martes, 31 de agosto de 2010

Las buenas conciencias (El Financiero 2000)

Hace unos años veía un programa de televisión en el canal 11 que llamaba mi atención por varias razones, el nombre lo ignoro pero en él aparecían señores que a las vistas eran listísimos y que se dedicaban al más simple de los actos, es decir, en lugar de tragar cuchillos para llamar la atención, nomás platicaban. Supongo que el productor era alguien que creía en la originalidad ya que le pareció adecuado presentar a los señores listos en unos close-ups de miedo en el que uno podía apreciarles a los notables, detalles faciales como el de quién padeció viruela o cuál de ellos se fue la noche anterior de farra. En una ocasión, sintonicé dicha emisión y pude ser testigo de una discusión de nobles argumentos. El problema es que tal nobleza se agotó a los doce minutos y el programa duraba una hora. La esencia del asunto se centraba en que el señor Castillo Peraza consideraba vital expresar su sensación de ofensa porque otro tipo al que no tengo el gusto de conocer, pintó un lienzo en el que hay una especie de Juan Diego que en lugar de desplegar a la Guadalupana, registra a una muy buenona Marilyn Monroe. Acto seguido se manifestó en contra del aborto El resto de los contertulios recurrió a la estrategia que los clásicos llaman de “echar montón” y puso como camote a don Carlos argumentando que estaba en su derecho de expresarlo pero no de justificar una agresión al lienzo, Castillo dijo que no la justificaba y que para nada era esa su intención, sino que quería expresar su sensación de ofensa... Etcétera.
Cuando terminó el programa me quedé pensando sobre las implicaciones de todo esto. La primera y más evidente es que una discusión se va al carajo en el momento que se considera que hay que repetir 77 veces el argumento para que gane fuerza. La segunda es que efectivamente, a la gente devota le puede ofender una muestra artística y la tercera es que una artista puede hacer lo que le dé la gana. Ese, me parece, es el espectro que nos fermenta la vida en sociedad. El problema está en poner límites basados en esta vaga y políticamente correcta idea del “respeto” ya que asumo que no existe nadie calificado para fijar los criterios de lo aceptable y lo que no. ¿Qué a los católicos les ofende la imagen? Pues es su problema ya que bajo este criterio no habría que pintar señoras encueradas porque ofenden la moral o hacer esculturas de gente fajando –como hizo Rodin. Ahora bien lo que sí puede hacer un católico es decir que la obra es una porquería, recomendar que nadie la vea o ingresarla en el index de lo prohibido. Sin embargo entiendo que lo que hicieron un par de jóvenes fue entrar al museo donde se exponía y tratar de destruirla para luego salir libres por medio de una fianza pagada por las huestes católicas, lo que no puede parecerme sino una barbaridad. Yo podría decir que la idea de don Carlos en el sentido de que está en contra del aborto, me ofende profundamente (es un ejemplo, hay pocas cosas que me ofendan profundamente) ya que creo que nadie por cuestiones de fe privadas debe decidir por lo demás y no por ello lo pienso agredir a botellazos para que mi fianza la paguen las feministas... eso es simple y llanamente la ley de la selva.
Un último comentario sobre el arte; a mí francamente el cuadro que provocó la polémica me parece horroroso y no lo pondría en la pared de mi casa así me amarraran, pero ése problema tiene solución ya que basta con no comprarlo. Esta –creo- es la idea básica; no meterse en lo que a uno no le importa y evitar por todos los medios la tentación megalómana de decidir por los demás. ¿Hay quien está en contra del aborto? Que no aborte, ¿hay quién considera arte un performance en el que el protagonista sale encuerado y con un collar de limones? Pues santas pascuas que siga practicando en la soledad del escenario con la cantidad de público que se merezca. El asunto es cerrar filas contra todas aquellas fuerzas que añoran el pasado (concretamente el siglo XII) y que parece están de vuelta.