lunes, 22 de marzo de 2010

¿Qué le pasó al Centro? (EL Financiero 1993)

Todos los días a partir del 15 de julio ha sido necesario que asista al centro de la ciudad para cumplir un trabajo. Exactamente a las nueve de la mañana, encamino mis pasos hacia el metro Miguel Angel de Quevedo y me trepo con rumbo a los Indios Verdes. La temperatura en el interior del carro debe se la misma que la que se necesita para derretir al tungsteno. El vagón es asaltado por gente que vende "tupsi de a peso" o que canta De colores acompañado por una guitarra con cuerdas de metal. El transbordo es en Hidalgo, una marea humana tomar por asalto el andén en dirección Tasqueña, allí hay que ponerse águila o a uno se lo lleva la tiznada, porque sale una cantidad de gente inimaginable del vagón. La bajada es en el Zócalo donde al salir por las escaleras que llevan a la gran plaza hay un olor que se mastica.

Una de las primeras cosas que llaman la atención al caminar por el centro es la cantidad de puestos y las eternas obras de reparación que dejan como polvorón a los caminantes. Se vende absolutamente todo; hay pilas, relojes, radios, supongo que hasta porcelana china. El detalle siniestro está dado por las patas de pollo, una especie de "snack" que se vende en cucuruchos de papel, y los tacos de algún animal cuyo cráneo descansa en la mesa, supongo que como evidencia de que no son de perro. No se puede caminar. Al atravesar las calles los taxistas, que son unos jijos de su tiznada madre, le avientan a uno el carro. Se siente horrible. La Plaza de la Constitución ha sido invadida por un número considerable de manifestantes que se instalan en tiendas de campaña de plástico. Hay pequeños cubículos que funcionan como baños (ignoro si hicieron un hoyo en el piso, aunque parece que no). Desde luego supongo que esta gente se encuentra allí protestando por alguna injusticia que el gobierno o algún empresariete (qué raro) cometió y podría parecer una frivolidad criticarla, pero ni modo, hay que decirlo, es terrible. Otra forma de protesta son las manifestaciones,los motivos son de lo más diverso y las consignas que se gritan son de una variedad extraordinaria. Hay mirones, paleros y manifestantes reales, hace poco una turba de viejas chirimoleras se plantó afuera del edificio en el que me encontraba. José Mateo y yo nos asomamos por la ventana y una gorda inició la siguiente consigna: "a, e-sos, mi-rones, les faltan, panta-lones". Cerramos la cortina.

Nadie en pleno uso de sus facultades mentales puede apoyar este deterioro. El centro debería ser un lugar al que se va con gusto y no con el corazón oprimido. No se trata, desde luego, de meter tanques y sacar a la gente o de prohibir las manifestaciones. Hay que ofrecer opciones y esa es una responsabilidad del gobierno. Que se reubique a los ambulantes (a los que venden patas de pollo no), que se dialogue con los manifestantes (con las viejas chirimoleras no) y que se genere mayor justicia para que la gente no tenga que hacer su camping enfrente de palacio, a costa suya (estoy seguro) y de la pituitaria de los transeúntes. Que a los taxistas se les haga manita de puerco cada vez que se lleven un cristiano. Así lo espero. Invito desde esta modesta tribuna a todos aquellos interesados en el destino del primer cuadro a que manifiesten sus inquietudes en una asociación de "amigos del centro histórico" en la que seguramente se anotará algún loro huasteco como presidenta y que, desde luego, logrará más que lo que un servidor con este pequeño desahogo.