miércoles, 6 de enero de 2010

Dios mío (El Financiero 2004)

He dicho ya en muchas ocasiones que soy un televidente con cierto grado de adicción. Normalmente en la noche me despatarro en la cama y empieza la titánica labor de hallar algo interesante y digo titánica porque entre las variadas opciones se cuentan programas en que un grupo de imbéciles corretean a los famosos para exasperarlos, hay otro donde pasan películas de la India María y está también el canal del congreso, que es tan ameno como una charla con mi tía Eustaquia.
De hecho el otro día se me fue el sueño pues sintonicé un programa conducido por Jorge Ortiz de Pinedo en el que se simula una escuela y todos hablan como idiotas mientras se dan reglazos. Mi conclusión es que no tenemos remedio, cosa que confirmé cuando el señor De Pinedo declaró muy orgulloso que es una especie de pionero de la comedia mexicana y tiene muy altos puntos de rating.
Dentro del ramillete de opciones se cuenta big brother, esa madre diseñada por un hombre que considero imbécil y que por pura paradoja parece que es listísimo. Porque hay que ser listo para diseñar el programa y luego forrarse de millones a costa de la avidez voyeurista de la gente bruta. De hecho, me entero que el fenómeno es global y que la réplica de esta porquería pasa en varios países lo que nos muestra que la estupidez es un bien compartido sin distinción de nacionalidades ni credos.
El formato del programa es notable; se meten diez o doce personas en una casa a huevonear y de cuando en cuando pasar pruebas diseñadas por el doctor Mengele, consistentes en meterse en un coche o tirarse al agua en calzones. Entiendo que la primera prueba que tuvieron que pasar fue la de “acampar” mientras eran maltratados por un señor que es militar, supongo que se necesita ser idiota para aceptar una cosa así, pero el hecho es que todos se disfrazaron de soldados y aceptaron gustosos el reto.
La idea se complementa con hacer que personajes “famosos” (en su casa los conocen) sean los protagonistas. Entonces uno puede ver cosas tan interesantes como a un señor lavándose los dientes, otro que se asolea en una hamaca o a un grupo de viejas chotas discutiendo si las inyecciones en los labios son o no peligrosas.
El elenco es escogido supongo que siguiendo un criterio de interés público; siempre hay una o dos buenonas que enseñan el chicharrón, hay galanes de torso inapelable, dos o tres señores que se supone son cómicos y algún personaje misceláneo que nadie conoce y que invariablemente es el primero en salir.
Es cuestión de tiempo para que la cosa se ponga grotesca, las buenonas a los tres días ya parecen las mamás del muerto porque se dejaron de acicalar, los galanes se ponen de un humor de la tiznada y los pleitos arrecian por asuntos profundísimos, en los que los protagonistas nos muestran un montón de cosas, la más conspicua es que no acabaron la primaria.
Vienen las nominaciones y el grupo empieza ser reducido como en la canción de los perritos. La gente idiota habla para evitar que salga su favorito y los expulsados siempre salen con muy buena cara a recibir la derrota como si les diera un gusto enorme. En la ceremonia alusiva son recibidos por los seres queridos y lloran generando un espectáculo muy emotivo y por demás lamentable.
En la última versión se ha armado la polémica porque el señor Kahwagi, diputado federal y líder del partido verde en la cámara decidió entrar. A mí el asunto no me produce ninguna estupefacción y sí por el contrario me parece normal y congruente. Lo que me parecería extraordinario es que el diputado ofreciera una sola idea en el ámbito legislativo, es por ello que considero muy adecuada su decisión de entrar a la casa. Ello tiene la ventaja de que así evito escucharlo o verlo durante unas semanitas con la sola técnica de apagar la televisión y ello nunca dejaré de agradecerlo.