sábado, 1 de mayo de 2010

Thalía o memorias del desneuramiento (El Financiero 1998)

Lo primero que percibe uno de Thalía es que está bien buena y por algún misterio sensorial es también lo último. La ¿cantante? se inscribe en esa corriente arrasadora de jóvenes muy jóvenes que entraron en el mundo artístico con un aspecto físico de la mejor ley y con la aparente condición de establecer vínculos indisolubles con la estupidez. Para muestra basta el botón de la entrevista que Jesús Hernández le hizo ayer en las páginas de este periódico. Veamos algunos indicadores:
A la notable pregunta respecto a la posibilidad de producir lencería para las clases populares, Thalía contestó que el producto se vendía como pan caliente y además destacó el hecho de que no son (ella se incluye desde luego) tantos ricos en México. Que Dios la perdone pero tiene razón, las recientes estadísticas hablan de 40 millones de mexicanos que viven en pobreza y 14 millones por debajo de la línea de pobreza extrema. Por supuesto la preocupación de estos compatriotas no es comprar los calzones que vende Thalía. Posteriormente se le inquirió acerca de su visita a Indonesia donde su popularidad es muy alta, la cantante relató que vino un avión con los cónsules y el “señor de educación” a conocerla y a contarle que un chingamadral (la vulgaridad es mía) de indoneses la ven todas las noches y que sólo se habla de ella y de Mahoma, además que cuándo les habló en español a los notables indoneses, éstos se quedaron muy extrañados y que eso es muy bonito. Bien, si efectivamente vino el ministro a ver a Thalía, podemos entonces explicarnos la tasa de 25% de analfabetismo que tienen los indoneses, la misma variable probablemente explique también porque les gusta tanto la cantante (repito: está buena, no da clases de filosofía). El siguiente paso es imaginarse la calles de Jakarta y a Mahoma y a Thalía siendo recordados por la gente y finalmente tratar de descifrar porque Thalía encuentra bonito que unos señores que la vienen a ver no entiendan un carajo de lo que dice.
La entrevista avanza hacia el peligrosísimo terreno de la política en el que Thalía se desempeña solventemente como lo demuestra la declaración de que tuvo la maravilla de conocer (bíblicamente) al hijo del “gran presidente Díaz Ordáz” (las comillas no pueden ser más que dignas hijas de Thalía) y a través de él conoció mucho de política (no se sabe si el aprendizaje tiene que ver con instrucciones para masacrar o simplemente la mejor manera de ligarse a una folklórica). Luego habla de que su padre era un hombre cultísimo que aparece en la Enciclopedia Británica (cuya probable y única omisión fue no transferir ése tesoro cultural a sus descendientes).
Posteriormente Thalía habla de “su México” (¿por qué les dará por apropiarse del país?) y dice que su público oscila entre niños muy pequeñitos hasta abuelitos y que la ven como si fuera parte de su familia; la hija, la hermana , la novia y que cuando va en la calle lo máximo que le puede decir alguien es “qué Dios te bendiga”. En este caso hay un pequeño error conceptual. Seguramente la ¿actriz? no se ha dado cuenta que sus admiradores se encuentran en el rango que los especialistas definen como de capacidad para el ejercicio sexual y que si un señor la mira atentamente, lo menos que está pensando es que le gustaría tener una hija así. En cuanto a lo que le dicen en la calle, probablemente se deba a que Thalía no ha circulado lo suficiente ya que lo máximo que le puede decir un albañil, por ejemplo, es mucho menos sacro de lo que piensa.
El cierre monumental está dado por las pláticas de Thalía con Dios las cuáles “son maravillosas” (aquí hay que pensar en los temas que elige Dios para hablar con ésta su sierva). En ésas pláticas Thalía le cuenta a Dios que tuvo un mal pensamiento (que en su caso podría ser un pensamiento inteligente) o que le contestó mal a alguien.
Después de la entrevista y ante la popularidad de Talhía uno se queda con la sensación de que algo anda mal en México o en Indonesia (o quizá con Dios).