miércoles, 23 de junio de 2010

La caja idiota (Etcétera 2009)

Dentro de los primeros recuerdos que guardo de una televisión se encuentran los cincuenta watts que recibía cada que intentaba cambiar el canal ya que al aparato le faltaba una perilla y daba unos toques que me dejaban el dedo negro. Por supuesto no había control remoto y dado que la televisión era de bulbos, tardaba una era geológica en prenderse. En la noche se acababa la programación por lo que aparecían unas rayas multicolores cuya función siempre ignoré. Las series eran de una precariedad ejemplar, particularmente las nacionales en las que uno podía observar sin ningún problema como los árboles de la escenografía se movían porque eran de cartón y no de madera.
Los tiempos han cambiado y hoy todo aquel que quiera ser feliz, debe tener una tele más grande que mis malos pensamientos, con pantalla plana y capaz de albergar todos los canales del planeta entre los que se encuentran propuestas tan fascinantes como el que emite desde Xalapa o la televisión gallega. La televisión es una fuente hipnótica que atrapa moscas tendiendo redes sutiles y a veces no tan sutiles. Mi hijo, el niño Frijol, ha empleado más tiempo de su vida frente a Bob Esponja que ante cualquier cuadro docente y cualquier recomendación crítica sobre la pertinencia de realizar otra actividad es recibida como se recibe una plaga de langostas.
Entiendo que este número se dedica de manera monográfica a este invento de la humanidad y se me pide mi opinión que –anticipo -.será apocalíptica.
Los pioneros de esta madre entendieron lo que hay que entender desde el inicio; la televisión es un negocio y no un esfuerzo educativo. Con ello en mente identificaron también que la enorme mayoría de los televidentes son pendejísimos y en consecuencia, generaron propuestas para saciar este apetito por la imbecilidad. Se argumentará que hay excepciones; efectivamente las hay, pero son eso excepciones por lo que siempre es mejor concentrarse en las reglas. Con fines analíticos y por un prurito científico me concentré en la programación de hoy lunes en el canal de las estrellas ya que entiendo que es el de más alta audiencia y me encontré lo siguiente:
Se trasmiten ocho telenovelas, algunas de nombres escalofriantes como “Hasta que el dinero no separe” y “Alma de hierro”. No puedo opinar profundamente ya que no las he visto pero en los cortos de alguna de ellas sale una niña disfrazada como la Chilindrina que se llama “Patito” (¿Patito? Se pregunta dentro de mí eso que se llama sentido del ridículo). Está también el gustado programa “Hoy” con la participación de los filósofos Raúl Araiza y una señora que se llama Andrea Legarreta a la que alguien le extirpó el gen del sentido de la moda. En este caso la esencia del programa gira alrededor de “chismes de famosos” y entonces uno encuentra cosas como “captamos a Fulanito muy alegre en un bar” que traducido al español es que se caía de pedo. Otra nota puede ser “molestaron a Sutanita las declaraciones de Menganita”. Aquí la traducción es que la una mandó a chingar a su madre a la otra por andar opinando.
A esta miseria se agregan programas de concursos en los que a señoras menestoras las hacen tocar animales con los ojos vendados y la más reciente innovación, otros en los que personas comunes (“comunes” es mucho decir pero ni modo) se asocian con artistas para contar chistes, cantar o bailar en un espectáculo de lesa humanidad.
Existe también la barra de películas en las que se nos asestan los fines de semana filmes que se estrenaron en 1954, en el mejor de los casos o las andanzas de la India María arriba de un burro. Los noticieros tienen la misma imparcialidad de un candidato vendido y trasmiten las noticias que consideran no lesionan sus propios intereses por lo que tampoco son –como podría pensarse ingenuamente- una opción informativa cabal.
Ante este panorama no hay más remedio que reconocer que la televisión es una fuente infinita de miseria intelectual que se adoba día con día con las preferencias de los televidentes que se refugian en ella “para soñar” como dice la gente imbécil.
Menudos sueños.