un sombrero de mariachi ¿para qué? Lo ignoro, como ignoro el destino que tendrá tal atuendo al regreso. El manual debe ilustrar también sobre los niños que van en bola con la banderita visitante, así como de las visitas que se hacen a los sitios menos visitables del mundo, como una fábrica de latas o de mofles de motocicleta. Me imagino, también que el librito de marras advierte sobre la necesidad de usar tapones en los oídos ya que un matracazo a traición es estímulo suficiente para desgraciarle la trompa de Eustaquio al más pintado. Cuando el visitante regresa a su avión se tiene previsto el suero y un destino turístico para reponerse de la faena. Sin embargo, y aunque usted no lo crea querido lector, el tema de esta semana no es el de las visitas presidenciales, sino de una parte del rito que siempre ha llamado mi atención por bizarro; el de la cita del visitante con los intelectuales. Alguna vez mi padre viajó a Argentina, lo mismo que un centenar de gorrones invitados por el presidente Echeverría, todos ellos tenían un común denominador: eran “intelectuales” (lo pongo así, entre comillas, porque ignoro el significado del término). La mayoría de estos señores, entre los que se contaban varias glorias nacionales hicieron lo que la lógica obligaba y vivieron en completo estado de ebriedad varios días y de regreso se pararon a fayuquear todo lo que pudieron. Digo que era lógico porque yo hubiera hecho lo mismo. Después de todo, ¿qué se esperaba de estos señores? ¿Qué escribieran sonetos o esculpieran estatuas de jueves a domingo? ¿Qué entendieran las relaciones culturales entre ambos pueblos? Lo dicho: pura gorra. El único saldo palpable de tal visita no es una escuela en Buenos Aires que se llame Benito Juárez o un programa establecido de intercambio cultural, sino una televisión portátil que se descompuso quince años después y que le vendimos al ropavejero. Pero, perdone usted, este tampoco es el tema, lo que quiero discutir es una pregunta simple pero perturbadora: ¿qué carajos es un intelectual? Lo que uno s e imagina de inmediato es que por tal término debe entenderse a un señor que se las sabe de todas todas y que ha destacado en alguna rama artística ¿por qué rama artística? Misterio de nuevo. Dos problemas percibo, el primero es que nadie se describe a sí mismo como “intelectual” ya que no solo suena inmodesto, sino ridículo. La paradoja es que son tan brutos que les encanta que los demás sí los describan de ésa manera. El segundo problema se encuentra en el sistema de acreditación; ¿quién es el que califica al resto dentro de la categoría de “intelectual”? Absolutamente nadie, parecería que tal mérito se obtiene con el paso de los años por lo que nuestra grey del intelecto debe sumar más años que la era Cenozoica, asunto con el que no tengo nada en contra aunque no comparta la idea de que la vejez implica mérito alguno, como no lo implica ser adolescente o de Michoacán. En fin, propongo que en el siguiente desayuno de intelectuales, nos presentemos, en una acto de sabotaje, todos los que podamos con el fin de obligar a alguien a explicarnos porque los que se están comiendo medio kilo de machaca caben en la definición y nosotros no... Sería buenísimo.

viernes, 7 de septiembre de 2012

El Grito El Financiero 1997)

Entre el momento que el cura Hidalgo tomó una decisión y salió a matar gachupines y el día de hoy ha pasado mucho tiempo. Sin embargo su gesta se recuerda año con año a través de un ritual profundamente barroco siguiendo la tan mexicana maña de festejar lo que sea (hace unos días los cadetes del Colegio Militar recrearon la batalla del 13 de septiembre y no me imagino cómo le hicieron para salir derrotados, ni cuáles cadetes representaban a los gringos). “¿Qué si no vas a ir al Grito?” Me preguntaron el lunes. Sonreí cortésmente y entonces, como en una avalancha, llegó a mí una cascada de recuerdos (nótese que sigo poético, que chingao) que me dejaron con una sensación de amargura que aún conservo. El último Grito de Independencia al que asistí tuvo verificativo la noche de un 15 de septiembre de hace siete años; en la expedición iba mi hermana Diana, su esposo –un hombre de tres metros- mi legítima y un servidor enfundado en una camiseta de color verde como la esperanza. Todo inició muy mal: el lugar más cercano al zócalo de Coyoacán se hallaba a una distancia equivalente a la que existe entre Lindavista y la central de abastos, por lo que fue necesario emprender una caminata que me hizo envejecer veinte años. Por las calles nos rodeó una nube de compatriotas vestidos como sólo se vestiría alguien que tiene ausencia cerebral; unos llevaban su sombrerote de tres metros y un jorongo con leyendas alusivas como: “viva México cabrones” o “tu mamá me ama”. Cuando llegamos a la plaza y vi a la gente me acordé de una película en la que sale John Wayne con los ojos de alcancía y dirigiendo a una nube de mongoles (entre los que se contaba Pedro Armendáriz, también con ojos de alcancía). Sin embargo, el vértigo producido ante la cantidad de compatriotas no fue una advertencia suficiente y nos metimos a la bola a lo puro güey. Fue horrible... Como no había referentes cardinales precisos uno iba caminando por medio de fuerzas de carácter newtoniano hasta que se daba en la cabeza con un puesto de algo que aparecía de la nada. Se vendían unos bigotes que olían a pápaloquelite, elotes, buñuelos y hot cakes en los que con dos gotitas de masa salían las chichis de alguna encuerada. En dos ocasiones fue menester que pateara a un infante que había decidido morderme las nalgas. Luego vinieron los cohetes, que iban a explotar en cuatro segundos porque alrededor de la zona donde caían se abría un claro lleno de gente pendeja que se reía de que le tronaran entre las patas. Si daba la casualidad que uno fuera el centro del claro el asunto estaba concluido. A las once salió una figurita miriñáquica que me dijeron era el Delegado, dio el Grito y se metió a cenar. El resto de la gente inició en ese momento una batalla memorable a través de armas contundentes. Como no había piedras se decidió que los elotes eran adecuados para tal fin. En el momento que yo me empezaba a preocupar el destino me dio la razón y se manifestó en forma de un elotazo en la nuca que me borró para siempre el nombre de mis abuelos. Todavía hoy me pregunto como es que no le apuntaron a mi cuñado que, como ya expliqué, era un blanco más conspicuo. Eso fue todo: decidí que lo mejor era huir a toda prisa, el pedo es que como en cualquier campaña de guerra el movimiento era envolvente por lo que para caminar en dirección contraria tuve que sortear un cohete, recargarme en el seno de una señora embarazada y besar a uno de bigote. El rumbo hacia el coche fue igual de pausado que la salida de los franceses de Rusia. Al llegar al auto y tratar de ver los estragos de la noche en mi cara lo único que vi fue el hoyo dónde estaba el espejo que se habían robado. Terminamos en mi casa jugando dominó, ellos riéndose y yo con un humor de los mil diablos. Por eso cuándo me preguntan sonrío cortésmente sin que nadie sepa que por dentro estoy mentando madres.

jueves, 16 de agosto de 2012

Impuestos ambientales (Equilibrio 2011)

Impuestos y medio ambiente Fedro Carlos Guillén La Real Academia Española nos hace favor de definir un “Impuesto” como “Tributo que se exige en función de la capacidad económica de los obligados a su pago”. Los términos son reveladores; “exigir” es justamente lo que hace el gobierno al hacer valer sus funciones recaudatorias y ello ha generado una serie de reacciones endémicas en la ciudadanía que abarcan un espectro muy amplio en el que campea la evasión, la protesta y la crítica al mal uso que se hace del tributo ciudadano. Para decirlo en español, nadie o muy pocos quieren pagar impuestos y harán lo posible por evitarlo…así son las cosas. En este escenario genérico se inscriben los impuestos ambientales cuyo origen se asocia con el término de “sustentabilidad del desarrollo” en el que se germina la idea de que el deterioro y restauración ambiental no pueden desligarse de componentes económicos. Los estudiosos al integrar ambas variables descubrieron que al utilizar un recurso o generar desechos contaminantes sin asumir los costos de esta degradación se producen “externalidades negativas” que no son otra cosa que el valor económico asociado a esta inacción. Por ejemplo, la devastación de manglares en el Sureste mexicano tiene consecuencias ambientales y económicas que se pueden expresar monetariamente, frecuentemente con varios puntos del PIB nacional. Ante este panorama es que en la década de los setenta se generaron en la en la OCDE conceptos como “el que contamina paga”, tratando de introducir costos ambientales al sistema de precios. Los impuestos (tributos, exenciones y estímulos) tienen varias formas de expresarse pero para fines de economía de espacio, los podríamos dividir en dos grandes categorías; los incentivadores –que pretenden la modificación de conductas de degradación- y los redistributivos, cuya meta es obtener ingresos para el gasto público ambiental. Diversos análisis señalan la importancia de buscar un equilibrio entre ambas alternativas en un esquema de transparencia fiscal, un tema, por cierto, lleno de opacidad en este país. Diversos países, señaladamente miembros de la OCDE han generado iniciativas fiscales para reestructurar sus impuestos siguiendo una tendencia de indexación a emisiones. En muchos casos, por ejemplo, más del 50% del costo de los combustibles, está representado por obligaciones fiscales lo que ha producido reacciones del mercado ambientalmente correctas como producir gasolinas con menores concentraciones de plomo. En México el tema de los impuestos y el medio ambiente se ha desarrollado por la vía de la coyuntura y la desarticulación. En noviembre de 2003 el Presidente Fox envió una iniciativa de ley de impuestos ambientales, confusa y mal estructurada, en la que se planteaba por ejemplo el gravar sustancias tóxicas que estaban prohibidas por ley. En realidad lo que ha venido ocurriendo en materia de políticas es la priorización de criterios de rentabilidad política en el corto plazo con muy adversos efectos ambientales. Los subsidios a la gasolina, el agua o el diesel son un claro ejemplo de perversiones inaceptables ya que al no integrar el verdadero valor de estos productos, ya sea por su potencial contaminante o su escasez, se contribuye de manera directa al deterioro ambiental nacional. Dentro de las principales objeciones a los impuestos ambientales se cuenta la de que no aumentarían la recaudación ya que las causas que impusieron el gravamen se irían modificando. Esta aparente paradoja parte de la idea mecánica y tecnocrática de que los impuestos son fijos e inmutables. Sin embargo esta no es la única objeción; la falta de desarrollo de métodos para cuantificar económicamente la degradación ambiental, la resistencia que se traslade a la colectividad el daño generado por un grupo social, el contexto político, medroso y timorato, así como la falta de cultura fiscal y ambiental, hacen que el tema de los impuestos y el medio ambiente se vean tan cercanos como la coronación de México en una copa del Mundo, lo que nunca dejará de ser una mala noticia.

martes, 3 de julio de 2012

Encuestas 2012

A nadie escapa que las encuestas en tiempos electorales no son sólo, como se ha querido aparentar, una “fotografía” de las preferencias electorales, sino también un actor interesado que puede influir en las decisiones de los votantes. Es evidente que si alguna encuesta determinada le da treinta puntos de ventaja a algún Candidato, la población podría asumir que ya valió madre y evitar acudir a las urnas resignadamente. En estas elecciones que terminaron ayer muchas son las lecciones que podemos tomar como ciudadanos. La primera es que hay partes interesadas que contratan y pagan las encuestas y en consecuencia debería ser público y evidente quiénes son los que las ordenan, qué montos gastan y con qué fin las publican. Sin embargo, este es un territorio de una opacidad alarmante que se magnifica por la enorme varianza que hay entre muchas casas encuestadoras lo que no puede sino generar suspicacias. Este problema de la varianza me sorprende muchísimo; si yo contrato a un carpintero para que haga la casa del perro y esta le queda con los clavos de fuera el piso chueco y con goteras, le pagaría menos de lo pactado y nunca más lo volvería a llamar. Sin embargo, las casas encuestadoras frecuentemente tienen márgenes de error monstruosos y siguen trabajando como si nada hubiera pasado, como si ello fuera parte de la normalidad estadística y ello no es así. Vayamos a un ejemplo concreto; hace unas semanas el periódico Reforma sorprendió a todos al dar un diferencial de intención de voto de 4% entre Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador. El asunto parecía mágico y todo mundo lo utilizó; el mismo AMLO salió sonriente ése día con la portada del periódico ante cámaras. Ciro Gómez Leyva, periodista de Milenio, en cambio, defendió su propia encuesta (que siempre le dio a Peña Nieto una ventaja brutal) y retadoramente escribió “nos vemos el 2 de julio”. Bien hoy es 2 de julio y en el momento que escribo esto, la ventaja de Peña Nieto no es de más de cuatro puntos lo que supone que un montón de encuestadoras fallaron de manera alarmante. Este país necesita certidumbres, el escepticismo nacional se ha apuntalado ante decenas de engaños. Ciertamente las encuestas no jugaron el mejor de los papeles en esta elección. Los ciudadanos deberíamos exigir cuentas ante este problema (un servidor no, porque no soy líder de opinión ni de mi casa) pero creo que debemos reflexionar críticamente sobre lo que aquí paso y esperar que no se vuelva a repetir. Por cierto ¿Dónde andas Ciro?

martes, 12 de junio de 2012

Encuestas (El Financiero 2001)

En tiempos recientes se ha puesto de moda el asunto de las encuestas (demoscopía, dicen los que saben) como una forma de conocer lo que la gente opina sobre prácticamente cualquier cosa, me imagino a los tomadores de decisiones mandando a hacer encuestas y revisándolas ávidamente de tal manera que sea posible identificar de que lado sopla el viento. De esta manera nos hemos podido enterar de asunto tan relevantes como que el 6% de los mexicanos ven con buenos ojos una relación con el perro. Supongo que el ejercicio es útil ya que nos puede dar pistas para determinar los hábitos de todos nuestros compatriotas ya que de esta manera se sabe si somos un montón de burros que no leen o si ésta nación es de puros borrachos o la edad en la que se espera palmemos la vela. Sin embargo advierto un problema que tiene que ver con la identificación y que se manifiesta en el momento que uno se compara con la gente de las encuestas, de esta manera, por ejemplo 97 de cada cien mexicanos pueden pensar que fulanito de tal es un pendejazo mientras que uno siempre ha creído que es una lumbrera, al enterarse lo primero que se piensa es que el pendejo es uno que no se ciñe a los criterios mayoritarios. Lo mismo pasa con cuestiones más humanas, por ejemplo leo con profundo interés que 38 de cada cien mexicanos han conocido bíblicamente a una sola persona, mientras que 24 a 2 o 3 y que el 15% ha tenido relaciones con más de 11 personas. Este es el momento en que uno puede deprimirse pensando que ha tirado por la borda un sinfín de oportunidades o que, por el contrario es una especie de monstruo sexual asediado por los placeres de la carne. Sin embargo otro dato que ha llamado mi atención es el de los mexicanos que no creen que las parejas casadas deben tener relaciones para mantener su matrimonio que son el 98%. La pregunta salta como un conejo ¿quién carajo está mintiendo? La gente encuestada o el aforo total de los hoteles del corredor Tlalpan Cuernavaca y anexas de los que salen coches como si fuera fábrica y en los que uno advierte el prodigio de identificar una cabeza que se convierte en dos a los cien metros porque la señora salió acostada en el coche para que no la reconocieran. Hace poco leí una encuesta en las que se detallaban las supersticiones de los mexicanos y como esta noble sección cultural ha decidido celebrar su aniversario de esa manera me parece conveniente analizar. Resulta que el 41% de los mexicanos creen en el diablo, 42% sospechan que hemos sido visitados por extraterrestres, 25% afirman que los duendes existen y 24% creen en los fantasmas. De lo anterior se desprenden varias enseñanzas la primera es si este insigne grupo considera que el diablo es un señor con la piel como si se hubiera quedado dormido en el sol, con cola, pezuñas, cuernos y trinche (sospecho que sí), la segunda es si consideran que va por el mundo ofreciendo dinero o señoras buenonas a los que acceden a venderle su alma, o que en realidad es más sutil y nomás anda de malhora desde su dominios infernales. La segunda sorpresa es la aparición de los duendes por encima de los fantasmas ¿cómo es un duende? Siempre me he imaginado que son unos enanos que tienen las orejas como las tenía el doctor Spock, poseen barba y se visten como los enanos de Blancanieves, pero ¿no son esos los gnomos? En realidad no tengo la menor idea y creo que la cuarta parte de los mexicanos que creen en su existencia tampoco. Finalmente me entero que el 52% de los mexicanos prefieren tener un gobierno que resuelva los problemas aunque sea corrupto y ello me resuelve muchas dudas pero me abre otras. Supongo que esta nube de 40 millones de personas es la que da y pide mordidas, la que se cuela en las colas y la que falsifica papeles. El dato es ligeramente escalofriante ya que si hiciéramos el ejercicio de preguntarle a la gente ¿es usted corrupto? Solo alguien que fuera tonto o de plano imbécil contestaría que sí y entonces uno se pregunta ¿en qué quedamos?

jueves, 31 de mayo de 2012

Las costumbres (El Financiero 1998)

“El pueblo mexicano es costumbrista” me dijo, con toda didáctica, una señora muy inteligente que se las sabía de todas todas en una reunión cuando la discusión versaba sobre la gente que pide jaiba en chilpachole en Moscú . Yo me quedé pensando en la frase de marras y como siempre no entendí nada. Pero eso no es novedad. Las costumbres son una cosa que puede ser buena o mala dependiendo de las circunstancias en la que se manifiestan. Por ejemplo, me parece inapelable la idea muy mexicana de ser solidario, de esa manera cuando a uno lo corren de su casa porque llegó babeando curado de tuna o se le cae el edificio debido a una fuerza telúrica, habrá cien manos dispuestas a dar de comer al hambriento. Sin embargo lo que sigue puede ser terrible; conozco a un señor que se quedó a vivir de gorra durante diez años nomás porque no tenía dónde dormir la primera noche, el tipo causó un divorcio, se comió una cantidad de tocino equivalente a la necesidad calórica de Angangueo y cuando lo corrieron se enojó. Una de las costumbres mexicanas más ilegibles es la de bailar la cosa prehispánica. Yo sé que piso callos con esta opinión pero no tengo más remedio que externarla. No es que me sienta noruego, pero la verdad es que cuando veo a unos compatriotas en la plaza de Coyoacán pintados como Toro Sentado y dando de brincos, no se me despierta ninguna conciencia nacional. Veo a unas gordas con cara de gringas y cámara disparando sus rollos a lo menso, veo a una turba orgullosa de nuestra capacidad para preservar las costumbres y no sé que pensar. Ni modo. Otra costumbre por lo menos extraña es la de los quince años. Por algún misterio que seguramente se relaciona con la representatividad en la pirámide de la población, se considera adecuado que cuando la niña cumpla tres lustros se instrumente algún tipo de parafernalia que puede ser tan patética como la suma de la cantidad de células grises de los padres. La primera y más socorrida opción es la de vestir a la quinceañera como globo de Cantoya y luego hacerla pasar el ridículo de bajar una escalinata entre lo que podría ser la explosión de una granada, pero es hielo seco. Esta variante es macabra y obliga a los amigos de la festejada –entre los que me conté una vez- a pasar una mal rato similar ya que hay que bailar el cuento de los bosques de Viena cuando a uno no le da la gana. La opción de poder adquisitivo, pero más lamentable consiste en tomar un paquete en el que la agraciada se va a Viena y baila con cadetes que cobran en dólares y seguramente se preguntan como la economía de mercado les ha dado ésa oportunidad. Mi tercera costumbre favorita y mexicana es la de cantar a la menor provocación; tómese un grupo cualquiera, júntesele en reunión, désele unos tragos y ya está; lo que sigue es una noche plagada de Consuelito Velásquez, si muero lejos de ti y se te olvida que no soy de la estatura de tu vida, que nos da por gritar sin le menor conciencia de que al anfitrión le va a caer al día siguiente la Delegación por andar haciendo disturbios. La última costumbre nacional que llama mi atención es la ser amables; a uno lo puede atropellar un señor en estado de ebriedad, el niño Juanito se puede orinar en el edredón que se trajo de la China o el tío borracho puede acabar con las copas de Bavaria que nuestra actitud es siempre comprensiva. En lugar de meter una demanda que deje en calzones a tres generaciones de atropelladores, mandar a Juanito al tribunal de lo contencioso o decirle al tío que ya ni chinga, nos sonreímos como si nos diera mucho gusto e invariablemente rematamos “no hay problema”. Todas las anteriores son costumbres nacionales de las que difícilmente me enorgullezco pero de las cuales participo a la primera de cambios. Se trata de no parecer mutante en este el mexicano mundo de las simulaciones. Otra vez ni modo.

miércoles, 23 de mayo de 2012

El amor (Reforma 2001)

Constantemente uno recibe expresiones del prójimo que rápidamente encuentran un lugar en el catálogo taxonómico de nuestro juicio. Bajo este principio es que frecuentemente me he encontrado pensando en mis ganas de fusilar a diversas personas. Entre mis candidatos favoritos al pelotón, ocupa un muy destacado lugar el autor (anónimo para mí) de una canción que alguna vez escuché en medio de estremecimientos varios y que decía a la letra: "el amor es un chico pequeño, travieso y risueño, amargo y gruñón". Evidentemente, la estrofa representa las capacidades de un badulaque, pero, ¿qué pasa si buscamos mayor respetabilidad? Los resultados son igualmente desalentadores: "Amor: emoción explorada en filosofía, religión y literatura; se puede tratar del amor romántico, el fraternal o el amor a Dios", dice un texto al que acudo en busca de ayuda y que me deja en las mismas. Desde luego una acción desesperada nos puede remitir a una tarjeta de Sanborn´s o (si queremos navegar en el río de la modernidad) a una felicitación virtual, pero el resultado será el mismo, el amor es "entregarlo todo por el que se ama" (Hallmark dixit). Ese es el problema de las definiciones y su acartonamiento: que no son otra cosa que el cumplimiento de nuestra obsesiva necesidad por establecer límites, por acotar con cercas de alambre al mundo que nos rodea. Sin embargo, es obvio que hay diferencias. Si se nos pide definir una silla, tendríamos que sufrir alguna forma benigna de retardo mental o poseer una capacidad intelectual equivalente a la del badulaque inicial, para no expresar con toda claridad que tal artefacto es un invento humano que permite a la gente doblar las rodillas y recargar los glúteos sobre un cuerpo sólido que cuenta con un respaldo con el fin de descansar, que las hay de diversos materiales y tamaños y que su invento se remonta al siglo fulanito de tal. Pero, ¿y el amor? Se me ha solicitado explorar la relación entre el amor y la ciencia. Parto de una paradoja sin aparente solución; una premisa científica básica es la de precisar inequívocamente el objeto de estudio. "Vamos a estudiar la estructura del ADN", se propusieron Watson y Crick allá por los años 50 y a ello dedicaron su muy valioso tiempo. Sin embargo, al introducir estas líneas he tratado de explicar el berenjenal que significa definir el sentimiento amoroso. Es por ello que el problema adquiere una dimensión que pudiéramos calificar como canija. De cualquier manera considero que algo se puede decir sobre el tema, así es que avanzo procurando no aburrirlo con esta renuncia anticipada. La ciencia, desde el Renacimiento, se propuso una meta y varias formas para alcanzarla. La meta era el progreso entendido como la búsqueda del bienestar común. Las formas son una serie de métodos que se han refinado con los años hasta alcanzar la consistencia de una armadura de tungsteno: medir, repetir, verificar y demostrar en la búsqueda de un concepto enormemente jabonoso: la verdad. Es obvio que este dique tiene flancos; la verdad es una construcción social que se modifica con el paso del tiempo y la adquisición de nuevas convenciones depende en gran medida de un contexto que permita su expresión. Lo que es válido en un momento (aceptar que a Sir Gawain se lo comió un dragón) deja de serlo en la medida que el mundo cambia (la evidencia zoológica de que los dragones no existen y en realidad son el producto de la costumbre de inhalar volátiles por parte de los antiguos). En este sentido, el concepto amoroso ha sufrido modificaciones diametrales desde que el maestro Platón disertó sobre el tema a través de un diálogo cuyo protagonista es Fedro, el único tocayo que conozco. En el Medioevo se crearon leyendas amorosas que idealizaban el adulterio, como la del Rey Arturo, ornamentado por su amigo Lanzarote, y Shakespeare nos legó tragediones que harían palidecer los casos de la vida real que nos ofrece cotidianamente la señora Pinal. Los filósofos también han cortado tela y han definido al amor como una carencia, también como un proceso que se enfrenta dialécticamente con el odio y como una posibilidad sublime de expresar sentimientos hacia otros. Ante estos procesos los hombres de ciencia han guardado siempre un prudente silencio. La aproximación de menor riesgo con la que los científicos han enfrentado al amor es evidentemente paramétrica y basada en indicadores medibles. Los psicólogos reconocen tres emociones básicas: el amor, el miedo y el enojo, y las definen como reacciones ante diversos estímulos que se manifiestan en la forma de cambios fisiológicos, como el aumento de la frecuencia cardiaca, sudoración o alteraciones en la temperatura. Este acercamiento tiene riesgos; en la búsqueda de causalidad, los trabajos científicos modernos han tratado de establecer correlaciones entre variables aparentemente sin conexión alguna. Los anestesistas, por ejemplo, sufren menos ataques cardiacos que el resto de los médicos, según un estudio reciente. De la misma manera se puede hacer una encuesta en un hospital y preguntar a todos los que salen vivos de una peritonitis si están enamorados y, en caso de que la respuesta sea negativa, concluir que un antídoto contra la enfermedad es no dejarse llevar por los tañidos del amor. Asimismo, se puede buscar la zona límbica responsable del amor (que puede ser del tamaño de un chícharo) y tratar de manipularla con el fin de curar lo que los clásicos como Cuco Sánchez llaman "el mal de amores". (Imaginar en este momento a Marco Antonio plagado por electrodos que se conectan a una terminal mientras besa a Cleopatra). Lo mismo que ninguna ciencia puede anticipar el lado de una moneda que quedará sobre el piso al lanzarla debido a la carga multifactorial de este evento, sería muy poco razonable pretender que el amor se explicara debido a razones binarias o simples de aislar. Se vuelve obvio entonces que estamos rozando los límites de lo absurdo, pero ¡atención! El hecho de que neguemos una aproximación de rata de laboratorio hacia los efluvios amorosos no quiere decir que éstos no existan. No se me ocurre que ningún científico razonable niegue el hecho de que el amor está presente en nuestras vidas simplemente porque no se puede aproximar metódicamente a él. De hecho, creo que debemos agradecer estos límites que nos muestran que la ciencia -esa gran dictadora- tiene cotos, y que esos límites nos permiten suponer, para nuestra ventura, que los procesos culturales se pueden imponer a una suerte de determinismo en el cual las cartas por repartir están marcadas. Sería lamentabilísimo tener conciencia de que al nacer seremos evaluados por una robusta enfermera que, después de aplicarnos un proceso de sonda cerebral, concluya que nuestra capacidad de amar será de 0.8, mientras que la de nuestro vecino de cuna es 1.2 y que nada de lo que hagamos por revertir tal destino tendrá resultado (tan grave como asumir que nuestra carga genética nos marca un principio de agresión del cual es imposible sustraernos y es por ello que peleamos en guerras y guerrillas a pesar de nuestros esfuerzos políticamente correctos por alcanzar la paz). El amor ha producido suicidios, guerras, poemas, canciones, esculturas, películas, obras sinfónicas, ensayos, edificios, leyendas, adulterios, crímenes, incestos, locuras y traiciones, pero no a un científico que se aproxime hacia este sentimiento y logre escudriñar en él de tal manera que nos lo muestre tal y como es, lo que no puede sino parecerme perfecto. ¿O no?

domingo, 13 de mayo de 2012

La popularidad (El Financiero 2001)

Existen profesiones intrínsecamente impopulares; no conozco a nadie, por ejemplo que le caigan bien los judiciales y guaruras (por cierto, tampoco conozco a nadie que le caiga bien Jorge G. Castañeda), ni los que permiten la entrada a lo que ahora los jóvenes llaman “antros” (“me fui a un antro” que idiotez). De cualquier manera supongo que en estos casos a los susodichos les importa un pepino lo que la gente opine de ellos lo que nos deja a todos contentos, sin embargo hay otros terrenos públicos en los que la necesidad de caer bien y convencer es el tesoro más preciado. Los plumajes de los políticos cruzan esos pantanos cada vez de manera más conspicua y el asunto entraña ciertos riesgos que me gustaría discutir con usted, querido lector. En el preciso momento en que los tomadores de decisiones tienen la obligación de ser populares en lugar de eficaces la cosa ya valió madre porque entonces de lo que se trata todo es de supeditarse a las encuestas que, como se sabe, reflejan la posición de los mexicanos. El problema es que estos mexicanos son una nube heterogénea entre la que seguramente se cuenta mucha gente imbécil lo que nos lleva a un dilema terrible que por cierto enfrenté hace días con una amiga y para el que, por supuesto no tengo respuesta: imaginemos que hay un señor que es político y dado que no es idiota se percató de que en estos tiempos la forma es el fondo, que una imagen vale más que mil palabras y que de lo que se trata es de tener aceptación pública. Ahora imaginemos a cuatro mexicanos, el primero (1) estudió en el ITAM y es de los que cree que hay que privatizar hasta las tasas de baño, que el gobierno no controla a los revoltosos y que la izquierda está formada por una nube de piojosos. El segundo mexicano (2) es egresado de la Facultad de Ciencias Políticas y se ha vuelto globalifóbico, no toma Coca Cola y usa camisetas del “Sub”, es firmante activo de todos los desplegados posibles. La tercera mexicana (3) estudió en escuela de monjas, tiene a sus hijos en escuelas privadas (de monjas) y se dedica al tenis y al hogar, le da flojera la política por lo que su principal fuente documental es la revista “Hola”. El cuarto mexicano (4) dejó la escuela, trabaja en una fábrica, está casado con cuatro hijos y es consumidor activo de El libro Vaquero y de Coque Muñiz. Bien, ¿para cuál de estos grupos se gobierna? La respuesta ideal es que para todos, sin embargo esto es profundamente falso, la realidad es que cada acto de gobierno va dirigido a generar el mayor impacto posible. Si un gobernante logra atinarle a los cuatros grupos está del otro lado aunque esto es prácticamente imposible. Tomemos como ejemplo el beso de Fox al anillo del Papa; solo alguien que sea muy ingenuo no advertirá que tal muestra de respeto se planeo con el mismo cuidado que el desembarco en Normandía y que no fue un acto espontáneo. No entiendo el rito cristiano ni sé que significa que un hombre adulto se incline ante otro hombre adulto para besar un anillote de 24 kilates y de hecho es lo de menos (cada quien su vida). Sin embargo, me explican también que el presidente se abanicó en la constitución con tal homenaje. ¿Qué pasaría si llegara a México el líder supremo de una religión oriental al que para manifestarle respeto hay que darle un tope en la cabeza y decir “uca-uca”? ¿Lo haría el presidente? Seguramente no. Lo siguiente que reviso es que la popularidad de Fox subió como la espuma, es decir a la mayoría de los mexicanos (creo que a los grupos 1, 3 y 4 de mi lista anterior) les pareció trivial la demostración y sí muy “fresco y espontáneo” que el presidente no renuncie a sus creencias, lo que demuestra que la apuesta de popularidad fue correcta. Por supuesto los que nos oponemos a estos numeritos somos por lo visto minoría, lo que quiere decir en buen cristiano que estamos fuera de la jugada, el problema es que el asunto no se dirimirá con argumentos sino con el rating en la mano y ante ello anticipo mi rendición.

jueves, 10 de mayo de 2012

En tiempos del Chupacabras (El Financiero 1996)

Samuel Langhorne Clemens, conocido por los cuates como Mark Twain, vino a este mundo un 30 de noviembre de 1835, su llegada coincidió con la del cometa Halley, y el evento astronómico fue considerado como un augurio de grandeza que el autor de Tom Sawyer se encargó de cumplir cabalmente. Muy bien, mi hijo Fedro nació el 9 de mayo pasado (simplemente no le dio la gana de nacer el día de las madres y ese es un asunto que jamás dejaré de agradecerle). El asunto más notable que rodea el nacimiento del heredero lo he tratado de rastrear desde el sábado y los resultados han sido decepcionantes: no hay cometas, ni fuego en los cielos, ni nada, y asumo -quizá con cierta ligereza- que la transmisión de poderes en la CTM o el triunfo de los diablos rojos no guardan ninguna relación con el nacimiento de mi hijo. ¿Qué queda? Pues sólo el chupacabras, ese híbrido de guajolote, policía judicial y extraterrestre que se dedica a la saludable tarea de desangrar animales quien sabe para qué. ¿Qué significa que Fedro haya nacido en tiempos del chupacabras? ¿Qué será un chupasangre? ¿Qué será judicial? ¿Qué comerá tortas de pavo de don Polo? La verdad es que no lo sé y estoy desconcertado ante las posibilidades. Sin embargo el atarante del nacimiento ha generado algunas reflexiones sobre los hijos que quisiera compartir con usted, querido lector. Sobre los hijos uno deposita expectativas en muchos casos excesivas; la imaginación se desborda y entonces hay que ser el primero de la clase o el más guapo, de pérdida el menos tonto o el que no se deja. Pero las expectativas son tan variables como este mundo y le abren al angustiado padre un abanico de opciones que es necesario atender de acuerdo a las ideologías que cada quien malamente construya. Para que, por ejemplo, el niño aprenda que la vida es dura no hay que dejarlo llorar si tiene fractura expuesta. Si lo que se quiere es éxito hay que ponerlo frente a un piano con el fin de que toque “Para Elisa” ante un grupo de adultos con más hueva que él. Otra alternativa es dejarlo en libertad de que haga lo que quiera hasta el día que asesine a sus padres por medio de un hacha, o que se haga artista alternativo y entonces se ponga un arete en el ombligo y huela a escroto de mapache. Si se desea que tenga valores y se peine los domingos se le llevará a la iglesia, si en contraste se espera que sea un defensor del libre pensamiento se evitará la primera comunión y los tamales de la fiesta. Para politizarlo se le puede llevar a las juventudes revolucionarias del PRI dónde tendrá que vestirse como sólo un imbécil y los alumnos de cualquier facultad de derecho lo hacen. Cuándo la búsqueda se centre en un perfil izquierdoso, hay que ponerle Inti por nombre, meterlo en unas escuela activa y permitirle que hable, fume y tome con los grandes. Si la expectativa es que nadie abuse de él. habrá que comprar una pera y ponerlo a entrenar hasta que llegue una demanda de la escuela. Si lo queremos ahorrativo le abriremos una cuenta en el banco y tendrá que rendir un informe pormenorizado del peso diario que tiene asignado. ¿Lo queremos calladito? un espadadrapo en la boca durante ocho horas; ¿intelectual? habrá que sentarse con él una hora diaria para explicarle todas y cada unas de las acciones parentales: “papá está verde porque se enojó con mamá”. Como verá, querido lector, el ramillete de alternativas parece infinito y evidentemente si uno no toma las decisiones correctas el asunto se irá por la borda ¿Cómo educar a un hijo? No lo tengo claro. Sin embargo puedo decir que su nacimiento nos ha hecho felices a su madre y a mí, que espero que no se clave los cambios y que si es calvo lleve el asunto con la dignidad adecuada. Finalmente aprovecho para preguntar ¿qué carajos es un monitoreo fetal por cardiotocografia y por qué cuesta $226.00?

martes, 1 de mayo de 2012

De paparazzis (Etcétera 2007)

Nunca he sido correteado por una turba de paparazzis y ello se explica fácilmente dada mi condición de pelagatos. No es el caso de las celebridades que día con día sufren el acoso de esta nube de vividores con un trabajo que a mí me parece simplemente inexplicable. La escena es predecible como un meteorito; algún famoso o famosa sale de un lugar determinado que puede ser un restaurante, la sala de su casa o el Aurrerá de Mixcoac, la siguiente etapa depende del nivel de celebridad del susodicho. Si es un peso pesado irá acompañado de cuatro señores con cuerpo de ropero que van tirando madrazos a diestra y siniestra mientras intentan tapar los objetivos de las cámaras, para que al día siguiente en los noticieros se quejen los animadores de las agresiones a la prensa. En cambio, si se es de menor importancia habrá que lidiar en soledad con esta masa que ejerce el trabajo periodístico poniendo el obturador en los pómulos y el micrófono en las amígdalas. Para entender este fenómeno hay que buscar varias aristas; en primerísimo lugar está el mercado generado por los consumidores –a quienes imagino idiotas y babeantes- que reclaman a gritos conocer el rostro del hijo de Luis Miguel o el beso que se dio una buenona con uno que no es su pareja. Convendrá conmigo –querido lector- que no se trata de asuntos de Estado y sin embargo, los tirajes de las revistas en que se exhiben estas miserias son muy superiores a los de aquellas que se dedican al análisis nacional. Un segundo elemento se vincula con la ausencia total de regulaciones en la materia. Frecuentemente se invoca sin ningún matiz sobre “el derecho a saber”. De acuerdo, los ciudadanos tenemos ese derecho, señaladamente en el caso de las decisiones públicas. Sin embargo si tal o cual ministro decide encuerarse en la privacidad de su hogar y ponerse una piel de oso encima para bailar la polka, el asunto pierde por completo tal interés público y en consecuencia los ciudadanos nuestro derecho a saberlo. El asunto adquiere gravedad por los medios a través de los cuáles se obtiene esta información; telefotos, helicópteros, cámaras escondidas, motocicletas con un camarógrafo voraz y espionaje telefónico son solo algunas de las estrategias que se siguen para llevarle al noble pueblo mexicano instantáneas de la señora Bolocco desnuda (en la supuesta soledad de su hogar) o a la señorita Spears (que por cierto, no es precisamente una lumbrera) dejándose la cabeza como huevo de pascua. Hasta donde sé nunca ha prosperado en este país una demanda contra nadie y sí inmensos reparos de los medios de comunicación que de inmediato se quejan de atentados contra la libertad de prensa y el derecho de la gente a estar informado. De hecho en un acto inverosímil trasladan la responsabilidad sobre la gente acosada con un concepto que se podría resumir con la siguiente frase: “quién le manda a ser famoso, si no quiere que lo fotografíen que no salga de su casa”. Un ingrediente aditivo tiene que ver con el valor de una nota; mientras más escandalosa es mejor, así, por ejemplo si una famosa se va a cenar a un restaurante y se logra una imagen en la que tiene un tenedor con lasaña, la fotografía será mucho menos costosa que aquella en la que la capten escupiendo dicha lasaña, estornudando en la cara de su interlocutor o regresando la sopa de cabellitos de elote. Este fenómeno propicia que a los paparazzis les convenga comercialmente que sus presas se intoxiquen con alcohol o que prescindan de ropa interior y en ello hay un mensaje simplemente lamentable. Supongo que este es el signo de los tiempos y nada se puede hacer ante este fenómeno. Aparentemente nadie está dispuesto a legislar sobre la materia y el poder mediático es tan grande que difícilmente se podrá evitar este fisgoneo permanente. La gente tampoco cambiará y seguirá buscando con avidez notas obtenidas de mala manera pero que le permiten –aunque sea por un minuto- formar parte de la vida de los bellos y de los famosos, que, por cierto, es una forma pobre de vivir.

lunes, 23 de abril de 2012

De toros y toreros (EL Financiero 2005)

Donde usted, querido lector, lee: “Zotoluco se llevó el gato al agua al meter en la canasta a un manso de solemnidad que terminó por meter la cara por ambos pitones entregado al poderío muleteril del espada chintololo, Cumplido llevó por nombre el burel al que Eulalio le cortó las orejas tras una faena recia, maciza, en la que a base de someter y cercar a su enemigo logró arrancarle muletazos de largo trazo e innegable temple. La estocada, aunque desprendida, fue suficiente para que doblara el quinto de la tarde por lo que la petición mayoritaria no se hizo esperar”, yo leo: XWRTGFR TRXWZX GRTUYIPIUYU. La crónica de Jorge Murrieta, podría estar escrita en alguna lengua muerta y su humilde servidor entendería lo mismo. En primero lugar lo de meter la cara por ambos pitones parece un albur que envidiarían Chaf y Queli, no sé qué carajo es chintololo pero suena rarón. Me parece temible que un señor le arranque las orejas a su enemigo (siempre que no se llame Atila el huno) y también ignoro que es una estocada desprendida aunque queda claro que por muy desprendida que sea, deja en calidad de fiambre al pobre animal. Lo primero que llama mi atención acerca de los toros es justamente la pinche jerga que emplean los taurinos y que me parece de una mamonería ejemplar; que si patialzado, que burel, que chicuelinas… ¿por qué carajo un grupo de gente habla en clave? ¿para que el resto no entendamos? ¿Cómo una especie de código de los búfalos mojados? Misterio triple. El segundo elemento de sorpresa tiene que ver con el aspecto de los que asisten a las plazas de toros y que parece ha emprendido una cruzada para vestirse como solo se viste aquella gente con total desprecio al qué dirán. Algunos llevan sombreros como los que usaba David Reynoso, nomás que con un mecatito que cuelga por atrás. Otros llevan un atuendo como el del vocalista de los churumbeles de España con otro tipo de sombrero que tiene la particularidad de parecer un pastel al cual le cuelgan unas borlas y que es idéntico a los que los gringos creen que usábamos en tiempos del Zorro. Un cuarto misterio tiene que ver con el momento en que la gente se emociona y le da por aventar su sombrero a lo que los entendidos llaman “ruedo”, aunque bien visto el asunto y a juzgar por la facha con la que uno luce al portarlo, yo también lo aventaría. Descripción aparte merece el traje del torero que usa unas mallas temibles que deben provocarle orquitis, se pone medias rosas y unas zapatillas que solo le he visto a la Pavlova. También utiliza una corbata como la de los hombres de negro y un chaleco que a todas luces es tres tallas menor a la correspondiente. El sombrero (o “montera” para que no haya protestas) puede ser adquirido en un centro comercial, concretamente en la panadería ya que parece un pambazo de a peso nomás que negro. Hay otros señores que se ve que tocan en una estudiantina nomás que con sombrero de plumita (si uno fuera marciano sería plausible la hipótesis de que el primer requisito de la fiesta brava es portar sombreros de idiota). La fiesta ¿por qué fiesta? Inicia y entonces sale el señor de las mallitas da unos pases para que luego venga un gordo a caballo que le clava una pica más larga que mis malos pensamientos al toro. Luego viene otro señor que se aproxima dando brinquitos y le clava unas banderillas a la bestia. Cuando uno está pensando seriamente en llamar al doctor Soberanes y denunciar el abuso, viene el torero y le clava un espadazo al animal y lo deja listo para un filete de aguayón. Si lo hizo competentemente recibirá un par de orejas (honestamente yo preferiría una medalla a un par de apéndices sanguinolentos y llenos de pelos). Luego da la vuelta al ruedo y si da el peso adecuado lo cargan unos señores en sus hombros y lo sacan de la plaza. Por todo lo anterior es que los toros se han privado de mi presencia y si algún lector taurino se quiere tomar la molestia de explicarme, le suplico se abstenga; soy un hombre de ideas fijas.

lunes, 16 de abril de 2012

La lluvia (El Financiero 2002)

Pocas cosas en la vida son recibidas con tal ambivalencia como la lluvia. Evidentemente la gente que vive de ella, que es muchísima, establece rogativas varias para que el agua caiga en sus cosechas. De hecho me he enterado que algunos (probablemente los más brutos) han contratado los servicios de un señor que por medio de pasitos de baile y gritos dirigidos al éter promete lograr que llueva aún en las peores sequías y las siembra se salve. Sin embargo en las ciudades la cosa es muy diferente, asunto que procederé a documentar por medio de una vivencia (como dice el Buki); el otro día fui a un festejo infantil en un club que está situado al sur de la ciudad, cuando llegamos, la mamá del festejado había renunciado a los criterios científicos del meteorológico y se encontraba de hinojos rezando una magnífica al creador para que no lloviera y se descompusiera el festejo del niño Claudio. Los invitados llegaron al ágape preparados como el capitán Scott en su viaje al polo y todos nos dispusimos a otear el horizonte por si la cosa se aguaba. Uno con más iniciativa, le preguntó a otro que iba pasando en su trajinera que si creía que iba a llover y la respuesta fue negativa lo cual nos dio un enorme grado de certidumbre, misma que se mantuvo hasta el preciso momento en que al hombre araña, que nos miraba en forma de piñata, le cayó el primer goterón seguido por una rápida sucesión de más gotas que inició un proceso de percolado en el pastel y en todos los festejantes. Nuestra reacción fue ligeramente patética, supongo que si en lugar de señores gordos fuéramos soldados de un pelotón de emergencia estaríamos todos muertos, porque nos levantamos llenos de trabajo y dirigimos nuestros pasos a un restaurante donde se rehizo el convite. Los niños, en cambio, decidieron que era un buen momento para mojarse lo cual me dejó pensando sobre el momento en que uno deja de disfrutar el agua que cae del cielo y se envuelve como tamal huasteco para evitar las inclemencias de los meteoros naturales.
Cuando llueve la ciudad se desordena de inmediato, como somos unos puercazos y tiramos la basura donde nos da la gana, las coladeras se tapan y entonces uno empieza a ver la subida de las aguas con la angustia que el caso amerita ya que si el motor del coche se moja el asunto ya valió madre. Otro efecto perverso tiene que ver con el tráfico que simplemente se colapsa lo que produce que uno vaya dentro de un coche generando extraños procesos mini atmosférico en los que la evaporación producida produce empañamientos que solo he visto en parejas que se conocen en el sentido bíblico en la parte trasera de un auto. En mi casa cuando vemos nubes en el cielo vamos a la tienda a comprar velas ya que sabemos inevitable que se vaya la luz y nos deje como refugiados de guerra. Supongo que mi creciente invidencia obedece al hábito personal de leer siguiendo el mismo método que los monjes agustinos del siglo XVI, es decir a la luz de un candelabro.
Cuando empieza a llover la gente reacciona de inmediato pegando una carrera y encorvando el cuerpo en una posición muy extraña y completamente ajena a la que se requeriría para avanzar con más velocidad, cada quien se tapa la zona que considera más vulnerable y así los señores de peluquín parece lacayos en audiencia real mientras las señoras protegen a sus criaturas estirándose el suéter que queda deforme. Normalmente todos estos esfuerzos son estériles ya que todo mundo acaba empapado.
El único lugar que conozco en el que la lluvia tiene un sesgo positivo es en el cine. Supongo que los cineastas consideran que una pareja que se va a poner a fajar debe estar muy necesitada para hacerlo debajo de un diluvio y ello nos ha regalado cientos de escenas en las que los protagonistas se atizan con todo bajo el agua y desesperadamente. En fin, en este asunto de la lluvia no tengo más que estar de acuerdo con el clásico que dijo “que bonito es ver llover y no mojarse”. Por supuesto tenía razón.

miércoles, 11 de abril de 2012

Política y tuiter (Etcétera 2010)

Las llamadas “redes sociales” se han convertido en un fenómeno emergente que requiere cierto análisis. Es frecuente observar a señores de mi edad, es decir nacidos en el Pleistoceno, trabajando en su granjita de Facebook, o a psicópatas potenciales inundando la red con mensajes crípticos. Pero eso no es todo, las redes son canales de comunicación eficaces, que en tiempo real pueden lograr miles de impactos. Hace no mucho se acercó a mí una empresa para pedirme de manera literal “que hiciera publicidad en tuiter” el asunto me pareció ligeramente mamarracho (imaginarme diciendo “que buena está la coca light”) por lo que me negué, pero pensé de inmediato que en la propuesta se esconde una de las potencialidades de las redes, justamente su alcance.
Dado que no se necesita ser físico nuclear para llegar a la conclusión anterior es que muchos periodistas y hombres públicos han entrado a las redes con el fin de utilizarlas para ampliar su marco de resonancia. Gente como José Cárdenas, Raymundo Riva Palacio, Mario Campos o León Krauze se han convertido en activos usuarios que dialogan con sus escuchas en algunos casos en condiciones de igualdad que los medios tradicionales no permiten. A este fenómeno hay que agregar el de los políticos que ya advirtieron este potencial de comunicación y han entrado activamente en ellas. Se dice que Obama ganó la Presidencia gracias a esta estrategia (y a que tenía a un pelele por adversario, agregaría) y un estudio reciente publicado en El Universal da cuenta de que 135 Diputados de los quinientos existentes tienen cuenta en Tuiter y la usan de manera activa. El Presidente Calderón también lo hace (no con la mayor de las fortunas) y gente como Javier Lozano, Manuel Espino y Mony de Swann, andan por ahí dando algunos tumbos como procederé a exponer a continuación.
El día del informe Presidencial, Felipe Calderón mandó un mensaje a la red en el que decía que mandaría un “mensaje abusivo a la Nación”, considerando que la “l” y la “b” son letras distantes del teclado se trató de un lapsus que dio la vuelta a la red de manera instantánea y generó un pitorreo inmediato. Ese es el problema de mandar un mensaje instantáneo; no hay una turba de asesores que velen por su integridad y garanticen cierto control de daños. Hace poco también, Mony de Swann escribió de forma suicida un texto en el que decía –palabras más palabras menos- que estaba preparando su comparecencia en lugar de estar haciendo algo más divertido. La declaración anterior, imbécil en sí misma, de inmediato fue captada y este buen hombre con apellido de lateral derecho de Holanda, pasó por la picota.
Gente como Gerardo Fernández Noroña (la “Dama del buen decir”) utiliza Tuiter de manera permanente, de hecho en el mismo artículo de El Universal se le cita como el diputado federal con mayor número de seguidores con los que entabla diálogos de antología, ya que en la red no hay complacencias y frecuentemente entran sus adversarios a darle con todo. Sin embargo, el diputado Fernández demuestra que no está manco y escribe cosas como “animal” o “aprende ortografía” mientras lanza sus acostumbrados denuestos al Gobierno de la República. Javier Lozano, Secretario del Trabajo, es otro ente irascible al que se le cuestionó por la entrega de Centenarios y otras adquisiciones al personal sindicalizado y respondió burlándose mientras que su Oficial Mayor simplemente insultó a la persona que se había quejado de tal medida.
Esos son los saldos, que no son pocos, Tuiter, lo mismo que otras herramientas de comunicación modernas, desnudan a sus usuarios y los expone en sus niveles de intolerancia o de distracción. Es por ello que se ha generado una paradoja; los medios masivos de comunicación están buscando la nota, cada vez con más frecuencia, en las redes sociales en lugar de las fuentes tradicionales y estas expresiones dan cuenta de un universo que seguramente tendrá un efecto revolucionario en la forma de comunicar ideas.
Un servidor por lo pronto, seguirá valorando la idea de hacer publicidad en tuiter, siempre y cuando no me pidan que hable de unos tenis para gente imbécil que logran el prodigio de bajar 20 kilos con una caminadita de 10 minutos.

viernes, 6 de abril de 2012

El lado positivo (El Financiero 2002)

No soporto a la gente positiva, ésa que cuando alguien se petatea utiliza como herramienta solidaria frases del tipo: “Mejor así, que descanse” o a aquellos que después que el huracán le derrumbó la vivienda, entonan un himno de esperanza mientras remueven el cascajo en el que se encuentran las posesiones de toda su vida. Me he enterado entre escalofríos que existe un gremio llamado “club de los optimistas” que deben ser un grupo de infumables (imaginar en este momento a su servilleta en un sofá rodeado por optimistas que cantan una canción). Alguna vez me senté en la misma mesa que una a la que descubrí idiota en el preciso momento que, después que yo le contara una serie de plagas interminables que amenazaban mi estabilidad emocional, sugirió entre guiños: “regálame una sonrisa”. Por supuesto no le regalé ni un llavero y salí pitando convencido de que tendría que ser más cuidadoso en la elección de mis amistades futuras.
El problema es que tampoco soporto a los que se quejan de todo lo habido y por haber y tengo la dolorosa impresión de que los mexicanos somos una raza que ha hecho de la queja una forma de vida. Ignoro si ello se debe a que nos conquistaron o a que hemos perdido todas las guerras posibles pero eso es lo de menos. Pasemos a los ejemplos: las autoridades recientemente decidieron cambiar el pavimento de la colonia en la que vivo por lo que las calles se han convertido en verdaderas trincheras de la primera guerra. Por supuesto que todo es un desmadre; hoy que llevaba a mis hijos a la escuela quedamos en calidad de polvorón debido a los imbéciles que consideran adecuado acelerar en medio de un terregal. Para salir en la dirección correcta es menester que tome la incorrecta y dé una vuelta de ocho kilómetros, sin embargo me queda claro que a menos que la ingeniería civil nacional se reforme no hay de otra por lo que conviene apechugar. Sin embargo, ya los vecinos se están organizando para protestar por el desgarriate lo que me haría suponer que en este momento algún funcionario ha de estar recibiendo la queja y reflexionando acerca de no volver a dedicar presupuesto a una colonia de susceptibles que se enojan porque pasó la mosca. El problema es canijo ya que el otro día al salir de mi casa me encontré a un señor que llevaba una libreta de firmas en la que pedía que la repavimentación no solo se aplicara en ciertas calles sino en la suya también porque era injusto que solo algunos se beneficiaran y entonces ya no entendí nada.
Las cartas que mandan las personas a los periódicos normalmente se redactan diciendo cosas como: “es cierto que no pagué, pero es no les da derecho…” o “reconozco que llegué veinte minutos tarde pero ¿no dejarme subir al avión?” Lo que quiere decir que somos una nube de tira piedras que prácticamente nunca estamos dispuestos a asumir ninguna responsabilidad pero sí descargarla en otros. En una comida hace poco me senté al lado de un señor que se decidió tres horas a explicar que desde su punto de vista (era dentista) los segundos pisos eran una de las decisiones más idiotas de los últimos tiempos, varias veces intentamos cambiar de tema, que si las lluvias que si Hugo Sánchez y nanay, el sacamuelas terco con la vialidad. De pronto uno que también estaba hasta la madre le preguntó ¿y vas a votar? La respuesta es antologable: “no, porque ello implicaría validar el proceso”. Ahora resulta que si la gente es fodonga y no va a votar no es culpa de ella. Lo lamento pero el argumento me parece inaceptable.
Nos quejamos del clima, del gobierno, de la corrupción y de las mafias de todos los tipos, de las marchas y la basura. También de que en México no se lee y que estamos rodeados de sátrapas. De acuerdo, México es un país que da para que uno se enoje mucho, pero la neurosis colectiva alcanza ya niveles que de pronto hacen que uno añore a los optimistas y la verdad es que no se trata de eso.

miércoles, 28 de marzo de 2012

El fraude como una de las bellas artes (Nexos 2008)

Los datos falsos son extremadamente dañinos para el progreso de la ciencia ya que permanecen por mucho tiempo. Charles Darwin

Hace algunos meses recibí un correo electrónico que me pareció notable; se trataba de una comunicación emitida por la señora Christabel Darwin, en la que me informaba que los hados y el destino me habían hecho el inesperado ganador de la lotería inglesa y que mi modesto premio consistía en cinco millones de euros. Tenía dos opciones; la primera ere simple, renunciar a mi vida de pelagatos, mentarle la madre a mi jefe y salir corriendo a buscar mi recompensa, o, en caso alternativo, seguir la ruta del mexicano escéptico al que todo le huele a fraude (me siento tentado a proponer ejemplos). La posdata de la señora Darwin me pedía cortésmente que depositara cien euros en una cuenta de banco para “no perder el premio” ya que mi suerte, si bien extraordinaria, tenía período de caducidad.
Los mexicanos hemos sido improntados en la cultura del fraude, no existe trámite, proceso electoral, pago de servicio o cualquier componente de nuestra vida en sociedad que no se preste para arreglos. “Se puede arreglar”, “¿no habrá manera?” o “póngale buena voluntad”, son algunas de las frases costumbristas con las que día a día evitamos el cumplimiento de ciertas normas en beneficio propio. Esta cesión de derechos antes las tentaciones cotidianas no es privativa de gremio alguno; ya se sabe que grupos presuntamente intachables como el ecleseástico, ceden consuetudinariamente a las trampas de la fe. En este contexto debemos ubicar a quienes se dedican a hacer ciencia y que son concebidos por el imaginario colectivo, como seres distraídos pero lumbreras, portando batas, torturando cobayos y en casos muy específicos queriendo dominar al mundo. Existen varios términos que pueden ser asociados al quehacer científico; escepticismo razonado, curiosidad, diligencia y muy señaladamente honestidad intelectual. En este último caso es documentable la tentación de los hombres de ciencia por pecar de vez en cuando y ello, si bien los humaniza, también los coloca del lado social correcto que es el de los pecadores cuyo número es creciente e infinito.
Quizá el caso más destacable en materia de fraudes científicos es el del coreano Woo Suk Hwang que en el año de 2004 anunció que había logrado la clonación de embriones humanos y en 2005 conmovió a la comunidad científica al publicar en la prestigiada revista Science que había obtenido la clonación de células madre embrionarias humanas. La trascendencia de este hallazgo era indudable ya que estos trabajos abrían la puerta para cambios sustanciales en el tratamiento de enfermedades como el Parkinson o la diabetes. Sin embargo, Woo –que había sido galardonado por el gobierno coreano por su méritos- no sabía que uno de sus colaboradores sufriría un arrebato de honradez y denunciaría al científico argumentando que los clones de células embrionarias generados por pacientes con diversas enfermedades eran simplemente falsos y que los datos reportados existían nomás en la imaginación del señor Hwang, quien fue inmediatamente defenestrado y expulsado de la Universidad Nacional de Seúl.
El rostizón fue global y notablemente público como puede advertirse en el siguiente fragmento aparecido en una nota del periódico mexicano El Universal (que normalmente no cubre estos temas) tomada de la agencia EFE y fechada el 29 de diciembre de 2005: La Universidad Nacional de Seúl asestó hoy el golpe definitivo contra la reputación del pionero de la clonación genética sudcoreana, Hwang Woo-suk, al acusarle de falsear sus experimentos con células madre de embriones humanos. Un comité investigador de ese centro oficial anunció que “ no encontró ninguna evidencia ” sobre la autenticidad de los logros de Hwang Woo-suk sobre las células madre de embriones humanos clonados, tal y como presentó este año la prestigiosa revista Science. Estos presuntos éxitos en el campo de la clonación tuvieron una gran repercusión en la comunidad científica internacional, pues habrían el camino para el tratamiento de enfermedades consideradas incurables actualmente, como la diabetes y el Parkinson. La portavoz del comité universitario que investiga el caso, la decana universitaria Roh Jong-hye, confirmó este jueves que no existe ninguna célula madre de embriones clonados a pacientes. “No se ha encontrado ninguna célula creada que coincida con el ADN de la célula del paciente y tampoco existen evidencias de que se crearan esas células clonadas ” , afirmó la portavoz en una reunión con periodistas. La revista Science publicó en mayo de 2005 que el equipo de Hwang obtuvo once células madre de embriones humanos clonados de diversos pacientes, experimento para el que se emplearon 185 óvulos. Las células madre pueden evolucionar en células de la sangre, el hígado, los músculos y otros sistemas vitales, de ahí el potencial para regenerar órganos que esta vía de investigación ofrece. Según la responsable de la Universidad de Seúl, las conclusiones del comité universitario de investigación (que hunden aún más, si cabe, la reputación del idolatrado profesor) se obtuvieron después de que se examinara en tres laboratorios diferentes el ADN de ocho células creadas por el equipo de Hwang.
La exposición de Hwang presenta varios elementos que son dignos de análisis y que explican la razón por la cual se convirtió en una bomba mediática. Por un lado se trata de un tema público, el de la clonación, que más allá de detalles técnicos, se encuentra en los debates populares, si bien en formas maniqueas como “es bueno” o “es malo”. Por otro lado, los científicos modernos se han visto sometidos a una enorme presión para ser los primeros en demostrar una teoría o probar algún hallazgo. Las políticas de financiamiento científico obligan a estas nobles personas a entrar en una carrera de vértigo para obtener la primacía y con ello la gloria. Una de las hipótesis de un grupo competidor al de Woo publicada en el periódico español El País para entender el fraude, es que el coreano estaba consciente de que sus rivales se acercaban peligrosamente por lo que se vio obligado a publicar sus resultados aunque estos fueran falsos. Finalmente se encuentra la rapidez con la que viajan las noticias científicas debido al uso de la red y que permiten un análisis casi inmediato de la veracidad de la información.
Para consuelo de Hwang, éste no se encuentra solo en su pecaminosa conducta, existen decenas de casos documentados de científicos que son atrapados con los dedos en la puerta y que pueden ser justificados con argumentos de nobleza desigual. Por ejemplo, en 1996 el físico de la Universidad de Nueva York Alan Sokal –harto de la impostura de ciertas revistas- mandó el texto: "Transgrediendo los límites: hacia una hermenéutica transformativa de la gravedad cuántica" a revisión en la revista Social Text, que hasta ese momento gozaba de un reconocido prestigio. Se estila que en las revistas especializadas un comité de revisores o “árbitros” dictaminen la pertinencia de publicar un determinado texto. El de Sokal fue aceptado sin reservas u hasta ahí hubiera quedado todo de no ser porque tres semanas después de ver su texto publicado, Sokal publicó un segundo artículo en la revista Lingua Franca, cuyo título lo dice simplemente todo: “El experimento de un físico en estudios culturales”. En ese texto el profesor Sokal confesaba sin rubor alguno que todo lo que había escrito para Social Text era un disparate, que las fórmulas usadas no demostraban nada y que en esencia los editores habían mostrado impostura y cretinismo (el segundo adjetivo es mío). Se trata obviamente de un fraude pero en este caso Sokal cuenta con mi simpatía irremediable ya que desenmascara la pomposidad de algunos grupos científicos que han generado códigos propios dignos de los búfalos mojados y que sin embargo, en algunos casos como este, no entienden lo que revisan pero para no lucir ignorantes y lo aceptan sin reserva por lo que su comportamiento es doblemente pernicioso para el avance científico.
Algunos casos históricos son ilustrativos como el de nuestro padre (lo digo en sentido literal) Mendel, el descubridor de la genética que hizo miles de cruzas de la planta del chícharo para demostrar sus teorías. Don Gregorio, que así se llamaba, aparentemente fue poco escrupuloso con sus datos ya que en 1936, el estadístico británico Ronald Fisher revisó las cuentas del monje agustino y decidió que algo se podría en Dinamarca; Es inconcebible obtener las relaciones de Mendel a menos que se hubiera producido un completo milagro del azar, declaró Fisher imperturbable. Palabras más palabras menos, se acusaba de “cuchareo” a Mendel. Para fortuna del monje y de la exacta ciencia de los milagros, el efecto mostrado era correcto y los datos solo se habían manipulado para hacerlos más contundentes, por lo que el daño científico fue menor y no mermó en nada la efigie de Gregor que, como se sabe, ocupa la página 154 de todos los libros de biología en el país.
Ejemplos abundan; en 1953 el paleontólogo Keneth Oakley demostró que el hombre de Piltdown, un fósil hallado en las canteras inglesas en 1913 era simplemente un fraude producto de la mezcla manipulada de la mandíbula de un simio y un cráneo humano fallecidos en fechas recientes. Nuestro supuesto antepasado Piltdown, que inclusive tenía un nombre científico: (Eoanthropus Dawsoni), tuvo que ser retirado discretamente de toda la literatura científica de la época.
Podría seguir documentando debilidades pero prefiero mejor, querido lector, recomendarle el libro de Horace Freeland: Anatomía del fraude científico de Editorial Crítica Barcelona 2006. Este buen hombre se dio a la tarea de cazar a un número mayor de científicos deshonestos al de mis malos pensamientos. En mi caso, creo que prefiero mostrar un punto: los científicos no son alienígenas, ni seres diferentes al resto de nosotros, tienen amores humores y de cuando en cuando muestran resquicios que nos permiten entender que no existe la perfección humana, lo que dicho sea de paso, me produce un profundo alivio.

viernes, 16 de marzo de 2012

Memorias de un automovilista (El Financiero 2002)

Aprendí a manejar en una especie de batimovil que poseía el autor de mis días y cuya palanca de velocidades se encontraba pegada al volante. Cuando se avizoraba una vuelta, era necesario empezar a virar a mitad de la cuadra para que la maniobra surtiera efecto. Un día el joven Fabián se trepó en el cofre mientras yo avanzaba lentamente. Este es el momento de advertir que mi amigo pesaba lo mismo que el coche y es por esta razón que su volumen obstruyó mi visión lo que provocó que me diera de frente con un auto que había dado la vuelta. Fabián salió volando como una especie de acróbata gordo con el limpiador en la mano y cayó al piso en una escena que solo he vuelto a observar en Sea World cuando los cachalotes salían de la piscina. Fue mi primer accidente.
Con el paso del tiempo me di cuenta que no bastaba con aprender a manejar competentemente si uno ejercía esta actividad en esta muy noble y leal ciudad de México. No, en realidad se trataba de adquirir las mañas chilangas ya que un automovilista respetuoso de las normas viales es tan común en esta ciudad como el pulque en Reykiavik y en muchos de los casos pasa por idiota o ingenuo. Pongamos un ejemplo, todos los días para llegar a mi trabajo debo detenerme en el semáforo que se encuentra en el inicio de Constituyentes y el circuito interior, enfrente de unos puestos de flores y de la estatua de un señor que contempla impasible la nada. Por algún misterio la gente considera muy normal pasarse este alto si no vienen coches por la otra calle asunto que a mí me pone muy nervioso porque por la zona circulan unos camionsotes así de grandes. En todos los casos decido respetar la luz roja y esperar que me corresponda pasar, lo que sigue es que todos los conductores que tuvieron la mala pata de ponerse detrás de mí decidan mentarme la madre, metan reversa, pasen a mi lado y griten cosas como: “pendejo, estorbo o baboso”. Un servidor, curtido en el insulto nomás se queda pensando en quién nos enseña estas mañas a los chilangos y en general al pueblo mexicano.
Mi segundo ejemplo lo vivo al dejar el trabajo en la misma calle de Constituyentes. Cada tarde salgo por una puerta que da a esta avenida mientras los autos que la atraviesan pasan algo así como hechos la chingada hasta que se pone la luz roja de un semáforo. Los coches empiezan a frenar hasta que no tienen más remedio que bloquear mi acceso, por supuesto a nadie se le ocurre frenar para que yo pueda cruzar la avenida. Ello me ha llevado a la terrible disyuntiva diaria de tener que echar lámina para abrirme paso. No sé si la gente es imbécil y no advierte que ellos ya no pueden seguir adelante o si piensan que dejarme pasar es un acto que los convierte en más imbéciles porque al realizar la maniobra vuelvo a recibir una carretada de insultos.
Otra variante de estas disfunciones ciudadanas tiene que ver con las colas de autos que esperan salir de una gran avenida. Normalmente en este caso lo que ocurre es que queda un hueco en un carril que avanza inexorablemente hacia algún obstáculo por lo que nadie utiliza esa vía hasta que un taxista cabrón la utiliza para ganar tiempo y meterse a huevo en la línea de los que estaban esperando. Todas estas experiencias se aderezan por la nube de idiotas que consideran el claxon como una forma de incrementar la velocidad vial, de los microbuseros que manejan sus unidades por toda la ciudad como Atila manejaba a los hunos, por los guaruras que echan lámina y fusca en el peor de los casos para que uno los deje pasar. En fin, no parece haber ningún remedio para resolver estas psicopatías por lo que hay que entrenar a los infantes para que salgan a la calle preparados como el mariscal Montgomery para la batalla de El Alamein, hay que enseñarlos a gritar peladeces, hacer señas y no dejarse de nadie ya que con este sencillo principio no parecerán mutantes en una ciudad de locos.

viernes, 9 de marzo de 2012

En tiempos del Chupacabras (El Financiero 1996)

Samuel Langhorne Clemens, conocido por los cuates como Mark Twain, vino a este mundo un 30 de noviembre de 1835, su llegada coincidió con la del cometa Halley, y el evento astronómico fue considerado como un augurio de grandeza que el autor de Tom Sawyer se encargó de cumplir cabalmente. Muy bien, mi hijo Fedro nació el 9 de mayo pasado (simplemente no le dio la gana de nacer el día de las madres y ese es un asunto que jamás dejaré de agradecerle). El asunto más notable que rodea el nacimiento del heredero lo he tratado de rastrear desde el sábado y los resultados han sido decepcionantes: no hay cometas, ni fuego en los cielos, ni nada, y asumo -quizá con cierta ligereza- que la transmisión de poderes en la CTM o el triunfo de los diablos rojos no guardan ninguna relación con el nacimiento de mi hijo.
¿Qué queda? Pues sólo el chupacabras, ese híbrido de guajolote, policía judicial y extraterrestre que se dedica a la saludable tarea de desangrar animales quien sabe para qué. ¿Qué significa que Fedro haya nacido en tiempos del chupacabras? ¿Qué será un chupasangre? ¿Qué será judicial? ¿Qué comerá tortas de pavo de don Polo? La verdad es que no lo sé y estoy desconcertado ante las posibilidades. Sin embargo el atarante del nacimiento ha generado algunas reflexiones sobre los hijos que quisiera compartir con usted, querido lector.
Sobre los hijos uno deposita expectativas en muchos casos excesivas; la imaginación se desborda y entonces hay que ser el primero de la clase o el más guapo, de pérdida el menos tonto o el que no se deja. Pero las expectativas son tan variables como este mundo y le abren al angustiado padre un abanico de opciones que es necesario atender de acuerdo a las ideologías que cada quien malamente construya. Para que, por ejemplo, el niño aprenda que la vida es dura no hay que dejarlo llorar si tiene fractura expuesta. Si lo que se quiere es éxito hay que ponerlo frente a un piano con el fin de que toque “Para Elisa” ante un grupo de adultos con más hueva que él. Otra alternativa es dejarlo en libertad de que haga lo que quiera hasta el día que asesine a sus padres por medio de un hacha, o que se haga artista alternativo y entonces se ponga un arete en el ombligo y huela a escroto de mapache.
Si se desea que tenga valores y se peine los domingos se le llevará a la iglesia, si en contraste se espera que sea un defensor del libre pensamiento se evitará la primera comunión y los tamales de la fiesta. Para politizarlo se le puede llevar a las juventudes revolucionarias del PRI dónde tendrá que vestirse como sólo un imbécil y los alumnos de cualquier facultad de derecho lo hacen. Cuándo la búsqueda se centre en un perfil izquierdoso, hay que ponerle Inti por nombre, meterlo en unas escuela activa y permitirle que hable, fume y tome con los grandes.
Si la expectativa es que nadie abuse de él. habrá que comprar una pera y ponerlo a entrenar hasta que llegue una demanda de la escuela. Si lo queremos ahorrativo le abriremos una cuenta en el banco y tendrá que rendir un informe pormenorizado del peso diario que tiene asignado. ¿Lo queremos calladito? un espadadrapo en la boca durante ocho horas; ¿intelectual? habrá que sentarse con él una hora diaria para explicarle todas y cada unas de las acciones parentales: “papá está verde porque se enojó con mamá”.
Como verá, querido lector, el ramillete de alternativas parece infinito y evidentemente si uno no toma las decisiones correctas el asunto se irá por la borda ¿Cómo educar a un hijo? No lo tengo claro. Sin embargo puedo decir que su nacimiento nos ha hecho felices a su madre y a mí, que espero que no se clave los cambios y que si es calvo lleve el asunto con la dignidad adecuada.

lunes, 27 de febrero de 2012

Se solicita Generación (El Dominical 1994)

La última vez que tuve una experiencia mística la cosa terminó de manera siniestra, la magnitud del desastre puede representarse cuantitativamente por medio de números naturales...
Cuatro puntadas en la cabeza.
Todo empezó con un sueño: iba yo en el Titanic tocando el trombón para una nube de oligarcas que bailaban en el salón principal. El director de la orquesta era (y este es un profundo misterio psicoanalítico) Fidel Velázquez, que agitaba su batuta con sorprendente energía. De pronto, salía de atrás de una cortina mi maestro de matemáticas, un viejito de apellido Rivera que era un cerdo. Venía gritando (la cita es literal) "¡el círculo de centro O y radio r es el conjunto de todos los puntos P del plano cuya distancia a O es menor o igual que r!". Apenas lo tuve en rango de alcance, le aticé un trombonazo en la cabeza. La siguiente escena fue espantosa; la cabeza de Rivera cayó a mis pies echando baba, (como cuando Sigourney Weaver le arrea un cañazo al androide de Alien) me miró fijamente y dijo: "cuídate del hielo". En ese momento un iceberg le hizo un boquete de noventa metros al costado del barco y nos hundimos todos, incluido don Fidel, entre gritos espantosos. Desperté sudando.
A la mañana siguiente fui a la escuela. Mi primera clase era de redacción, la impartía un hombre ejemplarmente feo que gustaba de leernos fragmentos de las "obras capitales de nuestra literatura" (así decía). Inició su charla con una referencia a García Márquez, que en aquella época era conocido nomás en su casa. "Es un monstruo", decía el feo, "fíjense bien" y empezó a leer: "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a ver el hielo". ¡El hielo! Era la segunda señal. Salí de la prepa aterrorizado y me refugié en casa de Nacho Quijano, un amigo de la infancia que vivía cerca. Invertí exactamente media hora en contarle mi sueño y lo que había pasado en clase de redacción. El invirtió exactamente treinta segundos en pitorrearse de mí y cinco más en proponerme que mejor nos fuéramos al futbol, "ni modo que te mate un granizo" agregó muerto de risa.
El partido estaba peor que peor. Jugaban el Atlante y el León en el Estadio Azteca, iban cero a cero. Exactamente en el minuto ochenta, cuando las cuatro cervezas ingeridas me habían permitido relajarme y ya estaba gritando peladeces, recibí la tercera señal en forma de un hielazo proveniente de la porra atlantista. El proyectil me abrió la cabeza, produjo las consiguientes puntadas y determinó que no pudiera pronunciar durante un mes palabras con más de tres vocales.
Cosas del destino.
En éste momento me enfrento a una nueva experiencia mística que inició con un artículo de Antonio Tenorio Muñoz Cota publicado en Etcétera hace dos semanas. Tenorio esbozaba una caracterización generacional de los que nacieron en la década de los sesenta, leí su colaboración en un viaje de metro y me quedé tan campante. Sin embargo, las acechanzas de las fuerzas paranormales se manifestaron nuevamente el 8 de mayo cuando abrí la Jornada Semanal y me encontré con una entrevista de Frederic-Yves Jeannet a Jorge Esquinca. La charla inicia de la siguiente manera: "... Jorge Esquinca una de las escrituras poéticas más arriesgadas y candentes producidas en México por la fértil (mucha atención) generación nacida en los años cincuenta". Luego Jeannet proponía ejemplos paradigmáticos de ésta generación [(Vicente Quirarte (1954), Alberto Blanco (1951), José María Espinaza (1957)] y de la generación anterior [Francisco Hernández (1946), David Huerta (1949) y Efraín Bartolomé (1950)]. Varias dudas me asaltaron de inmediato (la de qué diablos es una escritura candente llegó después). La primera tiene que ver con los límites generacionales; ¿Quién se acerca más a quién? ¿Espinaza a Blanco? ¿Blanco a Bartolomé? ¿Bartolomé a Muchilanga? No lo sé.
Era la segunda llamada.
Finalmente todo explotó el 13 de mayo, leía la columna de Hugo García Michel en El Financiero cuyo título me sobrecogió: "De-generaciones". El texto se refería a las diferencias generacionales en cuanto a la apreciación del rock. Avancé en la lectura y encontré el párrafo maldito que decía lo siguiente: "Alguien escribió recientemente (no estoy seguro si fue Fedro Carlos Guillén) que se dio cuenta de lo viejo que ya estaba, cuando descubrió que no se sabía las canciones de moda". Cosa del demonio.
Entre sudores fríos esperé pacientemente a que me cayera un piano en la cabeza pero nada. Con el recuerdo del hielazo como estímulo, me di a la tarea de investigar cualquier referencia generacional. Sólo dos me vinieron a la cabeza: la generación del 27, con Alberti, Cernuda, Aleixandre, García Lorca y Jorge... Guillén (¡Ahhhg!) y la fotografía de mi generación universitaria. En el primer caso, he apartado de mi vida los números dos y siete, con desiguales resultados. También he decidido salir de cualquier reunión en la que algún badulaque inicie a declamar: "Antonio Torres Heredia/ hijo y nieto de Camborios". En cuanto a la foto, debo confesar que ha sido una fuente de depresiones profundas. Si mi generación universitaria está llamada a guiar los destinos nacionales estamos fritos y refritos.
Las evidencias indican que debo encontrar pronto a mi generación, pero en la búsqueda se desprenden varios problemas: si consideramos que nací en octubre del 59, ¿pertenezco, en consecuencia, al grupo de Quirarte, Villoro y anexas? si es así debo arribar a la inevitable conclusión de que soy un pelagatos. Prefiero pensar que soy un adelantado de la generación de los sesenta y que, por razones que no vienen a cuento, aún no he dado pruebas de mi brillantez. Esta aproximación, si bien falsa, no desgasta mi autoestima, que en estos tiempos de señales misteriosas cuidaré como a la niña de mis ojos.

domingo, 19 de febrero de 2012

Cuatro caudillos (no sé dónde publiqué esto)

Conmemorar es un acto enormemente humano ¿cómo entender si no, nuestra proclividad a poner un perímetro de globos en el parque hundido y darle un pastelazo al niño Juanito? Supongo que la respuesta se basa en nuestro afán por la certeza; saber hace cuanto tiempo nacimos y festejar con exactitud milimétrica es producto de una herencia positivista en la que lo que se puede medir o pesar es superior a cualquier cosa con tufos a vaguedad.
Evidentemente cada año que pasa se podría festejar el paso de mil años porque a nuestro padre el tiempo le importan un verdadero pito las efemérides, sin embargo, aquí estamos: de cara al nuevo milenio preparando fiestecitas y fiestesotas y tratando de entender cuándo carajos termina esta centuria. Como se sabe el problema se originó en el siglo VI cuando un monje llamado Dionisio (un chaparrito de mote “el Exiguo”) preparó una cronología para el papa Juan I sustituyendo el 25 de diciembre del año 753 desde la fundación de Roma, por el año uno que coincidía con el octavo día desde el nacimiento de Cristo, es decir, el 1 de enero de 754. A Dionisio se le olvidó que en nuestros sistemas de medida existe el cero y que, en consecuencia cuando Jesús cumplió un año de edad estábamos a punto de entrar al año 2. El desmadre y el caos asociados no los imaginó Dionisio, pero no importa; las oportunidades para hacer recuentos siempre son bienvenidas y con toda franqueza, a pesar de que el siglo termina el último día del 2000 celebrarlo este año que termina tiene una connotación más cachondona.
¿Cuáles fueron los eventos cimeros en el desarrollo científico de este milenio que agoniza? La pregunta, si se abordara con rigor, daría para un ensayo de dos mil cuartillas que yo no escribiré por la misma razón que usted no lo leería, así que propongo concentrarnos en las cuestiones destacables o destacadas (la gravitación, la evolución, el psicoanálisis, la relatividad), siguiendo un principio Krauziano de acuerdo al cual la historia puede ser comprendida estudiando a sus caudillos y aceptando de inicio que este criterio es dudoso pero es el único que tengo y bajo el cual seguramente habrá omisiones que mientras usted no sea el susceptible tataranieto de alguien famoso no tienen la menor importancia.
En 1855 el historiador francés Jules Michelet empleó por primera vez un término cargado de significados: “renacimiento” con el fin de describir un “descubrimiento del mundo y del hombre”. El término rápidamente fue aceptado y ahora se usa sin ton ni son y de acuerdo a la sabiduría convencional significa el paso de la humanidad de una etapa donde era más bruta a otra donde lo vio todo claro. Esta reducción de la realidad es, por cierto, muy matizable; la Edad Media en realidad fue un precedente fundamental que sentó las bases de las conquistas renacentistas. La tradición monástica del copiado de viejos manuscritos en los scriptoria, permitió preservar los trabajos de Virgilio, Séneca y Cicerón. Aristóteles se convirtió en una especie de padre de la ciencia moderna ya que sus trabajos, plagados de ideas incorrectas, permitieron una fuente de contrastación para los nuevos descubrimientos. En el medioevo se desarrollaron también escuelas de medicina y la primera universidad fue fundada en Bologna en el siglo XIV. Los escritos de la escuela árabe fueron preservados y traducidos. En realidad el cambio sustancial entre estos dos procesos históricos (el medioevo y el renacimiento) está mediado por un cambio paradigmático de visión; la religión como un asunto público y rector de las líneas del desarrollo del conocimiento se vuelve privada y opcional y el vacío ideológico que se produce es ocupado por la racionalidad científica que a partir de ese momento inicia un desarrollo vertiginoso cuyas consecuencias vivimos hoy. En la modernidad renacentista subyace un concepto: el progreso y se asume entonces que la ciencia será la responsable de llevarnos a un mundo de mayor bienestar colectivo.
El universo es concebido entonces como una máquina mecánica y no es gratuito en consecuencia que las ciencias exactas se desarrollen pioneramente. Los trabajos en astronomía de Copérnico, Brache y Kepler sientan las bases para la comprensión de la dinámica esencial de los procesos estelares. Galileo desarrolla todo un cuerpo teórico sin precedentes e inclusive propone una serie de pasos que, para bien o para mal, consolidan los cimientos de una metodología científica que en su versión más burda se vuelve una especie de recetario metodológico que puede servir para generar nuevos descubrimientos o para cocinar un pescado empapelado. La imprenta –inventada en el siglo XVI- contribuye a globalizar y difundir las nuevas ideas, la geografía se desarrolla gracias a los esfuerzos colonizadores de los europeos occidentales que, además de descuartizar indígenas, hicieron aportaciones cartográficas de importancia innegable.
Sin duda el papá de los pollitos en esa época fue sir Issac Newton (1642-1727) un hombre acomplejado, envidioso y soberbio que a nadie le gustaría para invitado a cenar pero que sobre la base de su genio inventó el cálculo (de manera independiente a los trabajos de Leibniz con quien se dio hasta con la cubeta por la prioridad de la teoría), fundó la óptica moderna y derivó leyes que explicaban la gravitación universal en su texto Philosophiae Naturalis Principia Mathematica publicado en 1687, en el cuál explicaba que todos los cuerpos ejercen y sufren una fuerza de tracción a la que llamó gravedad. La publicación le ganó fama y prestigio además de una acusación de plagio por parte de Robert Hooke quien argumentó que las ideas centrales eran de él, incidente que contribuyó a que Newton reforzara su carácter de autista social hasta su muerte saboreando las mieles de la gloria.
Otro padre fundacional de la ciencia en el milenio fue también inglés y nació en Shrewsbury, su nombre fue Charles Darwin (1809-1882) y creció en el seno de una familia oligarca comandada por un médico con la personalidad de Fernando Soler en Cuando los hijos se van. El abuelo de Darwin –Erasmo- era una especie de viejo loco, por cierto fundador de una sociedad de nombre: Los lunáticos que propuso algunas ideas para entender la evolución de las especies, concepto que en esa época era ligeramente inescrutable. El joven Charles no fue un estudiante destacado y dejó –para la úlcera paterna- la escuela de medicina para hacerse cura. Sin embargo, su afición por la naturaleza lo llevó a treparse en 1821, en calidad de naturalista, al HMS Beagle un barquito que daría la vuelta al mundo. En el Beagle además de marearse Darwin realizó durante los casi cinco años que duró el viaje observaciones que le permitieron echar a andar la maquinaria cerebral y concebir una teoría sólida como una roca acerca de la transformación de las especies en el tiempo. Darwin también era un tipo peculiar y cauteloso, así que decidió postergar la difusión de sus ideas hasta un momento oportuno, que llegó en la forma de una carta enviada por Alfred R. Wallace y que recibió en 1858. La carta –palabras más, palabras menos- decía que Wallace había pensado en una teoría para explicar la evolución de las especies. La flema victoriana de sir Charles se fue al carajo: las ideas eran las suyas propias, así que después de un truculento proceso, se decidió a publicar el 24 de noviembre de 1859 el libro que funda la biología moderna: El origen de las especies que se agotó el mismo día y abrió el camino de la eternidad para Darwin. Sin duda su trabajo permitió el desarrollo de una disciplina que se encontraba en pañales ajena a un cuerpo teórico que le diera sentido conceptual por lo que no cabe duda que los hallazgos de Darwin pueden considerarse sin lugar a dudas revolucionarios.
Nuestro tercer revolucionario es Sigmund Freud (1856-1939) otro genio que parecía predestinado a ser un verdadero inútil ya que a los 25 años no tenía definida aún su vocación y se quedó en la escuela de medicina 3 años más de lo debido. Segismundo pasó tres años de práctica médica, estudió tratamientos hipnóticos en Francia con Charcot y en 1886 se estableció en Viena para iniciar su práctica profesional. Es perfectamente sabido que Freud utilizó esta experiencia para desarrollar su teoría psicoanalítica basada en la exploración del subconsciente y la interpretación de los sueños que adquirió identidad internacional con la fundación en 1910 de la Asociación Psicoanalítica Internacional. Freud, un hombre que no dejaba patinar sola a su novia Martha, emigró en 1938 a Inglaterra donde murió al año siguiente. Sus trabajos permitieron una aproximación diferente y eficaz para entender la personalidad humana y le han dado chamba a señores profesionales que lo miran a uno fijamente a los ojos para preguntarle cosas inconfesables acerca de su señora madre, es decir, la de uno.
El último caudillo también parecía (que novedad) destinado a no dar golpe en la vida. En efecto Albert Einstein (1879-1955) habló hasta los tres años, fue calificado como idiota perdido por sus maestros en la escuela inicial. Para 1902 Einstein consiguió chamba en la oficina de patentes de Berna en donde seguramente revisó inventos como descarapeladores de papa y otras minucias. El tiempo libre que le dejaba su trabajo lo ocupó en algo muy simple: pensar. Para 1905 publicó tres trabajos con olor a piedra fundacional en la física de este siglo acerca del movimiento de las partículas, la naturaleza de la luz, en la que planteaba que ésta bajo ciertas circunstancias se podría considerar como partículas. Su tercer artículo introducía la teoría especial de la relatividad que ha proporcionado una lista de ejemplos notables para popularizarla en los que siempre hay un observador y un señor caminando en un tren y que sin embargo, son incomprensibles. Lo notable es que a pesar de que cualquiera de estos tres trabajos bastaría para ganar fama internacional, Einstein siguió trabajando con descarapeladores de papas hasta 1907, año en que ingresó a la Universidad de Zurich.
En 1921 ganó el premio Nóbel y su imagen –la de un viejito fachoso y encantador- se volvió una especie de ícono que competía con cantantes y actores. Eintsein capitalizó esta fama para difundir sus ideas políticas sobre el sionismo e inclusive rechazó la primera presidencia de Israel.
No tengo duda que estos cuatro caudillos modificaron la visión del ser humano acerca del mundo que lo rodea, nuestra tentación sería hacerles una estatua y pensar que la ciencia no es más que la acumulación de chispazos geniales de hombres que tienen un cerebro así de grande. No es así pero insisto: nos gustan las historias épicas. Nuestros cuatro fantásticos, fueron envidiosos o timoratos, celososos y acomplejados, lo cual no debería extrañar a nadie; al fin y al cabo fueron humanos.
Evidentemente el siglo XX ha estado permeado por descubrimientos que nos dan una sensación de vértigo espiritual. Si insistimos en destacar lo destacable habría que decir que en 1942 Enrico Fermi logró la primera reacción nuclear en cadena, cuyas implicaciones fueron descubiertas tres años más tarde por el mundo entero. En 1953 Watson y Crick (una especie de Batman y Robin científicos) dilucidaron la estructura del Acido Desoxiribonucleico lo que permitió entrar de lleno al territorio de la biología molecular y de la ciencia ficción a través de los recientes avances en el campo de la clonación. La ecología se convirtió en un saber público debido a la crisis ambiental que nos agobia y Stephen Hawking publicó sus trabajos acerca de los hoyos negros
Ha sido también un siglo tecnológico en el que los niños de ocho años no saben lo que es un tocadiscos y se asombran de que alguna vez uno se tuviera que levantar de la fodonguencia para cambiar el canal de la tele o empuñan un celular sin quedarse con la boca abierta.
Es pues este un milenio en el que los que no estamos a las puertas de la muerte podremos disfrutar el raro privilegio de vivir el reventón asociado a nuestros ánimos de jubileo, de hacer recuentos trascendentes e intrascendentes, de meternos en monasterios ante el advenimiento de una catástrofes o de entrar de lleno en un mundo cargado de confusiones milenaristas y de gente ensabanada que se rapa la cabeza... que así sea.