miércoles, 26 de mayo de 2010

El regreso (El Financiero 2005)

Leo –sobresaltado- que 24 millones de estudiantes regresaron ayer a clases. Por donde se le quiera ver son un chingo y este retorno debe tener consecuencias, algunas predecibles como un meteorito y otras seguramente inimaginables. Después de todo movilizar a esa turba requiere cierta logística elemental. La primera y más conspicua derivación del inicio del ciclo de estudios, la sufrí en carne propia cuando llegué a mi hogar (que es el mío y no el suyo) y encontré un par de bultos temibles, muy parecidos a los que usa Santa Claus para llevar sus regalos a los niños. Cuando pregunté acerca de quién era el personaje de la familia que se pensaba dedicar al paracaidismo, se me explicó –como se le explica a alguien idiota- que los sacotes en lugar de juguetes o ingenios aéreos tenían útiles escolares y el asunto me pareció increíble La lista que se nos entregó oportunamente parecía el catálogo de necesidades para construir la Biblioteca de México y proponía una cantidad interminable de elementos didácticos, muchos de los cuales me dejaron como las estatuas de marfil ya que ignoro su objetivo.
No tiene usted idea, querido lector, la cantidad de cosas que contenían las bolsas del niño Frijol y la niña María, libros en inglés, en español, lápices, colores, reglas de todos tipos, que solo he visto en despachos de proyectistas y un número de gomas que sugieren cierta imbecilidad de los niños ya que tendrán que borrarlo todo.. Asumí que si mis criaturas estudiaban todo el material disponible, tendría que devenir en lumbreras irremediables. Sin embargo, también asumí que se requiere ser idiota para solicitarle tanto material a un niño que seguramente se dislocará las vértebras al cargarlo. Mi hijo al salir el día de ayer logró un notable parecido al Sherpa Tenzing el señor que escaló el Everest. Por un instante temí que cayera hacia atrás y no pudiera levantarse nunca como una tortuga Galápago.
La segunda consecuencia se vincula con algo que los entendidos llaman “la fisiología del sueño”. Me resulta de muy mala madre permitir que dos infantes se levanten durante dos meses a la hora que les dé la gana y una mañana cualquiera (la de ayer) se les obligue a despertar a horas en las que lo único que se antoja es seguir durmiendo. El aspecto de mis hijos ayer a las 6:30 de la mañana era el mismo que la de los zombies de Zahuayo.
Por supuesto una de las chingas asociadas al regreso a clases tiene que ver con el tráfico. Yo vivo muy cerca de un Kinder Montessori y durante las vacaciones lo pasé como un bendito. Sin embargo todo se fue al carajo el día de ayer ya que para salir de mi morada requiero meter un reversón y esperar a que alguna persona que no sea ojetona se apiade y me ceda el paso. Esto rara vez ocurre ya que las señoras o se van maquillando (en el mejor de los casos) o mi problema simplemente les vale madre y echan lámina. La gente –que es huevona por definición- prefiere bloquear el tránsito en lugar de caminar dos cuadras que es lo que deberían hacer. En la ruta a mi trabajo paso por dos escuelas una en Río Mixcoac y otra en Patriotismo. Como he decidido no dejarme llevar por la ira del volante tengo dos estrategias; la primera es esquivar los horarios de entrada y de salida, que es una idea sensata. La segunda es rezar una Magnífica y aguantar vara, que no es sensata pero funciona.
Todo, como puede apreciarse, son actividades independientes por completo de la entrada a la escuela donde las cosas pueden ser tan buenas o tan malas de acuerdo a la suerte. Existen maestros buenísimos y otros que son idiotas perdidos. Compañeros sensatos y otros llevados de la mala vida, por lo que la escuela es una aventura en la que uno se embarca a huevo y sin saber muy bien lo que pasará. A mis hijos les deseo suerte y a usted querido lector, le recomiendo que si compra casa revise con detalle la ubicación del centro escolar más cercano y de las viejas chotas que tienen a sus hijos como usuarios.