lunes, 31 de mayo de 2010

Diario de un extraterrestre 2/3 (El Financiero 2004)

Le contaba la semana pasada, querido lector, de mi periplo disneylándico en compañía de los míos, y la escena se situaba en el preciso momento de llegar a San Diego ignorando la dirección del hotel ni su teléfono lo que se convirtió en un problema medianamente complejo que pudimos resolver en la digna compañía de un señor que era taxista, proveniente de un lejano país africano y que nos cobró tan solo 25 dólares por el logro.
Sin embargo, lo primero que llamó mi atención no fue el chofer negro, ni nuestra imbecilidad y falta de previsión, sino la asepsia gringa contra el dañino hábito del cigarro. Cuando llegué al aeropuerto de San Diego, llevaba ya algo así como 5 horas sin fumarme uno y como se sabe perfectamente los adictos somos personas peligrosas cuando se nos sustrae del vicio. Es por ello que al arribar y pasar la aduana, salí como alma que lleva el diablo a la primera puerta a la calle que encontré y leí el siguiente letrero: “Prohibido fumar a una distancia menor a veinte pies de la puerta de este aeropuerto, el cigarro daña la salud y es fuente de la miseria humana” (este último es un agregado editorial de un servidor que le da más fuerza a la idea). Por supuesto el asunto representaba problemas, el primero tiene que ver con que los hijos del sistema métrico decimal no poseemos una tabla mental que nos indique qué carajo es un pie. Suponiendo, sin conceder, que tres pies representen un metro, el asunto estaba de la chingada, porque si uno se alejaba en dirección lateral se llegaba a otra puerta con la misma leyenda y si se elegía la línea recta se podía fumar finalmente pero con el riesgo de un autobús lleno de turistas me llevara a la chingada porque la distancia llegaba a la mitad del arroyo vehicular.
Lo anterior es una muestra de la hostilidad manifiesta que se tiene hacia personas como yo que somos débiles y viciosos. Es la guerra abierta y deliberada contra un grupo de gente notablemente inocua (nunca he conocido a un fumador que se suba a un coche después de fumarse siete cigarros y atropelle a la gente como los borrachos) y que además paga una cantidad estúpida de impuestos asociados a la compra de tabaco.
Como soy un optimista irredento (o probablemente un imbécil) quise pensar que la escena del aeropuerto era una excepción pero no la regla y llegué al hotel solo para confirmar que el asunto era el mismo y que la cruzada en contra nuestra se extendía por todo el bellísimo estado de California. Se me advirtió que fumar en el cuarto (mi cuarto) o en cualquier lugar cerrado era sujeto de una sanción, que había una especie de máquinas inteligentes que detectaban violaciones a la norma y que la consecuencia de violarla sería no solo el papelón, sino una multa que me dejaría ciego. Lo anterior supuso que un hombre devastado por su día de paseo (ya le contaré) llegara a su cuarto a las 11 de la noche se sirviera un wisqui, sacara una novela y tuviera que salir en calzones y al frío de la madrugada para fumarse un cigarro que no podía retener en los dedos porque temblaba de frío.
En lugares como Disneylandia (¿puede haber un espacio más abierto que ése?) se asignaban áreas específicas para fumar; eran tres en quinientas hectáreas. Una especie de cuartos de leprosos donde la gente se metía a fumar compulsivamente. La fauna que vi en esos espacios (hay que decirlo) no se componía de gringas buenotas, ni de señores atléticos. No, era puro gordo de barba y con facha de desecho de guerra. Uno de ellos me dijo que era veterano que tenía un amigo en el bote y ya no pudo seguir la charla porque salí pitando mientras pensaba “soy un desadaptado social”. Probablemente esta desadaptación tenga alguna carga genética ya que en la noche y antes de salir a mi terraza (donde había una gringa chupando de una botella envuelta en papel de estraza) escuché que María mi hija le decía al niño frijol: “¡Fedro, no te hagas pipí en la tina!” y entonces me quedé más tranquilo ante nuestra enorme fuerza de rebelión.

sábado, 29 de mayo de 2010

Diario de un extraterrestre I/3 (El Financiero 2004)

Escribo estas líneas sobre una mesa que alguna vez fue tabla de surf mientras me tomo una cerveza y miro al tercera base de los yanquis tirar a segunda para sacar holgadamente a un gordo –rápido como un caracol- que se llama Bengie Molina y juega para los ángeles de California. La escena que describo transcurre en el aeropuerto de Los Ángeles mientras espero el avión que me llevará de regreso a la muy noble y leal ciudad de México ¿cómo llegué aquí? Permítame compartirlo con usted querido lector.
Esta historia inició hace años cuando por un insondable misterio cerebral decidí que era momento de que mis hijos (la niña María y el niño frijol) conocieran a Mickey, Donald, Pluto y el resto de la fauna disneylándica. A partir de ese momento inició una batalla argumental entre mi prole y un servidor; ellos insistiendo en la necesidad imperativa de visitar Disneylandia, mientras yo insistía, a mi vez, en hacerme pendejo. Sin embargo, este año agoté mis alternativas y cedí resignado (igual que se resigna un natural de Florida al huracán por venir).
Una pertinente aclaración, querido lector; mi resistencia a visitar estos lares nada tiene que ver con pretensiones intelectuales, ni con la sensación de ser sometido por las garras del imperio. Nunca se me ha ocurrido formar a mis hijos en la onda alternativa que ubica a Disney como uno de los cuatro jinetes del Apocalipsis cuya principal misión es dejar a la gente imbécil. No, mi resistencia se basaba en razones de orden práctico; meterme en un lugar de 500 hectáreas a una temperatura de cuarenta grados arreando niños y con la inapreciable compañía del osito Pooh se me antojaba tanto como una patada en los testículos (dicho sea con todo respeto).
Existe un factor agravante que con el paso de los años se ha convertido en un lastre de proporciones inconmensurables que arrastro como Pedro Infante arrastraba la negrura de su señora madre en “Angelitos negros”. Usted no está para saberlo pero yo (siento el escalofrío del que confiesa un crímen) fui a Disneylandia con Chabelo, el amigo de todos los niños allá por el cretácico. ¿Por qué razón? Misterio
Recuerdo que el vieja fue escalofriante y plagado de niños malhora que la mitad del tiempo se dedicó a chingarse entre sí y la otra mitad a chingar a una viejita que iba en el tour y que era el clon de la mamá parapléjica de Pepe el Toro. El hecho es que mi recuerdo de aquel periplo me improntó y decidí que solo a rastras iría de nuevo... y a rastras fui.
Si usted, querido lector, andaba por avenida Churubusco el sábado 14 de agosto a las 5 de la mañana, seguramente fue testigo de que un coche verde transportaba a una familia en estado de coma con rumbo al aeropuerto; éramos nosotros mentando madres ya que nunca he entendido la razón por la que uno tiene que tomar vuelos al alba “para aprovechar el día”. El caso es que llegamos al aeropuerto con anticipación suficiente no solo para tomar el avión, sino para escribir La guerra y la paz, si de eso se hubiera tratado. Hicimos una cola kilométrica y una señorita diligente nos informó que nuestro vuelo hacía escala en Mazatlán lo que supuso dos chingas: la primera, visitar el aeropuerto de tan bello destino y la segunda, enfilar a la salida nacional que se encontraba a tres kilómetros.
El avión despegó y exactamente a la altura de la carretera a Toluca pegó un brinco que me hizo envejecer veinte años y que a mis hijos les pareció muy divertido. Luego sirvieron la comida que podía ser identificada como tal porque venía en platos y acompañada de cubiertos, pero era una mierda. Aterrizamos en Mazatlán y perdimos nítidamente el tiempo durante una hora. Luego volvimos a subir al avión del que acabábamos de bajar y nos dirigimos a San Diego porque mi legítima exponía algo indescifrable en un congreso de bioquímica. Llegamos con la novedad de que a nadie se le había ocurrido obtener la dirección ni el teléfono del hotel por lo que su búsqueda nos tomó el mismo tiempo que al doctor Livingstone hallar a los nativos... pero ya le contaré.

jueves, 27 de mayo de 2010

Embellecimiento inexplicable (El Financiero 2005)

"¿Cansada de tanta rutina?, ¿sientes que traes como tres toneladas sobre tus hombros?, ¿duermes pero no descansas? y por si fuera poco, ¿tu novio te presiona para que pases más tiempo con él y tú quieres tiempo para tí en un buen Spa?" Con este fascinante cuestionario inicia la promoción de un Spa que se halla en Polanco y que aparentemente es milagroso. Las preguntas son inquietantes por varios motivos; en primer lugar no conozco a nadie al que la rutina no le canse (por eso se llama “rutina” y no “coito”). Por otro lado, el único ser humano que ha sentido tres toneladas sobre sus hombros es un ingenio de guerra llamado “Pípila” y no una vieja chota y por último, si en lugar de ver al pinche novio lo que se quiere es irse a descansar, lo mejor es mandar al carajo al susodicho o pedirle cortésmente que deje de estar chingando.
La promoción continúa explicando el tratamiento beautytek una madre que: trabaja a nivel celular para reestablecer el equilibrio energético de la persona e incluso puede, mediante un "tratamiento específico, corregir diferentes alteraciones estéticas como: flacidez, estrías, celulitis, cicatrices, reducción de grasa, mejorar humectación y elasticidad del tejido, incluyendo un lifting, en el caso del rostro, brindándole una piel luminosa, natural, con un tejido más firme y una apariencia indudablemente más joven". Lo anterior me parecería muy adecuado si uno fuera tostador y no ser humano pero ¿qué carajo es el equilibrio energético? Misterio. Tampoco es claro para mí como se puede corregir lo que no tiene remedio; estoy seguro que podría pasarme tres días disfrutando de beautytek y mi pecho (que se bambolea cuando paso un tope) seguiría el mismo principio gravitatorio discernido por nuestro padre Newton. No sé que es un lifting pero si el efecto es el de lograr una piel luminosa, me parece anómalo porque a nadie le gusta andar con una señora que tenga la cara como foco ahorrador de energía. Los autores del tratamiento proponen después de lo anterior “hacer un pequeño cuestionario sobre el estilo de vida y hábitos de la persona para conocer sus condiciones físicas y emocionales”. Muy bien, nomás que cualquier secuencia que no sea diseñada por una idiota, propondría realizar esta evaluación en el momento de llegar a la clínica y no cuando ya le asestaron un sablazo en honor de beautytek. Continuemos.
"Rigenera dentro de su gran gama de servicios y tratamientos también recomienda la Vinoterapia por ser un tratamiento completo con fines terapéuticos, antioxidante y de activación de la micro circulación que incluye una exfoliación en todo el cuerpo con pulpa de uvas, inmersión en vino (de 15 a 20 minutos), masaje con aceite de pepita de uva, mascarilla facial, e incluso una copa de vino durante el baño de inmersión". No tengo la menor idea acerca de lo que es la “microcirculación”, pero aquí la cosa se pone buena ya que con 15 minutos de inmersión en vino, un servidor (que es un pedote que liba vino como choco milk) tendría suficiente para salir de la tina declamando poesía noruega mientras intenta meterle mano a la masajista. El asunto de la pepita de uva me parece simplemente inescrutable. Además percibo un problema metodológico; a menos que el vino de la tina sea de marranilla, asumo que cuando uno sale lo tendrían que tirar al caño por lo que el tratamiento debería costar lo que un riñón y no es así. En mi caso la sola sospecha de que me voy a meter a un espacio ocupado previamente, me bastaría para salir del establecimiento en medio de arcadas.
La última sugerencia es todavía más delirante ya que se propone que la interfecta se dé un "masaje con chocolate" lo cual seguramente le conferirá el aspecto del rey Bombón I. El promocional recomienda este tratamiento a personas con problemas de depresión, sin que quede claro qué tiene que ver una cosa con la otra. En fin, supongo que es decisión de cada uno y cada cuál elegir la forma en que gasta su dinero. La mía propia es no meterme en cosas que no me importan (axioma fundamental que rompí el día de hoy con esta colaboración).

miércoles, 26 de mayo de 2010

El regreso (El Financiero 2005)

Leo –sobresaltado- que 24 millones de estudiantes regresaron ayer a clases. Por donde se le quiera ver son un chingo y este retorno debe tener consecuencias, algunas predecibles como un meteorito y otras seguramente inimaginables. Después de todo movilizar a esa turba requiere cierta logística elemental. La primera y más conspicua derivación del inicio del ciclo de estudios, la sufrí en carne propia cuando llegué a mi hogar (que es el mío y no el suyo) y encontré un par de bultos temibles, muy parecidos a los que usa Santa Claus para llevar sus regalos a los niños. Cuando pregunté acerca de quién era el personaje de la familia que se pensaba dedicar al paracaidismo, se me explicó –como se le explica a alguien idiota- que los sacotes en lugar de juguetes o ingenios aéreos tenían útiles escolares y el asunto me pareció increíble La lista que se nos entregó oportunamente parecía el catálogo de necesidades para construir la Biblioteca de México y proponía una cantidad interminable de elementos didácticos, muchos de los cuales me dejaron como las estatuas de marfil ya que ignoro su objetivo.
No tiene usted idea, querido lector, la cantidad de cosas que contenían las bolsas del niño Frijol y la niña María, libros en inglés, en español, lápices, colores, reglas de todos tipos, que solo he visto en despachos de proyectistas y un número de gomas que sugieren cierta imbecilidad de los niños ya que tendrán que borrarlo todo.. Asumí que si mis criaturas estudiaban todo el material disponible, tendría que devenir en lumbreras irremediables. Sin embargo, también asumí que se requiere ser idiota para solicitarle tanto material a un niño que seguramente se dislocará las vértebras al cargarlo. Mi hijo al salir el día de ayer logró un notable parecido al Sherpa Tenzing el señor que escaló el Everest. Por un instante temí que cayera hacia atrás y no pudiera levantarse nunca como una tortuga Galápago.
La segunda consecuencia se vincula con algo que los entendidos llaman “la fisiología del sueño”. Me resulta de muy mala madre permitir que dos infantes se levanten durante dos meses a la hora que les dé la gana y una mañana cualquiera (la de ayer) se les obligue a despertar a horas en las que lo único que se antoja es seguir durmiendo. El aspecto de mis hijos ayer a las 6:30 de la mañana era el mismo que la de los zombies de Zahuayo.
Por supuesto una de las chingas asociadas al regreso a clases tiene que ver con el tráfico. Yo vivo muy cerca de un Kinder Montessori y durante las vacaciones lo pasé como un bendito. Sin embargo todo se fue al carajo el día de ayer ya que para salir de mi morada requiero meter un reversón y esperar a que alguna persona que no sea ojetona se apiade y me ceda el paso. Esto rara vez ocurre ya que las señoras o se van maquillando (en el mejor de los casos) o mi problema simplemente les vale madre y echan lámina. La gente –que es huevona por definición- prefiere bloquear el tránsito en lugar de caminar dos cuadras que es lo que deberían hacer. En la ruta a mi trabajo paso por dos escuelas una en Río Mixcoac y otra en Patriotismo. Como he decidido no dejarme llevar por la ira del volante tengo dos estrategias; la primera es esquivar los horarios de entrada y de salida, que es una idea sensata. La segunda es rezar una Magnífica y aguantar vara, que no es sensata pero funciona.
Todo, como puede apreciarse, son actividades independientes por completo de la entrada a la escuela donde las cosas pueden ser tan buenas o tan malas de acuerdo a la suerte. Existen maestros buenísimos y otros que son idiotas perdidos. Compañeros sensatos y otros llevados de la mala vida, por lo que la escuela es una aventura en la que uno se embarca a huevo y sin saber muy bien lo que pasará. A mis hijos les deseo suerte y a usted querido lector, le recomiendo que si compra casa revise con detalle la ubicación del centro escolar más cercano y de las viejas chotas que tienen a sus hijos como usuarios.

martes, 25 de mayo de 2010

Infancia cinematográfica (El Financiero 2005)

Los niños que eran niños cuando yo lo fui, teníamos una serie de opciones francamente letales en cuanto a entretenimiento cinematográfico se refiere; la primera y más conspicua alternativa era comandada por las huestes del señor Disney que nos recetaban películas por kilo. Algunas de ellas con argumentos francamente imbéciles como el de Blancanieves que era una niña tan bruta que nunca se dio cuenta de lo que advertíamos todos los espectadores; una señora decrépita y sin dentadura, con ojos de coatí, gorrito de maleante y una verruga con pelos, tenía que ser una malviviente, y no una anciana-bondadosa-regala-manzanas. De pronto, el señor Disney entró en una fase (llamémosla experimental) y realizó “Fantasía” una película que de niño no entendí y que me produjo pesadillas horrorosas durante meses
Sin embargo, las opciones nacionales eran desastrosas. La película, que guardo en mi memoria entre estremecimientos, es la de Caperucita Roja, estelarizada por una niña que hablaba como tarada (María Gracia) y que era acosada por un lobo al que se le veía la cara (El Loco Valdéz) y un zorrillo enano. Lo anterior no es una metáfora, el señor que interpretaba al zorrillo era enano y se llamaba “Santanón”. Varias eran las notabilidades de este filme; la primera es que la niña Caperucita se arrancaba a la cantada porque pasó la mosca, utilizando una voz que entiendo ha sido prohibida recientemente por la Convención de Ginebra. La segunda notabilidad era la voz del zorrillo, que era un híbrido entre las de las ardillitas y la de uno que sale dando consejos financieros en la radio, es medio mamón y cuyo nombre simplemente no puedo recordar. Pero, sin duda, lo más notable del todo es que los créditos del guión son compartidos entre un señor que nadie conoce y Ricardo Garibay, gloria literaria de nuestro país y que seguramente pasaba por un mal momento (o por uno bueno, depende cómo se mire)
Otra opción infantil de lesa humanidad fue promovida desde España, país al que nos unen profundos lazos que estuvieron en riesgo cuando empezaron a mandar esas porquerías y yo propuse romper relaciones con la dictadura, cosa que hizo más tarde el Presidente Echeverría pero por otros motivos. Había un niño llamado Joselito que se vestía como asumo se vestían los campesinos de la época en Andalucía, esto es, con gamuzas y sombreros de plumita. El infante corría mil aventuras y al igual que la niña Gracia se lanzaba a la menor provocación a pegar de gritos. Ignoro cuáles eran los criterios de estética musical en la época, lo que sí me queda claro es que yo no los compartía ya que sentía a la primera andanada del “Ruiseñor de las cumbres” un vértigo que me recorría el espinazo para culminar en mi todavía joven próstata. No contento con ello, este joven actor vino a México y filmó una película dirigida por René Cardona y acompañado de otro niño actor: Cesáreo Quezadas, “Pulgarcito” ¿el resultado? Un novedoso instrumento de tortura que ya hubiera querido el maestro Torquemada para un día de fiesta. Joselito acabó de mala manera su carrera con una última película en 1969 ya con 26 años pero con la misma estatura y timbre de voz que lo llevó a la fama.
Ante el panorama hubo que refugiarse en las películas de Pedro Infante y Jorge Negrete y le confieso, querido lector, que ésas eran las más gratas, a pesar de los esfuerzos argumentales de los realizadores por lograr unos pinches dramones imposibles en la vida real. Al Torito se le chamusca un hijo; a Pedro Infante le nace un niño negro; al indio Tizoc le matan a la mujer y él se clava un flechazo o algo así para estar con su amada en el cielo. En fin, un batidillo francamente logrado.
Como padre profesional del niño Frijol y la niña María me he dado a la tarea de cumplir mi misión histórica y veo francamente sorprendido, que las películas para niños hoy en día, son francamente mejores y con argumentos bastante logrados. ¿Será que los infantes de hoy son más inteligentes? ¿Será que los que hoy somos adultos éramos más pendejones? No lo sé de cierto, pero supongo que la evolución es de agradecerse profundamente.

lunes, 24 de mayo de 2010

Mire al pajarito (El Financiero 2001)

Existe un número infinito de profesiones para las que no me siento calificado, entre las más destacadas se encuentran la de cobrador de casetas o la del señor que se para atrás del presidente en los informes presidenciales. Lo anterior se debe a una incompetencia congénita que se extiende hasta el territorio de la fotografía. Es por ello que cuando alguien me da la mano y detrás de ella una tarjeta que dice “fulanito de tal: fotógrafo infantil”, no puedo más que expresarle mi profunda admiración.
Me imagino las sesiones como una especie de martirilogio que inicia con la llegada de una señora (normalmente una vieja chota) cuyo deseo es que le tomen unas instantáneas a su hijo, el niño Juanito. Un primer problema se presenta si el infante es horroroso ya que las expectativas son que salga “muy bonito”, el segundo obstáculo se manifiesta si Juanito es un jijo de la tiznada que no se está quieto y se resiste a ser fotografiado. En ese momento el señor fotógrafo entra en un conflicto ya que internamente tiene ganas de atizarle un soplamocos al escuintle, pero se ríe de dientes para fuera y le dice a la señora madre pendejadas como: “pero que inquietito niño”.
Pero analicemos la resistencia de Juanito que, por cierto comparto desde el fondo del corazón. Supongo que a nadie en pleno uso de facultades (y un niño no es la excepción) le gusta que lo vistan de charro o de viejito michoacano y lo lleven a un lugar en el que lo sientan sobre una columna dórica con un fondo de nubes y lo hacen reírse a huevo.
Esta costumbre de retratar a la gente en condiciones ridículas me parece un misterio universal; hay idiotas que le ponen cuernos al fotografiado, otros le hacen gestos a la cámara y algunos más en lugar de mirar el foco enfocan su vista en el horizonte, como si en el horizonte sucediera algo interesante.
Después de que el niño ha pasado por el grado 3 de la PGR la señora lo lleva a su casa y vuelve al día siguiente por las fotos que pidió “con retoque”. Esta última técnica consiste esencialmente en tratar de que el fotografiado sea irreconocible ya que la tarea consiste en poner chapas donde no las hay y borrar granos donde los hay. La madre recibe las fotos e inmediatamente se dirige con el marquero que busca una propuesta ad hoc para las cinco fotografías de Juanito. Normalmente lo que se hace es ponerlas como juego de gato y colgarlas de la pared para futura vergüenza del niño y de sus amigotes.
El problema anterior se debe a las pretensiones de la gente que no asume el doloroso hecho de que si uno es horrible, horrible tendrá que aparecer. El asunto se resuelve con las fotos de las credenciales en las que nadie, que no sea imbécil, espera un resultado satisfactorio. En mi licencia, por ejemplo, parezco asesino serial, ello se debe a que mi aspecto es precisamente ése. Aunque debo decir en descargo de los compatriotas de buen aspecto que las fotos de las credenciales las hace un tipo que tiene prisa y es por ello que las tomas se hacen siempre a traición lo que produce que la gente en algunos casos salga bizca, en otras con los ojos entrecerrados, como si hubiera inhalado thíner o de plano volteando para otro lado.
Todo lo relacionado a la fotografía me es ajeno; las cámaras modernas me parecen más complicadas que el funcionamiento de un hidroavión, hay botones para neutralizar la luz, otros para hacer exactamente lo contrario y unos que reflejan la velocidad . Una vez durante un viaje, encontré a un par de turistas japoneses que me entregaron una cámara con el propósito de que les tomara una fotografía. Posaron con un monumento detrás y conmigo de frente. Sonrieron de oreja a oreja y yo disparé el obturador. En ese momento en lugar del ortodoxo “click” , se escuchó un violento “track” que les quitó la sonrisa a los japoneses y me motivó a aprovechar la confusión para devolverles la cámara (que hoy debe estar frente a un altar para recordar a mis antepasados). Cosas de la fotografía.

viernes, 21 de mayo de 2010

Fanáticos (ElFinanciero 2002)

A mi modo de ver las cosas (ni modo que al suyo, querido lector), existe una relación directamente proporcional entre le pendejencia y el fanatismo. Varios son los ejemplos que se me ocurren para ilustrar esta dependencia lineal de dos variables; el más inmediato es el de los clubes de fanáticos de alguna estrella (club de “fans” se dicen a sí mismos), normalmente capitaneados por alguien ligeramente más imbécil que el grupo pero con más iniciativa también, se dedican a seguir a sus artistas favoritos, pegar de gritos cuando aparecen y albergar la secreta ilusión de que son amadas y deseadas por el galán en cuestión, sin advertir que éste las considera un mal necesario pero ligeramente molesto (porque molesto debe ser entrar a cualquier local cerrado y enfrentar a una turba de quinceañeras rompe-tímpanos que además quieren encuerar al interfecto). Estos grupos normalmente se organizan antes de un concierto, compran un ciento de cartulinas blancas y la llenan con plumón del dos estampando mensajes que son como cargas de profundidad y dicen a la letra: “Magneto, el club solo amor te ama” o “Ricky: te amo”. La ortodoxia recomienda llevar los cartelones al concierto y agitarlos espasmódicamente durante dos horas hasta que se pierda la circulación sanguínea o sobrevenga un desmayo, lo que ocurra primero.
Otro tipo de fauna fanática y facinerosa es la que vive del clásico pasecito a la red y que se dedica a ir a los partidos de futbol, acompañada de matracas, banderolas y medio kilo de fanatismo. Uno prende la tele (ir al estadio ni hablar) y encuentra a un grupo de gordos que se han pintado la cara como ficha de dominó o como pizza de peperoni. Esta gente, normalmente reporteada por uno que se llama David Faitelson, (que tiene la virtud de hablar como si lo hubieran conectado a un acumulador) se encuera en los estadios, avienta instrumentos contundentes para ver si descalabra al abanderado y cuando su equipo gana, sale por las calles, se enarbola en las banderas de su equipo y rompe vidrios o madres, lo que aparezca primero. En este caso hay un agravante cuando se trata de la selección nacional, ya que los fanáticos se transmutan en una especie animal que es capaz de violar al ángel de la Independencia en caso de que nuestra selección le gane a alguna potencia futbolística como la Guyana Holandesa.
Un tercer tipo de fanático es el de las verdades de a kilo. Normalmente ésta especie pertenece al gremio de los intelectuales y destaca por su capacidad para tirar netas a diestra y siniestra y defenderlas poniendo su prestigio por delante. A este grupo pertenecen los que consideran que somos un país de brutos que deberían leer más y mejor, que el que no aprecie el performance es un naco sin ningún criterio, o, por el contrario, que el que aprecie a alguien “comercial” (sin que quede claramente identificado el adjetivo) es un tarado. El problema de este tipo de fanatismo es que los declarantes normalmente emiten sus comunicados desde alturas olímpicas y no hay manera de establecer un diálogo que no sea a purititas mentadas por lo que normalmente lo mejor es dejarlo así. Los pleitos entre intelectuales casi siempre empiezan muy respetuosos y termina invariablemente con frases como: “además su esposa es una advenediza y la beca se la dieron porque sí”.
Finalmente, son fanáticos los malnacidos que el martes pasado cometieron el ataque terrorista en Estados Unidos. El 24 de junio de 1998 escribí respecto a un joven alemán de 26 años que había golpeado con un tubo de plástico a un policía francés y lo había dejado en coma. En ese momento me preguntaba lo que sentiría el agresor y me lo sigo preguntando tres años después. Las gráficas que la prensa nos mostró ad nauseaum, mostraban, por ejemplo a un grupo de niños acompañados de una vieja chota festejando el atentado. Me enteré el miércoles que ciudadanos americanos habían comenzado el ataque de algunas mezquitas basado en el mismo principio que repudian. Nadie (exagero y lo sé, ya sabemos que para todo hay gente) con tres dedos de frente puede respaldar lo que ocurrió, ojalá sea el final y no el principio de algo. Ojalá.

jueves, 20 de mayo de 2010

No se preocupe (El Financiero 2001)

Dicen que los mexicanos somos un pueblo escéptico y que recelamos porque pasó la mosca. Esta, que me parece una verdad del tamaño de una casa, tiene, según mi humilde opinión, explicaciones históricas directamente relacionadas con nuestra incapacidad congénita para transmitir certezas. Me pongo de humilde ejemplo; hace algunos meses viajé a la ciudad de Ensenada para asistir a un asunto binacional. Como no me daba la gana hacer el ridículo con mi inglés de la secundaria pedí unos audífonos y di a cambio mi credencial de elector. Este trueque no tuvo nada de notable, pero sí el hecho de que al llegar a Tijuana acompañado por un amigo me di cuenta que había olvidado mi maleta en el hotel, que la credencial de elector se encontraba exactamente a cien kilómetros de distancia y que en la bolsa derecha traía los audífonos de marras. La intención no es describir aquí mi estupidez congénita, sino sus consecuencias. Como ciudadano ejemplar que soy me dirigí al módulo del IFE de Churubusco y Universidad a las nueve de la mañana de un lunes. Ahí estaría todavía si un taquero samaritano no me hubiera explicado “que no llegaban a las nueve, sino a la hora que les da la gana”
Lo dicho... certezas.
“No se preocupe” la vida me ha enseñado de forma muy dolorosa que en el preciso momento que uno escucha la frase anterior hay que prepararse para lo peor. “No te preocupes, tomé clases de manejo” me dijo uno que era mi amigo cuando vio que el color abandonaba mi faz ante el inminente madrazo con un materialista, la siguiente escena de este drama se dio frente al ministerio público mientras mi amigo rendía declaración y le echaba la culpa a los frenos, después de haberse llevado por delante el portal de la casa de una familia respetable que recibió el sustazo de su vida.
“No se preocupe, a su edad ya no marcha” Me dijo un sargento del ejército mexicano al descubrir que había falsificado mi cartilla. Me sentí muy tranquilo y siguiendo sus indicaciones me presenté en la alberca olímpica con mi edad y mi optimismo. Lo siguiente que recuerdo es que todos los sábados de 1989 los pasé sirviendo al glorioso 28° regimiento blindado. Mis servicios a la patria consistieron en correr entre terregales, ponerme una boina de colegiala y desarmar un mosquetón que seguramente perteneció a don Francisco L. Urquizo.
“No te preocupes, pide tasa variable, el país está estable” Me dijo un experto financiero en diciembre de 1993, cuando un servidor, dando servicio a sus pretensiones pequeño burguesas, decidió comprar una casa. El servidor, es decir yo, que soy medio imbécil, hizo caso. Lo que siguió fue el infierno en chiquito; los intereses subieron tanto que decidí vender un riñón y convertirme al budismo, a ver si así salía de bruja, me creció la barba y empecé a hablar solo mientras iba por mis boletos del melate con la esperanza de que el Zacatepec hiciera la chica y venciera al Unión de Curtidores.
Mi último “no se preocupe” es más reciente y tiene que ver con las talachas domésticas. Resulta que el grifo de la regadera se desvencijó e hice lo que hace la gente que se asume inútil y que consiste en llamar al plomero. Después de analizar el caso, el hombre me dijo que no me preocupara, que era cosa de cambiar algo cuyo nombre no recuerdo. No me preocupé y procedí a pagarle, hizo lo que tenía que hacer y se fue después de elogiar una maceta que tengo en el patio. Al día siguiente me metí a la regadera y en el preciso momento de agarrar el grifo, recibí una descarga de cuatrocientos watts que me depiló las axilas y provocó baba en las comisuras... No se preocupe.
Por todo lo anterior es que creo firmemente que todos los muy mexicanos recelos y suspicacias son perfectamente explicables, que preferimos perecer a decirle a alguien que ya valió madre y que la cultura azteca nos ha heredado una muy inservible certeza: no preocuparse, que como se ha demostrado sirve lo mismo que una credencial de la Unión de saxofonistas de la delegación Miguel Hidalgo. Ni hablar.

miércoles, 19 de mayo de 2010

El lado positivo (El Financiero 2002)

No soporto a la gente positiva, ésa que cuando alguien se petatea utiliza como herramienta solidaria frases del tipo: “Mejor así, que descanse” o a aquellos que después que el huracán le derrumbó la vivienda, entonan un himno de esperanza mientras remueven el cascajo en el que se encuentran las posesiones de toda su vida. Me he enterado entre escalofríos que existe un gremio llamado “club de los optimistas” que deben ser un grupo de infumables (imaginar en este momento a su servilleta en un sofá rodeado por optimistas que cantan una canción). Alguna vez me senté en la misma mesa que una a la que descubrí idiota en el preciso momento que, después que yo le contara una serie de plagas interminables que amenazaban mi estabilidad emocional, sugirió entre guiños: “regálame una sonrisa”. Por supuesto no le regalé ni un llavero y salí pitando convencido de que tendría que ser más cuidadoso en la elección de mis amistades futuras.
El problema es que tampoco soporto a los que se quejan de todo lo habido y por haber y tengo la dolorosa impresión de que los mexicanos somos una raza que ha hecho de la queja una forma de vida. Ignoro si ello se debe a que nos conquistaron o a que hemos perdido todas las guerras posibles pero eso es lo de menos. Pasemos a los ejemplos: las autoridades recientemente decidieron cambiar el pavimento de la colonia en la que vivo por lo que las calles se han convertido en verdaderas trincheras de la primera guerra. Por supuesto que todo es un desmadre; hoy que llevaba a mis hijos a la escuela quedamos en calidad de polvorón debido a los imbéciles que consideran adecuado acelerar en medio de un terregal. Para salir en la dirección correcta es menester que tome la incorrecta y dé una vuelta de ocho kilómetros, sin embargo me queda claro que a menos que la ingeniería civil nacional se reforme no hay de otra por lo que conviene apechugar. Sin embargo, ya los vecinos se están organizando para protestar por el desgarriate lo que me haría suponer que en este momento algún funcionario ha de estar recibiendo la queja y reflexionando acerca de no volver a dedicar presupuesto a una colonia de susceptibles que se enojan porque pasó la mosca. El problema es canijo ya que el otro día al salir de mi casa me encontré a un señor que llevaba una libreta de firmas en la que pedía que la repavimentación no solo se aplicara en ciertas calles sino en la suya también porque era injusto que solo algunos se beneficiaran y entonces ya no entendí nada.
Las cartas que mandan las personas a los periódicos normalmente se redactan diciendo cosas como: “es cierto que no pagué, pero es no les da derecho…” o “reconozco que llegué veinte minutos tarde pero ¿no dejarme subir al avión?” Lo que quiere decir que somos una nube de tira piedras que prácticamente nunca estamos dispuestos a asumir ninguna responsabilidad pero sí descargarla en otros. En una comida hace poco me senté al lado de un señor que se decidió tres horas a explicar que desde su punto de vista (era dentista) los segundos pisos eran una de las decisiones más idiotas de los últimos tiempos, varias veces intentamos cambiar de tema, que si las lluvias que si Hugo Sánchez y nanay, el sacamuelas terco con la vialidad. De pronto uno que también estaba hasta la madre le preguntó ¿y vas a votar? La respuesta es antologable: “no, porque ello implicaría validar el proceso”. Ahora resulta que si la gente es fodonga y no va a votar no es culpa de ella. Lo lamento pero el argumento me parece inaceptable.
Nos quejamos del clima, del gobierno, de la corrupción y de las mafias de todos los tipos, de las marchas y la basura. También de que en México no se lee y que estamos rodeados de sátrapas. De acuerdo, México es un país que da para que uno se enoje mucho, pero la neurosis colectiva alcanza ya niveles que de pronto hacen que uno añore a los optimistas y la verdad es que no se trata de eso.

martes, 18 de mayo de 2010

Dinámicas (El Financiero 2001)

Alguna vez haciendo caso a mis instintos que misteriosamente me recomendaban regresar al ámbito escolar, presenté mi solicitud para entrar en un programa de estudios impartido por una institución muy prestigiosa que no mencionaré por aquello de los rostizones, digo misteriosamente porque tales impulsos son absolutamente impropios de mi personalidad que puede ser adjetivada con un concepto elemental: huevón. Dicho programa tenía enormes virtudes, se conocía gente muy simpática, los profesores eran una especie de vacas sagradas, pero quizá el más conspicuo de estos atributos es que uno podía viajar de gorra a lugares que de otra forma no se conocerían jamás. Para mi sorpresa fui aceptado y se me indicó que debería presentarme e un examen de inglés en dónde conocería a mis futuros compañeros; uno de ellos llegó con un impermeable negro que solo le había visto yo a Peter Lorre en películas de intriga y acto seguido se dedicó a tomar un líquido incoloro que traía en un frasquito y que probablemente fue el responsable no solo de que reprobara el examen, sino de un colapso neuronal del que –supongo- no se ha recuperado. La segunda sorpresa consistió en la aprobación del examen de marras y digo sorpresa porque lo primero era recibir una lista de cincuenta reactivos de opción múltiple bajo un formato como el que procederé a ejemplificar: Complete the sentence: 1) Mary ______ in Coyoacan avenue. Las opciones eran: a) live, b) lived, c) living y d) livead. A mí –que no se me da el asunto de los idiomas- me parecía que todas las respuestas eran correctas así que en un prodigio estadístico me encomendé a la zona cerebral responsable de la intuición y (misterio de misterios) aprobé.
Como ya he explicado parte del curso consistía en viajar y conocer mundo, además se esperaba que intercambiáramos experiencias con representantes de otras 11 naciones que, como nosotros, habían decidido pasar de nuevo por la escuela. Ello determinó que una noche primaveral me embarcara junto con mis compañeros en un avión trasatlántico que nos llevaría a Londres donde pasaríamos el fin de semana en nuestra ruta a Zimbabwe. Cabe aclarar que la delegación mexicana en un arrebato de buena voluntad, había decidido comprar una docena de botellas de tequila que serían repartidas entre la comunidad internacional. También cabe aclarar que la citada delegación se tomó diez de esas botellas en el fin de semana comentado por lo que cuando el avión que nos llevaría a África a partir de Londres salió, nuestro aspecto era el mismo que el de alguien que ha luchado contra la fuerza de los elementos y ha salido derrotado.
En la fiesta de recepción nos juntaron a más de cien personas de todos los países para “romper el hielo”, el asunto se logró con un éxito desigual ya que si bien algunos miembros de la expedición hasta paladearon las tinieblas del amasiato, otros –como yo- simplemente no entendimos nada (para certificar lo que le digo trate un día de hablar en inglés sin dominar el idioma, con un chino que hace lo propio, es decir no dominar el idioma). Los diálogos eran decepcionantes y nos llevaban a cosas tan profundas como relatarnos mutuamente el número de chinos que hay en China, la receta del pato cantonés o la razón por la cual los mariachis traen pistola.
El viaje estuvo lleno de experiencias notables que algún día le contaré. Sin embargo, la que más llamó mi atención fue una serie de dinámicas que un señor se encargó de presentarnos y que consistían en cosas como naufragar en una isla desierta y elegir entre opciones como un abrelatas o una figura de Lladró. Otra muy buena fue la de darnos popotes y un huevo con el fin de que construyéramos un implemento que evitara su ruptura al tirarlos desde una altura de tres metros. En este caso todos aquellos con iniciativa se apoderaron de los popotes y del huevo y los que nacimos para obedecer o que el asunto nos daba (justamente) hueva, decidimos montar a caballo en un acto de rebeldía que me dejó (justamente) los testículos en calidad de machacado dada mi incapacidad ecuestre.
En fin, hoy quería hablar de dinámicas y terminé narrando retazos de un viaje, pero supongo que así son las cosas; uno propone y la memoria dispone.

lunes, 17 de mayo de 2010

Crónicas de viaje y gastronomía (El Financiero 2001)

La gente que viaja tiene, a veces la sana costumbre de ofrecer relatos de lo que ve a su paso por el mundo. Este es desde luego un ejercicio saludable ya que nos permite al resto de pelagatos enterarnos de cosas asombrosas. En sus inicios estas crónicas las producía gente muy larga que contaba haber visto dragones, señores con los pies en la cabeza o hermosas doncellas que tenían cola de huachinango, la sociedad daba por bueno el testimonio y todos contentos. Posteriormente el estilo evolucionó a una forma más comprobable en la que se decían cosas como: “el general Santa Anna posee una verruga en el cachete y la ciudad de México no tiene coladereas”.
Toda esta reflexión la emprendo por un artículo reciente que apareció en le periódico Reforma en el que un señor a quien no tengo el gusto de conocer y que se llama Jorge Ramos Ávalos, comparte con sus lectores un sinfín de experiencias notabilísimas que me interesa comentar con usted, querido lector.
Don Jorge nos advierte que su intención es hablar de comida (lo que no es bueno ni malo en sí mismo) y luego señala el tema culinario como un referente a través del cual la gente se comunica. Aquí agregaría que solo alguna gente, porque a un servidor nunca se le ha ocurrido iniciar una plática diciendo: “¿te parece que el filete a la pimienta es nutritivo?”. Acto seguido el autor nos regala el siguiente párrrafo: “Recuerdo – y aquí se me hace agua la boca- un filete con salsa de mostaza y papas fritas en París, un pescado a la sal en Sevilla, unos sushis extraordinarios en el mercado de mariscos de Tokyo y otro en Beijing, el atún casi crudo y el souffle de chocolate de Pacific Time en Miami, el caviar ruso de Nueva York, unas tortas de aguacate y queso en Oaxaca y comilonas exquisitas de tacos al pastor en el fogoncito de la ciudad de México”. De la lectura anterior se desprenden varias enseñanzas; la primera (pasando por alto el escalofrío que me produce el atún crudo) desde luego es que el señor Ramos es un hombre viajado y que su experiencia internacional en materia culinaria es notable, aunque también es notable que el asunto pueda interesarle a alguien más que no sea él y los múltiples dueños de restaurantes donde comió. La segunda es que seguramente sintió que se estaba adornando porque remató su frase con el asunto de las tortas y los tacos, después de hablar de souffles y caviares, lo que parecería un exceso demagógico.
Acto seguido el cronista nos cuenta que encontró un restaurante en Sidney y que para asistir al mismo hizo su reservación con cinco meses de anticipación para lo cual le pidieron “más información que un inspector de la oficina de recaudación”. Ignoro por supuesto los trámites que piden dichos inspectores pero mucho menos claro para mí es por qué un restaurante tiene que andar preguntando cosas que no le importan para permitir que un cliente coma sus platillos.
El último punto es ligeramente extraño ya que el señor Ramos nos describe con lujo de detalles todo lo que se comió la noche de marras con párrafos como el siguiente: “los postres fueron una muestra más de absoluta decadencia burguesa. Primero para ocasionar un shock, sirvieron una cucharada de lentejas con queso gruyere rayado muy finito. La combinación era rara pero pocos se atrevieron a dejarlo ante el temor de los ojos vigilantes de los bien entrenados meseros”. Debo confesar que el shock me lo causó la crónica, ya que no entiendo nada de nada. Lo primero tiene que ver con la economía, si algo no está en decadencia es la burguesía ya para ello me remito a las listas que publica la Secretaría de Hacienda, en segundo lugar, me parece claro que si a uno le sirven algo que evidentemente parece una porquería, lo mejor es no comerlo, a menos que los bien entrenados meseros sean karatekas que estén dispuesto a poner como camote a todo aquel comensal que se rehuse a comer.
El artículo finaliza esperando que el chef no hable español y advirtiendo que la pequeña fortuna que se invirtió, se pagará en mensualidades. La conclusión me parece obvia… que con su pan se lo coma.

sábado, 15 de mayo de 2010

En campaña (El Financiero 1995)

Para Alejandra en Estambúl...feliz cumpleaños
El otro día vi un anuncio; se trata de dos transeúntes que van caminando por la banqueta con cara de nada. En su trayecto encuentran un anuncio espectacular nomás que en la pared, dentro del anuncio hay una cabeza colosal, la de Beatriz Paredes que de pronto cobra vida y se dirige a los peatones a traición para decirles que ella tiene mucho corazón. Si a mi me ocurriera una cosa así, seguramente entraría en estado de coma del pinche susto, pero estos muchachos parece que son de hierro ya que no solo no se desmayan, inclusive dicen que van a votar por ella. No entiendo muy bien si el publicista (o “creativo” como dicen los yuppies mamones) inhaló volátiles, si la idea les pareció buena en una junta de marketing, pero a mí el asunto me resulta inescrutable, como muchos de los caminos de la democracia, que me interesa compartir con usted, querido lector.
No se necesita ser una lumbrera para advertir una tendencia creciente y perversa a priorizar la imagen de los candidatos por sobre sus ideas, basta analizar el destino de los recursos que recibirán por parte nuestra en la compra de espacios mediáticos para entender que de lo que se trata es de salir en la tele. El solo hecho de que haya un señor de edad que se llama doctor Simi, (cuya costumbre es rodearse de buenonas y de mandar hacer encuestas con su primo) que cuenta con el 2% de las preferencias gracias a su campaña, me parece escalofriante y supone por supuesto que este país no tiene el menor remedio.
Los candidatos ahora no necesitan asesores, sino consultores de imagen que les indican de qué tamaño deben cortarse las patillas, cuál es el color de la corbata que retrata mejor y la forma en la que se deben cargar infantes indígenas para ganar simpatías. Este fenómeno ha revitalizado la industria de la publicidad con resultados como el de la cabeza colosal. No entiendo muy bien por qué razón se deben gastar esas millonadas para actos tan mamarrachos, tampoco me queda clara la razón de que la gente vote por un señor que sale con frecuencia en la tele diciendo lugares comunes, pero como se sabe yo entiendo poco de las cosas. Una de las tendencias más visibles cuando los candidatos van a la televisión es buscar a la cámara, mirarla fijamente y tratar de sonreír. El efecto es patético dada su nula experiencia en el manejo de medios y el resultado es una gente volteando al lugar equivocado que suda la gota gorda por tratar (simultáneamente) de contestar algo coherente.
Un fenómeno agravante es el los partidos cascajo; la gente que sabe me explica que las alianzas son normales y cotidianas en los países modernos y que no debemos asombrarnos. Pues será el sereno, pero me parece muy idiota que los ciudadanos no podamos filtrar a algunos partidos de los que estamos hartos porque se alían y solo así mantienen su votación. Es notable como un partiducho de pacotilla espera los tiempos electorales con el fin de decidir si se va con melón, con sandía o con la vieja del otro día. Ello supone unas maromas ideológicas casi mortales que no sorprenden a nadie. ¿Por qué demonios en las boletas a pesar de las alianzas no se define por quién votó cada quién en lugar de tachar un tucán con el escudo nacional? Misterio.
Finalmente está el tema del voto en el extranjero que –como se sabe- no tuvo éxito alguno. Ya he expresado que me opongo frontalmente a la medida ya que si bien comprendo que la gente emigra por necesidad y no por frivolidad, no entiendo por qué razón un señor que vive en Wichita Falls va a decidir quién me gobierna a mí sin que el sufra las consecuencias de su decisión. Ello me parece profundamente inequitativo y poco lúcido.
Como puede usted advertir, querido lector, estoy plagado de confusiones de todos tipos, ello puede deberse a mi ineptitud congénita o a que las cosas en este país se hacen con las patas, por pura autoestima esta vez me quedaré con la segunda hipótesis.

viernes, 14 de mayo de 2010

De psicoanálisis (El Financiero 1996)

Cando era estudiante de preparatoria, hace ya algunos años, quiso mi destino académico que me enfrentara al profesor de psicología, un gordito que para explicar la terapia indicada por Master y Johnson para enfrentar el doloroso caso del síndrome de la eyaculación prematura, hacía modelos de plastilina que nos distribuía para practicar el método didáctico de la investigación-acción. La experiencia --considerando que los estudiantes éramos llevados de la mala vida-- se convertía en una suerte de humor carpero digno hijo del Flaco Ibáñez. Luego leíamos libros absolutamente fascinantes acerca de las experiencias de la señora W que un día se encontró a su esposo, el señor X, manifestándole sus bajas pasiones a la señorita J en la alfombra de su casa y que desde entonces no fue capaz de tener un orgasmo a menos que oyera una danza austrohúngara interpretada por la orquesta de cuerdas del emperador.

La siguiente etapa de mi formación escolar consistió en que aprendiéramos lo que era el yo, el ello y el aquello y con este conocimiento invaluable actualizáramos nuestras críticas a las mujeres que no accedían a satisfacer nuestras propias bajas pasiones argumentando que eran superyoicas, adjetivo que, por cierto, les valía madre. Cuando terminé mi curso de psicología me quedé con la vaga sensación de que los integrantes del gremio eran gente en la que uno no debía confiar, so pena de descubrir cosas terribles en nuestro pasado.

El psicoanálisis, lo mismo que los confesionarios, siempre me han inspirado mala espina; la idea de tumbarse en un diván (o en un reclinatorio) y contarle a un señor de mirada perdida que toma nota de todo mientras mueve la cabeza, asuntos tan íntimos como lo que uno siente al ver al perico no me resulta atractivo. Por otro lado me parece que las respuestas a las preguntas de los pacientes siempre son otras preguntas (¿usted cómo lo vive?); por ello no asisto a terapia. La segunda deficiencia que encuentro tiene que ver con los usuarios de la terapia psicoanalítica que son un gremio que en general me parece execrable; uno llega a la reunión y los de barbita y las tehuanas intercambian tips psicoanalíticos como se intercambiaban las estampitas del album de Bimbo ("lo que pasa es que tienes una contratransferencia"). La tercera crítica tiene que ver con asuntos de la economía liberal. En términos microeconómicos asistir a terapia significa gastar una cantidad equivalente a la que se necesita para cambiarle el motor a un coche o abrir un puesto de tamales, lo que deja fuera a los desposeídos de las bondades de la exploración de la mente (¿tendrán los tragafuegos Edipos mal resueltos?).

Otra sensación que siempre me acompaña es que cuando me encuentro ante un psicoanalista en una reunión social, es menester portarse a la altura de las circunstancias y no decir cosas como que uno se pasea encuerado enfrente de los niños o que la salsa verde nos produce una sensación de abandono espiritual. Por ello es que en el momento que me dicen "te presento al doctor fulano de tal" me callo la boca y no la vuelvo a abrir hasta que se empieza a hablar de futbol y, pese a todo, se habla de que es una experiencia catártica.

Esta colaboración corre el enorme riesgo de que los integrantes del gremio de los psicoanalistas me linchen en leña verde o manden cartitas enfurecidas al director del periódico, por lo que me parece (dada mi enorme cobardía) necesario matizar el asunto y decir que el psicoanálisis es algo equivalente a comer tacos de carnitas: habrá gente que llegue muerta de hambre y salga pletórica limpiándose la bocota, otros probablemente sufran disfunciones digestivas, y algunos más no comerán las carnitas porque les dan asco los pelos del cochino que se atoran en los dientes. En otras palabras: la terapia no es universal y depende del terapeado y el terapeador, dicho lo cual me permito saludar desde esta humilde tribuna a toda la parentela que dedica su vida a tomar nota mientras mueve la cabeza.

miércoles, 12 de mayo de 2010

De groserías (El Financiero 2001)

Parece que la Real Academia de la Lengua (cuando escribo lo anterior me imagino a un puñado de viejitos que se pasan discutiendo llenos de ademanes si se dice “no hay nadie” y cosas de tan grueso calibre) nos ha hecho el favor de admitir un montón de términos que en México son clasificados genéricamente como “malas palabras” o bien “groserías”. De ello me enteré a través de las noticias que consignaban al presidente Fox cambiándole el nombre a Borges (por supuesto no es su culpa, sino de quien le pone a leer cosas que no entiende). En fin, el asunto es que en el terreno de las palabras incorrectas me considero sin ninguna modestia una autoridad nacional y por primera vez en muchos años considero que sé de lo que hablo al abordar este candente tema.
Muchos conductores de radio y televisión retomaron el asunto y se regodearon con la nota lo que supuso varias enseñanzas; la primera es que aquellos que tienen menores ratings fueron más a fondo y se despacharon por primera vez diciendo al aire palabras como chingada, nalgas y jodido. Otros fueron más cautos y algunos como Froylán López Narváez de plano diciendo “chifladeras” por chingaderas (forma eufemizante que siempre me ha parecido lamentable).
Una de las misiones educativas que los padres emprenden con mayor ahínco es la de dotar a los hijos de un equipaje de costumbres sociales que sigue invariablemente las mismas reglas; cuando los infantes son menores a cinco años es aceptado e inclusive se celebra que digan cosas como “tú caca” o “me duele la pirinola” acto seguido se entra en un proceso represivo que le vuela los dientes al menor si al referirse a su hermano lo llama imbécil o estúpido y si de plano sale con palabrotas como “puto” la familia entra en crisis y se realiza una exhaustiva investigación en la escuela y con los primos para saber de dónde saca el niño tanta grosería.
En la adolescencia los jóvenes suelen adoptar un lenguaje que envidiaría un carretonero y lo utilizan siempre sin ninguna mesura. Se adquieren en ése momento términos tan saludables como “te cojo”, “me la pelas” y demás yerbas. La vida adulta nos indica que tales términos son perfectamente aceptables en privado y con las conocencias pero nunca en público frente a desconocidos. La única excepción a la regla que conozco es la del gobernador Juan Sabines que en un discurso público y aparentemente hasta las manitas les dijo a sus enemigos políticos que hicieran favor de ir a chingar a su madre, es decir la de sus enemigos.
Estas reglas han sido particularmente seguidas en los medios de comunicación ya que las autoridades parten de una premisa (idiota) en el sentido de que permitir a los periodistas y demás miembros del sistema mediático que hablen con palabrotas es incitar a los oyentes a que hagan lo mismo. Por supuesto lo anterior es falso e inclusive ligeramente hipócrita ya que lo único que favorece es que la gente tenga que adquirir una personalidad como la del doctor Jekyll y mister Hyde y que hable de una forma hipocritona. Es por ello que las recientes noticias traen un soplo de are fresco a la vida pública y pueden ser las llaves que abran la cerradura que durante años nos han impuesto los señores de las buenas costumbres. ¿Ventajas? Muchas imagine usted, querido lector, por ejemplo que en las notas bursátiles el reportero dice, “la bolsa de valores perdió 6 puntos, ello se debe a los inversionistas hijos de la chingada que se llevaron sus capitales especulativos” o bien “el ausentismo en la cámara alcanza una cifra record gracias a que la huevonería de los señores legisladores ha aumentado de manera exponencial los últimos años”. El ejercicio anterior podría permitir sacar de la jugada a términos que acusan ya cierto desgaste como “vándalos”, “multitud enfurecida” y “el diputado fulanito de tal (si, ése que usted piensa) estaba bajo los efectos del alcohol” y sustituirlos por “ojetes” una turba encabronadísima” y “estaba que se caía de pedo”. No veo que de malo podría haber en ello y si percibo que las modificaciones (ya con el aval de los viejitos de la Real Academia” nos permitirían ser más sinceros, lo cual es en sí mismo un logro nada desdeñable ¿o no?

martes, 11 de mayo de 2010

Una sesión de ouija (Etcétera 1995)

Cuando Luis Herrera llegó con el cuento de que estaba oyendo voces todos lo mandamos a la mierda; jugábamos dominó en casa de Memo Rivera. En ese momento Roberto Garza en un alarde de imbecilidad le ahorcaba la mula de cuatros a Gerardo Gaal quién muy molesto contestó:
--Tu mamá en bicicleta.
Luis no se amilanó ante la decepcionante respuesta. Insistía en que del closet de su departamento brotaba un quejido muy lúgubre "más o menos así" decía "mjjmjjmj".
"Tu mamá en bicicleta" (again).
El juego terminó pronto por la evidente incompatibilidad entre Gerardo y Roberto que casi acaban a madrazos. Su técnica de juego era ejemplarmente mala. Si, por ejemplo, Roberto marcaba a doses, Gerardo movía la cabeza decía alguna mamada y tapaba la cara del dos-cuatro.
Como no teníamos nada que hacer y Luis seguía con la remolona, decidimos acompañarlo a su departamento. Luis vivía en Cadereyta, una callecita que se encuentra en la Colonia Condesa, detrás del Auditorio Plaza. Al pasar frente al cine, Guillermo, que siempre ha sido y será un marranazo, tuvo la luminosa idea de entrar a ver Calígula, la aprobación fue unánime, así que nos metimos a ver la película que resultó terrible: Peter O' Toole dedicó dos horas para follarse a la mitad del reparto (la otra mitad se follaba entre sí). Cuando salimos Memo hizo el siguiente comentario (el cuál, me parece, refleja íntegramente la naturaleza de su personalidad) "¿vieron que chichotas?".
LLegamos a casa de Luis, su departamento era muy extraño ya que había sido ocupado por una bailarina de flamenco que puso duela en todo el piso incluida la cocina. Las paredes estaban tapizadas con espejos de piso a techo y las lámparas eran de velas y no de focos de setenta watts. Nos dirigimos inmediatamente al armario del que salían los gemidos que oía Luis, lo abrimos y no encontramos nada anormal, salvo una orejas de mausquetero que le valieron a Luis un profundo desprestigio.
Era temprano, así que decidimos jugar a la baraja; mientras una comisión se iba por las cervezas, el resto sacamos los naipes y la dotación de churrumais necesaria.
Nos pusimos a jugar.
Después de dos horas (una de ellas en la que se discutió si tercia mataba a corrida o corrida a tercia en pokar abierto) y cuando los estragos de las cervezas empezaban a hacer efecto, un ruido nos dejó helados; venía del armario y era exactamente como Luis lo había descrito: "mjjmjjmj".
--Puta madre-- dijo Memo.
Nadie se movió, el gemido subía de tono y luego se apagaba.
--Luis abre la puerta-- sugirió en un susurro Gerardo.
--Mis nalgas-- contestó Luis.
Guillermo, que era el más borracho, propuso que nos acercáramos todos, el jalaría la manija. Eso hicimos, caminamos de puntitas, el gemido seguía. Memo se adelantó y tomó la manija con la mano, la bajó con una lentitud exasperante y abrió la puerta.
Cuando todos no preparábamos a correr descubrimos que en el interior del armario no ocurría nada anormal, inclusive Roberto, en un arrebato positivista, se dedicó a buscar una grabadora inexistente en lo que él, suponía, una broma de Luis.
Nada, el gemido había cesado.
Decidimos que tan extraordinario evento requería una respuesta. Después de breve concilio, se acordó invocar a los espíritus a través de una tabla ouija. El problema es que nadie tenía una. La solución la ofreció Gerardo que propuso llenar la mesa con papelitos en los que escribimos las letras del alfabeto y las palabras: sí, no, hola y adiós. La operación se interrumpió un momento ante la discusión de si la “ch” era o no letra del alfabeto. "¿Qué tal si el visitante nos dice Chinga tu madre?" argumentaba Memo.
Utilizamos un caballo tequilero para moverlo sobre la mesa y nos sentamos los cinco alrededor. En ese momento inició un aguacero terrible, cada relámpago reflejaba nuestras sombras que se movían en la pared por el efecto de la vela. Acordamos que Luis fuera el médium ya que en su casa es que ocurría todo. Tomó el vaso con la punta de los dedos y preguntó a las velas del techo. "¿Hay alguien ahí?". Nos quedamos sin aliento cuando el vaso se movió hacia la palabra "si".
--Puta madre-- dijo Memo.
"¿Qué le digo?" preguntó Luis. "Que se manifieste" sugirió Gerardo en un arrebato de inspiración. "¡Manifiéstate!" ordenó Luis en el momento que tronó un relámpago que nos sacó el pedo de nuestra vida.
En ese momento ocurrió un hecho notable: Roberto puso las manos sobre la mesa, los ojos en blanco y preguntó con un timbre de voz que recordaba vagamente al de Darth Vader: "¿Qué desean?" Gerardo que estaba al lado pegó un brinco, Luis soltó el vasito, Memo dijo "puta madre" y yo no salí corriendo nomás porque estaba trabado de miedo. Roberto seguía pelando los ojos.
Luis ensayó:
--¿Quién eres?
--Benito-- dijo la voz.
Nos miramos con desconcierto; ¿Mussolini? ¿Camelo? ¿El Benemérito? ¿Cuál Benito? Se lo preguntamos, la respuesta brotó de los labios de Roberto: "Benito Terán Parada".
El nombre, pese a sus virtudes para el albur, no le sonaba a nadie. "¿Y qué deseas?" preguntó Luis. "Necesito su ayuda" respondió la voz, "exactamente hace cincuenta años, escondí bajo la duela del armario una carta, es preciso que la encuentren y la destruyan".
Otro trueno.
"¿Por qué Benito?, ¿por qué quieres que la destruyamos?" Preguntó Luis que estaba entrando en confianza. "Porque mientras siga ahí no podré morir. La carta detalla la enorme infamia que cometí con la que era mi esposa. Injustamente, la acusé de pervertir su cuerpo en placeres inconfesables... es por eso que la maté". En el momento que Benito decías esas terribles palabras entró un aironazo que apagó las velas. "¡Hijodesuputamadre!" gritó Memo y botó la mesa. Gerardo sacó su cricket y volvió a prender las velas, la escena era diferente; Luis estaba abajo del sofá, Guillermo en la cocina blandiendo una escoba, un servidor en el suelo a consecuencia de un escobazo que el imbécil de Guillermo me había atizado en medio de la confusión. Sólo Roberto seguía sentado sin inmutarse "muchachos, por favor, ¡la carta!". Fuimos todos temblando al armario, lo abrimos y empezamos a vaciarlo. Esa noche nos enteramos que además de las orejas de mausquetero, Luis tenía la edición de lujo del libro vaquero, una foto infame de Erika Buenfil (dedicada) y la colección completa de las obras de Xaviera Hollander. Abajo de la alfombra que cortamos presurosos con unas tijeras barracuda, había efectivamente una duela suelta, en su interior estaba un sobre amarillo y dentro la carta de don Benito.
Nadie se atrevió a leerla, Gerardo decidió quemarla en el fregadero de la cocina. En ese momento Roberto volvió a abrir la boca: "gracias, gracias, me han dado el descanso que necesitaba" y se desmayó.
Lo despertamos dándole a oler unas mollejas de pollo. Cuando abrió los ojos no recordaba nada, le preguntamos que como se sentía y respondió con una frase que nunca olvidaré:
--Atahualpa Yupanqui.
Toda la noche nos quedamos como pendejos tratando de descifrar lo que había sucedido, se ofrecieron las más diversas hipótesis, desde la que planteaba que todo había sido el producto de una alucinación colectiva porque los churrumais estaban descompuestos, hasta la idea de que, por un instante, habíamos entrado a la dimensión desconocida. Ninguno de nosotros quiso salir a la calle. Por la mañana nos refugiamos en la casa de Gerardo. Seguíamos discutiendo, en ese momento Roberto, que había ido a la recámara para telefonearle a su madre, entró a la sala... Venía lívido.
Cuando estábamos a punto de darle a oler más mollejas de pollo, nos contó que su madre le había avisado que su tío abuelo había muerto la noche anterior en el manicomio. "Se llamaba Benito" agregó.
Un coro unánime exclamó "¡Hijodesuputamadre!" al tiempo que se establecía el juramento sagrado de no volver a tomar.
Que algunos cumplimos y otros, no.

lunes, 10 de mayo de 2010

Madrecitas mexicanas (El Financiero 2003)

Una de las ideas más estremecedoras que se me ocurre es la de quedar embarazado; la sola sensación de que hay algo dentro de mí que va creciendo no me parece romántica ni bella y más bien evoca películas como Alien, en la cual un señor que está cenando cereal se tira en la mesa mientras le da un supiritaco para que, acto seguido, le salga una criatura dientona de en medio de la barriga que pega una carrera para luego merendarse a los tripulantes de la nave uno a uno y como en la canción de los perritos.
Los problemas asociados al embarazo no acaban ahí, a las señoras les sale un mostacho como de Pancho Villa y adquieren un humor equivalente al de Atila el Huno, ya en los momentos finales del embarazo las futuras madres empiezan a levitar con la misma gracia que lo hacía el Hindenburg y luego “se les rompe la fuente” anuncio que preludia la salida por un espacio menor al indicado de una nueva criaturita. Solamente por el proceso anterior considero que después de cada parto habría que levantarle un monumento a la pobre infeliz que pasa por ese trance. Lo escalofriante es que ahí no acaba la cosa porque lo que sigue es que a la señora le salgan estrías y que lo senos le rebosen de leche que hay que darle a cada rato al niño. Luego hay que cambiarlo en un acto que haría vomitar a un buitre y dormir tres horas los siguientes cuatro meses cantando cosas como a la ro ro niño.
Esos momentos son de paranoias múltiples ya que si el niño entrecierra los ojos se sospecha de epilepsia, si se pone morado de llorar los padres tenderán a pensar lo peor y no hay salida que valga, hasta que se asiste con un pediatra con cara de aburrimiento que nos da palmaditas en la espalda.
Se asume, no sé por qué (en realidad si sé) que el papel histórico de la madre es el de cuidar la casa mientras el papá sale a conseguir el sustento, es por ello que la señora durante años además de cocinar chilaquiles, tender camas y lavar los baños, debe hacerse cargo de que los infantes -que para ese momento ya alcanzaron una conducta monstruosa-hagan la tarea o asistan a las actividades que los padres que no saben qué hacer con ellos han diseñado expresamente, como el karate, la natación o la clase de baile típico. Por supuesto cuando la señora llega a los cuarenta años se encuentra en calidad de trapo y muy fregada por el trato recibido. Ese es el momento en que el huevón de su marido se enamora de una jovencita babeante y disuelve el lazo conyugal de la peor manera dejando todo “para buscar una nueva vida”.
A mí me causa un enorme asombro que estas historias sean reales y que sigan ocurriendo en pleno siglo XXI y por supuesto me ruboriza la idea de los festejos del 10 de mayo que son la cosa más cursi que conozco aparte de las colecciones de cucharas. A pesar de todos los agravios históricos e histéricos, padres, hijos y esposos se unen el día de la madre para expresar su reconocimiento con formas variadas y anómalas como una comida que se convierte en tumulto en la que ponen a cocinar a la festejada o llegando a las cuatro de la mañana completamente pedos y con mariachis para dar fe de que madre solo hay una. Luego están los idiotas que dicen que a las madres hay que festejarlas todo el año y otros más idiotas aún que lo que se les ocurre es hacer reportajes acerca de las madres de gente famosa, normalmente viejitas con muy mala pinta que se expresan con mucha dificultad y dicen cosas como “me siento muy orgullosa, fulanito es muy buen hijo”.
Lo único que me consuela de esta celebración ocurrió el sábado cuando en un arrebato lírico y juguetón les propuse a mis hijos que uniéramos las manos para felicitar a su madre, el ser que les dio la vida y María frunció el ceño mientras me decía “ay papá no seas cursi”. Respuesta que me pareció perfecta y muy acorde con los nuevos tiempos que vivimos, que en algo tenían que ser mejores ¿no?

viernes, 7 de mayo de 2010

Escenas chilangas (El Financiero 2002)

1) Llego a un estacionamiento cerca del zócalo que por algún misterio se llama “overol” con la decidida intención de que no me chinguen como siempre lo intenta el cajero, un gordo que es tan honesto como el mochaorejas o Al Capone. He realizado las cuentas y sé que me corresponde pagar dos horas, es decir treinta y seis pesos, lo cual es un robo pero a fin de cuentas un robo legalizado porque esa es la cuota advertida. El gordo recibe como siempre el boleto, como siempre analiza la hora, como siempre mira al cielo con cara de que está haciendo cuentas y como siempre me cobra de más: “son sesenta pesos” declara, lo que me lleva a mi vez a declararle que está jodido y que son treinta y seis. Vuelve a ver el boleto, parpadea y finalmente masculla “tressansteiis”. Cuando le digo que nunca me ha cobrado la cantidad correcta nomás se me queda viendo con cara de que se abanica en mi opinión y el tipo que está atrás con profunda solidaridad me dice que me apure. En el momento que me subo al coche una señora esta diciendo: “es que usted siempre cobra de más”. Ya camino a mi casa calculo que el gordo gana más que yo por la sola virtud de no saber sumar más que a su favor.
2) Voy por avenida Chapultepec pensando en la inmortalidad del cangrejo cuando un señor igualito a Capulina se traviesa en el arroyo y para el tráfico. Lo primero que se me ocurre es que es el bastonero principal de un desfile de disfuncionales; nones, atrás de él vienen otros dos señores vestidos de civil portando unos rifles, así de grandes. Mi segunda hipótesis es que se trata de un comando que va a secuestrar a alguien pero como yo soy un pelagatos y a mi alrededor no hay nadie la descarto de inmediato. Los del rifle pasan al lado mío mientras rezo una Magnífica y entono el tema “yo se los juro que yo no fui”, finalmente se van. Luego me entero que efectivamente eran un comando, pero antisecuestro y que estaban tratando de evitar que los malhechores hicieran de las suyas.
3) A mi lado un camión de helados o algo así da un frenón para no estrellarse con un coche particular, del coche se baja un señor particular así de grandote y le grita peladeces al chofer que también se baja, en cinco segundos están trenzados a golpes con clara ventaja para el señor que de un tortazo (me gusta “tortazo”) le voltea la nariz a su contrincante (uno siempre tiende a pensar que la gente con menos recursos es mejor para los golpes que los pudientes pero este es un claro ejemplo de una excepción), llega la fuerza pública y los separa mientras se gritan más peladeces, luego se suben a sus coches y se van.
4) Enfilo por calzada de Tlalpan con rumbo al sur, como siempre tomo el carril de la izquierda para evitar a los microbuseros que se paran en cada estación, manejo al lado de un vagón del metro que va atestado y en el que un joven que va junto a la puerta cerrada me mira fijamente. De pronto y sin que medie estímulo alguno levanta la mano y me hace una señal conocida en México como “caracolitos” o “mocos”. No tengo explicación para el arrebato, a lo mejor es un asesino serial que odia a los calvos o es un joven aburrido que se entretiene mentando madres, la verdad es que no lo sé y me quedo con la duda hasta que llego a mi hogar.
5) Un señor se quiere dar vuelta a la izquierda en Insurgentes y a huevo por lo que discute con un policía que impasible le dice que circule. El tipo está furioso y mete un acelerón mientras le grita al representante de la ley “pero gano más que tú, jodido”.
Todo lo anterior en una semana en la muy noble y leal ciudad de México de la que por cierto me declaro rendidamente enamorado a pesar de sus taras y sus vicios chilangos que probablemente no tengan el menor remedio. Ni modo.

jueves, 6 de mayo de 2010

Perros (El Financiero 2002)

Para María, adoradora de los perritos salchicha
Supongo que el primer perro que se acercó a una fogata con la saludable intención de merendarse a un hombre primitivo se sorprendió cuando su cena, es decir el hombre primitivo, le aventó un pedazo de carne y de esa manera descubrió que era infinitamente más cómodo dejar que estos señores de taparrabos salieran en masa a exponer la piel frente a un mamut mientras él movía la cola. A partir de ése momento se generó una relación que con altas y bajas se mantiene constante y fraterna y nos ofrece múltiples enseñanzas sobre la vida humana.
Existe, por ejemplo, gente que le tiene miedo a los perros, normalmente la fobia se construye el día que alguien de cinco años que se llama Juanito está llenando una cubetita con lodo y de pronto se acerca un dogo siberiano y pega un ladrido a traición que en el mejor de los casos solo deja un miedo indeleble y en el peor produce impotencia y la caída del pelo..
Hace muchos años mi padre (un gran amante de los perros) llevó a casa a una perra que por algún misterio se llamaba Gigi (un nombre ligeramente idiota) con el fin de que nos hiciera compañía. Pues bien, la perra del nombre idiota tuvo a bien morirse y el veterinario (que era doblemente idiota que la difunta) no practicó la autopsia de rigor, ello determinó que hubiera la “ligera sospecha” de que mi hermana Claudia y un servidor podíamos tener rabia, sí, escribí “rabia”. Ante el temor de que a los tres días nos empezara a salir espuma por la boca se recomendó la vacunación. El tratamiento consistió en 14 vacunas en el estómago que dolían hasta el alma (en la primera aplicación le di una patada a la enfermera en un seno) y que nos provocaron una fobia no a los perros pero sí a las inyecciones y un odio muy explicable hacia la figura de Luis Pasteur.
La personalidad de la gente puede descubrirse por el tipo de perros que poseen, lo anterior, que parecería un lugar común, tiene pleno sustento ya que las evidencias de esta verdad científica son innumerables; están por ejemplo los que se sienten comandos justicieros. Estos normalmente se hacen acompañar de un perro doberman o equivalente que está perfectamente entrenado para morderle la yugular a una viejita en el parque. La gente que tiene estos perros usa el pelo corto y camisetas negras muy pegadas al cuerpo e invierte la mitad del día en adiestrar a su animal a base de palos. Huelga decir que entre el gremio de poseedores de perro, éste es el tipo más lamentable.
Otro grupo se dedica a adiestrar perro para competencias caninas, en este caso los canes tienen apelativos extrañísimos, ya que en lugar de que se les ponga Blackie o Nerón, se utilizan nombres como Rowslans Bassen Howladito III. Las competencias se realizan en un auditorio (que debe oler a excremento) y en ellas podemos ver a gente normalmente gorda que expone a sus perros enfrente de los jueces. El mejor momento de la tarde se alcanza cuando los hacen pegar una carrera para que se pueda evaluar su rendimiento, en estos casos los perros lo hacen con solvencia, pero los dueños normalmente van pegando brincos ya que el ritmo del trote no da para una carrerona ni para caminar. El efecto final resulta notabilísimo.
Un tercer tipo de tenedores de perros son aquellos que disfrutan a los animales dominados por la histeria, en estos casos se trata de perros que miden lo mismo que una rata grande y poseen un metabolismo propio de los adictos a la heroína. Estos perros brincan y brincan, lo babean a uno e intentan infructuosamente copular con la rótula de los invitados. Los dueños normalmente son gente muy bruta que le hablan al perro como solo un idiota le podría hablar a un perro: “mi quiquiiiiis, quién es la perritta consentidaaaa, etc”. Una tendencia particularmente perversa es vestirlos con algún tipo de abriguito y cachucha y sacarlos a la calle. Ignoro si los perros poseen el sentido del ridículo del que sus amos carecen pero el espectáculo es ligeramente lamentable y debería motivar a que todas las organizaciones protectoras de animales elevaran su más enérgica protesta en contra de quien resulte responsable.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Impunidades (El Financiero 2002)

Leo que nuestro país es una especie de campeón mundial de la impunidad y que de cada 10 delitos que se cometen 9 quedan sin castigo alguno. El dato desde luego es escalofriante pero tiene varias explicaciones que parten desde la esencia misma de nuestra formación y que nos troquelan la conducta de manera irremediable.
Cuando yo era estudiante había una maestra que tenía un carácter similar al de Atila el huno y el aspecto de cualquiera de sus guerreros, con esta buena mujer no había lugar a ninguna especulación; a principio de año advertía sobre las reglas a seguir y todo aquel infeliz que se apartara del camino podía sufrir las consecuencias entre las que se contaba la didáctica estrategia de “ir a la dirección” donde lo dejaban a uno parado como policía de crucero para que “reflexionara sobre su conducta”. Pongo el caso no porque crea que mi maestra es ejemplo de nada, sino para explicar que las consecuencias advertidas son un principio didáctico que en este país tiene el mismo valor que un mazapán de a peso.
Actualmente las cosas empiezan con los padres de familia que quieren enmendar a sus hijos por medio de castigos que son simplemente incumplibles. Normalmente en un arrebato de ira los padres generan amenazas que bordan los límites del ridículo y que luego tienen que ser desmentidas por la vía de los hechos “!Si no te comes la sopa¡” –dice la señora con el hígado en las muelas- “!No vuelves a ir al cine¡”. Por supuesto lo anterior es una pendejada, lo mismo que matar a Santa Claus y sin embargo, a cada minuto padres y madres se enfrascan en estos menesteres sin darse cuenta que lo que aprendemos los mexicanos es justamente a pasarnos por el arco del triunfo cualquier normativa.
Ayer me enteré que en Sonora unas señoras tomaron las casetas de peaje y dejaron pasar a 2 300 coches de gorra para protestar por lo cara que está la luz. Estas medidas han probado permanentemente su eficacia y son la muestra de que en este país puede ser más redituable una zacapela de este estilo que cualquier otra forma de protesta. Efectivamente, lo más probable es que si llega una señora muy decente y manda una carta al funcionario correspondiente expresando sus objeciones al alza de la luz, el destino de tal misiva será el bote de la basura. En cambio si la misma señora enloquece y le da por amarrarse con mecate al jardín público la cosa gana en rating y ello implica, ahora sí, que nuestro funcionario sea levantado de la cama a las tres de la mañana y mentando madres mientras se dirige a negociar.
Otra fuente fundamental en la didáctica del incumplimiento tiene que ver con lo que se llama eufemísticamente “condonación” que no es otra cosa que permitir que todos aquellos que incumplieron con sus pagos de una cosa o de otra se “regularicen” lo que presupone que los que sí cumplieron se sientan como una nube de imbéciles que fueron estafados por nuestras autoridades y a la siguiente decidan hacerse los suecos porque la consecuencia será exactamente la misma. Gracias a este principio los que se roban la luz, aquellos que no pagan impuestos e inclusive los que instalaron un aparato de recepción pirata pueden entrar al aro bajo el mexicanísimo principio de “cuenta nueva y borrón”. Hace unos años cuando pedí un préstamo hipotecario, el “error de diciembre” me dejó como al señor que escenifica la pasión en la Semana Santa. Tardé cuatro años en reponerme y llegué a pensar en medidas extremas para poder pagar, como seducir a viejitas seniles o poner una fábrica de gelatinas. Cuando finalmente me liberé y llegué muy contento a contar mi nueva condición de no deudor, un primo me dio unas palmadas y me dijo que el se había negado a pagar y que finalmente había negociado con el banco por una cantidad tres veces menor a la que yo pagué. Lo miré como veía la Medusa y en ese momento me fui a la ferretería a comprar mi machete para ver si, ahora sí, la revolución me hace justicia.

lunes, 3 de mayo de 2010

Esos signos (El Financiero 1999)

Narraba hace unos días Víctor Roura que José Luis Perdomo era un editor muy malhumorado y desesperado por lo mal que escribían algunos colaboradores, agregaría yo que tenía el hábito muy deficiente de no saludar al prójimo. Sin que esto implique un arrebato paranoico (o un Edipo mal resuelto) supongo que en la lista de Perdomo un servidor ocupaba un destacadísimo lugar. Efectivamente, cada domingo cuando mando mi artículo me imagino al pobre mortal que le tocó la negra de revisar lo que escribí elevando los ojos al cielo y poniendo un acento donde no lo había, o una coma en lugar del punto y seguido. Ni modo.
Supongo que lo correcto sería hacer un acto de contricción y en consecuencia iniciar un curso de ortografía rápida, u ofrecer mi alma en sacrificio para todos aquellos sacerdotes del español que se encabronan si uno no habla como el Quijote de la Mancha. Sin embargo, el asunto me rebasa; las reglas gramaticales representan para mí una fuente de misterios inescrutables. Para fundamentar esta incapacidad congénita ofreceré algunos ejemplos.
Regla.- El objeto directo es la parte de la oración que responde a las preguntas: qué, a quién o a quiénes + verbo, y puede ser sustituida por los pronombres la, lo, las o los. Muy bien, la buena noticia es que ya sabemos que la es un pronombre, la mala noticia es que hay una parte de la oración que responde a alguna pregunta ¿qué pregunta? Ni idea. Tratemos de salir del embrollo usando un ejemplo: José Luis corrigió algunos artículos y se puso de un humor de la chingada. Correcto, según la regla anterior, lo que debemos hacer es cambiar algunos artículos por el pronombre los y santas pascuas. Sin embargo, a mí me parecía más informativa la versión original en la que no se sabía cuáles eran los artículos que le habían conferido ese geniecito a José Luis. Por otro lado, para poder preparar este modesto problema gramatical invertí media mañana de revisión de el libro de español de sexto grado de primaria -que por cierto escribieron unos cuates.
Regla de tiempos verbales.- El antepospretérito indica que la acción sucede después de otra pasada y antes de una que, para el pasado, sería futura. El texto anterior podría estar escrito en algún dialecto burundi y sería más legible, pero hagamos un esfuerzo. Lo que sucedió se supone que ocurrió después de que algo pasó (lo cuál tiene cierta lógica). También sabemos que va a ocurrir antes de algo que pasará pero que se encuentra en el pasado. Algo así como una versión gramatical de Pide al tiempo que vuelva, donde Christopher Reeve, le mete mano a Jane Seymour de manera antepospretérita. Sigamos con nuestro ejemplo: José Luis me prometió que cuando yo fuera a recoger los artículos el ya los habría revisado y estaría de un humor de la chingada. Ahora bien, yo puedo descifrar esto porque así habla la gente normal, no desde luego porque comprenda la regla.
Regla de acentos.- El acento diacrítico sirve para distinguir palabras escritas que pueden dar lugar a confusión por resultar homógrafas -es decir de idéntica escritura, pero diferente significado o función gramatical- si se aplican regularmente las reglas ortográficas. La segunda buena noticia es que ya sabemos que coños es una palabra homógrafa. Por otro lado esta regla está bastante sencillona porque se supone que debe distinguir palabras como aquel (cuando es adjetivo) de aquél (cuando es pronombre). El enorme problema al que nos enfrentamos es que sólo Dios sabe en el momento adecuado distinguir entre ambas opciones, por lo que en este caso lo que hacemos los mortales es pasarle el corrector ortográfico al texto (asunto que no servirá de nada porque el corrector no puede saber si lo que queremos escribir es pronombre o no). de hecho el corrector de mi máquina cree que Fedro debe ser sustituído por Federo, Medro, Cedro o Pedro.
En fin, yo seguiré escribiendo, el corrector sufriendo, los entusiastas del español criticando y José Luis revisando textos... quién (¿así se escribe?) sabe dónde.

domingo, 2 de mayo de 2010

Influencias artísticas (EL Financiero 1999)

La persona más original que he conocido en mi vida era un señor que se ponía sombrero, usaba clavel y bastón y a la menor provocación se ponía a recitar poesía propia (que era una mierda sin remedio) o a bailar, poniendo los ojos en blanco, el gustado tema típico “Qué chula es Puebla”. Dentro de su repertorio de originalidades se encontraba el connotado hecho de ser el inventor de un idioma el cual empezaba a hablar cada que estaba beodo y que consistía de una serie de pujidos. Este esfuerzo comunicativo era ligeramente estéril ya que como era el único que entendía tal lengua, no había manera de saber si estaba rezando, trabajando en ecuaciones diferenciales o mentándole a uno la madre. Estaré de acuerdo con usted, querido lector si me dice que el fulano de marras no era original sino pendejo, pero lo anterior me deja pensando en los esfuerzos que hacemos día con día con el fin de abrevar de las fuentes de las que nadie ha tomado agua y como tales empresas suelen terminar invariablemente mal.
Original es un señor que se cuelga una cacerola del pescuezo y sale a la calle o aquel que es capaz de beberse un jarrito de toronja por la nariz. El sendero de la idiotez está empedrado de cientos de personas que en un afán de distinguirse nos regalan cotidianamente con muestras prefabricadas ligeramente escalofriantes de una profunda imbecilidad. El que no me crea puede ir a leer la versión más actualizada del libro Guinness en donde podemos encontrar al señor que se bañó por última vez el 14 de julio de 1974 o la señora que se recuesta en la recámara y el pelo le llega al garage. Otra opción es ver el programa de Ripley del cual fui testigo recientemente y en el que un señor levantaba con los dientes una mesa con todo y mantel y otro se metía una boa por la garganta en el acto más repugnante que he presenciado jamás (si descuento las expectoraciones que generaba un tío abuelo hace ya muchos años).
Desde chiquitos se nos impronta con la idea de que copiar es malo, al que agarran tomando ideas de sus compañeritos le cae la fuerza de la ley. Es por ello que los imitadores son una especie de leprosos de este mundo moderno y la razón por la cual nuestros progenitores buscan alternativas extraordinarias para nuestro futuro desarrollo profesional y digo extraordinarias por lo idiotas, como estudiar la tuba o aprender alguna lengua muerta que resulta muy útil cuando las reuniones sociales se ponen aburridas.
Y digo yo: ¿cuál es el mérito de ser originales? La Historia es filtro de proporciones implacables; a lo largo de cientos de años la gente inservible ( con excepciones que probablemente nunca conoceremos) ha sido cribada y mandada a los fosos del olvido, mientras que las mejores influencias se han dejado sentir por aquí y por allá ¿cuál sería el problema de recibir su aroma? Búsquese una idea cualquiera y se encontrará siempre, de manera invariable algún antecedente cosa que, por cierto, me resulta profundamente normal. Sin embargo, dígasele a fulanito de tal que se percibe en su obra la influencia de sutanito y los siguiente que sucederá es que fulanito nos mandará a buscar la influencia de nuestra señora madre ya que seguramente se sentirá insultado.
Desde luego hay otros más vivos (o más brutos, según se quiera ver) que cuando les pregunta sobre sus grandes influencias contestan cosas como León Tolstoi u Octavio Paz. En ese caso lo que sigue es leer la obra del entrevistado para saber a qué atenerse con respecto al intelecto del declarante..
Es obvio (tan obvio que preocupa que se siga dicutiendo) que ninguna influencia puede ser mala por sí misma. Que si un señor nos hizo el favor de hacer bien las cosas para luego morir, tendríamos que ser muy brutos para no tomar su ejemplo. Es por ello que a partir de este momento me declaro públicamente influenciable y lo invito a que haga lo mismo. Ahora que si usted cede a los encantos de Jorge Ortiz de Pinedo será muy su problema.

sábado, 1 de mayo de 2010

Thalía o memorias del desneuramiento (El Financiero 1998)

Lo primero que percibe uno de Thalía es que está bien buena y por algún misterio sensorial es también lo último. La ¿cantante? se inscribe en esa corriente arrasadora de jóvenes muy jóvenes que entraron en el mundo artístico con un aspecto físico de la mejor ley y con la aparente condición de establecer vínculos indisolubles con la estupidez. Para muestra basta el botón de la entrevista que Jesús Hernández le hizo ayer en las páginas de este periódico. Veamos algunos indicadores:
A la notable pregunta respecto a la posibilidad de producir lencería para las clases populares, Thalía contestó que el producto se vendía como pan caliente y además destacó el hecho de que no son (ella se incluye desde luego) tantos ricos en México. Que Dios la perdone pero tiene razón, las recientes estadísticas hablan de 40 millones de mexicanos que viven en pobreza y 14 millones por debajo de la línea de pobreza extrema. Por supuesto la preocupación de estos compatriotas no es comprar los calzones que vende Thalía. Posteriormente se le inquirió acerca de su visita a Indonesia donde su popularidad es muy alta, la cantante relató que vino un avión con los cónsules y el “señor de educación” a conocerla y a contarle que un chingamadral (la vulgaridad es mía) de indoneses la ven todas las noches y que sólo se habla de ella y de Mahoma, además que cuándo les habló en español a los notables indoneses, éstos se quedaron muy extrañados y que eso es muy bonito. Bien, si efectivamente vino el ministro a ver a Thalía, podemos entonces explicarnos la tasa de 25% de analfabetismo que tienen los indoneses, la misma variable probablemente explique también porque les gusta tanto la cantante (repito: está buena, no da clases de filosofía). El siguiente paso es imaginarse la calles de Jakarta y a Mahoma y a Thalía siendo recordados por la gente y finalmente tratar de descifrar porque Thalía encuentra bonito que unos señores que la vienen a ver no entiendan un carajo de lo que dice.
La entrevista avanza hacia el peligrosísimo terreno de la política en el que Thalía se desempeña solventemente como lo demuestra la declaración de que tuvo la maravilla de conocer (bíblicamente) al hijo del “gran presidente Díaz Ordáz” (las comillas no pueden ser más que dignas hijas de Thalía) y a través de él conoció mucho de política (no se sabe si el aprendizaje tiene que ver con instrucciones para masacrar o simplemente la mejor manera de ligarse a una folklórica). Luego habla de que su padre era un hombre cultísimo que aparece en la Enciclopedia Británica (cuya probable y única omisión fue no transferir ése tesoro cultural a sus descendientes).
Posteriormente Thalía habla de “su México” (¿por qué les dará por apropiarse del país?) y dice que su público oscila entre niños muy pequeñitos hasta abuelitos y que la ven como si fuera parte de su familia; la hija, la hermana , la novia y que cuando va en la calle lo máximo que le puede decir alguien es “qué Dios te bendiga”. En este caso hay un pequeño error conceptual. Seguramente la ¿actriz? no se ha dado cuenta que sus admiradores se encuentran en el rango que los especialistas definen como de capacidad para el ejercicio sexual y que si un señor la mira atentamente, lo menos que está pensando es que le gustaría tener una hija así. En cuanto a lo que le dicen en la calle, probablemente se deba a que Thalía no ha circulado lo suficiente ya que lo máximo que le puede decir un albañil, por ejemplo, es mucho menos sacro de lo que piensa.
El cierre monumental está dado por las pláticas de Thalía con Dios las cuáles “son maravillosas” (aquí hay que pensar en los temas que elige Dios para hablar con ésta su sierva). En ésas pláticas Thalía le cuenta a Dios que tuvo un mal pensamiento (que en su caso podría ser un pensamiento inteligente) o que le contestó mal a alguien.
Después de la entrevista y ante la popularidad de Talhía uno se queda con la sensación de que algo anda mal en México o en Indonesia (o quizá con Dios).