miércoles, 21 de julio de 2010

De formas y fondos (El Financiero 1997)

El problema con este país -según yo- es que todo mundo apuesta por el fondo y no por la forma, cuándo es precisamente ésta última la que prevalece en la toma de decisiones de los mexicanos. A la gente -usemos un ejemplo exótico- le gustaría mucho más ver la foto de un candidato disfrazado de mariposita, que analizar su propuesta económica (aunque bien mirado el asunto, debe ser una foto notable). Los publicistas lo saben bien; no importa que el producto que desean vender sea una porquería y saque hongos en la entrepierna después de todo: ¿quién lee las recomendaciones de uso? Lo que realmente rifa es si el producto en cuestión nos deja una apariencia de hombres decididos capaces de sellar un negociazo para luego subir al Concorde y meterse a la cama con una mujer despampanante que se derrite nomás de olerlo a uno... forma señoras y señores.
Es el signo de los tiempos; lo que no le debería importar a nadie es lo que realmente importa. Ahí tenemos fotos de princesas encueradas o llamadas que son interferidas en las que señores que le decían palabrotas al éter son presentadas en cadena nacional. Ahí está el Reforma, presentando una foro de Raúl Salinas sentado en un yate con cara de pasárselo a toda madre, probablemente porque tiene sentada encima en posición de decúbito dorsal a una señora que hoy es su mortal enemiga. Ahí están las Patis Chapoyes y las Shanikes derramando lo que intelectualmente pueden (que es equivalente, usemos términos informáticos, a los bits que caben en un transistor) y en competencia con un programa sobre análisis de la oferta electoral ¿quién tendrá más televidentes?.
Y por ahí empieza la opereta, porque a mí me resulta elemental que si uno va a asistir a una cena con la crema y nata de la intelectualidad, tiene que machetearse a Proust y llevar preparado un discurso sobre lo que se piensa gastar en tubas para la sinfónica. Si el destinatario es el público estudiantil, entonces hay que saber cuantos aprueban, cuántos reprueban y quién se sienta en la fila de los burros. Sin embargo, en las próximas elecciones los que cortan el chicharrón y son mayoría se abanican en las tubas de la sinfónica y les vale un pito los índices de deserción ya que forman parte de ellos. Todo aquel que hable de la madurez política del pueblo mexicano simple y llanamente no sabe lo que está diciendo. Esa, mi querido lector, es la cruda realidad y lamento decirlo con esos aires de suficiencia, pero estoy seguro que en esta ciudad y en estos tiempos, la India María tiene más taquilla que un análisis de Lorenzo Meyer ( y esto lo digo con respeto para el maestro Meyer y también para la India María)
En consecuencia me parece que todo aquello que hagan los candidatos para llamar la atención tiene ése sentido; si se trepan a un caballo con riesgo de que les salgan juanetes en las nalgas nomás para que vean que son charros, si cargan niños que huelen a popó, si cantan boleros o declaran que quieren mucho a su mujer, todo ello deberá ser interpretado en el contexto del votante promedio para el que va dirigida la cabalgata (en algunos casos con saldos trágicos como el caso de Del Mazo que no supo meter un boleto en los torniquetes del Metro). Yo pregunto: ¿cuánto se ha discutido en los medios la propuesta específica de cada candidato? la respuesta es paupérrima, pero es también explicable: se trata de ganar no de convencer a la clase ilustrada, que por cierto está haciendo análisis medio mamonsones.
Así las cosas no queda más que esperar que los candidatos bailen la zandunga, revitalicen su relación con el pueblo, coman sopa de cabellitos de elote sin que les ganen los ascos y se sigan dando hasta con la cubeta hurgando entre las tinieblas del pasado de sus adversarios.
No recuerdo quién, pero alguien que seguramente era muy listo dijo una vez: La política es el arte de lograr que la gente no se meta en lo que sí le importa... Desgraciadamente, tenía razón