sábado, 24 de julio de 2010

La originalidad (El Financiero 2000)

La persona más original que he conocido en mi vida era un señor que se ponía sombrero, usaba clavel y bastón y a la menor provocación se ponía a recitar poesía propia (que era una mierda sin remedio) o a bailar, poniendo los ojos en blanco, el gustado tema típico “Qué chula es Puebla”. Dentro de su repertorio de originalidades se encontraba el connotado hecho de ser el inventor de un idioma el cual empezaba a hablar cada que estaba beodo y que consistía de una serie de pujidos. Este esfuerzo comunicativo era ligeramente estéril ya que como era el único que entendía tal lengua, no había manera de saber si estaba rezando, trabajando en ecuaciones diferenciales o mentándole a uno la madre. Estaré de acuerdo con usted, querido lector si me dice que el fulano de marras no era original sino pendejo, pero lo anterior me deja pensando en los esfuerzos que hacemos día con día con el fin de abrevar de las fuentes de las que nadie ha tomado agua y como tales empresas suelen terminar invariablemente mal.
Original es un señor que se cuelga una cacerola del pescuezo y sale a la calle o aquel que es capaz de beberse un jarrito de toronja por la nariz. El sendero de la idiotez está empedrado de cientos de personas que en un afán de distinguirse nos regalan cotidianamente con muestras prefabricadas ligeramente escalofriantes de una profunda imbecilidad. El que no me crea puede ir a leer la versión más actualizada del libro Guinnes en donde podemos encontrar al señor que se bañó por última vez el 14 de julio de 1974 o la señora que se recuesta en la recámara y el pelo le llega al garage. Otra opción es ver el programa de Ripley del cual fui testigo recientemente y en el que un señor levantaba con los dientes una mesa con todo y mantel y otro se metía una boa por la garganta en el acto más repugnante que he presenciado jamás (si descuento las expectoraciones que generaba un tío abuelo hace ya muchos años).
Desde chiquitos se nos impronta con la idea de que copiar es malo, al que agarran tomando ideas de sus compañeritos le cae la fuerza de la ley. Es por ello que los imitadores son una especie de leprosos de este mundo moderno y la razón por la cual nuestros progenitores buscan alternativas extraordinarias para nuestro futuro desarrollo profesional y digo extraordinarias por lo idiotas, como estudiar la tuba o aprender alguna lengua muerta que resulta muy útil cuando las reuniones sociales se ponen aburridas.
Y digo yo: ¿cuál es el mérito de ser originales? La Historia es filtro de proporciones implacables; a lo largo de cientos de años la gente inservible (con excepciones que probablemente nunca conoceremos) ha sido cribada y mandada a los fosos del olvido, mientras que las mejores influencias se han dejado sentir por aquí y por allá ¿cuál sería el problema de recibir su aroma? Búsquese una idea cualquiera y se encontrará siempre, de manera invariable algún antecedente cosa que, por cierto, me resulta profundamente normal. Sin embargo, dígasele a fulanito de tal que se percibe en su obra la influencia de sutanito y los siguiente que sucederá es que fulanito nos mandará a buscar la influencia de nuestra señora madre ya que seguramente se sentirá insultado.
Desde luego hay otros más vivos (o más brutos, según se quiera ver) que cuando les pregunta sobre sus grandes influencias contestan cosas como León Tolstoi u Octavio Paz. En ese caso lo que sigue es leer la obra del entrevistado para saber a qué atenerse con respecto al intelecto del declarante..
Es obvio (tan obvio que preocupa que se siga dicutiendo) que ninguna influencia puede ser mala por sí misma. Que si un señor nos hizo el favor de hacer bien las cosas para luego morir, tendríamos que ser muy brutos para no tomar su ejemplo. Es por ello que a partir de este momento me declaro públicamente influenciable y lo invito a que haga lo mismo. Ahora que si usted cede a los encantos de Jorge Ortiz de Pinedo será muy su problema.