viernes, 28 de enero de 2011

Encuentro con tu grandeza (El Financiero 1998)

Son las 8:35 p.m., me dirijo al hogar para gozar de algo que la gente pendeja llama “un merecido descanso”. Los semáforos se llenan de mimos sacando conejos de una bolsa negra, de vendedores con percheros que dan vueltas y de autos donde la gente rumia su aburrimiento poniendo cara de idiota. Mi propia cara de idiota se modifica en el momento que sintonizo Radio Acir. La voz del locutor llama mi atención; parecería un cubano sesentón. Es el doctor Anthony Romero.
El programa se llama “Encuentro con tu grandeza” y en ese momento se presentan la licenciada Patricia “una brillante abogada” y la licenciada Zita Rodríguez, editora de la gustada revista Reporte OVNI. Viene la primera revelación: la licenciada Patricia es capaz de observar extraterrestres pegados en el cuerpo de nosotros los humanos. Los síntomas que delatan la presencia de estas entidades interplanetarias que ella llama “los grises” o “bichitos” (Dios mío) son complejos y trataré de describirlos a continuación: a) Los ojos brillan “como si uno trajera lentes de contacto”, b) los orgasmos que se experimentan “son muy intensos”, c) si a un poseído le hacen una incisión en los testículos, el
líquido que sale “huele acidito” d) los extraterrestres sacan los óvulos de la mujer por medio del ombligo, e) hay pesadez en el cerebro y vientre abultado. Y digo yo:
1) ¿Por qué no les pedimos a los bichitos que nos ahorren los incisos d) y e)?
2) ¿Por qué no le suplicamos a los que ven extraterrestres que dejen de estar practicando incisiones en los huevos de las personas? 3) ¿Por qué no les rogamos a nuestros amigos interplanetarios la receta para aplicar el inciso b)?
El programa siguió.
La licenciada Patricia argumentó que el antídoto contra los visitantes de otros planetas es simple: “Hay que cerrar las fuerzas astrales y pensar que desde debajo de los pies nos ponemos 60 aros dorados en forma imaginaria (obviamente, porque si los aros fueran reales pareceríamos pirinola de Apatzingán) y que cuando hagamos eso, los bichitos se van al espacio muy molestos” (Dios mío). Esa noche aprendí que “hay más de 60 razas de extraterrestres, como por ejemplo los paramilitares que son unos chaparritos de tres dedos” (por la descripción también podrían ser policías). Hay otros “enanitos de color rojo que habitan en las pantorrillas”, sin embargo “los más peligrosos son los grises, ya que son
parasitarios y se alimentan de humanos, hay otros que vienen a la Tierra para enseñarnos cosas”.
En ese momento el doctor Anthony Romero intervino para decirle a la licenciada Patricia: Como te trajo Zita, sé que no estás loca”, comentario que desde luego me tranquilizó. Luego se leyó la llamada del señor Oscar González, un radioescucha de la colonia Ejército Constitucionalista que habló para preguntar si los bichitos tenían un coeficiente intelectual de 200 o más (evidentemente, el señor González tiene un coeficiente de 15 o menos). La respuesta fue que no, que los grises son más brutos que los humanos. “¿De donde vienen los extraterrestres?” preguntó el doctor Anthony Romero. “De Orión, Andrómeda y las Pléyades”, contestó la licenciada Zita que aprovechó para regalar calendarios de la gustada revista Reporte OVNI en las que vienen “unas fotos muy bonitas de naves espaciales”. Durante el programa se escuchó la música de un señor que se apellida De la Casa. Aparentemente la melodía ha sido inspirada por extraterrestres (la música era terrible).
Al finalizar se explicó que la gente “contactada” no lo anda contando porque se presta a que se burlen de ellos. Todo lo anterior, querido lector, en nuestra gloriosa radio mexicana, de costa a costa y de frontera a frontera.

lunes, 24 de enero de 2011

Ortografía (El Financiero 1998)

Narraba hace unos días Víctor Roura que José Luis Perdomo era un editor muy malhumorado y desesperado por lo mal que escribían algunos colaboradores, agregaría yo que tenía el hábito muy deficiente de no saludar al prójimo. Sin que esto implique un arrebato paranoico (o un Edipo mal resuelto) supongo que en la lista de Perdomo un servidor ocupaba un destacadísimo lugar. Efectivamente, cada domingo cuando mando mi artículo me imagino al pobre mortal que le tocó la negra de revisar lo que escribí elevando los ojos al cielo y poniendo un acento donde no lo había, o una coma en lugar del punto y seguido. Ni modo.
Supongo que lo correcto sería hacer un acto de contricción y en consecuencia iniciar un curso de ortografía rápida, u ofrecer mi alma en sacrificio para todos aquellos sacerdotes del español que se encabronan si uno no habla como el Quijote de la Mancha. Sin embargo, el asunto me rebasa; las reglas gramaticales representan para mí una fuente de misterios inescrutables. Para fundamentar esta incapacidad congénita ofreceré algunos ejemplos.
Regla.- El objeto directo es la parte de la oración que responde a las preguntas: qué, a quién o a quiénes + verbo, y puede ser sustituida por los pronombres la, lo, las o los. Muy bien, la buena noticia es que ya sabemos que la es un pronombre, la mala noticia es que hay una parte de la oración que responde a alguna pregunta ¿qué pregunta? Ni idea. Tratemos de salir del embrollo usando un ejemplo: José Luis corrigió algunos artículos y se puso de un humor de la chingada. Correcto, según la regla anterior, lo que debemos hacer es cambiar algunos artículos por el pronombre los y santas pascuas. Sin embargo, a mí me parecía más informativa la versión original en la que no se sabía cuáles eran los artículos que le habían conferido ese geniecito a José Luis. Por otro lado, para poder preparar este modesto problema gramatical invertí media mañana de revisión de el libro de español de sexto grado de primaria -que por cierto escribieron unos cuates.
Regla de tiempos verbales.- El antepospretérito indica que la acción sucede después de otra pasada y antes de una que, para el pasado, sería futura. El texto anterior podría estar escrito en algún dialecto burundi y sería más legible, pero hagamos un esfuerzo. Lo que sucedió se supone que ocurrió después de que algo pasó (lo cuál tiene cierta lógica). También sabemos que va a ocurrir antes de algo que pasará pero que se encuentra en el pasado. Algo así como una versión gramatical de Pide al tiempo que vuelva, donde Christopher Reeve, le mete mano a Jane Seymour de manera antepospretérita. Sigamos con nuestro ejemplo: José Luis me prometió que cuando yo fuera a recoger los artículos el ya los habría revisado y estaría de un humor de la chingada. Ahora bien, yo puedo descifrar esto porque así habla la gente normal, no desde luego porque comprenda la regla.
Regla de acentos.- El acento diacrítico sirve para distinguir palabras escritas que pueden dar lugar a confusión por resultar homógrafas -es decir de idéntica escritura, pero diferente significado o función gramatical- si se aplican regularmente las reglas ortográficas. La segunda buena noticia es que ya sabemos que coños es una palabra homógrafa. Por otro lado esta regla está bastante sencillona porque se supone que debe distinguir palabras como aquel (cuando es adjetivo) de aquél (cuando es pronombre). El enorme problema al que nos enfrentamos es que sólo Dios sabe en el momento adecuado distinguir entre ambas opciones, por lo que en este caso lo que hacemos los mortales es pasarle el corrector ortográfico al texto (asunto que no servirá de nada porque el corrector no puede saber si lo que queremos escribir es pronombre o no). de hecho el corrector de mi máquina cree que Fedro debe ser sustituído por Federo, Medro, Cedro o Pedro.
En fin, yo seguiré escribiendo, el corrector sufriendo, los entusiastas del español criticando y José Luis revisando textos... quién (¿así se escribe?) sabe dónde.

jueves, 20 de enero de 2011

Recuerdos del zoológico (El Financiero 1996)

Cuando, en un arrebato de responsabilidad paternal, sugerí a la familia que dedicáramos la mañana del sábado para visitar el zoológico de Chapultepec, la idea fue recibida como si la hubiera emitido un genio y no este humilde servidor. Esta respuesta desgració mis expectativas de dejarlo para el próximo año (que era lo que yo realmente quería). En principio, la idea de meterme en un espacio público bajo una temperatura de cuarenta grados a la sombra, me parece igual de atractiva que la de recibir una patada en las nalgas. Además, la directora del zoológico, era la licenciada Hoyos, que dedicó la mitad de su vida a salir en la televisión acariciando un armadillo, no es precisamente la beneficiaria de todas mis simpatías. Sin embargo, ante el beneplácito familiar los planes se realizaron con la precisión de un desfile militar y a las once de la mañana ya estábamos trepados en el coche rumbo a las rejas de Chapultepec.

El primer percance fue resultado de la planificación urbana, porque entre la puerta del zoológico y el estacionamiento más cercano hay aproximadamente la misma distancia que entre la azotea de mi casa y la troposfera. Este lamentable hecho determinó que María, Fedro, su mamá, una carreola, el biberón con agua de jamaica y un canguro, fueran depositados entre bocinazos en la entrada y que posteriormente dejara el auto en el estacionamiento para regresar entre jadeos a encontrarme con los míos. En la calzada que lleva hasta la puerta del zoológico, había una serie de puestos en los que se vendán desde garnachas hasta figuras del pandita. Los vendedores anunciaban a gritos sus productos, y uno de ellos me desgració la audición ofreciendo "ricas gorditas".

No sé si el zoológico está muy cambiado porque no me acuerdo cómo era antes. El de ahora es espacioso y no existe un solo lugar para que el sol no lo deje a uno idiota. Efectivamente --como me lo había anticipado-- la posibilidad de ver animales se reduce a que éstos quieran, porque en las jaulas que imitan su hábitat hay árboles, hierbas y pedruzcos. Por supuesto, que si yo fuera animal haría lo mismo y evitaría así que una nube de idiotas me aventaran objetos o gritaran para provocar mi respuesta.

La gente camina a lo baboso y se deja ir. Los papás, en los tonos más didácticos, tratan de explicarle a sus retoños las complejidades del mundo animal. A las 12:17 fui testigo de la siguiente conversación: MAMá: "Mira, mijito, ése es un oso". HIJITO: "Mjjj". MAMá: "Gordo, ¿cómo se llamaba el oso de Mowgli?". PAPá: "Panguira". MAMá: "Grítale, mijo, ¡Panguiiira!".

Tratando de buscar refugio nos fuimos a sentar en una especie de fuente de sodas en la que venden hamburguesas, pizzas y memelas. Es el único lugar donde está permitido el comercio, lo cual por cierto me parece estupendo. Sin embargo, hubiera sido estupendo también que los arquitectos entendieran que si entran cinco mil gentes al día y hay treinta sillas para sentarse la probabilidad de que uno encuentre mesa es (digámoslo elegantemente y sin vulgaridad) pequeña. La última etapa de la visita se concentró en la jaula de los pandas. Cuando llegamos había un policía que se enfrentaba a la turba tratando de que no se treparan a una piedra que parece diseñada para que la gente se suba. Cuando María intentó observar a los pandas lo que vio fue a un gordo de cachucha, que era yo. Este curioso fenómeno se debe a que los vidrios están diseñados de tal manera que reflejan todo lo que hay afuera e impiden la visión de lo que pasa dentro. Al lado de la jaula están disecados dos pandas que me imagino fueron los primeros que llegaron y que me recordaron vagamente la mano de Obregón.

Para cruzar la calle a la salida están indicadas las líneas de cruce, pero no hay semáforo, por lo que se debe confiar en que los automovilistas frenen. Así lo hicimos, un señor de un cochesote efectivamente frenó, pero el pendejo de atrás no y le desgració las calaveras ante nuestra enorme vergüenza. Es por ello que este artículo está dedicado al señor que hizo alto aquella mañana frente al zoológico para dejar pasar a su prójimo.

martes, 11 de enero de 2011

Los eucaliptos y yo

La vida –no sé si como premio o como castigo- me puso en el trance de ocupar un alto cargo administrativo, de esos con chofer y todo en los que a uno lo llaman “señor” aunque se sea un pelagatos como yo.
Muy bien, como lo primero es lo primero, hubo que invertir algunos meses en planear los trabajos por venir y aquí entra nuestra PRIMERA LECCIÓN; si uno no da muestra de un dinamismo oligofrénico desde el primer día, será acusado de muchas cosas entre las destacan el ser taimado y huevón.
Superado ese trance, se procede a informar en un ejercicio tan productivo como arar en el desierto ya que en ese momento aparecen las asociaciones comandadas normalmente por una vieja chota, asesoradas por otro que es imbécil, pero no tanto porque cobra y apoyados por diputados vividores que no entienden nada pero aspiran al voto ciudadano.
Ese es justamente el caso del eucalipto de la ciudad de México…veamos:
Don Miguel Ángel de Quevedo, además de calle en el sur de la ciudad de México, fue un señor que era apóstol del árbol y que a principios del siglo XX tuvo la feliz idea de introducir masivamente eucaliptos provenientes de Australia con el fin de formar cortinas vivientes contra las tolvaneras y desecar la cuenca ya que, como se sabe, los eucaliptos necesitan una gran cantidad de agua.
Recordé mucho la memoria del apóstol cuando en el año 2002 enfrenté la siguiente situación:

 9 millones de eucaliptos en el Distrito Federal, es decir, el árbol dominante ya que emite una sustancia que inhibe el crecimiento de otras especies.
 El promedio de edad de esta especie era de 50 años (la edad aproximada en la que tienen la mala costumbre de caerse)
 La entrada de una plaga proveniente de Estados Unidos que los debilitaba aún más.
 La estadística de que en época de lluvias caen en la ciudad de México aproximadamente tres mil árboles de los cuáles el 90% son eucaliptos y que en dos años cobraron cinco vidas humanas.

Perfecto, se necesitaba ser imbécil para no entender que:

 Había que dar inicio a un programa a 30 años de sustitución gradual del eucalipto.
 Reconvertir la producción de los viveros de la ciudad para producir árboles aptos a las condiciones de la cuenca.
 Obtener los permisos necesarios para que la madera, en lugar de ser basura como se le consideraba, se procesara para producir papel y la ciudad recibiera un beneficio económico que financiara el programa.

En el momento que íbamos en el árbol 40 000 se nos apareció el demonio en la forma de una vieja loca, seguida por un grupo mayor de viejas locas y asesoradas por uno que parecía desecho de guerra y tenía el mismo coeficiente intelectual de un burro de planchar. Detrás de ellos el Partido Verde apadrinado por un güerito de lentes que ahora es senador o diputado, da igual.

Como lo políticamente correcto (esta es la SEGUNDA LECCIÓN, un funcionario debe de ser siempre políticamente correcto) era explicarle a esta buena gente, aunque el ejercicio fuera tan útil como una cirugía plástica en una lideresa sindical, se procedió a explicar. La asambleísta –ahora Secretaria- Martha Delgado, por ejemplo, los llevó a la asamblea y allá fuimos en masa ¿Qué un recorrido? Con gusto ¿Qué una reunión en la sala de juntas? Faltaba más.
El momento culminante se alcanzó una mañana en la que se presentó una turba de viejas chotas comandadas por la loca (que siempre miraba fijamente), venía también el joven desecho de guerra y una diputada ligeramente mamona. La turba venía acompañada por reporteros y exigía un recorrido. Me negué dado que no estaba pactado así…fue el día que más mentadas de madre me he llevado:
a) De las viejas locas porque “era un asesino”
b) De la diputada por “no cumplir un compromiso” (que yo no había contraído)
c) Del desecho de guerra me imagino porque no se le entendía nada
d) De los reprorteros porque “no hubo nota”
e) De ¡Mi jefa! Por no haberlos atendido.

Al final me sentí muy solo.

El asunto derivó en vodevil, fui llamado de todas las formas que se le puede llamar a alguien y hasta de las que no: “ecocida”, “ratero” y acto seguido fui demandado penalmente por el Partido Verde. La bronca empezó a crecer (en tiempos electorales) por lo que la superioridad me indicó que “le parara”. Esta última es la TERCERA Y ÚLTIMA LECCIÓN, prioridad política mata prioridad ambiental)

Han pasado los años, ya no tengo chofer, pero afortunadamente tampoco a ese grupo de imbéciles a los que recuerdo entre pesadillas. Quisiera, pues, trasmitirle a ustedes, educadores y proto educadores ambientales mi experiencia…a ver qué se les ocurre.

Mientras tanto esperaré atento la siguiente temporada de lluvias con el sincero deseo de que el próximo eucalipto que desfallezca, lo haga sobre el techo de la casa de la vieja chota, así aprenderá que con la naturaleza -mucho menos cuando es exótica- simplemente no se juega.

viernes, 7 de enero de 2011

Frases célebres (El Financiero 2002)

A mí siempre me ha producido mucha admiración todo aquel que en circunstancias extremas tiene la calma y la serenidad suficientes para pronunciar una frase que años después nos dará una imagen del tamaño de su carácter. Más admiración me genera el hecho de que en ese preciso momento haya alguien dispuesto a consignar el hecho glorioso en lugar de salir corriendo porque vienen los franceses o el volcán hizo erupción. Ejemplo de lo anterior es Guillermo Prieto que parece que andaba en una reunión en Guadalajara acompañando al Benemérito cuando de pronto entró un pelotón de fusilamiento que le apuntó a don Benito con intenciones de perjudicarlo de mala manera. La historia consigna que en ese momento el señor Prieto dio un paso al frente, se abrió la levita y dijo: “soldados, los valientes no asesinan, es el representante de la ley y la patria ¿quieren sangre? ¡Bébanse la mía!”. Hay que aceptar que la frase en cuestión tiene méritos de construcción y que emitirla en el momento que uno tiene una docena de fusiles enfrente requiere de ciertas virtudes. Como toda buena historia supongo que los soldados se sintieron muy apenados por su atrevimiento y salieron de ahí pegando de vítores al señor Juárez, pero, ¿será eso cierto?
Al rey Cuauhtemoc, por ejemplo, y según mi libro de la primaria, lo españoles que eran unos malditos decidieron quemarle los pies para que confesara dónde estaba el tesoro, ignoro con qué motivo hicieron favor de ponerlo en compañía de otro señor cuyo nombre y cargo no recuerdo, para que sufriera el mismo suplicio. Este es el momento de señalar que un servidor un día en el balneario Bahía pisó una colilla encendida y la sensación fue simplemente fúnebre; me salió una ampolla del tamaño de un dedal y caminé como zanate, así a brinquitos, los siguientes ocho días. Ello por supuesto me llevó a comprender que el acompañante de Cuauhtemoc en el momento de la aplicación simplemente se deshiciera en un grito y (supongo) ofreciera información hasta del paradero del Titanic que se hundiría cuatrocientos años después. Sin embargo, nuestro héroe azteca, aparentemente entero, parece que volteó muy enojado y le dijo: “¿Acaso crees que estoy en un lecho de rosas?”. Por supuesto el asunto es impresionante pero plagado de agujeros… ¿quién escuchó la frase? ¿El torturador? ¿Hernán Cortés? ¿Los aztecas colaboracionistas? ¿Quién tradujo? No tengo la menor idea y lo que es peor, supongo que la historia es apócrifa pera declarar tales cosas es políticamente incorrecto por lo que haga de cuenta, querido lector, que nunca lo dije. De cualquier manera la enseñanza útil en este asunto es la de contar con la frase adecuada para el momento justo ¿qué sería del general Anaya si en lugar de acabársele el parque hubiera seguido disparando todo el día?
Existen sin embargo, otras frases que simplemente desgracian a todo aquel que las emite debido a su falta de tino histórico: “Ya nos saquearon, no nos volverán a saquear” dijo López Portillo en el preciso momento que se llevaba hasta las cucharas de Los Pinos. Del mismo autor es la no muy elegante idea en el sentido de defender el peso como un perro, el problema en este caso es que no advirtió a qué raza se refería lo que seguramente explica la razón por la que la devaluación de nuestra moneda fue simplemente vertiginosa. Esta mexicana costumbre de decir una cosa para que ocurra otra ha producido fenómenos sociológicos notables que desgracian los mercados cada que a un alto funcionario se le ocurre abrir la boca. Si el mensaje que se trasmitirá es por ejemplo que el peso está más estable que nunca todo mundo (que tiene) entiende que es el momento de sacar los ahorros y llevárselos a Houston para que queden a buen recaudo mientras que al resto de los mortales (los que no tenemos) nos quedamos como las estatuas de marfil.
Es por ello, querido lector, que recomiendo enfáticamente que se dé a la tarea de ir anotando las frases con las que le gustaría ser recordado, para que en el momento supremo se cubra de gloria en lugar de pasar por la vergüenza de que se le evoque por el ¡ay! que exclamó en su último momento.

sábado, 1 de enero de 2011

Festivales (El Financiero 2004)

En mis tiempos los festivales infantiles se diseñaban bajo un criterio ad hoc. De esta manera el 24 de febrero los niños éramos obligados a desfilar con barba y bigote portando unas banderas hechas para la ocasión que representaban la evolución en el diseño del lábaro patrio. Para esto había que comprar unas estampitas y poner a trabajar a los progenitores en tales menesteres con desiguales resultados, ya que había unas señoras que tenían dotes y otras bastante piedras. Recuerdo que en una ocasión nos tocó fabricar la bandera llamada “doliente de Hidalgo” cuyo diseño rojinegro era enmarcado por una calavera de pirata. Nuestro trabajo –hay que decirlo- fue lamentable ya que parecía en realidad el escudo de los piratas del Atlante (si es que tal equipo existió alguna vez).
Se celebraba también la primavera con niños vestidos de insectos y triciclos de carnaval, en ese momento se aprovechaba para festejar al Benemérito y recitar su famoso apotegma. El 20 de noviembre nos ponían bigotes alacranados y sombreros como los que usaba Speedy González. Los hombres portaban cananas y rifles de madera y las mujeres unos vestidos que solo he vuelto a ver en el espectáculo típico del restaurante Arroyo. En diciembre cantábamos villancicos muy extraños en los que bebían los peces en el río.
Debido a esta tendencia onomástica, no entiendo todavía la razón por la que una vez tuve que bailar hawaiano, mucho menos lo que se festejaba ya que si de eso se trataba hubiera preferido bailar algo más autóctono. El hecho es que mis abnegadas maestras me pidieron que me vistiera con calzones y un paliacate amarrado a la cintura. Me colgaron un collar de crisantemos y así descalzo y vestido como un imbécil, interpreté el controvertido baile: “huqui lau” moviendo las manitas y mirando al horizonte con una expresión que es digna de aquel que ha sufrido un ataque comando de cisticercos.
Por supuesto semejantes desfiguros han propiciado muchos enconos entre padres e hijos; el día que vi las fotografías hawaianas y también otras en las que estaba enfundado en un traje de conejo, me decidí a entablar una demanda penal contra los seres que me dieron la vida. Dicha demanda no prosperó.
De todo esto me acordé el otro día que fui a presenciar el festival de la niña María cuyo tema eran “Las bellas artes”. Como en todos los eventos de este tipo se presenta una nube de padres cargados de camaritas y camarotas (la de mi vecino hacía unos close ups que permitían verle las espinillas a la miss de inglés. Acto seguido salieron los infantes a explicarnos cosas como que las bellas artes eran la literatura, la música etcétera.
Para cada bella arte se preparó un numerito pertinente. De esta manera en la música un niño tocó el clarinete y una niña el piano. En el caso de la pintura una niña entrevistadora llegó con un Miguel Ángel rubio y le preguntó acerca de los frescos de la capilla sixtina. Cuatro niños se echaron esa de “Margarita está linda la mar...”, luego para ejemplificar la escultura, un niño robusto se sentó en las piernas de una niña diminuta; era La Piedad, también de Miguel Ángel, asunto que me pareció notable, sin embargo, el momento cumbre se alcanzó cuando mi vástaga apareció en escena para bailar ¡tap!.
Lo anterior es un misterio genético; mis capacidades de baile son las mismas que las de un ropero, mi legítima cuando entra a una pista nomás pone los ojos en blanco y mi hija sin que nadie supiera por qué decidió bailar tap. Un día la vi haciendo evoluciones sobre el piso de la sala y no entendí bien a bien el asunto, hasta que apareció ante 100 personas de bombin y con bastón y unos zapatos que hacen ruido al taconear. Sus evoluciones fueron francamente competentes (los padres siempre sufrimos la angustia íntima de que los hijos propios sean un bodrio) y todo salió como tenía que salir.
Francamente quedé muy orgulloso y admirado de tales capacidades que son muy distintas a las mías (la sola idea de bailar en público me produce escalofríos y sudoraciones en las partes prudentes), así que le pido, querido lector que disculpe esta digresión parental, pero así es esto del amor filial.