sábado, 3 de julio de 2010

Las disculpas (El Financiero 2005) ¿Se acuerdan de este sainete?

Alguna vez cuando era infante, fui –a rastras- a casa del niño Juanito que era un verdadero hijo de la chingada. Mis padres me obligaban a convivir con él por motivos misteriosos ya que el infante era la reencarnación del conde Drácula. Aquella ocasión en el sorprendente lapso de 60 minutos Juanito logró las siguientes proezas: a) hizo mierda el vidrio delantero del auto de su señor padre por medio de un certero ladrillazo, b) torturó a una lagartija, c) se clavó 10 pesos (un Potosí) de la bolsa de su señora madre, d) le dio un balonazo en los testículos a un señor que era jardinero y e) me clavó un tubo de vidrio proveniente de su juego de química debajo de la lengua. La visión se me nubló y empecé a escupir pedazos de vidrio y tejido epitelial mientras la madre robada (que era muy pendeja) en lugar de llevarme al hospital, que era lo que correspondía, se puso a gritarle al niño “¡discúlpate! ¡discúlpate!”. Por supuesto para mí las pinches disculpas tenían la misma relevancia que el número de Avogadro. Sin embargo, lo notable nada tenía que ver con la estupidez congénita de la señora Juanito, sino con la respuesta que recibió de parte de su hijo: “ni madre” –dijo- con dignidad imperial dio la vuelta y se fue.
Hoy, a la luz de los años y con media lengua menos, descubro con sorpresa que estoy dispuesto a suscribir la negativa a disculparse de Juanito ya que me parece que el asunto de exigirla es completamente imbécil y me dispongo a documentar mi dicho en las siguientes líneas, querido lector.
Normalmente quién pide la satisfacción es alguien que está muy molesto por alguna razón definida, es frecuente también que el causante del agravio se niegue a hacerlo y si lo hace será con la boca chueca porque a nadie le gusta que lo anden acosando para echarle en cara sus errores. En consecuencia la disculpa acaba siendo un acto de mediación hipócrita en el que la parte ofendida recibe éter y la parte agresora no siente lo que expresa, pero en fin. En mi boda, por ejemplo, un amigo muy querido se orinó en los rododendros, al percatarme lo menos que se me ocurrió fue exigirle una satisfacción (asunto poco práctico y eficiente) lo que hice fue sacarlo a orinar a la calle y santas pascuas. Por todo lo anterior es que me parece notabilísima la más reciente disputa entre México y Venezuela.
En primer lugar está el tema de la piel sensible; el hecho de que un señor que a las leguas se ve que es muy ignorante, le diga a nuestro presidente “cachorro del imperio”, no solo es cursi, sino que me da poco menos que lo mismo. En cambio, la reacción de nuestro gobierno es ejemplarmente inepta; primero, no se reconoce que el ciudadano Fox lanzó la primera piedra, segundo, se argumenta histéricamente acerca de “un insulto al pueblo de México” (yo honestamente no me di por aludido), tercero, en lugar de mandar traer al embajador venezolano y decirle “haga favor de decirle a su presidente que no se lleve”, se exige una disculpa que cualquier idiota sabe que no llegará y posteriormente se logra el prodigio de que nos envíen doblemente al carajo mandándonos decir que ya podemos esperar sentados. El hecho de dar plazos perentorios de amenazar bravuconamente para luego recular, no son más que un par de botones de muestra de lo inútiles que somos para estas cosas.
¿Quién toma estas decisiones? ¿Quién las suscribe? En cinco años hemos logrado el prodigio de apestar relaciones con tres países y no lograr ni una migaja migratoria. Todo –me parece- por no seguir el precepto histórico de la política exterior mexicana que supone, de manera básica, no meterse en lo que no le importa a uno.
El asunto de la disculpa ya devino en vodevil y día con día las posiciones de los dos gobiernos reflejan la misma madurez con la que cuenta mi hijo, el niño Frijol, nomás que él tiene nueve años y es un poquito más listo que los talentos cazados para nuestra fatalidad por los head hunters a principios del sexenio.

3 comentarios:

Antonio Martínez dijo...

Pero ¿Disculpa es sinònimo de perdòn? creo que no. Disculpa es que le quiten a uno la culpa.

Antonio Martínez dijo...

Serìa bueno que también incluyera lo que escribió en "la Mosca".

Fedro Carlos Guillén dijo...

muchas gracias, subiremos de la mosca