viernes, 13 de agosto de 2010

Incomprensibles (El Financiero 2001)

Este no es necesariamente el más lógico de los mundos y ésa es una verdad con la que lidiamos día con día y que se manifiesta en asuntos tan elementales como el hecho de ver la forma en la que se viste un torero; una especie de pantalones como los que usaban las damas en los sesenta que de tan apretados gangrenan las partes prudentes, una corbatita negra de mesero de taquería, un sombrero (“montera” llaman los entendidos) que parece un pambazo de milanesa, unas medias rosas y unas zapatillas que podrían ser las de la protagonista de Giselle, todo ello coronado por un chaleco cuatro tallas menor al que le correspondería al matador. El atuendo, desde luego, va mediado por las lentejuelas y los colores que pueden ser un delirio. Se me podrá decir que el asunto es una tradición, a lo que replicaría que también lo era ponerse peluca y nadie en su sano juicio lo hace más (a menos que sea un calvo con baja autoestima).
El hecho de que haya cosas que yo no entiendo puede tener varios significados; el más obvio es que soy un pendejo, aunque me otorgo –faltaba más- el beneficio de la duda y confieso que no entiendo, por ejemplo, lo que significa la miscelánea fiscal (me suena a una tienda en la que venden la forma SHCP001-7) o –como ya lo he advertido- el funcionamiento de un aparatito que parece una caja de galletas y que es pulsado por un señor en los juzgados gringos mientras O. J. Simpson aclara que es una víctima de las circunstancias. El producto se llama versión estenográfica y no tengo la menor idea de si existe alguna diferencia con una transcripción literal.
No comprendo tampoco el principio de la ley de amparo. Está uno (y el mundo) convencido de que fulanito de tal es un verdadero criminal, que se clavó la lana o que estafó a la nación. Lo siguiente que se lee es que tal señor, es decir el criminal, obtuvo un amparo del juez X y que por lo tanto ya no lo pueden meter al bote. Los amparos son el antídoto ideal para burdeles y restaurantes fuera de la ley. Espero al respecto una explicación.
Una fuente de misterios se basa en los noticieros de la madrugada; son las tres de la mañana y la punzada del insomnio aparece, entonces, si uno se dirige al canal adecuado encontrará un señor de corbata que en lugar de la cara de abotagamiento propia de tales horas, nos regala una sonrisa y pasa a informar que un grupo de palestinos apedrearon a soldados israelíes o que los seleccionados nacionales confían en mejorar su desempeño antes de que los apedreados por la turba sean ellos. Y digo yo ¿hay alguien que sienta la imperiosa necesidad de revisar las noticias a esas horas del señor? ¿el programa ha sido diseñado para el honorable gremio de los veladores? ¿los anunciantes se pelean a cachetadas el espacio? ¿sale más barato no apagar la luz y volverla a prender que seguir transmitiendo? Confieso que me sobran preguntas y me faltan respuestas.
¿Por qué hay una Biblia al lado del menú del restaurante en el cajón del buró del hotel? Me imagino que los dueños consideran que el que viaja es un pecador en potencia y que la lectura del buen libro nos hará el favor de sustraernos del mal. El problema es que no hay opciones para ateos, que bien podrían ser los teléfonos de las muchachas o muchachos que por una corta iniciarán al paseante en los misterios del pecado carnal. Tampoco hay opciones para religiones alternativas lo que parecería un acto discriminatorio del que desde luego no me quejo, nomás lo señalo.
No sé qué es un browser ni tengo idea de lo que significa la palabra modem e ignoro el principio a través del cual las moscas se espantan ante una bolsa de plástico llena de agua. Confesé ya que no entiendo el cuento del dinosaurio, escrito por Monterroso. El problema de todo lo anterior es que nadie se acerca a mí con intenciones didácticas, lo que me deja con la penosa opción de seguir luciendo (¡ay!) como un badulaque.

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