martes, 30 de marzo de 2010

La Primavera (El Financiero 1996)

Cuando la órbita elíptica de la tierra intersecta el Ecuador se producen los equinoccios, que son dos: el de otoño y el de primavera. Esta información --que no debiera interesarle ni a la madre de Galileo-- adquiere un sentido diferente cuando se evalúan las consecuencias que dicho evento astronómico tiene en la conducta de los seres humanos... Especialmente de los mexicanos.

En primer lugar están los calóricos; ese grupo de compatriotas que, por alguna razón que tiene que ver con la germinación de su alma, se visten como profesores de gimnasia (en el mejor de los casos) o como lo hacía el señor de los Tepanecas (en el peor). Los calóricos son como frijolitos en flor y consideran --probablemente basados en evidencia ancestral-- que el asunto sólo tendrá sentido si se trepan a una pirámide para luego sentarse empleando una contorsión de acróbata. La mirada que aplican es equivalente a lo que los especialistas tipifican como de "ausencia sicótica".

Otra opción es probar la técnica del sahumerio, que consiste básicamente en pararse enfrente de un señor que tiene en la mano una copa en la que arde alguna sustancia sicotrópica y dejarse ahumar. El aspecto final del iniciado es el mismo que el de un pescado a la plancha.

En realidad el único daño que generan estas conductas de equinoccio es el que sufren nuestros monumentos históricos que, año con año, se enfrentan a hordas de gente en turbante que son la principal fuente de cascajo prehispánico en el país. Pensándolo bien hay otro riesgo; que algún calórico pierda la vertical y se desmadre como la Coyolxauhqui al pie de una pirámide mirando al sol de primavera.

La segunda derivación de la entrada de la primavera se da en el campo educativo, concretamente en los jardines de infantes. Supongo que algún día una vieja chota decidió que era una idea espléndida la de festejar el 21 de marzo disfrazando niños. De manera sorpresiva la idea fue aceptada unánimamente --y digo sorpresiva porque es una idiotez--.

A los pobres niños hay que vestirlos con algún disfraz alusivo a las circunstancias y entonces las abnegadas madres se pasan tres noches tronándose los dedos ante la duda de cuál será la mejor opción. Las imagino paseando nerviosas mientras piensan "¿de pajarito? ¿mariposita quizá?" Luego toman una determinación que no puede ser sino dolorosa para el infante, ya que le confeccionan un atuendo digno hijo de su pinche madre y lo mandan a la escuela en su triciclo con globitos a desfilar. El niño no se entera de nada, pero los padres llegan jubilosos, toman fotos y filman las escenas que luego serán usadas como pruebas documentales de algún acto de parricidio. Aún recuerdo entre escalofríos el traje de mariposa de mi hermana Diana; seguramente el asunto la marcó y determinó que fuera socióloga.

Cosas de la primavera.

La última derivación perversa de nuestras fiestas calendáricas se inició en la sierra de Ixtlán el 21 de marzo de 1806. Ese día nació Pablo Benito Juárez García en San Pablo Guelatao. La historia, generosa, no ha contado cómo el pastorcito perdió una oveja y del puro susto se fue a la ciudad de Oaxaca; pero ése es otro asunto. En realidad el notable tino del Benemérito consistió en nacer el día de la primavera, asunto que aún lo agradecen los burócratas que no trabajan y hacen puente para irse a chupar o ver la jornada doble del futbol. Sin embargo, otras opciones igualmente estremecedoras se presentan en los ámbitos escolares donde los niños hacen la representación escolar alusiva y acaban matando franceses en el simulacro de la batalla de Puebla.

La otra opción la representan las huestes liberales. Los grandes maestros de las logias masónicas gastan doscientos pesos en arreglos, y se van muy pachuchos al hemiciclo donde Juárez y la patria los contemplan mientras se dedican a dar discursos incendiarios en los que señalan que deben salvar al país y a las instituciones de los curas y otros demonios... Cosas de la primavera.

lunes, 29 de marzo de 2010

Los consejitos (El Financiero 1995)

La gente, ante la desgracia, tiene la terrible maña de pedir consejos; platica con los amigos, escucha a los astrólogos, va con un cura o simplemente escribe cartas a la sección "consultorio" de alguna publicación periódica. Los resultados frecuentemente son lamentables: los amigos se embriagan, los astrólogos se visten como tías, los curas nos regañan y las secciones producen respuestas como las que hoy nos ocupan.

Esta es la carta que una persona anónima mandó a la famosísima sección Consultando el corazón a cargo de María Elena Madrid (segunda de Ovaciones, 19 de diciembre de 1994).

"Estimada Sra. María Elena:

Le quiero decir lo que me pasa en estas fechas navideñas. Con tanto trabajo, luego los gastos que no puede uno afrontar, también los hijos que piden los regalos y, para colmo, la tomadera del marido... me pongo con los nervios de punta. Yo me tengo que echar toda la cena, desde la ida al mercado, para conseguir todo más fresco y barato; nadie quiere ayudar y me dicen que me pongo insoportable. Es un cansancio horroroso y ya de final los hijos cenan rápido y poquito porque tienen que ir a cenar a casa de las novias o los novios y a mí me dejan con el pesado de mi marido que ya con sus copas lo único que hace es quejarse... que estamos solos, que qué triste es la vida y dale con lo mismo toda la noche y yo lo que quiero es irme a acostar, a descansar mis pies. ¿ Estaré demasiado neuras?" La respuesta es como sigue:

"Muy estimada amiga:

Tenga la seguridad de que si sus nervios están alterados, tiene buenas razones para justificarlo. El cansancio, en último grado, produce graves trastornos emocionales, entonces si usted se sobrecarga de trabajo en estas fechas, aparte de la hipersensibilidad que se produce en esta época romántica, en todos los que celebramos la Navidad y el fin y el principio de un año, se llora y nuestra parte sensitiva está a flor de piel con los recuerdos, obligaciones, gastos, trabajo y esfuerzo que demanda toda celebración, se convierte en un verdadero agobio un festejo que lo primero que debe existir es paz y una profunda serenidad; la comida y regalos, hasta donde la salud y el bolsillo toleren; medir el trabajo y controlar las emociones para NO amargar a nadie ni a nosotros mismos. Que el esfuerzo NO nos lleve a la neurosis que después reprocharán los que están cerca de nosotros y por los que hemos hecho el esfuerzo. Cuando tenga sueño, vaya a descansar o duérmase frente a su marido. Una bella y sencilla Navidad. Su amiga: María Elena".

De la respuesta anterior se desprenden varias consideraciones: a) La Navidad es una época romántica, b) nuestra parte sensitiva está a flor de piel, c) la sintaxis está en las profundidades del océano, d) se debe dormir cuando a uno le dan ganas.

Sin embargo, podría entender perfectamente que la mujer que demanda ayuda -- llamémosla la neurótica-- se sintiera decepcionada, ya que la única recomendación concreta es la de dominarse frente al borracho de su marido.

Una respuesta respetable y efectiva se sugiere a continuación:

Querida neurótica:

a) En estas fechas navideñas no gaste un centavo en sus hijos que, como se ve, son unos sátrapas.

b) Ponga alcohol adulterado en las botellas con las que su marido inicia la tomadera... Quedará completamente calvo

c) Si no la ayudan a hacer la cena, pida pizzas hawaianas.

d) Invite a las novias y a los novios de sus hijos para que coman despacito y en cantidades abundantes.

e) Corra al pesado de su marido de la casa.

f) Para no estar triste, baile el tema navideño "Qué lindo churumbel".

g) Frótese los pies con té de valeriana.

h) Definitivamente está usted demasiado neuras.

¿ No es mejor?

jueves, 25 de marzo de 2010

Nominalmente (El Financiero 1996)

La trascendencia de los hombres (y las mujeres) ha sido medida con distintas varas desde que la historia es historia; en la Edad Media supongo que alguien podía aspirar a este valor porque conservaba todos los dientes a los treinta años. Entre los cristianos el asunto de la trascendencia se ha evaluado a través de un comportamiento impecable y un destino funesto, como ser quemado con leña verde o pasar a mejor vida devorado por una nube de hormigas entre los gritos de aborígenes que se negaron (¡pérfidos!) a ser catequizados. Los hare krishnas deben trascender de acuerdo con el número de corcholatas que golpean con las puntas de los dedos en los aeropuertos... y así nos seguimos.

Actualmente los criterios de trascendencia son confusos: uno puede aspirar al recuerdo de sus congéneres por la notable capacidad de tirar una pelota que va hecha la chingada; por escribir una obra maestra sobre el amor o simplemente en base a una propuesta escénica donde los protagonistas se lanzan huevazos mientras gritan: "¡La imaginación al poder!".

Los que nacimos para pelagatos, sin embargo, debemos conformarnos con criterios más elementales de trascendencia. La sabiduría popular recomienda la mamadencia ésa de escribir libros, plantar árboles o llenarnos de críos. De las tres consignas me preocupa profundamente el asunto del árbol, ya que no veo cómo los misteriosos caminos del Señor me enfrenten jamás con un prado verde, una pala y un pirul, y si esto llegar a suceder tampoco veo cómo se me antojaría hacer un hoyo en el suelo en lugar de tumbarme en él.

Con los hijos es otro cantar; ya he contado en este espacio la historia de María, ese pequeño pedazo de energía que me patea en las noches y que el jueves casi me deja tuerto mientras comía "frijolitos". Ahora María tendrá un hermano que si todo sale bien nacerá en el mes de mayo.

Decía Borges que decía no sé quién: los espejos y las cópulas son abominables, porque multiplican el número de los hombres". La cita --repugnante por cierto-- está bien para Borges pero no para un padre angustiado que ve venir a un hijo como se ve venir un meteorito. Por supuesto dentro de las cargas que se suman a los hombros destaca la decisión del nombre: "Fedro" propuse desde que me casé. Sin embargo, he recibido una multitud de comentarios (algunos sutiles y otros no) en los que se manifiesta que sólo alguien muy imbécil o de plano pendejo podrá cometer (así dicen, cometer) semejante monstruosidad con un niño pequeñito e indefenso que no tiene que sufrir las inseguridades de su padre. Por supuesto ignoré los comentarios... pero de dientes para afuera, ya que al poco tiempo dejé de dormir mientras soñaba que era apuñalado por mi propio hijo que en la mano blandía un acta de nacimiento. Ante la cochina duda decidí ir a Sanborns y comprar el libro "Nombres para el bebé" de Salvador Salazar. El texto es notable desde varios puntos de vista: primero por un epígrafe que dice a la letra "Para un niño es lo mismo llamarse Ciriaco, Cirilo, Casiano o Espiridión; pero no lo es ni para un joven ni para un adulto". Madres --pensé-- he ahí una verdad del tamaño de una casa y mis dudas se acrecentaron (lo mismo que mis pesadillas). A continuación me dispuse a hojear el libro y encontré el primer nombre "Aban", que según Salazar era un genio benéfico (que desde luego no tenía otro remedio que ser bueno con ese pinche nombre); "Abujajía" era nada menos que la tercera opción. Suspiré y seguí leyendo: "Batimona" (una divinidad que comía sesos); Huixtocíhuatl (un compatriota); Restituto (un mártir); Estaquis (un cristiano íntimo de Pablo el apóstol); Sucha (el dios andino del trago); ¿Fedro? Por ningún lado.

Al final de la lectura me dominaron dos sensaciones; la primera es que ni borracho me hubiera dado a la tarea que tan cumplidamente se enfrentó el autor. La segunda es que el nombre estaba decidido (que Dios y Abujajía me amparen)... cosas de la trascendencia.

lunes, 22 de marzo de 2010

¿Qué le pasó al Centro? (EL Financiero 1993)

Todos los días a partir del 15 de julio ha sido necesario que asista al centro de la ciudad para cumplir un trabajo. Exactamente a las nueve de la mañana, encamino mis pasos hacia el metro Miguel Angel de Quevedo y me trepo con rumbo a los Indios Verdes. La temperatura en el interior del carro debe se la misma que la que se necesita para derretir al tungsteno. El vagón es asaltado por gente que vende "tupsi de a peso" o que canta De colores acompañado por una guitarra con cuerdas de metal. El transbordo es en Hidalgo, una marea humana tomar por asalto el andén en dirección Tasqueña, allí hay que ponerse águila o a uno se lo lleva la tiznada, porque sale una cantidad de gente inimaginable del vagón. La bajada es en el Zócalo donde al salir por las escaleras que llevan a la gran plaza hay un olor que se mastica.

Una de las primeras cosas que llaman la atención al caminar por el centro es la cantidad de puestos y las eternas obras de reparación que dejan como polvorón a los caminantes. Se vende absolutamente todo; hay pilas, relojes, radios, supongo que hasta porcelana china. El detalle siniestro está dado por las patas de pollo, una especie de "snack" que se vende en cucuruchos de papel, y los tacos de algún animal cuyo cráneo descansa en la mesa, supongo que como evidencia de que no son de perro. No se puede caminar. Al atravesar las calles los taxistas, que son unos jijos de su tiznada madre, le avientan a uno el carro. Se siente horrible. La Plaza de la Constitución ha sido invadida por un número considerable de manifestantes que se instalan en tiendas de campaña de plástico. Hay pequeños cubículos que funcionan como baños (ignoro si hicieron un hoyo en el piso, aunque parece que no). Desde luego supongo que esta gente se encuentra allí protestando por alguna injusticia que el gobierno o algún empresariete (qué raro) cometió y podría parecer una frivolidad criticarla, pero ni modo, hay que decirlo, es terrible. Otra forma de protesta son las manifestaciones,los motivos son de lo más diverso y las consignas que se gritan son de una variedad extraordinaria. Hay mirones, paleros y manifestantes reales, hace poco una turba de viejas chirimoleras se plantó afuera del edificio en el que me encontraba. José Mateo y yo nos asomamos por la ventana y una gorda inició la siguiente consigna: "a, e-sos, mi-rones, les faltan, panta-lones". Cerramos la cortina.

Nadie en pleno uso de sus facultades mentales puede apoyar este deterioro. El centro debería ser un lugar al que se va con gusto y no con el corazón oprimido. No se trata, desde luego, de meter tanques y sacar a la gente o de prohibir las manifestaciones. Hay que ofrecer opciones y esa es una responsabilidad del gobierno. Que se reubique a los ambulantes (a los que venden patas de pollo no), que se dialogue con los manifestantes (con las viejas chirimoleras no) y que se genere mayor justicia para que la gente no tenga que hacer su camping enfrente de palacio, a costa suya (estoy seguro) y de la pituitaria de los transeúntes. Que a los taxistas se les haga manita de puerco cada vez que se lleven un cristiano. Así lo espero. Invito desde esta modesta tribuna a todos aquellos interesados en el destino del primer cuadro a que manifiesten sus inquietudes en una asociación de "amigos del centro histórico" en la que seguramente se anotará algún loro huasteco como presidenta y que, desde luego, logrará más que lo que un servidor con este pequeño desahogo.

viernes, 19 de marzo de 2010

Aserejé (El Financiero 2001)

Los ritmos se modifican con los tiempos y eso no tiene remedio; lo que para algunos tiene valor en cierto momento se diluye irremediablemente y se modifica por nuevos aires musicales. Las excepciones (que siempre son las menos) se llaman –de acuerdo a los entendidos- “clásicos”. Este fenómeno de durabilidad es notable por varias razones la primera y más conspicua es que debe haber varios cientos de miles de melodías que se han perdido en la noche de los tiempos, lo mismo que las personas que la interpretaban, esto supone un desperdicio de corcheas que se ha ido acentuando día con día por medio de música que para todo fin práctico puede ser considerada desechable, es decir de óigase y tírese.
El otro día escuché por ejemplo una canción llamada “seasons in the sun” que puede ser calificada limpiamente como una mierda. El misterio es que esta melodía (en la que un badulaque le dice a su papa que rece por él) era de mis favoritas cuando tenía corta edad lo que sugiere varias cosas vergonzosas entre las que destaca el hecho de que yo era un imbécil perdido. El asunto es que este hecho generacional también sugiere que los gustos se modifican para bien o para mal y que además la música moderna se ha convertido en una suerte de kleenex por medio del que se suenan los particulares miembros de una generación.
Los que se resisten a esta suerte de destino forman una nube ligeramente patética que busca espacios para recordar los tiempos perdidos. Es por eso que existen lugares especializados en proveer a los cuarentones y cincuentones de la música que se ha ido y que les recuerda su juventud. El otro día por ejemplo me invitaron a una discoteca para oír “música de nuestros tiempos” la invitación me atrajo lo mismo que me atraería una cena privada con Pati Chapoy y me negué rotundamente mientras me imaginaba a mis congéneres bailando disco sobre una pista que se prende y se apaga.
Por supuesto un problema asociado es replicar las taras de nuestros mayores y decir que todo lo nuevo es una porquería (en este momento recuerdo a una persona mayor que le daba bastonazos a una bocina bajo el argumento de que eso no era música sino puro tamborazo). El problema objetivo es que efectivamente lo que he escuchado como novedades me parecen simplemente impresentables y para muestra procederé a dar dos botones: Hace poco fui a una boda, de ésas en las que los comensales se sientan, comen de gorra y a la hora apropiada se lanzan a la pista para dar zapatazos. En algún momento mi hija María (ocho años) sintió que los dioses de la danza la poseían y sacó a su avejentado padre a mover lo que los clásicos llama “el bote”. La canción que propuso para bailar se llamaba “aserejé” o algo así y me fue explicado que la interpreta un trío de muchachonas. El tema dice más o menos así: “asereje ku dejaja la quicola matro meco mimorre” lo cual en principio resulta notable pero lo es más aún la técnica para bailarlo consistente en agitar los brazos frente a la cara en un gesto que solo he visto en la gente que es atacada por una nube de abejas y se las quiere sacudir a manotazos. Supuse que las chicas eran finlandesas y por ello no entendía yo nada, hasta que alguien con la debida modernidad me explicó paternalmente que en realidad eran españolas y se consideraba altamente probable que la letra de marras tuviera un mensaje satánico (imaginar a Guillén bailando con la niña Guillén a manotazos un ritmo diabólico). Acto seguido vino otra canción acerca de la mayonesa también con una ortodoxia propia que en este caso se basa en mover los brazos como si uno estuviera batiendo los huevos del rompope mientras balancea las caderas en un movimiento que todavía recuerdo entre estremecimientos y sudoraciones varias.
Mi incompetencia fue tal que supongo que hice pasar una vergüenza a la heredera que me liberó aliviada y me mandó a sentar entre la nube de borrachos que simplemente no entendemos que los tiempos cambian.
Para bien o para mal.

martes, 16 de marzo de 2010

Los diarios (El Financiero 2004)

En estos tiempos que corren la imagen se ha hecho un asunto importante que predomina dictatorialmente sobre otras formas de comunicación. Con el advenimiento de los medios masivos se ha vuelto moneda corriente que las personas públicas vivan a salto de mata y con el Jesús en la boca por el miedo que produce que a uno lo agarren en cuestiones inconfesables.
No pienso gastar su tiempo y el mío recetándole un análisis sobre los sucesos de la semana pasada ya que de ello se han encargado absolutamente todos y el asunto está de hueva. Me parece más importante reflexionar sobre el peso que tiene una imagen y la forma de obtenerla que –como se sabe- es absolutamente ilegal.
Algunas entrevistas he concedido en mi vida, las menos por mi actividad literaria y el resto en mi calidad de burócrata profesional. En ellas me llama la atención el sentido de urgencia por lo que los reporteros llaman la nota. Muchas cosas se han proscrito en la modernidad creciente, quizá una de las más lamentables es nuestro derecho a reflexionar sobre lo que decimos. Nuestra propia avidez por saberlo todo y rápidamente ha convertido al ejercicio periodístico en una carrera desenfrenada y poco lúcida en pos de las noticias del mundo. La metáfora es extrema pero creo que justa, me imagino a los reporteros como una jauría en pos de la presa, solo en el momento que se obtiene un bocado (que puede ser insustancial) se abandona la persecución. Hace algunos meses observé maravillado como Adolfo Aguilar Zínzer luego de ser defenestrado en la Secretaría de Relaciones Exteriores hacía un alto ante la nube de reporteros que lo esperaban en la puerta. Los siguientes veinte minutos generaron diálogos extraordinarios en los que él argumentaba que lo sentía, que no iba a dar ninguna declaración. Cualquier persona sensata ante una respuesta tan claramente desalentadora daría la vuelta y probaría suerte en otro sitio pero no los reporteros que continuaron preguntando, inclusive provocándolo para sacarlo de sus casillas.
Esta tendencia –decía- condena la reflexión a un mundo de timoratos y dubitativos. Es necesario ante los hechos fijar posiciones rápidamente, manifestarse inequívocamente, los eclécticos son considerados una nueva plaga, también quienes no tienen opinión o desconocen la respuesta a una pregunta. Hay que ver las zozobras de muchos entrevistados cuando se les pide un dato, una cifra, una ley que desconocen. Lo más práctico sería simplemente contestar “no sé”. Sin embargo esto nunca ocurre por temores varios, el más conspicuo, recibir una reprimenda del algún gurú mediático.
La tendencia actual ha inscrito a los medios en una batalla mercantil llena de códigos más propios de compañías petroleras que del servicio social que supuestamente prestan. Es frecuente que un medio determinado, anuncie con orgullo que es “el único (o el primero) de informar de tal suceso”. Supongo que estas declaraciones van dirigidas a una masa anónima que seguramente reconocerá la eficacia y el profesionalismo de la empresa por sobre la ineptitud de otras. También es frecuente que una noticia sea roída hasta los huesos para que los medios sigan vendiendo tiempo triple A. No tengo la menor duda que los que toman las decisiones atizan el fuego cuando las notas se empiezan a extinguir. La intensidad mediática ha logrado paradojas notables –lo ha señalado ya Kapuscinski- el reportero que recorre el mundo y que se encuentra in situ en el lugar de los hechos, puede ser la persona menos informada de lo que está pasando. El 11 de septiembre Lourdes Ramos y Jorge Berry, desde un estudio en la ciudad de México, hicieron favor de informarle a su reportero en Nueva York que un segundo avión se había estrellado en las torres gemelas.
Sin embargo creo que la mayor paradoja periodística estriba en su impunidad. Una premisa básica de la prensa para hacerse de la información es condenar a la picota a quien se niegue a darla. Los argumentos estallan de inmediato: “complicidades, corrupción, algo se esconde etc.”. Sin embargo ¿que ocurre cuando un medio obtiene (ilegalmente) información escandalosa y la publica de nuevo ilegalmente? En muchos casos reputaciones personales son afectadas indeleblemente y en el momento de pedir cuentas los términos se modifican casi por arte de magia: “acoso, censura, hostigamiento a la libertad de expresión, etc”. Percibo esto como algo escandaloso, sin embargo la soledad de mis argumentos prueban también que puedo estar equivocado.

domingo, 14 de marzo de 2010

Mexicanidades (El Financiero 2001)

¿Cómo reconocer un compatriota viajando por el mundo? El indicador más usado consiste en determinar en medio de un tumulto a la persona que trae la bandera tricolor, un sombrero gigante y que avanza gritando ¡viva México cabrones! Otra manera sencilla es identificar al que trae zapatos blancos sin calcetines o la señora que se untó tres kilos de manteca vegetal en la cara con el fin de subir a la torre Eiffel. Sin embargo, este método presenta serias deficiencias ya que no permite suponer más que la forma más superficial de nuestra herencia. Es por ello que me he propuesto construir un índice de mexicanidad que permita analizar de manera científica el nivel de identificación patrio de todos aquellos que tuvimos la suerte de nacer en estas bellas tierras. Asumo, sin ninguna modestia, que esta es una valiosa aportación a un territorio en el que las únicas explicaciones sobre nuestro comportamiento se basan en la idea de que sufrimos un trauma irreversible cuando los españoles llegaron a quemarnos los pies. Para ello le pido, querido lector, que conteste el siguiente cuestionario diseñado ex profeso para que se conozca mejor. Si el asunto pega, procederé a publicar un manual de autoayuda que usted encontrará en todas las librerías de prestigio y puestos de periódicos.
1.- Usted ha tenido una sensación de derrota e impotencia cuando se enteró que:
a) Hernán Cortés tomó preso a Cuauhtemoc y le achicharró los pies para que dijera dónde estaba la lana.
b) El cura Hidalgo fue apresado en Acatita de Baján (¿qué carajos será eso?), lo confesaron, fusilaron y decapitaron.
c) Nuestra gloriosa selección nacional fue derrotada por el poderoso equipo de Honduras en el Azteca.
2.- La luz del semáforo está en verde, usted advierte que seguir adelante provocará que los autos que circulan por la otra calle no puedan avanzar cuando corresponde, entonces decide:
a) Frenar de inmediato, sonreír cortésmente al vecino y esperar con paciencia.
b) Mandar una carta a las autoridades en donde, con toda civilidad, reflexiona acerca de la necesidad de que los semáforos de la ciudad se sincronicen adecuadamente.
c) Echar la lámina para adelante, bloquear el camino y observar al vacío mientras le mientan la madre.
3.- Ha ganado un viaje a Australia en el que, junto con otras cuarenta personas se dispone a conocer las llanuras. En un paisaje magnífico y rodeado de canguros usted decide:
a) Comentar con sus compañeros de viaje lo imborrable que le resulta la experiencia que está viviendo.
b) Caminar en silencio mientras reflexiona en lo maravillosa que es la naturaleza.
c) Darle de comer a un canguro un pedazo de quesadilla, chiflarle al animal para ver si se espanta y en el momento cumbre entonar la canción mixteca mientras grita: ¡jay-ja-jay¡.
4.- Frente a usted hay una pared completamente encalada, recibe de pronto un litro de pintura y una brocha del dos, en ese momento:
a) Decide donar tales implementos al museo nacional de arte, donde seguramente recibirán un mejor uso.
b) Se aleja del lugar y al llegar a su casa le ofrece a su vecino ayuda para pinta su casa (la del vecino).
c) Entra en una especie de episodio histérico y se pone a llenar la pared con leyendas tales como: “aquí estuvo el Pitirijas”, “Claudia te amo” o “putos lo de la San Joaquín”.
5.- Enfrente de usted hay doce botellas de vino descorchadas y listas para servirse, entonces:
a) Inaugura un club de cata de vino e invita a amigos y familiares para realizar la primera prueba.
b) Tira el contenido de las botellas por la coladera ya que considera que el alcohol es perjudicial para la salud.
c) Invita a tres cuates y empieza a tomar, a la segunda botella dice cosas como: “es que te quiero un chingo”, en la cuarta botella balancea la cabeza como elefante anestesiado y en la sexta decide hablarle (son las tres de la mañana) a la novia de la juventud para decirle lo mucho que la ama. Luego orina en el camellón.
Bien, si usted ha contestado la opción “C” en las cinco ocasiones, no cabe duda de que es más mexicano que el pulque y un digno exponente de nuestra nacionalidad, por lo que le sugiero enviar una carta al Secretario Castañeda para que le dé un hueso en algún consulado y nos pueda representar con la dignidad que merecemos.

sábado, 13 de marzo de 2010

Calzada de los misterios (El Financiero 2001)

Nunca he entendido a cabalidad bajo qué criterio algo se cataloga como una obra maestra, ya que supongo que en el tiempo que se produce, ya sea una pintura o un libro, debe haber varios cientos de contemporáneos haciendo lo propio, es decir produciendo su propia obra. ¿Qué determina que sea Miguel Ángel y no un vecino suyo que se llamaba Giuseppe di la Tela el que llegue a nosotros? Puede haber varias explicaciones; una de ellas es que Buonarotti era más lambiscón y por lo tanto más conspicuo, lo que le permitía recibir obra de Julio II que como todo mundo sabe no es otro sino Rex Harrison, otra hipótesis es que di la Tela era borracho y un día se le quemaron las obras en medio de una peda y desde luego la última, que es la popularmente aceptada, es que Miguel Ángel era mejor. Sin embargo hay que tomar esta idea con reserva ya que algunas evidencias de obras maestras por lo menos a mí me parecen cuestionables.
Será que soy un amargado o ignorante (ambas posibilidades no son excluyentes y de hecho creo que en mi vida se complementan íntegramente) pero resulta que hay obras maestras que considero con todo rigor como verdaderos bodrios inexplicables. Por ejemplo el primer día que llegué a París en medio de un frío del mismísimo diablo, hice lo que todo turista idiota hace, es decir trasladarme al Louvre y buscar entre todos los pasillos a la pinche Monalisa, la cosa fue más o menos sencilla porque seguí el rastro de una nube de japoneses que parecían atraídos con imán por la obra de Da Vinci. Al llegar me encontré con un tumulto que contemplaba un cristal, detrás del cristal estaba el cuadro. Me acerqué vi la obra de arte dije para mi fuero interno: “ah” y me moví de lugar porque un oriental clavaba en ese momento su codo en mi riñón. Lo primero que deduje es que si el cuadro no fuera famoso, nunca en mi vida se me hubiera ocurrido ir a verlo ya que retrata a una señora cachetona que no tiene cejas y una boca así de chiquita. Su famosa sonrisa no delata para mi ningún misterio: es una forma benigna de autismo ¿ por qué es una obra maestra? Lo ignoro.
Otro caso famoso tiene que ver con la música clásica de este siglo; la impresión que tengo cuando la escucho es que la orquesta está afinando sus instrumentos antes de que llegue el director, hasta que me doy cuenta que el ensayo es sospechosamente largo, finalmente me entero que la obra ya terminó y se llamaba sinfonía fulanita de tal y que ha sido escrita por un autor de nombre impronunciable.
Este artículo se originó a partir de una discusión con un grupo de queridos amigos en la que intercambiábamos impresiones sobre las grandes películas del siglo. Una de ellas sugirió que una cosa llamada “El cocinero, el ladrón, el amante y su esposa” (el orden puede variar) aplicaba en la categoría y entonces yo me acordé vagamente de la escena final en que un señor encuerado es servido en bandeja para que se lo coman. Su aspecto es el de una ternera lechal y nomás le falta la manzana en la boca. No guardo un registro mayor del filme y lo único que tengo claro es que cuando salí del cine me quedé con la firme idea de que había sido estafado.
Tengo un querido cuñado que se casó en una iglesia de Cholula catalogada como: “una obra maestra del churrigueresco”. Lo que yo vi en cambio fue un amontonadero terrible de santos, figuritas y figurotas que me recordaban vagamente la casa de la Tigresa. No había un solo espacio libre y la sensación era ligeramente opresiva. Tuve que salir a fumar ante la paranoia de que moriría aplastado por la estatua del santo niño Tarcisio que amenazaba con caer sobre mi cabeza.
Ya he explicado reiteradamente que no veo la maestría de El dinosaurio de Monterroso por ningún lado (nunca nadie me ha querido explicar en qué consiste la gracia de la obra) aunque en este caso reconozco en él a un fregonazo que merece todo mi aprecio y cariño como lo sabe bien… En fin.

jueves, 11 de marzo de 2010

Con diez cañones por banda (El Financiero 1996)

Ayer por la mañana me dirigía yo a cumplir con la noble tarea del trabajo, cuando sintonicé una estación en la que reconocí de inmediato la voz de Flor Berenguer, una mujer que le encanta opinar acerca de todo aquel asunto que se ponga a su alcance. La señorita Berenguer anunció la presencia de Alejandro Aura, quien, en su muy gustado estilo, disertó acerca de la importancia de que los programas de estudio estimulen la lectura; además presentó una teoría de la cual es autor en la que señala que el propósito "perverso" de las autoridades educativas es el de generar mano de obra barata e iletrada (o algo así) y remató explicándole a la conductora y a los millones de radioescuchas el poema aquel donde se escabechan a los niños héroes que dice: "Como renuevos cuyos aliños, un viento helado...".

Lo notable del asunto no es la presentación de tales ideas, ni siquiera de la explicación de los versitos que mucho agradezco, sino de que el argumento principal para cuestionar la política educativa en cuanto al español se refiere, se centraba (esa fue una aportación de Berenguer) en el hecho de que en las escuelas ya no se declama, ni los niños recitan poemas como antes. Pues bien, resulta que no estoy de acuerdo y debería agregar que si efectivamente en las escuelas ya no se declama (cosa de la que no estoy seguro) es algo que hay que agradecerle al Todopoderoso y que el avance más importante en la dinámica del aula (después de la sustitución de un reglazo por un regaño) debería ser el de evitar que los escuintles canijos se paren frente a sus compañeros y reciten a Darío haciendo gestos y ademanes epilépticos.

Pocas cosas hay en la vida más siniestras que un niño que llega a la reunión adulta con cara de palo y es presentado como "Juanito"; el siguiente peldaño en esta escalera del terror es que la mamá, el papá o alguien con la suficiente dosis de imbecilidad sugiera que se escuche a Juanito declamar. El niño se pone muy serio y de pronto se arranca con voz de pito a recitar "Por qué me quité del vicio"; sube la voz, baja la voz y lo más terrible es que llora en el momento que el papá del poema, que es un pedote, se encuentra a su hijo chupando. En ese momento uno sonríe y aplaude dándole palmadas de perro al niño, que luego interviene en la conversación para hablar de política.

El problema es que para la enseñanza de estos poemas cursiluchos y sangrones se emplea el mismo método didáctico que para enseñar el himno, esto es: de memoria y a madrazos; los niños repiten como pericos las estrofas y luego el más desenfadado (que se convertirá algunos años después en líder de las juventudes priistas) se presenta en el festival y dice que se llama Paquito y no hará travesuras. ¿En qué se beneficia el escuintle? Por supuesto en nada. Miento, se convierte en el borracho que cada fiesta le da por recitar o (con algo de suerte y el suficiente carisma) en un gordo de la televisión que declama mamadencias.

La que habla es la voz de la experiencia, ya que el que esto escribe (esta estupidez la escribí para paliar las críticas de los que dicen que abuso de la primera persona) fue sujeto de una dinámica que bien podríamos clasificar como pavloviana en la que entre una serie de indignidades (como bailar una danza polinesia en calzones) se me obligó a aprenderme unos 18 poemas que la vida no me ha enfrentado a la necesidad de usar.

¿Que los niños lean en las escuelas? Sí. ¿Que lo hagan a través de piezas oratorias ridículas? No. Y por supuesto, que se considere que la pérdida de esa cultura de tertulia de beatas es algo que debamos lamentar, no es más que una de las manifestaciones que representan el infinito desacuerdo que he establecido con el manejo de los medios radiofónicos.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Pero al burro (La Mosca 1997)

Una de las famas ganadas con mayor justicia que tenemos los mexicanos es la de ser buenos para los albures, esta virtud, que se podría comparar con otros atributos como ser alegres, huevones o de plano llevados de la mala vida, son las que seguramente han contribuido a construir la identidad nacional. Si, por ejemplo, vamos algún día caminando por el aeropuerto Rajaputra de Nueva Delhi y exclamamos algo como “el saco me quedó chico” habrá que afinar el oído y otear el horizonte; escuchar algunas de las siguientes frases nos permitirá identificar a un compatriota perdido en su viaje por Asia: a) medallas y llaveros”; b) “échame de menos”; c) “a travieso, nadie me gana” y d) “¿cómo?”.
La vida no me ha dado la imaginación suficiente para especular acerca del origen del albur. No sé si los españoles tenían éstas pretensiones de andarse jodiendo con chupadas y mechas en la punta. Ignoro, también, si el asunto se originó gracias al ingenio e imaginación de algún príncipe chichimeca que no sabía que uso darle a la palabra camote. Algún sociólogo de ésos que les gusta investigar cosas como los hábitos sexuales de los policías del siglo XIX en la meseta de Oaxaca, quizá ha encontrado que el albur es un producto del mestizaje y que algún azteca receloso decía “sí amo” en nahuatl cuando en realidad estaba diciendo “me agarras”. El hecho es que hoy en día uno debe hablar con la cautela de un adúltero para evitar que los amigotes lo agarren de su güey.
Todo este asunto viene a cuento porque el otro día soñé que una empleado de ventanilla en la Secretaría de Hacienda me masacraba a base de albures mientras yo le entregaba mi forma IS24567389”////. El tipo me decía refieriéndose a los palitos del final de la forma que: yo no había agarrado la onda y que él me iba a dar otra forma. Desperté entre sudores fríos y me dirigí inmediatamente al psicoanalista. Al entrar en el consultorio no pude evitar advertir que la recepcionista tenía más bigote que yo y que usaba un sombrerito que le confería el aspecto de una jaula de guacamayas. Cuando entré con el doctor y le expliqué mi problema me dijo: “mire amigo, lo que usted necesita es agarrar confianza en sí mismo. Siento que está muy rígido. así que ¿por qué no se sienta y me platica su problema?
Me senté.
El analista continuó: “su vida se vierte por un agujero, así que ponga atención y trate de recordar los momentos más cálidos de su vida. Seguramente usted de chico daba mucho de que hablar, se enfrascaba en constantes disputas y su madre no lo atendió como era debido. Para superar su problema es menester que descanse ¿Estamos?”
“Estamos” respondí.
“Bien, le voy a sugerir que acuda con el Dr. Martín Cholano y le cuente lo que a mí me ha contado, seguramente el le ofrecerá el consuelo que su alma necesita.”
Desperté por segunda vez y me juré no volver a cenar quesadillas de pápaloquelite. El asunto me ha funcionado pero sin embargo, sigo con inquietudes y es por eso, querido lector que me acojo a su comprensión para que cuando lea estas líneas comprenda que las escribe un hombre desesperado que probablemente se cosa la boca para evitar ir por la vida sufriendo el ingenio ajeno.

domingo, 7 de marzo de 2010

Ande yo caliente... (El Financiero 1996)

Esta reflexión sobre la moda, se inició de un modo empírico hace unos días cuando me encontré a una amistad que venía vestida como la planta de la guanábana: ¿y ese modelito? pregunté siguiendo la mexicanísima costumbre de joder al prójimo “qué sabes tú, que te vistes como don Teofilito” -respondió la amistad devolviendo el golpe. El comentario fue -desgraciadamente- atinadísimo y me cerró la boca. Más tarde me quedé pensando acerca de la incapacidad congénita que poseo para establecer un vínculo conceptual con la compleja idea de “moda”.
En mi niñez, por ejemplo, bien podría haber sido considerado como un adelantado, ya que me ponía unos overoles de aviador que la gente empezó a utilizar veinte años después. El pelo me lo cortaba al estilo Paricutin, esto es, a rape en los parietales y largo en la coronilla, justo como hacen hoy los adolescentes oligofrénicos. En realidad nunca he podido establecer cuáles son los misteriosos procesos que orientan a un ser en pleno uso de facultades a ponerse un arete en el pezón o que determinan que se usen sombreritos como el que su majestad, la reina Isabel, uso ayer en la final de la eurocopa. Pero, como ya expliqué, quien soy yo para andar criticando.
La moda, desde luego, obedece a criterios cambiantes y entonces hay que adaptarse. Los verdaderos árbitros de la elegancia son aquellos que logran otear los vientos de la estética y estar siempre como don Ferruco en la Alameda, a esa categoría pertenece -según me explican- Carlos Fuentes. Otros nos conformamos con ir por la vida dando de que hablar. Ni modo.
Un breve paseo por la historia nos ofrece información aleccionadora; nuestros antepasados se vestían con plumas y son los pioneros del barroco temprano. Baste imaginar a Moctezuma recibiendo a las visitas con su penacho, que por cierto podrá ser muy bonito pero en la cabeza de un ser humano se ve horroroso, y el ejemplo lo han ofrecido históricamente nuestras representantes en concursos de belleza internacionales que con el penacho parecen artesanía de Olinalá. Los españoles trajeron las medias y unos pantalones bombachos de rayitas. Además impusieron la barba y el bigote. Se pueden reconocer en las litografías, porque usan un casco que parece carabela, pero al revés y por su inevitable tendencia a traer un indio arrastrado de los pelos.
Luego se pusieron de moda las patillas de taquero para los señores y el chongo para las damas. En el caso de los virreyes era muy bien visto utilizar una peluca con cairelitos y medallas en el saco, que podía ser azul rey o amarillo. Lo fascinante del asunto, según yo, no es como se veía la corregidora (por cierto, siempre de perfil), sino el momento en que alguna señora se soltaba el pelo y ensayaba una nueva opción ¿Qué pensaba? ¿Cuál era el primer efecto? No lo sé.
Los mexicanos, aparentemente, hemos mostrado muy poca iniciativa para diseñar nuestros propios modelitos y más bien hemos vivido a la espera de las últimas novedades para imitarlas rápidamente (el nacionalista que crea lo contrario, pregúntese a sí mismo cuando ha visto a una alemana vestida de china poblana en una calle de Munich).
En realidad lo que ha sucedido es que hemos decidido uniformarnos de acuerdo a nuestra condición gremial. Los intelectuales (no me refiero a los orgánicos que se visten en Robert´s) entran en la clasificación de “desarrapado” rápidamente, dado su gusto por prescindir de símbolos de esclavitud como las corbatas y entonces consideran un valor agregado el de vestirse con pana y fumar cigarros franceses. Los jóvenes ejecutivos utilizan trajes pastel y corbatas que parecen el arrecife de Cozumel. Para comer se guardan la corbata en la barriga. Los estudiantes -si son de Derecho- se visten como sus papás y en cambio si estudian artes plásticas, como si fueran a bailar la danza de los venados. Los académicos de la UNAM no pueden ser descritos porque no se quitan la bata... y así por el estilo.
Mi esquizofrenia ha determinado que no posea ninguna identidad gremial ¿que significa esto? que la moda y yo jamás nos entenderemos. Ni modo (again).

sábado, 6 de marzo de 2010

Salitre (El Financiero 2008)

Alguna vez un lector escéptico me mandó un correo en el que me preguntaba si todo lo que escribo que me pasa, realmente ocurre o lo invento nomás con fines narrativos. La pregunta era imbécil en sí misma pero merecía una respuesta así que contesté que para mi desgracia todo era dolorosamente cierto y que es por ello que parecía que mi obra era la de un ser humano “al que le pasan cosas”.
Existe gente que atrae personas del sexo opuesto, otros son unas chuchas cuereras para el dinero, hay a quien le caen rayos consuetudinariamente, yo simplemente atraigo desastres. El más reciente ocurrió en la precisa esquina de Minerva y Universidad cuando me dirigía a mi casa sin percatarme que un taxista jijo de la chingada se dirigía a la suya nomás que pasándose los altos. Lo impacté de costado y en ese momento pensé en cosas tan originales como la tasa de reemplazo demográfico en Chalchicomula. De inmediato y con enorme astucia el taxista procedió a –usemos un término clásico- “darse a la fuga”. Bajé del coche y traté de anotar la placa que resultó algo como “LX#$%%%#”, recogí mi defensa y me fui a mi casa para llamar al seguro. Ese fue el primer momento en que abrí la guantera y me encontré con un folleto que decía: “¿qué hacer en caso de un siniestro?”. Los consejos eran elementales pero lo más importante es que había un número telefónico. Marqué y se apareció un señor ajustador que me hizo llenar diecisiete formatos para luego marcar a su vez e informarme que yo no tenía ningún seguro contratado con ellos. Sufrí un ligero desconcierto ya que el folleto de ING no llegó a mi guantera levitando, sino lo puso ahí el señor que me vendió el carro. El ajustador elevó los ojos al cielo y me explicó que era un error más o menos común por lo que me dio el teléfono de otra compañía en la que resultó que yo estaba asegurado y de cuya existencia no tenía la menor idea.
Llegó un segundo ajustador llené nuevamente diecisiete formatos, le tomó fotos a mi coche, dijo: “esos taxistas son unos animales” y luego se fue dejándome una orden de entrada al taller.
Cuando llegué el lunes de la semana pasada a la Peugeot de Universidad me di cuenta que estaba a punto de reeditar mi relación con los prestadores de servicios que ha sido siempre anómala. En la cola había un joven con baba en las comisuras quejándose del “pésimo servicio” por lo que deduje correctamente que ya había valido madre. La señorita me explicó que les tomaría 72 horas deducir lo que a mí me había bastado medio minuto; que el coche estaba chocado y era necesario repararlo. Por lo que me pidió que llamara el jueves. Así lo hice y amablemente me informó que “no tenía línea” que ella se comunicaba cosa que por supuesto no ocurrió. El viernes tuve el gusto de ser comunicado con una contestadota que me informó que no había nadie y el sábado finalmente pude hablar con la señorita B quien me explicó esta vez que: a) no tenía la menor idea de cuándo estaría mi auto b) que mi coche no se había ido al taller todavía pero que “ya mero” c) que todo dependía de la información acerca de si contaban con las refacciones necesarias y que es por ello que me sugería comunicarme el martes para tratar de discernir una posible fecha de entrega.
Me quedé pensando en la estupidez aditiva del taxista, del señor que me vendió el coche y de la agencia ya que estaba seguro que había llevado mi auto al lugar adecuado y no al mercado de la Viga. ¿Ver si tienen refacciones? Es tan imbécil como que un peluquero niegue el servicio porque no tiene navaja de rasurar. No entiendo y jamás entenderé la razón de esta ineficacia. El hecho, querido lector, es que me he vuelto un peatón muy avezado el otro día hasta al metrobús me subí en medio de una turba. Fui tocado indistintamente por todos los pasajeros por lo que creo que estoy embarazado…cosas de la mala suerte.

viernes, 5 de marzo de 2010

Un país de burros (El Financiero 2008)

En un hecho periodístico de temporal, de cuando en cuando alguna entidad educativa internacional tiene a bien pasarnos por la tabla de manera inmisericorde lo que provoca titulares escandalosos en los que se consigna que somos un país analfabeto, que estamos en último lugar y que ya ni chingamos. Por supuesto y de inmediato se levantan voces que tratan de capear la tormenta diciendo idioteces como “no son exámenes estandarizados” o peor aún: “no hay apoyos para los maestros”. También hay quien argumenta que no tienen por qué andarnos revisarnos ya que ello viola nuestra soberanía educativa. Dios mío.
Veamos cualquiera que viva en este país y no sea pendejo se podrá dar cuenta que la institución educativa es desastrosa por diversas razones, la más conspicua es su sindicato en el que se agremian cientos de miles y que maneja los mismos niveles de honradez de los bandidos de Río Frío; las plazas se venden los líderes se corrompen y los maestros manejan información insólita “No jóvenes, los murciegalos no esisten en la cuidad”, decía mi maestro de biología sindicalizado.
De cuando en cuando uno se entera de perlas periodísticas como que la lana que se sacó de PEMEX se destinó a los aguinaldos de los profesores o que existen decenas de miles de maestros “comisionados” por lo que no se paran jamás enfrente de un grupo. (aunque esto, hay que decirlo, puede ser comprensible considerando la psicopatía de los adolescentes modernos). Ante la evidencia anterior nunca pasa nada, todo mundo se escandaliza se pega el grito en el cielo y la educación nacional sigue haciendo más agua que el Titanic.
El circo anterior está aderezado por la alta burocracia que ha sido elegida para dirigir los caminos educativos siguiendo criterios francamente misteriosos. Porque misterioso es que el yerno de la enemiga de la Secretaria sea el señor Subsecretario y más misteriosa aun es la reciente reforma educativa que ha permitido que las buenas conciencias interpelen los programas de biología ya que se comete el pecado de tratar de enseñarles a los niños que su pene no se llama pajarito y que la cigüeña es un ave zancuda y no un animal que trae a los bebés de París cargando una bolsa en el pico y con muchos trabajos.
Todo el desastre anterior se adereza con la combatividad de los maestros que cada mes de mayo deciden que sus salarios son miserables y toman por asalto la ciudad de México para realizar lo que los clásicos llaman un “plantón”. Se instalan en la calle, ponen unas lonas y se quedan dormidos todo el día hasta que sus líderes, que los arrean como se arrean las vacas, les dicen que ya consiguieron el cinco por ciento y entonces desarman la caravana y se regresan a sus casas a ponerles tarea a los niños que abandonaron por un mes.
Este panorama produce que las escuelas públicas sean tan confiables como Richard M. Nixon y nos obligan a los padres a buscar instituciones privadas en las que se cobran cuotas de tal calibre que podrían generarnos, sin la menor duda, expectativas de un Nobel de química y no de un niño recitando como tarabilla las tablas de multiplicar en la sala de la casa. Existen pagos “a la sociedad de padres” “al fideicomiso” y una madre que se llama “reinscripción” por medio de la cual uno inscribe a su retoño en un lugar al que ya estaba inscrito nomás que pagando once mil pesos. Las escuelas privadas tienen además el defecto de generar ciudadanos suecos y no mexicanos. Por lo menos eso es lo que uno observa cuando ve a un grupo de adolescentes de colegio marista hablando como idiotas, con celular en la mano y la actitud de la reina Cristina frente a sus súbditos.
Como puede verse el problema no tiene la menor solución; entre la OCDE, evaluándonos, la maestra con sus casas en San Diego, los maestros aguerridos, las autoridades pasmadas y las escuelas privadas esquilmando al que se deje, parecería que lo mejor es iniciar la ruta del autodidactismo. Ya Juan José Arreola y Tito Monterroso lo hicieron y no parece haberles ido mal.

jueves, 4 de marzo de 2010

Thalía (memorias del desneuramiento) El Financiero 2003

Lo primero que percibe uno de Thalía es que está bien buena y por algún misterio sensorial es también lo último. La ¿cantante? se inscribe en esa corriente arrasadora de jóvenes muy jóvenes que entraron en el mundo artístico con un aspecto físico de la mejor ley y con la aparente condición de establecer vínculos indisolubles con la estupidez. Para muestra basta el botón de la entrevista que Jesús Hernández le hizo ayer en las páginas de este periódico. Veamos algunos indicadores:
A la notable pregunta respecto a la posibilidad de producir lencería para las clases populares, Thalía contestó que el producto se vendía como pan caliente y además destacó el hecho de que no son (ella se incluye desde luego) tantos ricos en México. Que Dios la perdone pero tiene razón, las recientes estadísticas hablan de 40 millones de mexicanos que viven en pobreza y 14 millones por debajo de la línea de pobreza extrema. Por supuesto la preocupación de estos compatriotas no es comprar los calzones que vende Thalía. Posteriormente se le inquirió acerca de su visita a Indonesia donde su popularidad es muy alta, la cantante relató que vino un avión con los cónsules y el “señor de educación” a conocerla y a contarle que un chingamadral (la vulgaridad es mía) de indoneses la ven todas las noches y que sólo se habla de ella y de Mahoma, además que cuándo les habló en español a los notables indoneses, éstos se quedaron muy extrañados y que eso es muy bonito. Bien, si efectivamente vino el ministro a ver a Thalía, podemos entonces explicarnos la tasa de 25% de analfabetismo que tienen los indoneses, la misma variable probablemente explique también porque les gusta tanto la cantante (repito: está buena, no da clases de filosofía). El siguiente paso es imaginarse la calles de Jakarta y a Mahoma y a Thalía siendo recordados por la gente y finalmente tratar de descifrar porque Thalía encuentra bonito que unos señores que la vienen a ver no entiendan un carajo de lo que dice.
La entrevista avanza hacia el peligrosísimo terreno de la política en el que Thalía se desempeña solventemente como lo demuestra la declaración de que tuvo la maravilla de conocer (bíblicamente) al hijo del “gran presidente Díaz Ordáz” (las comillas no pueden ser más que dignas hijas de Thalía) y a través de él conoció mucho de política (no se sabe si el aprendizaje tiene que ver con instrucciones para masacrar o simplemente la mejor manera de ligarse a una folklórica). Luego habla de que su padre era un hombre cultísimo que aparece en la Enciclopedia Británica (cuya probable y única omisión fue no transferir ése tesoro cultural a sus descendientes).
Posteriormente Thalía habla de “su México” (¿por qué les dará por apropiarse del país?) y dice que su público oscila entre niños muy pequeñitos hasta abuelitos y que la ven como si fuera parte de su familia; la hija, la hermana , la novia y que cuando va en la calle lo máximo que le puede decir alguien es “qué Dios te bendiga”. En este caso hay un pequeño error conceptual. Seguramente la ¿actriz? no se ha dado cuenta que sus admiradores se encuentran en el rango que los especialistas definen como de capacidad para el ejercicio sexual y que si un señor la mira atentamente, lo menos que está pensando es que le gustaría tener una hija así. En cuanto a lo que le dicen en la calle, probablemente se deba a que Thalía no ha circulado lo suficiente ya que lo máximo que le puede decir un albañil, por ejemplo, es mucho menos sacro de lo que piensa.
El cierre monumental está dado por las pláticas de Thalía con Dios las cuáles “son maravillosas” (aquí hay que pensar en los temas que elige Dios para hablar con ésta su sierva). En ésas pláticas Thalía le cuenta a Dios que tuvo un mal pensamiento (que en su caso podría ser un pensamiento inteligente) o que le contestó mal a alguien.
Después de la entrevista y ante la popularidad de Talhía uno se queda con la sensación de que algo anda mal en México o en Indonesia (o quizá con Dios).

miércoles, 3 de marzo de 2010

Las cartas astrales (El Financiero 2003)

Estaba el otro día muy sentado comiendo con un par de amistades cuando una de ellas sacó una tarjeta de presentación -muy similar a la de unos que fueron a una fiesta de mi hija y eran payasos- y se la dio a mi otra conocencia mientras decía: “estos son los datos del astrólogo”. Supuse que había escuchado mal y que se referían a un “astrónomo” pero en diez segundos me di cuenta que la idea era más imbécil aún, porque no conozco a nadie que acuda al laboratorio del monte palomar con un especialista para preguntarle dónde carajo esta Ganímedes o si Alfa Centauro está por explotar.
El profesionista en cuestión se dedica a hacer cartas astrales por lo que muy intrigado le pregunté a mi amiga si usaba sombrero de cucurucho con lunas y estrellas y una bata de maternidad para recibir a sus clientes. Me miró muy ofendida y luego me explicó que absolutamente todo lo que este buen hombre le había dicho encajaba perfecto con su vida por lo que entonces pensé acerca de la necesidad de ir a ver a un profesional para que confirme lo que uno ya sabe, que es una buena forma de gastar el dinero. Por supuesto no sé lo que es la carta astral, ignoro cómo se produce una y lo que es peor me da lo mismo, sin embargo, la imagen que tengo es la de una especie de plano de la isla del tesoro en la que hay flechitas y flechotas y que nos orienta acerca de las decisiones a tomar en la vida que, como se sabe, están cargadas de riesgos. Lo anterior puede ser muy útil en situaciones extremas ya que uno puede justificar todas las metidas de pata culpando a los astros. De esta manera si uno, por ejemplo, se olvidó de cerrar la llave de la presa e inunda a San Juan de las Pitas, podrá establecer que como había conjunción en Marte lo que significa “mucho agua” no pudo resistir la fuerza del destino.
Otra alternativa para conocer lo que está oculto se encuentra en la tabla ouija, un tablero como del turista mundial que trae el alfabeto, los números del 1 al 10 y las palabras sí o no escritas para la ocasión. Se trata de sentarse alrededor de una mesa, apagar la luz para que se aparezca la mamá del muerto y luego buscar a alguien que tenga dotes para estos menesteres. Normalmente se ponen las puntas de los dedos sobre una madre cuyo nombre ignoro y se juega al acertijo; la pregunta más común para iniciar la sesión es ligeramente idiota: ¿estás ahí?, entonces las manos del médium se deslizan hacia el “sí” y la cosa se pone interesante. Se pueden invertir tres horas tratando de averiguar quién es el visitante y los invocadores rara vez se ponen de acuerdo. Una vez durante una sesión nunca supimos si el espíritu que se comunicaba con nosotros era el de un soldado francés del siglo XIX, el de Fanny Cano o el de la tía de uno que rea muy bruto y había propuesto el juego.
La tercera forma que conozco para averiguar el sino tiene que ver con las cartas, en este caso se trata de una barajota en la que hay una serie de personajes horrorosos y que al aparecer en cierto orden nos mandan mensajes. Así uno puede saber cosas como que la muerte anda rondando o que tendremos una experiencia amorosa ligeramente desastrosa. El problema es que cuando ello ocurre (la gente se muere a cada rato y todo mundo se divorcia) uno no culpa a los diecisiete wisquis que provocaron el choque que se llevó al difunto, o al hábito de comer rice krispis en la cama que generó la separación, sino a las pinches cartas que ya nos lo habían advertido.
Siempre he creído que la gente puede hacer de su vida un papalote y es por ello que a los astrales y quirománticos no los juzgo, nomás la describo para entender los complejos caminos que toma la mente humana ante la incertidumbre, que como puede apreciarse son, como los coyotes de Coahuila, complejos y misteriosos.

martes, 2 de marzo de 2010

Las entrevistas (El Financiero 1998)

Fedro Carlos Guillén
Por definición una entrevista implica dos elementos indispensables: un entrevistado y un entrevistador. De este par de personajes es condición asumir que el primero tiene algo interesante que decir y que el segundo es lo suficientemente listo para lograr que ése interés sea evidente. Desgraciadamente tan elemental regla tiene la misma vigencia que la democracia sindical y las más de las veces los resultados son atroces. Esto se debe a diversas condiciones que los protagonistas de una entrevista mantienen y que me interesaría discutir a continuación:
Condición 1: Cuando el que entrevista es íntimo del entrevistado. Pregunta (hombre barbón de saco de pana): “Tú y yo discutimos los detalles de la visión literaria contemporánea ¿te acuerdas?” Respuesta (otro hombre barbón de saco de pana): “Hombre, como no, estábamos en la gran plaza de Bruselas y nevaba. Recuerdo que habíamos perdido los boletos de avión y en ese momento nos dirigíamos a escuchar al gran Salvetrge, el notable filósofo”. Huelga decir que una entrevista así es de hueva y que el mejor medio para transmitir este tipo de intimidades es justamente una sesión íntima de transparencias donde se vea la gran plaza, al gran Salvetrge y la jaula de los changos del zoológico de Bruselas.
Condición 2. Cuando el entrevistador hace preguntas babosas. Pregunta (estudiante de periodismo con catorce neuronas pero que está muy buena): ¿Es difícil escribir? Respuesta (Gloria Nacional que se quiere tirar a la estudiante de periodismo) “Escribir es una comunión con los sentidos”. Dios mío.
Condición 3. Cuando el entrevistado contesta idioteces. Pregunta: “¿La fama no ha alterado su vida?” Respuesta: Insertar aquí una foto de Thalía con la boca abierta, un ramo de fruta en la cabeza y bailando el Tico-Tico.
Condición 4. Cuando el entrevistador pregunta babosadas y el entrevistado responde idioteces. En este caso agregar a la condición anterior una foto de Raúl Velasco muerto de risa mientras lo corretea la India María. Aunque también cabe la de Pati Chapoy o la de Shanik quien sabe qué.
Condición 5. Cuando lo que pregunta el entrevistador y lo que contesta el entrevistado no le interesa ni a Dios padre. Pregunta (conductor de programa de televisión de horario matutino): ¿Y cómo se practica la maxiloplastía dental? Respuesta (médico viejito con una calavera en la mano): Mire usted, es muy sencillo; primero hacemos una incisión en la encía procurando que la infección se canalice”(aquí aparece en pantalla una boca abierta de la que sale sangre y un líquido café).
Condición 6. Cuando el entevistado es político. Pregunta (joven ganoso con cámara y libretita): “¿Quiere usted ser gobernador?” Respuesta (señor gordo, de patillas de taquero y traje a la medida): “Evidentemente el honor de gobernar a (aquí entran los guerrerenses, los vecaruzanos, etc.) entraña grandes responsabilidades y representaría una enorme distinción para cualquiera. Sin embargo, no es momento de aventurerismos ni campañas protagónicas, sino de trabajar por México”.
Condición 7. Cuando el entrevistador tiene hueva. Pregunta (hombre de lentes, crudo que quiere salir del paso). “Platíquenos de usted”. Lo que sigue puede ser peor que la carga de caballería ligera y será más grave en función del grado de badulaquencia del entrevistado que nos puede contar desde su rutina diaria para sentarse a escribir, hasta que de niño fue violado por una banda de neonazis.
En fin, entrevistas seguirá habiendo. Los entrevistadores continuarán afanados por hacer preguntas brillantes y los entrevistados con la enorme obsesión de parecer más inteligentes que la mamá de los pollitos. Es por ello que sugiero que se estandaricen los cuestionarios y la primera pregunta sea invariablemente: “¿quién se comió la caca del caba...?”

lunes, 1 de marzo de 2010

Frases predecibles (El Financiero 2007)

Los mexicanos somos un pueblo que si fuéramos objeto seríamos alambique, si estilo, barroco y en el caso de una película: “Un perro andaluz” de Buñuel, es decir, algo indescifrable. Las evidencias de este carácter alambicado, barroco y surrealista son miles y se encuentran a la vista de todo aquel interesado en no entender nada que es lo que me pasa a mí cuando escucho hablar a mis compatriotas diciendo una cosa que realmente significa una muy otra. Veamos…
“No quiero ser considerada un objeto sexual”.- Si la emisora de la frase de marras fuera la India María, estaríamos todos de acuerdo supongo que de manera unánime y nadie repelaría en lo mas mínimo. Sin embargo, la que declara una cosa así invariablemente es una buenona que en ese momento tiene las chichis en las amígdalas, mirada de “ahí te voy” y un color de pelo que solo le he visto a Anita Ekberg mientras se baña en la fuente de Trevi. Ese es justamente el momento en que me entra la confusión ya que me parece muy justo que alguien quiera huir de un encasillamiento de ese tipo (a mi me encantaría que alguien alguna vez en su vida me considerara un objeto sexual pero eso lo veo tan cercano como un acuerdo en la cámara de diputados). Sin embargo, si la técnica para lograr papeles serios es el encueramiento a discreción, los amasiatos con oligarcas o la aparición en un programa para idiotas en el que se dan consejos para “seducir a su macho” el asunto no tiene remedio. Nótese –esto es muy importante- que mi cuestionamiento no tiene una raíz moral -Dios me libre- simplemente me llama la atención la inconsistencia semántica de este tipo de declaraciones que son ligeramente suicidas.
“No hay condiciones políticas”.- En este caso se trata de una frase que habría que mandar esculpir en letras de oro en los recintos legislativos. Cuando algún dirigente dice lo anterior se refiere simplemente a que generar una iniciativa sensata pero impopular es algo que simplemente no están dispuestos a hacer por ningún motivo, porque no se trata de perder votos faltaba más. Siempre he creído que el gobernante perfecto duraría en este país probablemente dos días ya que al momento de proponer la reglamentación de las marchas, la desaparición de los microbuses, el control de los excesos sindicales o la entrada de inversión privada en áreas que la requieren, se convertiría en el blanco de una serie de pastelazos públicos que harán muy endeble su gestión. Es por eso que para evitar el problema y salir del atolladero se ha generado esta perla “no hay condiciones políticas” ni las habrá nunca, me apresuro a añadir lo que no deja de ser una pena.
“Lo consultaré con mi abogado”.- Esta frase no solo es mamarracha sino idiota ya que se sabe que vivimos en un país principalmente menesteroso en el que si se llega a peluquero propio es que la vida ha sido justa con el esfuerzo personal. Yo asisto a un club que me admitió por motivos misteriosos y en el que los señores encuerados en el vapor dicen una tasa de idioteces vertiginosa, entre ellas la de “mis abogados me sugieren”. Por supuesto nunca he conocido a nadie que tenga abogados propios y eso debería ser una buena noticia ya que necesitarlos debe ser un signo de que algo anda mal y que uno tiene un pie en el bote. Esta frase es prima hermana de “mis contadores me dijeron” y cada que yo las escucho, elevo los ojos al cielo pensando en nuestra necesidad de mostrar lo que simplemente no tenemos.
“Te busco”.- En este caso se trata de una mentira flagrante ya que uno no tiene la menor intención de buscar al interlocutor y es por ello que se sugiere el matiz “nos buscamos” que si bien también es mentira por lo menos tiene la virtud de repartir la responsabilidad entre ambos por lo que uno queda menos mal a la hora de los reclamos.
Como puede verse, los mexicanos somos una raza muy extraña pero eso sí dueña de una de las siete maravillas del mundo y yo francamente con eso tengo.