sábado, 28 de agosto de 2010

De fiesta (La Mosca 1996)

Esta es una revista para jóvenes y yo no lo soy. Fernando Savater advierte (con mucha sabiduría, creo) sobre los peligros que existen en que alguien ya rucón quiera pasar parecerse a los chavos (o “niños”. como dicen los adolescentes mamones). Sin embargo, creo que mi óptica -que es la de un espectador- puede dar para algunos artículos y por eso estoy aquí... que sea lo que Dios quiera.
Hace unos días fui a una fiesta en la que las tres cuartas partes de los asistentes eran significativamente menores que yo, situación que me motivó a quedarme como las estatuas de marfil observando como antropólogo social. Lo primero que llamó mi atención, fue la figura de un muchacho de colita y vestido como el yoga Maharishi Rujaputra, que bailaba con una chaparrita mientras se hacían caras mamoncísimas consistentes en alzar las cejas, poner boquita de atún o menear las manitas como las meneaba Mary Poppins. “Pobres” pensé e inmediatamente trasladé mi atención a unos que bailaban quebradita...
Me sentí un anciano.
El baile consistía en que ambos introdujeran la rodilla respectiva en la zona que los anatomistas llaman urogenital y contonearse como los barcos en alta mar. Varias fueron mis sorpresas: la primera, es que el muchacho no quedó estéril indeleblemente y que su cara nunca delató esa mirada tan significativa que la gente pone cuando le aprietan un huevo; la segunda sorpresa consistió en algo que sólo es sorprendente dada mi avanzada edad. Si alguien de mis tiempos hubiera bailado de esa forma, el siguiente paso de una secuencia lógica sería la cama, el altar o de perdida el coche. Sin embargo, este par de jóvenes se despidieron a las tres de la mañana como alguien que se despide de una tía.
Otro hecho notable fue la música: en algún momento prefigurado, se puso a cantar una vieja que no sé quién era y entonces los asistentes iniciaron una estrategia de baile que me pareció insólita y que consistió en moverse sincronizadamente en todas las direcciones cardinales (y no era la mamadencia esa de La Macarena).
Una sorpresa más fueron las luces; por algún misterio óptico que no pude descifrar, las luces que se instalaron tuvieron -por lo menos en mi humilde persona- el efecto de la disminución de la memoria a corto plazo y la pérdida de la facultad del equilibrio, deficiencias que se manifestaron cuando en la penumbra me intenté comer una marina y la estrellé en mi cachete.
La última edición de mi sorpresa se manifestó por medio de los pedotes, no porque yo crea que toda fiesta que se respete no debe tener un pedote que cometa desmanes y le meta mano a la mamá del anfitrión, sino porque los borrachos de esta fiesta tuvieron un comportamiento errático que consistió en: a) orinarse en la azaleas del jardín; b) cantar esa de “ingrataaa, no me digas que me quiereees” interpretada por una enanito calvo de voz esaclofriante y c) despedirse con abrazos de diputado federal.
Cuando salí del reventón me sentí veinte años más viejo pero con la clara sensación de que el asunto valió la pena lo que no deja de ser una paradoja que llevaré a mi próxima visita al psicoanalista.

1 comentario:

Marian!! dijo...

jajajajaja este análisis lo hace no un hombre con "edad avanzada" como dices, sino un hombre con profunda forma de analizar la cotidianidad, un beso .. ok, tres.