martes, 11 de mayo de 2010

Una sesión de ouija (Etcétera 1995)

Cuando Luis Herrera llegó con el cuento de que estaba oyendo voces todos lo mandamos a la mierda; jugábamos dominó en casa de Memo Rivera. En ese momento Roberto Garza en un alarde de imbecilidad le ahorcaba la mula de cuatros a Gerardo Gaal quién muy molesto contestó:
--Tu mamá en bicicleta.
Luis no se amilanó ante la decepcionante respuesta. Insistía en que del closet de su departamento brotaba un quejido muy lúgubre "más o menos así" decía "mjjmjjmj".
"Tu mamá en bicicleta" (again).
El juego terminó pronto por la evidente incompatibilidad entre Gerardo y Roberto que casi acaban a madrazos. Su técnica de juego era ejemplarmente mala. Si, por ejemplo, Roberto marcaba a doses, Gerardo movía la cabeza decía alguna mamada y tapaba la cara del dos-cuatro.
Como no teníamos nada que hacer y Luis seguía con la remolona, decidimos acompañarlo a su departamento. Luis vivía en Cadereyta, una callecita que se encuentra en la Colonia Condesa, detrás del Auditorio Plaza. Al pasar frente al cine, Guillermo, que siempre ha sido y será un marranazo, tuvo la luminosa idea de entrar a ver Calígula, la aprobación fue unánime, así que nos metimos a ver la película que resultó terrible: Peter O' Toole dedicó dos horas para follarse a la mitad del reparto (la otra mitad se follaba entre sí). Cuando salimos Memo hizo el siguiente comentario (el cuál, me parece, refleja íntegramente la naturaleza de su personalidad) "¿vieron que chichotas?".
LLegamos a casa de Luis, su departamento era muy extraño ya que había sido ocupado por una bailarina de flamenco que puso duela en todo el piso incluida la cocina. Las paredes estaban tapizadas con espejos de piso a techo y las lámparas eran de velas y no de focos de setenta watts. Nos dirigimos inmediatamente al armario del que salían los gemidos que oía Luis, lo abrimos y no encontramos nada anormal, salvo una orejas de mausquetero que le valieron a Luis un profundo desprestigio.
Era temprano, así que decidimos jugar a la baraja; mientras una comisión se iba por las cervezas, el resto sacamos los naipes y la dotación de churrumais necesaria.
Nos pusimos a jugar.
Después de dos horas (una de ellas en la que se discutió si tercia mataba a corrida o corrida a tercia en pokar abierto) y cuando los estragos de las cervezas empezaban a hacer efecto, un ruido nos dejó helados; venía del armario y era exactamente como Luis lo había descrito: "mjjmjjmj".
--Puta madre-- dijo Memo.
Nadie se movió, el gemido subía de tono y luego se apagaba.
--Luis abre la puerta-- sugirió en un susurro Gerardo.
--Mis nalgas-- contestó Luis.
Guillermo, que era el más borracho, propuso que nos acercáramos todos, el jalaría la manija. Eso hicimos, caminamos de puntitas, el gemido seguía. Memo se adelantó y tomó la manija con la mano, la bajó con una lentitud exasperante y abrió la puerta.
Cuando todos no preparábamos a correr descubrimos que en el interior del armario no ocurría nada anormal, inclusive Roberto, en un arrebato positivista, se dedicó a buscar una grabadora inexistente en lo que él, suponía, una broma de Luis.
Nada, el gemido había cesado.
Decidimos que tan extraordinario evento requería una respuesta. Después de breve concilio, se acordó invocar a los espíritus a través de una tabla ouija. El problema es que nadie tenía una. La solución la ofreció Gerardo que propuso llenar la mesa con papelitos en los que escribimos las letras del alfabeto y las palabras: sí, no, hola y adiós. La operación se interrumpió un momento ante la discusión de si la “ch” era o no letra del alfabeto. "¿Qué tal si el visitante nos dice Chinga tu madre?" argumentaba Memo.
Utilizamos un caballo tequilero para moverlo sobre la mesa y nos sentamos los cinco alrededor. En ese momento inició un aguacero terrible, cada relámpago reflejaba nuestras sombras que se movían en la pared por el efecto de la vela. Acordamos que Luis fuera el médium ya que en su casa es que ocurría todo. Tomó el vaso con la punta de los dedos y preguntó a las velas del techo. "¿Hay alguien ahí?". Nos quedamos sin aliento cuando el vaso se movió hacia la palabra "si".
--Puta madre-- dijo Memo.
"¿Qué le digo?" preguntó Luis. "Que se manifieste" sugirió Gerardo en un arrebato de inspiración. "¡Manifiéstate!" ordenó Luis en el momento que tronó un relámpago que nos sacó el pedo de nuestra vida.
En ese momento ocurrió un hecho notable: Roberto puso las manos sobre la mesa, los ojos en blanco y preguntó con un timbre de voz que recordaba vagamente al de Darth Vader: "¿Qué desean?" Gerardo que estaba al lado pegó un brinco, Luis soltó el vasito, Memo dijo "puta madre" y yo no salí corriendo nomás porque estaba trabado de miedo. Roberto seguía pelando los ojos.
Luis ensayó:
--¿Quién eres?
--Benito-- dijo la voz.
Nos miramos con desconcierto; ¿Mussolini? ¿Camelo? ¿El Benemérito? ¿Cuál Benito? Se lo preguntamos, la respuesta brotó de los labios de Roberto: "Benito Terán Parada".
El nombre, pese a sus virtudes para el albur, no le sonaba a nadie. "¿Y qué deseas?" preguntó Luis. "Necesito su ayuda" respondió la voz, "exactamente hace cincuenta años, escondí bajo la duela del armario una carta, es preciso que la encuentren y la destruyan".
Otro trueno.
"¿Por qué Benito?, ¿por qué quieres que la destruyamos?" Preguntó Luis que estaba entrando en confianza. "Porque mientras siga ahí no podré morir. La carta detalla la enorme infamia que cometí con la que era mi esposa. Injustamente, la acusé de pervertir su cuerpo en placeres inconfesables... es por eso que la maté". En el momento que Benito decías esas terribles palabras entró un aironazo que apagó las velas. "¡Hijodesuputamadre!" gritó Memo y botó la mesa. Gerardo sacó su cricket y volvió a prender las velas, la escena era diferente; Luis estaba abajo del sofá, Guillermo en la cocina blandiendo una escoba, un servidor en el suelo a consecuencia de un escobazo que el imbécil de Guillermo me había atizado en medio de la confusión. Sólo Roberto seguía sentado sin inmutarse "muchachos, por favor, ¡la carta!". Fuimos todos temblando al armario, lo abrimos y empezamos a vaciarlo. Esa noche nos enteramos que además de las orejas de mausquetero, Luis tenía la edición de lujo del libro vaquero, una foto infame de Erika Buenfil (dedicada) y la colección completa de las obras de Xaviera Hollander. Abajo de la alfombra que cortamos presurosos con unas tijeras barracuda, había efectivamente una duela suelta, en su interior estaba un sobre amarillo y dentro la carta de don Benito.
Nadie se atrevió a leerla, Gerardo decidió quemarla en el fregadero de la cocina. En ese momento Roberto volvió a abrir la boca: "gracias, gracias, me han dado el descanso que necesitaba" y se desmayó.
Lo despertamos dándole a oler unas mollejas de pollo. Cuando abrió los ojos no recordaba nada, le preguntamos que como se sentía y respondió con una frase que nunca olvidaré:
--Atahualpa Yupanqui.
Toda la noche nos quedamos como pendejos tratando de descifrar lo que había sucedido, se ofrecieron las más diversas hipótesis, desde la que planteaba que todo había sido el producto de una alucinación colectiva porque los churrumais estaban descompuestos, hasta la idea de que, por un instante, habíamos entrado a la dimensión desconocida. Ninguno de nosotros quiso salir a la calle. Por la mañana nos refugiamos en la casa de Gerardo. Seguíamos discutiendo, en ese momento Roberto, que había ido a la recámara para telefonearle a su madre, entró a la sala... Venía lívido.
Cuando estábamos a punto de darle a oler más mollejas de pollo, nos contó que su madre le había avisado que su tío abuelo había muerto la noche anterior en el manicomio. "Se llamaba Benito" agregó.
Un coro unánime exclamó "¡Hijodesuputamadre!" al tiempo que se establecía el juramento sagrado de no volver a tomar.
Que algunos cumplimos y otros, no.