martes, 28 de diciembre de 2010

Mujeres (El Financiero 1993)

Escribir sobre mujeres siempre tiene riesgos. Uno puede ser catalogado como misógino, macho o simplemente hijo de la tiznada. Estos son tiempos en los que la mujer (me apresuro a decir que con justicia) ha conquistado espacios irrenunciables. Ya el marido no puede llegar con los amigotes a las tres de la mañana a pedirle a su cónyuge que le caliente unos ejotes con huevo, so riesgo de que le sugieran el lugar adecuado para introducirse los ejotes, los huevos y a sus amigos. Uno no deja de sorprenderse ante las inmensas variantes que ofrece la naturaleza femenina. En esta colaboración quisiera caracterizar (asumiendo todos los riesgos) algunas de estas variantes. El conocimiento de todas y cada una de ellas ha sido producto de experiencias personales que me parece interesante compartir con usted. ¿Vale?

La desinhibida. La llamaremos X. Probablemente la experiencia más conmocionante que viví con ella fue un día que nos presentamos a una fiesta en la que ni siquiera éramos invitados. La puerta la abrió la esposa del anfitrión, una señora que tenía barba. En el momento que yo me fajaba la camisa para entrar, X se acercó a la señora barbona que un poco mosqueada dio un paso atrás. X se adelantó y dijo las palabras inolvidables "¡Hija, esos pelos se te ven fatal!". Me desmayé.

La mística. Con ella, la cosa fue clara desde el principio; ¿quieres venir a sentir energía astral?, me parece preguntó un día, explicándome que se treparían al Tepozteco, se encuerarían a las tres de la mañana e invocarían a alguien que no me acuerdo si era Changó o Tezcatlipoca. Como dije que nones, estuvimos un tiempo sin hablarnos hasta que la encontré en una fiesta que daba en su casa. Allí sucedió el incidente del ojo; me empezó a explicar que todos teníamos un ojo a la altura de la barriga y que con un poco de concentración se podía "manifestar" (así dijo). Yo creo que estaba borracho porque me quité la camisa y le dejé que me empezara a pintar la panza con un plumón Wereaver mientras hacía ruiditos muy raros. En esas estábamos cuando llegó su mamá que, al ver la escena, empezó a gritar de forma horrible mientras me daba sopapos con la mano abierta. Nunca volví.

La buenaonda. Cuando conocí a la buenaonda me impresionó mucho cómo hablaba; arrastraba las palabras como si hubiera inhalado ácido sulfúrico. Con ella fui a Zipolite donde todo mundo andaba desnudo en la playa. Recuerdo que íbamos como nueve gentes que nos acomodamos en una casa de campaña en la que cabían cuatro. La primera mañana el contacto del sol con el toldo generó un fenómeno atmosférico en el interior de la tienda que determinó que la temperatura subiera 30 grados, por alguna razón esto a su vez produjo un olor que se masticaba. A la hora de encuerarse me dio tanta pena que me negué. "Estás muy limitado, maestro", me dijo la buenaonda. "Limitada tu madre" me acuerdo que pensé y menos quise. Me convertí en el pitorreo del viaje, que por cierto duró dos semanas.

La oligarca. La oligarca era la mujer más pesada que he conocido jamás. Se creía Carolina de Mónaco. Decía que ir al cine en la tarde era cosa de sirvientas y no se bajaba del coche hasta que yo le abriera la puerta. La primera vez recorrí una cuadra antes de darme cuenta. Sólo tomaba wisqui y comía camarones. Yo, que era un pusilánime, jamás dije nada y esto me arrastró a escenas terribles. Una vez, fuimos a un restaurante de lujo. El mesero me vio como si oliera un pedo y me preguntó por lo que iba a tomar. Pedí una jarrita de vino. Me llevaron una jarri tita de vino, como no sabía si era la prueba o la jarra me quedé como un imbécil mientras el mesero suspiraba. Luego me preguntó cómo quería el pescado y yo contesté "bien cocido".

La oligarca casi escupió su wisqui. La escena culminó cuando el infeliz mesero me preguntó (creo que por joder) que cómo quería la mantequilla. Le contesté de muy mal modo. La oligarca me dijo que si me iba a comportar como camionero ella se iba. Y se fue para siempre.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Personajes navideños (El Financiero 1995)

Así como mayo tiene al general Zaragoza con sus anteojitos de Lennon y su peinado de maestra de piano, diciembre se inunda de personajes y tradiciones que --me parece-- no resisten un análisis serio. Veamos:

Santa Claus. El primer Santa Claus que conocí llegó a casa para orinar. Venía completamente beodo lo mismo que mi padre que lo había levantado en la Alameda. Recuerdo el asombro que me causó el hecho de que Santa usara el baño.

Durante mi niñez, Santa Claus era una fuente de paradojas interminables. ¿ Cómo era que un gordazo como él se dedicara a bajar por las chimeneas de las casas en lugar de entrar por una ventana o de plano por la puerta? ¿ Por qué se vestía así? ¿ Estaba loco? ¿ Cómo es que cabían los juguetes de todos los niños del mundo en un saco del mismo tamaño que el del ropavejero? ¿Cuál era el sentido de vivir en el Polo Norte durante todo el año? ¿Por qué sus ayudantes eran enanos? ¿De qué se reía? ¿Cómo es que anunciaba licuadoras en la televisión?

Para un niño positivista, estas interrogantes eran una fuente inescrutable de duda. Cuando me avisaron que en realidad Santa Claus no existía... sentí un gran alivio. Al que me diga que todo eso es fantasía le responderé que fantasía es pensar que el PRI suelte el poder. Nada más.

Los Santos Reyes. Melchor (con enormes virtudes para el albur), Gaspar y Baltazar. Una encuesta relámpago que apliqué entre mis amistades arrojó algunos datos interesantes. Supongo que se puede afirmar sobre mis amistades que son gente muy pendeja. Es cierto... pero no tenía otra muestra.

a) nueve de cada diez entrevistados no tienen ni la más remota idea de lo que es la mirra (uno de los regalos de los Reyes). La respuesta más desconcertante la ofreció un encuestado (cuyo nombre callaré) que sugirió que la mirra era "una tierrita como morada"; b) ocho de cada diez no distinguen a Gaspar de Melchor (de Baltazar saben que es "el negro del elefante"); c) ninguno de los entrevistados supo cuáles eran los reinos de los reyes ni en qué consistían su dotes de magos; d) el total de la muestra mostró una profunda oscuridad ante el hecho de que los reyes lleguen el 6 de enero y no el 24 de diciembre (el 2 por ciento lo atribuye a la competencia desleal de Santa Claus); e) nueve de cada diez entrevistados no entienden la razón de que se use un calcetín para dejar el regalo; f) el 84 % de la muestra ha sacado el muñequito en una rosca y se ha hecho el sueco con los tamales del 2 de febrero. Ante la evidencia empírica, no me parece arriesgado suponer que absolutamente nadie está enterado a ciencia cierta del origen de esta tradición.

Las posadas. Una posada que se respete debe tener a 50 pelados gritando afuera de una casa: mi nombre es Mariiía... El rito se acompaña con una vela que siempre se apaga y una letanía en la que se revisa la pulcritud del canto. La historia es simple pero nadie repara en ella: una pareja que la pasa muy mal pide posada, el posadero los confunde con rateros, la pareja habla del divino verbo, el posadero se enoja, la pareja se identifica, el posadero (que es probablemente un hombre muy pendejo) los reconoce, les abre la puerta y los asila en su hogar.

Así empieza la posada.

Lo que sigue es de todos conocido; se rompen piñatas en las que por algún misterio gastronómico se introducen cosas que nadie comería en su santo juicio como cañas, limas y tejocotes. Luego se presenta una pastorela en la que Luzbel sale derrotado y al final se toma ponche con piquete y se comen buñuelos. Generalmente la reunión termina cuando algún borracho toma el palo de la piñata y le atiza a un contertulio por alguna diferencia interpretativa.

En fin, si estas tradiciones desaparecen (y sería una lástima) no las extrañaré porque las entienda. Estoy seguro.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Las entrevistas (El Financiero 1996)

Por definición, una entrevista implica dos elementos indispensables: un entrevistado y un entrevistador. De este par de personajes es condición asumir que el primero tiene algo interesante que decir y que el segundo es lo suficientemente listo para lograr que ese interés sea evidente. Desgraciadamente tan elemental regla tiene la misma vigencia que la democracia sindical y las más de las veces los resultados son atroces. Esto se debe a diversas condiciones que los protagonistas de una entrevista mantienen y que me interesa discutir a continuación:
Condición 1: Cuando el que entrevista es íntimo del entrevistado. Pregunta (hombre barbón de saco de pana): "Tú y yo discutimos los detalles de la visión literaria contemporánea ¿te acuerdas?". Respuesta (otro hombre barbón de saco de pana): "Hombre, como no, estábamos en la gran plaza de Bruselas y nevaba. Recuerdo que habíamos perdido los boletos de avión y en ese momento nos dirigíamos a escuchar al gran Salvetrge, el notable filósofo". Huelga decir que una entrevista así es de hueva y que el mejor medio para transmitir este tipo de intimidades es justamente una sesión íntima de transparencias donde se vea la gran plaza, al gran Salvetrge y la jaula de los changos del zoológico de Bruselas.

Condición 2. Cuando el entrevistador hace preguntas babosas. Pregunta (estudiante de periodismo con catorce neuronas pero que está muy buena): ¿Es difícil escribir?

Respuesta (Gloria Nacional que se quiere tirar a la estudiante de periodismo): "Escribir es una comunión con los sentidos". Dios mío.

Condición 3. Cuando el entrevistado contesta idioteces. Pregunta: "¿La fama no ha alterado su vida?". Respuesta: Insertar aquí una foto de Thalía con la boca abierta, un ramo de fruta en la cabeza y bailando el Tico-Tico.

Condición 4. Cuando el entrevistador pregunta babosadas y el entrevistado responde idioteces. En este caso agregar a la condición anterior una foto de Raúl Velasco muerto de risa mientras lo corretea la India María. Aunque también cabe la de Pati Chapoy, o la de Shanik quien sabe qué.

Condición 5. Cuando lo que pregunta el entrevistador y lo que contesta el entrevistado no le interesa ni a Dios padre. Pregunta (conductor de programa de televisión de horario matutino): ¿Y cómo se practica la maxiloplastía dental? Respuesta (médico viejito con una calavera en la mano): Mire usted, es muy sencillo: primero hacemos una incisión en la encía procurando que la infección se canalice" (aquí aparece en pantalla una boca abierta de la que sale sangre y un líquido café).

Condición 6. Cuando el entrevistado es político. Pregunta (joven ganoso con cámara y libretita): "¿Quiere usted ser gobernador?". Respuesta (señor gordo, de patillas de taquero y traje a la medida): "Evidentemente el honor de gobernar (aquí entran los guerrerenses, los veracruzanos, etcétera), entraña grandes responsabilidades y representaría una enorme distinción para cualquiera. Sin embargo, no es momento de aventurerismos ni campañas protagónicas, sino de trabajar por México".

Condición 7. Cuando el entrevistador tiene hueva. Pregunta (hombre de lentes, crudo que quiere salir del paso). "Platíquenos de usted". Lo que sigue puede ser peor que la carga de caballería ligera y será más grave en función del grado de badulaquencia del entrevistado que nos puede contar desde su rutina diaria para sentarse a escribir, hasta que de niño fue violado por una banda de neonazis.

En fin, entrevistas seguirá habiendo. Los entrevistadores continuarán afanados por hacer preguntas brillantes y los entrevistados con la enorme obsesión de parecer más inteligentes que la mamá de los pollitos. Es por ello que sugiero que se estandaricen los cuestionarios y la primera pregunta sea invariablemente: "¿Quién se comió la caca del caba...?".

martes, 14 de diciembre de 2010

Pastorela 2010 (pa los hijos y sus primos)

PAULINA (11) Angel Gabriel
ISABEL (10) Angel 1
PACO (8) Angel 2
MARIANA (9) Rey Mago: Baltazar
BETO (6) Rey Mago: Gaspar
SOFÍA (13) Rey Mago: Melchor
SANTIAGO (15) Diablo 1
FEDRO (14) Diablo 2
GUILLO (15) Satanás
CONSTANZA (5) Virgen María
FERNANDO (6) San José
TOÑO (19) Burro
MALENA (4) Elefante
REGINA (22) Camello
SERGIO (12) Caballo
ANDREA (15) Santa Clós
MARIA (16) Narradora 1
AURORA (18) Narradora 2

Salen Narradora 1 y Narradora 2 al escenario son dos señoras de sociedad que hablan con tono Yuppie
Narradora 1.- Ashhh no vuelvo a ir de Shopping a esos tugurios, puro menesteroso y luego esos santacloses de pacotilla.
Narradora 2.- Ay amigui, tienes toooda la razón, estas fechas son deprimentes que si los pastorcitos que si arrullar al niño, que si la pastorela.
Narradora 1.- Sí es una lata disfrazar a los niños, hacer que se aprendan los diálogos y luego el idiota del escritor que inventa personajes que ni vienen al caso ¿Ya te llegó la Pastorela?
Narradora 2.- Ya amigui y está cada vez peor, ahora hasta un Santa Clós aparece (se oye atrás “jo jo jo jo”)
Narradora 1.- Dios mío, te digo que cada año está peor y luego esas mamarrachadas de los reyes magos, tan bonito que sería un thanksgiving con pavo y así… ¿De qué trata este año?
Narradora 2.- Pues para variar amigui van María José y un burro que habla, ella ya muy fregada porque no fueron al psicoprofiláctico ¿lo puedes creer?
Narradora 1.- Es que en esa época no había Dr House, que mangazo ¿y luego?
Narradora 2.- Mientras ellos van caminando unos demonios medio venidos a menos planean detenerlos y entonces…(van saliendo y entran los Diablos)
Satanás.- A ver mis canchanchanes, ya estuvo bueno de vaciladas, este tiene que ser nuestro año, ya parecemos el Cruz Azul, nomás no damos una. Estoy literalmente harto de que siempre triunfe el bien ¿Hicieron lo que les pedí?
Diablo 1.- Al pie de la letra señor… Primero le dimos al burro unos tacos de canasta bien pegadores y parece que ya están haciendo efecto. Sé que es un arma no convencional pero muy efectiva.
Satanás.- Muaj Muaj Muaj Muaj (creo que debo ensayar mejor mi risa de Villano) ¿qué más inútil? ¿Por qué estás tan flaco?
Diablo 2.- Es que estoy usando mis tenis step gym su Majestad, 4 tallas nomás de estar en la cola de las tortillas.
Satanás.- ¡Basta imbécil! Dime si lograste atajar a los Reyes Magos
Diablo 2.- Hablamos con Greenpeace y le pedimos que intervengan porque los animales de los reyes magos no reciben un trato humanitario, los traen desde quién sabe dónde, los meten a los segundos pisos, los estacionan con franeleros.
Satanás.- ¿Y qué pasó?
Diablo 2.- Pues están listos para actuar, ya iniciaron una campaña con La Gaviota como Vocera y si las cosas funcionan los animales serán decomisados.
Satanás.- Muaj Muaj Muaj
Diablo 1.- Sí es necesario que revise su risa de villano señor, parece que le está dando una embolia.
Satanás.- Sí creo que tienes razón, es que se la copié a Elba Esther, ahora bien ¿qué hay de Gabrielito y sus chalanes?
Diablo 1.- Les vamos a aplicar el equivalente de la Cruz Nipona, resulta que infiltramos a un colega ¿Se acuerda del Cachacuas? Le pusimos alitas así todo mono, lo bañamos y lo mandamos al cielo a pedir chamba. Como las cosas están muy duras lo reclutaron de inmediato y nos pasará información de los planes de nuestros enemigos.
Satanás.- Genial. ¿algo así como wikileaks?
Diablo 1.- Ándele más o menos
Satanás.- Pues parece que ahora sí se nos hizo ya no quiero sentirme como López Obrador en elecciones así que ¡a trabajar zánganos!
Salen y entran las narradoras
Narradora 1.- Ashhh pero que malvados y así amigui
Narradora 2.- Si. Me recuerdan un capítulo de la Rosa de Guadalupe y los pobres de José y la Virgen sin blackberry ni iphone para avisarles.
Narradora 1.- Ashhh sí y parece que el burro está que se descoce y huele que alimenta ¿pero qué sigue?
Narradora 2.- En este momento José, María y el burro caminan por Tulyehualco imaginate amigui ¡Tulyehualco! Se les va a pegar algo y entonces empiezan las contracciones…expirar, inspirar y como no tienen hospital en Houston van a dar a una clínica de esas del Seguro Popular.
Salen
Entran José María y el burro
María.- Ay José, esto de dar a luz cada año empieza a pesarme mucho, siento que el niño está por nacer y el burro en ese estado.
José.- Lo sé mujer, lo sé, aparentemente los tacos de canasta no le cayeron nada bien, parece que ya la NASA lo está monitoreando.
Burro.- Ayyy mis hijos, digo mis burros¡ me muero¡ siento que me volteo como calcetín usado ¿qué me dieron esos miserables?
José.- Ay burro te advertí que no probaras los tacos de canasta, ese chicharrón prensado estaba muy sospechoso pero eres terco como una mula.
Burro.- Esteee prefiero como un burro pero tienes razón me siento tan lúcido como el burro de Shrek, necesitamos una farmacia urgentemente pero no la del gordo peloncito porque ahí nos van a acabar de matar.
María.- Sí el Dr. Simi no, de caridad, la última vez me dio unos intercambiables genéricos y me salió bigote.
José.- Es verdad continuemos, al fondo se ve una luz ¿Dónde estarán los reyes magos? ¿Dónde Gabriel? Me siento tan abandonado como un rockero en un concierto de la arrolladora banda limón…vamos.
Entra Santa Clós
Santa Clós.- Jo j ojo jo ¿cómo se han portado chiquitines?
Burro.- ¿Quién es este gordo?
Santa Clós.- ¿Cómo que quién soy jo jo jo? El mismísimo Papá Noel, San Nicolás, Santa amiguitos.
José.- ¿Por qué está vestido como esquimal en estado de ebriedad?
Santa Clós.- Jo Jo Jo, que buen humor niños míos, les he traído juguetes ¿cómo se portaron? Diosss ¿qué es ése olor?
María.- Oiga señor Clos ¿de casualidad no trae oxitocina?
Santa Clós.- Jo Jo Jo, de veras que buen humor te traigo un horno mágico y a ti amiguito un Xbox
Burro.- Ya lo perdimos
Santa Clós.- Jo Jo Jo un burro que habla…notable ¿cómo estás amiguito?
Burro.- ¿Amiguito? No sea payaso señor Encinas
Santa Clós.- Jo jo jo jo. ¿Encinas? Que hilarante, me debo ir pero ha sido un placer conocerlos, mis renos me esperan para volar por todo el mundo y entrar por las chimeneas (sale)
Burro.- Lo perdimos, ¿por la chimenea un gordazo así?
Salen y entran las narradoras
Narradora 1.- No te imaginas amigui…la ofrecida esa se operó las bubis y quedó como rotoplas (se interrumpe al ver al público)
Narradora 1.- ¿Quién es esta gente amigui?
Narradora 2.- Es el público de la Pastorela mani.
Narradora 1.- Ashhh se ven así como…raritos ¿no? Como de otra Colonia amigui
Narradora 2.- Te están oyendo no seas imprudente, mejor te sigo contando. Resulta que Los tres Reyes Magos enfrentan una manifestación de los hippies estos los de Greenhouse y así…
Narradora 1.- Ashhh ¿los que defienden a las ballenas y se visten como mamarrachos?
Narradora 2.- Esos…mira
Salen y entran los 3 reyes magos junto son sus animales vienen corriendo y atrás el resto de los actores les gritan: “ecocidas” “criminales” “salven a la Gaviotas”
Melchor.- ¡Vándalos! ¡tunantes! No es posible, cada que venimos a esta ciudad pasa algo, ¿pues no que nació en Belén?
Elefante.- Me duele mi trompita
Gaspar.- Todo es tu culpa Baltazar, las estrellas eran más confiables que tu blackberry con GPS, solo Dios sabe dónde andamos y luego esa turba de locos
Baltazar.- Que iba yo a saber de la mugre que es Telcel, y luego en el OXXO solo admiten las tarjetas amigo. Además esa bola de locos corretándonos y la señora esa La Gaviota con esos modos.
Caballo.- Odio esta ciudad, si me vuelven a hacer pasar delante de una taquería me va a dar algo…un equino como yo convertido en suadero…no señor.
Camello.- Y a mí además de las reumas que traigo me querían audicionar para un anuncio de Camel, no saben que tengo contrato de exclusividad. Además los que estos señores de Greenpeace querían era meternos en un circo y eso sí que no.
Melchor.- Esto es simplemente un desastre, niños gordos que se quieren tomar fotos, inspectores de la Delegación pidiendo mordida y estos locos ahora. Tenemos que hacer algo
Elefante.- Me duele mi trompita
Caballo.-Por lo pronto creo que debemos salir de esta zona ¿se acuerdan que el año pasado se me trepó un enanito?
Camello.- No era un enanito se llama Jockey y no lo hiciste nada mal, quedaste cuarto…pero tienes razón, hay que salir aunque veo un poco pasmados a nuestros amos.
Gaspar.- ¿Y cómo no estarlo? Lo que pensamos que era la Estrella de Oriente fue un flamazo en el Centro de la CFE ¿qué hacemos Baltazar?
Baltazar.- Por lo pronto apurarnos porque el betún este me produce una erupción que ya no aguanto ¿Qué en esta familia no hay negros de verdad?
Elefante.- (a punto de hablar)
Todos.- Ya sabemos, te duele tu trompita
Elefante.- No es eso, es que ahí viene María Elena Hoyos
Todos.- ¡corran!
Salen y entran las narradoras
Narradora 1.- Saluda forzadamente al público…Oye amigui como que la pastorela está muy rara no crees, no entiendo nada…claramente esta gente no sabe lo que hace.
Narradora 2.- Pues sí pero qué esperabas, si se ve que el escritor cocina con manteca y se la unta en la cabeza. Mejor sigamos que nos cierran el Palacio y necesitamos llegar al last minute shopping…Resulta que Gabriel no lo sabe pero tiene un infiltrado que se llama Cachacuas.
Narradora 1.- Jesús…que nombrecito ¿y lo está boicoteando?
Narradora 2.- No sé que significa esa palabra pero parece que pasa información…mira.
Salen y entra Gabriel con Angel 1 y Angel 2 que si bien va disfrazado de Angel tiene una cola de diablo que le sale por atrás.
Gabriel.- Esto está muy raro…parecería que Satanás se anticipa a todos nuestros movimientos y no sé cómo le hace. ¿Alguna idea?
Angel 1.- Es probable que tengan al CISEN metido en esto, pero nuestras fuentes dicen que son una nube de incompetentes ¿Tú que opinas?
Angel 2.- Agarrándose la cola como llavero…No sé, estoy muy desconcertado porque parece espionaje de alto nivel, se nota que contrataron gente muy inteligente y preparada.
Gabriel.- Si lo contrató Satanás debe ser un poquito idiota pero el hecho es que nos están fulminando y no podemos romper nuestra racha invicta. Tengo una idea...podemos fingir un plan falso para que ellos crean que es verdadero y sorprenderlos.
Angel 2.- ¿Ehhh?
Angel 1.- Es una gran idea digamos por ejemplo que vamos al punto 1 y en realidad vamos al 2 pero siempre diciendo que vamos al 1, aunque en realidad lleguemos al 2
Angel 2.- ¿Ehhh?
Gabriel, es una idea digna de ti Angelito, vamos…
Salen Gabriel y Angel 1 y se queda Angel 2 que saca un celular.
Angel 2.- ¿Con Satanás? Si señorita por cobrar de favor…¿Satanás? Tenemos un lío parece que se están oliendo algo y entonces planearon ir al punto 1 pero luego dijeron que al 2 y por alguna razón algo dijeron del punto 3, el caso es que no entendí nada.
Voz de Satanás.- ¡Cachacuas! Eres un verdadero imbécil, síguelos.
Angel 2.- ¿Pero a dónde? ¿Al Punto 1 al 2 o al 3?
Sale y entran las narradoras…
Narradora 1.- Oye amigui ese Cachacuas se ve medio lento ¿no?
Narradora 2.- Sí, creo que se pegó en la cabeza…el caso es que las cosas se están poniendo buenas nomás les falta lo música como en Glee y así. José, María y el Burro están a punto de sufrir un problema como Rubí ¿te acuerdas?
Narradora 1.- Nooo, pobre gente.
Salen y entran José, María y el burro
Burro.- siento que agonizo
José.- Y nosotros también, ese olor me está dejando sin neuronas
María.- José entre el burro y la labor de parto siento que no llego…
José.- Mira mujer ahí vienen unos Samaritanos, por favor no canten la de la posada que luego nos echan a los perros.
Entran Satanás Diablo 1 y Diablo 2
Satanás. Mon dieu¡¡¡ ¿Qué es ese olor? Me recuerda las galeras del infierno
Diablo 1.- Huele como a huauzontles
Diablo 2.- Más bien como a Estación Pino Suárez a las una de la tarde
José.- ¡Satanás! Sabía que estabas detrás de todo esto miserable.
Satanás.- Muaj muaj, muaj muaj (todos atrás) “debe mejorar su risa de Villano” por fin José estás en mis manos y nada podrás hacer. Es mi momento conquistaré al mundo
Todos se miran entre sí
Satanás.- Ah no. Ése es otro guión, pero finalmente están en mi poder, aunque al burro lo regalaré como biodigestor. Ese niño nunca nacerá.
Entran Elefante, caballo, camello Melchor Gaspar Baltazar, Gabriel y Ángel 1 y rodean a los malos
Gabriel.- ¿pensaste que nos engañarías verdad? Pues ya ves te equivocas, eso te pasa por rodearte de incompetentes, que son más inútiles que el Gabinetazo. Estamos listos para destruirte…
Satanás.- ¿Pero por qué ponerse en ese plan Gabrielón? Si estamos chupando tranquilos.
Todos los rodean un poco más
Satanás.- Está visto que esto no es negocio, creo que mejor me voy de asesor presidencial, ya estoy viejo para seguir aguantando esta vida.
Diablo 1.- De veras que así no se puede, creo que colgaré el rabo
Diablo 2.- Alguien por favor que haga algo con el burro, de veras es un arma nuclear.
Gabriel.- Tienen exactamente 30 segundos para regresar al infierno y no lo olviden. El mal nunca prevalecerá.
Satanás.- (lo imita) ayyy siiii el mal nunca prevalecerá…nos vemos el año que viene móndrigos.
Salen y entra el Diablo 2 que pasa por el escenario
Diablo 2.- ¿Alguien ha visto el sitio 3? (sale y entra Santa Clós)
Santa Clós.- Jo jo jo jo, que chistosos son todos me encanta esto de las Pastorelas Jo jo jo jo y el burro que huele a Quesadillas de pápaloquelite Jo Jo Jo Jo… Feliz Navidad amiguitos.
Narradora 1.- Ay amigui que emoción con lo que me gustan estos finales
Narradora 2.- Toooda la razón. Siento que ni Marimar terminó tan bien, mira ya va a nacer el niño…
Todos rodean a María que porta un bebé
Narradora 1.- Termina otro año, y lo festejamos como siempre en familia, unidos y cumpliendo una tradición que representa por muchos motivos un lazo que nos une a las personas que amamos.
Narradora 2.- Hace más de veinte años inició esta Pastorela que año con año nos reúne y nos brinda un momento de unión y convivencia. Esa convivencia tan necesaria en estos tiempos difíciles.
Narradora 1.- A nombre de toda la familia Garza Ramos les agradecemos su presencia y su cariño.
Narradora 2.- Y los esperamos el año que viene listos para festejar con todos los nuestros
Todos.- Feliz Navidad
Elefante.- Sí, me duele mi trompita.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Acerca de los impuestos (El Financiero 1996)

Recientemente los capitalinos amanecimos con la noticia de que al director de un prominente periódico de este país (ese en el que vienen los teléfonos para pedir masajes tailandeses) lo iban a meter al bote. Efectivamente, el señor Ealy salió de su casa, se subió a su Mercedes y se presentó a las puertas de la Procuraduría para rendir su declaración. De todo esto me enteré gracias a los buenos oficios del señor Gutiérrez Vivo (¿o será "Fifó" dada la manera en que pronuncia la v?). Por la tarde don Francisco salió sonriente por la misma puerta que lo llevó al tambo al pagar una fianza de catorce millones de pesos --entonces entendí que si yo tuviera esa cantidad también me reiría de la señora madre del que inventó los impuestos--.

¿Qué posición mantener ante el asunto? En principio debo decir que mis simpatías no están precisamente en el sector hacendario; que el aumento del IVA me causó la misma sensación que cuando mataron a la mamá de Bambi; que los impuestos los pago un poquito a huevo y que tengo una incapacidad congénita para entender una forma fiscal. Sin embargo, también creo que los impuestos son como un calambre en un testículo o un chaparrón en la sección de sol del Estadio Azteca; cosas desagradables para las que no hay remedio y que, en algunos casos, sirven para algo útil. Cada que le hablo al contador no lo hago estimulado por un compromiso nacional o pensando en la bocota de la patria que salía en los libros de texto, sino en la terrenal idea de que es el tambo el que me espera. Por ello creo que si alguien se hace buey (y mucha gente se hace buey), pues no queda más remedio que cobrarle; sobre todo si es un oligarca.

Queda luego el asunto de la selectividad en el cobro; se argumenta que Ealy es algo así como un mártir de la libertad de prensa. Ante ello tengo una posición esquizofrénica: efectivamente creo que el gobierno no le cae a sus cuates y le pega a quienes no lo son. Sin embargo, también creo que si Ealy cambió de línea editorial ya podría haberlo hecho antes; que si alguien modifica de golpe su visión podemos ser mal pensados y asumir que lo hizo porque sentía que venía el agua y que finalmente el asunto no es para tanto y ya que lo único que tiene que hacer el director de El Universal es caerse con la lana que no ha pagado y mantener su línea independiente.

Pero más allá de este proceso de Grand Guignol queda el asunto de que los mexicanos no pagamos impuestos y ante ese problema me permito sugerir algunas soluciones muy elementales:

1.-- Se le darán estímulos fiscales a toda aquella persona que remita la filiación de priistas honestos a la Subsecretaría de Ingresos. Los requisitos podrían ser muy elementales, por ejemplo una licencia en la que venga el nombre y la dirección correctas o de perdida los testimonios de catorce mil personas que metan las manos al fuego por el susodicho.

2.-- El último día que sufrí pálpitos cardiacos inició con la revisión de la forma anual para declarar impuestos. En primer lugar decidí que no sabía si yo era una persona física (el único referente que tengo es el de que soy un gordo que se agita cuando sube las escaleras), o moral (el único referente es mi desordenada conducta etílica de los años recientes).

Cuando le pedí una explicación a alguien que se las sabe de todas todas, me dio una cátedra que me dejó con la sensación de que era yo un hombre muy pendejo. Ante ese problema sugiero que las formas de Hacienda traigan dos cuadritos: una que diga "acepto pagar" y otro que maneje la opción contraria. Si la opción que se eligió es la primera, se firmará y mandará en un sobre cerrado a las oficinas de Hacienda para que hagan las cuentas. Si la opción fue la segunda, es el momento de buscar un helicóptero para salir del país y refugiarse en Tahití, donde (me imagino) no se ponen tan roñosos.

jueves, 2 de diciembre de 2010

De malas palabras (El Financiero 2001)

Existe un señor, cuyo nombre de pluma es Catón, que publica su columna diariamente en el periódico Reforma. El tema son los chistes, y cuando digo chistes no hablo en sentido figurado, los artículos inician con algo como: "Un día Ovonio fue al doctor...". Lo anterior --que parecería desconcertante-- no es lo que ha llamado mi atención, después de todo cada quien es libre de ganarse la vida como le plazca. En realidad lo notable es que Catón ha tomado la ruta literaria que implica escribir "carbón" por cabrón o "indejo" por pendejo, asunto que me parece una idiotez.

Nada tengo en contra del que evita escribir peladeces en los medios; supongo que eso obedece a un estilo o una visión estética de lo que debe ser y lo que no, pero... ¿carbón? La estrategia es equivalente a la que usan las viejas guangas para llamar pitirrín al pene, o pompis (escribo pompis y siento escalofríos) a las nalgas, y eso, insisto, es una idiotez.

El problema de renunciar al uso de lo que la gente llama malas palabras es que, además de dejar a la mitad de la población más muda que Hellen Keller, tendríamos que prescindir de su enorme poder descriptivo ¿hay mejor adjetivo que pendejo para aquel que diseño los ejes viales?, ¿puede el titular de una pesera ser ajeno a la palabra cabrón?

Recuerdo que Juan Sabines, gobernador de Chiapas hará unos doce años gritó en un discurso algo equivalente a que sus enemigos hicieran el favor de ir a chingar a su madre, que era exactamente lo que pensaba. Por supuesto, fue muy criticado ¿por qué? No por su sinceridad, sino por andar diciendo peladeces. En ese sentido la moral pública nos obliga a convertirnos en seres esquizofrénicos que debemos voltear como tecolotes antes de emitir un adjetivo contundente. Esta ruptura entre lo que se dice y lo que se piensa me parece notabilísima y ha determinado que produzca la siguiente lista de situaciones ejemplares en la que usted, querido lector, encontrará la alternativa adecuada para expresarse libremente. Que la use o no, depende por supuesto de usted.

Escena 1.- Un aguacero de la tiznada, usted va a llevar a su casa a una viejita que no para de hablar. La deja con el deseo de que un rayo la parta en dos. Regresa dando brinquitos al coche y se encuentra con que cerró la puerta con llave y ésta cuelga juguetona en el interior de su auto. Usted se lleva la mano a la frente, se da un sopapo y exclama: ¡pero qué...! (vienen las palabras aceptadas) tonto, baboso, alcornoque, gaznápiro, badulaque, menso. Por supuesto la palabra correcta es pendejo.

Escena 2.- Conoce a un literato de gasné y pipa, que emplea media hora en explicarle por qué la gente en este país no lee libros. La frase con la que concluye es "hay que abatir la ignorancia"; usted sonríe, pero por dentro piensa: qué... talento, soberbia, vanidad, lucidez. La palabra correcta es mamón.

Escena 3.- Circula por avenida Universidad; de pronto, un pesero se le cierra por ganar pasaje a otro pesero, el contacto es violento y deja su coche como charamusca. El chofer se arranca sin esperar ninguna aclaración, saca la mano por la ventanilla y retrae los dedos anular e índice conservando enhiesto el dedo de en medio en un gesto conocidísimo que no sé cómo se llama. Usted baja la ventanilla y grita: ¡Hijo...! de tu mal dormir, desobediente, descarriado. No debe haber ninguna duda de que las palabras que completan la frase son: de la chingada.

Me parece, en suma, que considerar rara a una persona que emplea en su lenguaje palabrotas no tiene ningún punto de comparación con otra que las dice "cuando resulta oportuno". Eso sí que es raro.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Moralejas (El Financiero 1993)

Por alguna razón que escapa a mi entendimiento, en todos los procesos que los seres humanos emprendemos siempre hay un pero. No importa de qué se trate, no importa cuán atractivo parezca algo, la regla del pero se aplica sistemática y mortal. Si queremos ser mejores (el sueño de Tolstoi) debemos obtener una enseñanza ejemplar, una moraleja que nos ayude a evitar ir por la vida dando traspiés.

Ilustremos:

a) En 1925, mi tía Engracia tenía un pretendiente, el único que se hizo de valor para intentar cortejarla a lo largo de 25 años. Era un muchacho de buena familia, diligente y formal... pero tenía un defecto: su gracia máxima consistía en arrugar la frente tapizada de barros que ante la tensión epitelial se exprimían horriblemente. Concluido el acto, el pretendiente festejaba la broma (me lo imagino riendo) y se limpiaba con un pañuelo. Moraleja: Ten cuidado de los hombres con acné que se crean muy chistosos ¿mi tía? No se casó nunca.

b) El 5 de mayo de 1862 las armas nacionales se cubrieron de gloria. El Ejército de Oriente comandado por Zaragoza derrotó a los franceses, invictos desde Waterloo. La batalla tuvo dos derivaciones por completo diferentes: cuatrocientos ochenta franceses murieron y los burócratas del país no trabajaron más en el aniversario de la batalla. Esta victoria nos debe enorgullecer... pero, el 10 de junio de 1863, un año después, el general francés Elías Forey entraba como Pedro por su casa a la ciudad de México para comerse un molito a la salud de los mexicanos. Moraleja: No festejes hasta que sepas que hay motivo, recuerda que el último minuto también tiene sesenta segundos.

c) En 1980, una mujer alcanzó por primera vez un ministerio dentro del gobierno mexicano... pero, los méritos de dicha dama, como usted probablemente sepa, eran definitivamente extracurriculares (me da vergüenza recordarlos). Moraleja: No llegan necesariamente los mejores sino los más buenos.

d) En 1978, los ratones verdes aplastaron a sus vecinos de CONCACAF, ¿se acuerda? Rergis, el "Gonini", Cuéllar y compañía se convirtieron en la esperanza nacional. Todo México se vistió de fiesta, Roca apostó (¡qué bruto!) que conseguirían cinco de los seis puntos a disputar en la primera ronda del mundial de Argentina... pero, el poderoso equipo de Túnez nos metió tres goles, Polonia venció fácilmente y Alemania nos hizo puré con seis golecitos. Moraleja: Si le metes 17 goles a Martinica y crees que puedes repetir la hazaña con Alemania eres un estúpido, revisa tus metas.

e) En 1993 mi gran amigo Benjamín Bulajevsky me informó que había descubierto un negocio genial; "es muy fácil" decía, "vas a un lugar donde te venden un aparatito para hacer quesos, te metes al lavabo del baño de tu casa, tres horas de trabajo y ¡presto! quedan los quesos que luego llevas a la misma compañía y vendes al doble de precio", "es un fraude" dije, "para nada, todo está por escrito, es porque no tienen capacidad de producción, ya me gané cinco mil pesos"... pero, era un fraude. Moraleja: El dinero fácil no existe a menos que seas lenón o narcotraficante o político corrupto o policía... etcétera.

f) El juez Harry Greenburg logró en 1979 el sueño de su vida: trabajar en el torneo de Wimbledon. Lo colocaron en una silla detrás de uno de los jugadores y desde allí se dispuso a cumplir su más anhelada meta... pero, un saque supersónico mal dirigido lo golpeó en los testículos, Harry, sufriendo un comprensible espasmo, se fue para atrás y se desnucó en el acto. Moraleja: La que se me ocurre es demasiado ordinaria, por lo que le suplico, queridísimo lector, que saque usted sus propias conclusiones.

martes, 23 de noviembre de 2010

¿Por qué no voy al dentista? (El Financiero 1995)

La costumbre de comer cacahuates japoneses la adquirí en la secundaria. Abría el celofán y vaciaba el contenido en la bolsa de mi pantalón para no dar, costumbre que todas mis parejas adolescentes consideraban repugnante. El abuso de este hábito me dejó los dientes como de octogenario, un día se me salió una amalgama y la tragué, "se puede recuperar" dijo mi tía Regina. No quise ni averiguar cómo, de manera que hice una cita con el Dr. Zamarripa, dentista amigo de mi padre para un examen completo.
El Dr. Zamarripa era un personaje extraordinario desde varios puntos de vista; tenía noventa y seis años. Es decir, pudo, sin muchas prisas, haber sido el ortodoncista de Porfirio Díaz. Cuando mi madre (mi padre no se atrevió) me informó acerca de la edad de mi futuro dentista tomé el directorio y busqué rápidamente la letra "D", sin embargo, mi hermana (una de las víctimas previas) me explicó que Zamarripa no practicaba (menos mal pensé), que era su asistente la que hacía todo instruida por él y que el trabajo que realizaba era muy competente.
-- Ellos arreglaron a la tía Engracia -- dijo en un ingenuo intento promocional.
"Pues menuda la hicieron" pensé para mis adentros. Mi tía Engracia tenía una boca como la de Nosferatu.
Pese a todo, Zamarripa daba crédito y eso me convenció. En el Metro, camino al consultorio iba yo con dolores en el pecho.
Las horas de antesala pasaron, cada minuto se convirtió en una modesta agonía.
Al entrar al consultorio me quise morir: era prácticamente imposible reconocer quién era Zamarripa y quién su asistente, ambos parecían dirigentes de la CTM. Me sentaron en el sillón y Etelvina, que así se llamaba la señora y que tenía una voz ligeramente más aguda que la de su colega preguntó:
-- ¿Cómo está nuestro enfermito?
Yo, que tenía 26 años, sonreí con la boca abierta.

Etelvina analizaba con su espejito y transmitía su diagnóstico:
-- Muela derecha fracturada, premolar antero posterior sin amalgama, etcétera.
Zamarripa anotaba flechitas en un diagrama.
-- Le vamos a poner una corona -- dijo el Dr.-- , no se preocupe, no le va a doler.
Maldito si estaba yo preocupado, fue precisamente el comentario lo que me alarmó.
-- Doña Ete, rebájele aquí al amigo el molar antero posterior.
Etelvina tomó la fresadora y la aplicó diligente sobre mi molar con una eficiencia tal que sentí cómo la virgen me hablaba al oído y decía algo acerca de los cacahuates japoneses. En un momento de profunda desesperación moral estiré la mano para detener el brazo de Etelvina. Sin embargo, se retiró con un movimiento agilísimo y lo único que pude apretar fue una chichi. Cuando terminó sudaba yo como un bendito.
-- Ya doctor -- dijo.
-- Bien, ahora haga la aplicación Abrí la boca nuevamente y Etelvina me aplicó algo parecido al chilpachole de jaiba, se sentía masoso cuando lo recorría con la punta de la lengua. Cuando terminaron, bajé tambaleante del sillón y salí por la puerta de vidrio. Fué la última vez que los vi.
Al llegar a casa me fui a ver al espejo del baño: ¡ tenía un diente de plata! No lo podía creer. Dentro de mis cánones pequeño burgueses cualquiera con un diente de plata era peor que perro.
Ahora sonrío con la boca chueca.
Por todo lo anteriormente expuesto es que no voy al dentista y eso, querido lector, es lo que sugiero que haga el resto de su vida.

martes, 16 de noviembre de 2010

Los idiomas (El Financiero 1996)

"Mery livs en Coyacán aviniu", así empezaba la frase con la que una maestra dotada del mismo nivel de comprensión de un burro de planchar, trataba de enseñarnos inglés a un grupo de infantes que la veíamos con los ojos como platos tratando de entender de qué carajos nos serviría saber la vida y andanzas de Mery, que además de vivir en la avenida Coyoacán, tenía "ten yiers old", un "fader" que se llamaba "Yon" y una moder "Alis". Si la pinche niña compraba un perrito, rájale,nos enterábamos ¿Que Mery iba a una fiesta muy divertida? Pues venga, a compartirlo grupalmente. La maestra (a la cual teníamos que llamar Miss algo), se quedó calva ante el esfuerzo y nunca logró de nosotros el más mínimo asomo de comprensión, ello quizá motivado no sólo por Mery, sino por una estrategia didáctica muy mamona basada en poner sellitos con animales; una abejita para los aplicados, un burro para los que no hacían la tarea y un oso comiendo miel para los huevones.

Está claro que el idioma que se hable en cualquier lugar es consecuencia del nivel de dominio. En España nadie habla huehuenche ni en Francia tungamanga (que debe ser un dialecto camerunés). Anteriormente se consideraba de muy buen gusto que las señoritas decentes tudiaran francés. Sin embargo, tal costumbre --que no servía más que para que los padres presumieran a sus retoños como se presume a un perro-- se ha venido abajo y lo que hoy se estila es aprender inglés, que es el idioma que rifa.

Como no es lo mismo andar atrás que en ancas, la necesidad de aprender inglés es compartida por un niño que nace en Oklahoma y por el dueño de una palapita de porquería en Puerto Escondido, porque, si no, el gringo no entiende nada y se va con sus dólares a algún lugar donde lo traten mejor. Ello y la globalización económica ha determinado que la necesidad de aprender inglés sea equivalente a la de casarse o mantener una vida sexual plena. El que no habla inglés está (para todo fin práctico) jodido.

¿Cómo hemos enfrentado esta carencia? Pues de mil modos. En primer lugar están las famosas academias de idiomas en las que la gente se inscribe con la esperanza de no hacer el ridículo en el próximo viaje a Disneylandia. Una notabilidad de estas academias es que los interesados son reunidos en grupos independientemente de sus características personales, y entonces sucede que la agrupación de intermedios de las tres de la tarde mantiene el siguiente perfil: un niño de doce años, una secretaria desempleada, un joven ejecutivo bancario, una señora fodonga que no tiene nada que hacer y uno que es un taradazo. La sesiones entonces implican que la gente se cuente su vida cotidiana y de esa manera los estudiantes se enteran de la tarea de Luisito, de los retos de la taquimecanografía, de la estrategia correcta para llenar una ficha de depósito o de la receta del pescado empapelado (el taradazo nunca dirá nada). Luego vienen los exámenes y todo mundo pasa al siguiente nivel (casi siempre son quince niveles). Al graduarse el estudiante, dada su formación, es comisionado para una empresa que ponga a prueba sus nuevas capacidades (ir por un gringo al aeropuerto, por ejemplo) y el desastre se manifiesta cuando el gringo entiende algo así como que en México somos masturbadores compulsivos y todo debido a que el estudiante confundió un tiempo verbal.

La otra alternativa es irse a vivir a algún lugar donde se hable inglés. Para lograr este saludable propósito hay de tres aguas: a) ser nombrado embajador; b) obtener una beca para estudiar acerca de la aceleración de partículas subatómicas, o c) irse de bracero. Dado que las opciones a y b están prácticamente clausuradas para todos nosotros, parecería que la única opción terrenal es salir rumbo a la pizca del tomate. Miento, otra opción es estudiar en una escuela bilingüe donde los estudiantes se sientan noruegos y empezar la historia de Mery, pero (lo juro) ésta tampoco es solución ya que recientemente me enfrenté a un chino sin que pudiéramos articular alguna idea concreta, por lo que para finalizar con cierta dignidad nuestro diálogo le tuve que preguntar: "¿Juat taim is it?"... qué vergüenza.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Antónimo de anfibología (El Financiero 1996)

Leo, con cierto sobresalto, que 260 mil estudiantes están presentando un examen en el momento que yo redacto estas líneas. ¿Qué les irán a preguntar? ¿Cuántos de ellos llevarán un acordeón? ¿Cuántos una estampita de San Carlos Borromeo? ¿Quiénes le habrán pedido al primo que se las sabe de todas todas que resuelva las preguntas clandestinamente? La verdad es que no lo sé. Lo que sí recuerdo de estos exámenes se remonta al cretácico, cuando yo mismo fui uno de esos estudiantes nerviosos que llegaron con su lápiz del dos esperando un milagro de la guadalupana. La experiencia la puedo catalogar como siniestra y transformadora. Aún no puedo resolver un examen y mucho menos aplicarlo.

Las preguntas que nos hicieron eran extrañísimas y parecían redactadas por alguien que inhalaba tíner o era de plano idiota perdido. Había unas facilísimas, categoría en la que cabía el antónimo de blanco, y otras que no hubiera contestado Von Braun. Recuerdo por ejemplo que una de matemáticas decía más o menos así: "Hay una cubeta con nueve litros de agua de chía; Juan llega primero y se toma dos terceras partes, luego Federico toma un octavo y Luisito, que llegó al último, solamente toma un noveno. ¿Cuánto líquido queda en la cubeta?" Al recibir la pregunta puse los ojos en blanco y me quedé pensando en Juan, en Luisito y en la chingada madre del autor de la idea. Luego descubrí que la única proporción que me sabía era la de 1/4, que era la probabilidad de acertar la respuesta al tin marín... aún no sé el resultado y así me fuera la vida en ello (por ejemplo que Demi Moore ofreciera establecer comercio carnal a cambio de la respuesta) no sabría qué contestar.

Exámenes.

Otro momento alucinante ocurrió durante las preguntas de historia. En muchas de ellas se trataba de establecer cronologías y entonces había que decir qué fue primero si la conquista o la reforma. Supongamos (sin conceder) que el asunto no tenía chiste, pero ¿qué pasaba si entre las etapas históricas alguien con muy mala leche o muy mala madre introducía el término "segundo imperio", que fue exactamente lo que ocurrió? Yo, que me enteré esa mañana de dicho concepto, estuve tentado de escribir Napoleón Bonaparte, y volví al tin marín. Cuándo le expliqué más tarde a mi señora madre --que compartía todos mis méritos académicos-- el asunto y ella me explicó a su vez que la pregunta se refería a Maximiliano, me di un tope en la cabeza y sentí que la vida no valía nada.

En biología la cosa no estuvo nada fácil. Se preguntaba, por ejemplo: de las siguientes opciones ¿cuál representa a una dicotiledónea? y luego se enlistaban: las fanerógamas, los frijoles, las cucurbitáceas y las melastomatáceas. En ese caso opté (correctamente) por la única respuesta que me sonaba familiar, que era la de los frijoles. Y santo remedio.

Al momento de terminar el examen con mi lápiz del dos, decidí que si me aceptaban sería sólo porque Dios sí existía y durante los dos meses que tardaron en llegar los resultados sufrí una seria transformación espiritual. En esos tiempos era de todos conocido que si el resultado llegaba en un sobre gigante, el asunto había valido madre y si, en cambio, venía en un sobrecito no podrían ser otra cosa que buenas noticias. Al final llegó un sobre de tamaño normal en el que se me anunciaba que había sido aceptado. Mi regocijo se vino abajo ante el ácido comentario de alguien que hoy quiero mucho, que dijo: "Pues sí, siempre hay gente más pendeja que uno".

Francamente espero que los pobres 260 mil estudiantes no pasen ese trago amargo. Que se haya decidido que hay cosas más importantes en la vida que el agua de chía y las cucurbitáceas, y que el señor que hacía los exámenes se haya muerto. Vaya pues mi simpatía para los que estudiaron, para los que no estudiaron y para los que van a volar. En ese caso, la mejor estrategia es buscar a alguien que tenga peor cara y sentirse satisfecho a cambio del dolor ajeno.

jueves, 11 de noviembre de 2010

De comida (EL Financiero 1998)

En mis mocedades pasé algunas semanas en una casa de huéspedes inglesa dirigida por la señora Gerdah, una mujer de chonguito y muy mal carácter. Debo agregar que además de ser mi casera, la señora Gerdah, era ligeramente estúpida, ya que me explicó cuántos jabones había en el baño, la forma correcta de conectar un cable pero olvidó avisarme que entre los distinguidos huéspedes de la pensión había uno que tenía una forma maligna de retardo mental. El primer día que bajé a servirme el desayuno sentí que alguien se movía atrás de mí, voltee y envejecí siete años nomás del sustazo que me puso el jovenazo, que en ese momento hacía una kata con los ojos cerrados y a treinta centímetros de mi nuca.
Pero en realidad no quiero hablar hoy del sujeto (que se llamaba Mauro) sino de la comida inglesa que, dicho sea con todo respeto, era una mierda.
Durante años había yo escuchado acerca de la “flema inglesa” pues bien, lo que quiera que significara tal término, seguramente se debía a lo que esta pobre gente come y que consiste esencialmente en entrañas hervidas, cerveza caliente y un té que sabe a cáscara de naranja. Si usted, querido lector, ha tenido la paciencia de seguir esta columna a lo largo de los años se dará cuenta de que mi alma no se anima por ningún sentimiento de nacionalismo y que andar comparando las virtudes nacionales con las de otros países me parece simplemente una forma de demostrar lo imbécil que se puede llegar a ser, sin embargo en el caso culinario la cosa no tiene remedio ya que, efectivamente comparados con otros no salimos tan mal librados.
La comida japonesa se ha puesto de moda entre las huestes elegantes de la sociedad; se considera de mucha vanguardia llegar a un lugar sentarse en una posición completamente antinatural metiendo las espinillas en las ingles y luego usar un par de palitos que son incomodísimos y que deben ser responsables de la tala amazónica ¿para qué? Para comer una serie de cosas que en el mejor de los casos están crudas y meterlas en una salsa amarilla que parece mostaza pero que en realidad provoca la pérdida de la memoria a corto plazo.
La comida árabe está llena de virtudes, quizá la más conspicua es después de una dosis adecuada uno encuentra la verdad de las cosas inmediatamente antes de sufrir una ausencia. Una vez durante un viaje y en medio de la noche egipcia, mi buen amigo Célis se comió medio carnero y una como especie de leche que estaba semicruda, su siguiente recuerdo lúcido fue al despertar en la habitación del hotel rodeado de gente que empezaba a velarlo (en testimonios posteriores dice que vio la luz al final del túnel).
“Por su aspecto los conoceréis” parafraseo al clásico, en el caso de los gringos esta es una verdad del tamaño de una casa, lo primero que uno nota es que de jóvenes su máxima preocupación es la de lucir cuerpos esbeltos y torneados. Desgraciadamente para todos, esta preocupación les dura tres años y luego se vuelven una forma humana de lo que los reposteros conocen tradicionalmente como volován. Esto desde luego, se debe a lo que comen y que consiste esencialmente en una dieta de ocho mil calorías diarias. A los gringos les parece muy atractivo, por ejemplo, echar un kilo de mantequilla en un recipiente para palomitas que alimentaría a Jungapécuaro o comer “nachos” que no son más que totopos sumergidos en una mengambrea de queso y que seguramente son cancerígenos.
En fin mis profundas neurosis culinarias se vieron sorprendidas con la “guajolota” un ingenio gastronómico consistente en meter en una telera un tamal prensado y llevárselo a la boca (lo mismo que si se llevara medio kilo de mastique). Por todo lo anterior he decidido hacerme macrobiótico, cosa que sé que a ustedes (amados lectores) les importa lo mismo que el precio de la papaya maradol.
Comida.

lunes, 8 de noviembre de 2010

De groserías (El Financiero 2001)

Parece que la Real Academia de la Lengua (cuando escribo lo anterior me imagino a un puñado de viejitos que se pasan discutiendo llenos de ademanes si se dice “no hay nadie” y cosas de tan grueso calibre) nos ha hecho el favor de admitir un montón de términos que en México son clasificados genéricamente como “malas palabras” o bien “groserías”. De ello me enteré a través de las noticias que consignaban al presidente Fox cambiándole el nombre a Borges (por supuesto no es su culpa, sino de quien le pone a leer cosas que no entiende). En fin, el asunto es que en el terreno de las palabras incorrectas me considero sin ninguna modestia una autoridad nacional y por primera vez en muchos años considero que sé de lo que hablo al abordar este candente tema.
Muchos conductores de radio y televisión retomaron el asunto y se regodearon con la nota lo que supuso varias enseñanzas; la primera es que aquellos que tienen menores ratings fueron más a fondo y se despacharon por primera vez diciendo al aire palabras como chingada, nalgas y jodido. Otros fueron más cautos y algunos como Froylán López Narváez de plano diciendo “chifladeras” por chingaderas (forma eufemizante que siempre me ha parecido lamentable).
Una de las misiones educativas que los padres emprenden con mayor ahínco es la de dotar a los hijos de un equipaje de costumbres sociales que sigue invariablemente las mismas reglas; cuando los infantes son menores a cinco años es aceptado e inclusive se celebra que digan cosas como “tú caca” o “me duele la pirinola” acto seguido se entra en un proceso represivo que le vuela los dientes al menor si al referirse a su hermano lo llama imbécil o estúpido y si de plano sale con palabrotas como “puto” la familia entra en crisis y se realiza una exhaustiva investigación en la escuela y con los primos para saber de dónde saca el niño tanta grosería.
En la adolescencia los jóvenes suelen adoptar un lenguaje que envidiaría un carretonero y lo utilizan siempre sin ninguna mesura. Se adquieren en ése momento términos tan saludables como “te cojo”, “me la pelas” y demás yerbas. La vida adulta nos indica que tales términos son perfectamente aceptables en privado y con las conocencias pero nunca en público frente a desconocidos. La única excepción a la regla que conozco es la del gobernador Juan Sabines que en un discurso público y aparentemente hasta las manitas les dijo a sus enemigos políticos que hicieran favor de ir a chingar a su madre, es decir la de sus enemigos.
Estas reglas han sido particularmente seguidas en los medios de comunicación ya que las autoridades parten de una premisa (idiota) en el sentido de que permitir a los periodistas y demás miembros del sistema mediático que hablen con palabrotas es incitar a los oyentes a que hagan lo mismo. Por supuesto lo anterior es falso e inclusive ligeramente hipócrita ya que lo único que favorece es que la gente tenga que adquirir una personalidad como la del doctor Jekyll y mister Hyde y que hable de una forma hipocritona. Es por ello que las recientes noticias traen un soplo de are fresco a la vida pública y pueden ser las llaves que abran la cerradura que durante años nos han impuesto los señores de las buenas costumbres. ¿Ventajas? Muchas imagine usted, querido lector, por ejemplo que en las notas bursátiles el reportero dice, “la bolsa de valores perdió 6 puntos, ello se debe a los inversionistas hijos de la chingada que se llevaron sus capitales especulativos” o bien “ el ausentismo en la cámara alcanza una cifra record gracias a que la huevonería de los señores legisladores ha aumentado de manera exponencial los últimos años”. El ejercicio anterior podría permitir sacar de la jugada a términos que acusan ya cierto desgaste como “vándalos”, “multitud enfurecida” y “el diputado fulanito de tal (si, ése que usted piensa) estaba bajo los efectos del alcohol” y sustituirlos por “ojetes” una turba encabronadísima” y “estaba que se caía de pedo”. No veo que de malo podría haber en ello y si percibo que las modificaciones (ya con el avala de los viejitos de la Real Academia” nos permitirían ser más sinceros, lo cual es en sí mismo un logro nada desdeñable ¿o no?

jueves, 4 de noviembre de 2010

De consultas (El Financiero 2008)

La costumbre de preguntarle a la gente lo que quiere por parte de la clase política está predestinada al fracaso en un país como el nuestro ya que resulta infinitamente acreditable nuestra enorme incapacidad para ponernos de acuerdo en absolutamente nada.
Imagine usted, querido lector, que un señor con iniciativa decide construir un edificio en algún lugar de esta ciudad, los trámites serán largos y exasperantes y es probable que algún funcionario le pida algún donativo para agilizarlo todo. Una vez que se encuentra con los papeles en regla viene un grupo de vecinos que: a) puede ser una nube de viejas chotas b) un señor que es vividor y tiene la capacidad de agitar las aguas o c) los tataranientos de don Vicente R. Gómez que sospecha que en el predio se encuentran los restos de su antepasado y piden la intervención del INAH. Es en ese momento que algún funcionario perspicaz habla de “realizar una consulta y transparentar las decisiones”, se prepara un salón, llega el grupo que está a favor seguido por la turba de viejas chotas, en diez minutos ya se están mentando la madre, mientras el inversionista ve con lágrimas en los ojos que acaba de perder un negocio.
En esta ciudad es prácticamente imposible realizar nada sin que alguien se oponga y ello –sospecho- se debe a lo redituable que resulta oponerse, normalmente las gentes que se amotinan reciben al final del proceso desde un desagravio hasta un préstamo para una vivienda de interés social. No importa si los motivos son delirantes, las autoridades temen a la masa lo mismo que los maoríes a los aviones.
Alguna vez cuando era burócrata y me encontraba en mi oficina llegó un grupo de gente menesterosa y gangsteril con el saludable propósito de “tener una audiencia”, le dije a mi secretaria que como no, que con todo gusto, nomás que hicieran una cita ya que a mí me enseñaron en mi casa que uno no se presenta sin previo aviso ya que eso es de muy mala educación. El líder de la turba dijo a su vez que estaba muy bien, que si no los recibía en ese preciso instante bloquearían la calle Constituyentes, me conmovió tanto como el cuento de la caperucita y los vi marcharse muy decididos. Efectivamente a los quince minutos la calle estaba bloqueada y la nube de claxonazos era infernal. Recibí en ese momento una llamada de los responsables del orden en la ciudad, no para advertirme que iba en camino un grupo de apoyo para desalojar a esta gente –que es lo que uno esperaría- sino para darme la instrucción de que los recibiera de inmediato “porque no querían desmadre”.
Las lecciones fueron varias; la primera es que yo era un pelagatos que tenía que recibir a cualquiera que cerrara una calle, la segunda fue didáctica, cada que este grupo, comandado por un señor tan honrado como Stalin quería algo, amagaban con el cierre y les era concedido su deseo.
Este primer factor (oponerse es redituable) se complementa con uno segundo que se puede resumir en algo que dijo la señorita Barrales hace poco “el pueblo no es tonto y debe opinar”. Pues bien no estoy de acuerdo ya que considero que una enorme mayoría de mis conciudadanos son ejemplarmente imbéciles, que les importa un pito lo que pase y que no están ni medianamente calificados para emitir opiniones en asuntos que no conocen. Lo que pasa es que decir una cosa así es terriblemente incorrecto y debemos recordar que vivimos en tiempos de corrección total.
Me cuentan que algunos funcionarios del DF fueron obligados a volantear mientras se preguntaban si para eso fueron a la universidad, otros recibieron la consigna de ir a votar a huevo y no por gusto (aunque supongo que nadie va a votar con gusto). Ignoro si lo anterior es verdad pero si lo es, me parece una barbaridad irremediable.
Una última y necesaria aclaración es que esta colaboración en nada pretende abonarle terreno a los panistas, que por otro lado me parecen peores. Es simplemente el exabrupto de un ciudadano que no entiende las consultas, ni su razón de ser.

martes, 26 de octubre de 2010

Disfraces (El Financiero 2005)

Conservo una foto de mi niñez en la que estoy en el jardín de mi casa, miro fijamente a la cámara igual que mi hermana Diana, en realidad ése no es el problema ya que me parece razonable que los padres retraten a sus hijos, la tragedia se expresa en que un servidor está disfrazado de conejito con una bolita de algodón en la cola y mi hermana de abejita portando unas mallas escalofriantes y una varita desconcertante ya que ignoraba que estos insectos fueran magos,
Que la gente se disfrace me parece completamente idiota y es por ello que tengo por norma no hacerlo así me paguen por ello. Por esta razón me pareció notable la nota que encontré hace poco en el periódico Reforma en la que se ofrecen una serie de consejitos sobre disfraces para las fiestas de Halloween por venir y que –considero respetuosamente- están dirigidos a los múltiples idiotas del planeta. Veamos:
1) Primero encuentra el lugar de preferencia que sea cerrado, pues octubre es un mes de pura lluvia y así la gente no tendrá que irse como esquimal para el festejo. Por supuesto solo alguien estúpido asiste a un lugar abierto semidesnudo, sin embargo el mayor misterio consiste en dar consejos meteorológicos sobre el mes equivocado ya que halloween se festeja en Noviembre.
2) Como en todo, no siempre todo mundo y hasta tus mismos amigos no van a ser los más entusiastas, así que espera los comentarios de "que flojera" o "ni al caso" con el tema del disfraz. Para que todo mundo coopere, debes poner varios gadgets: Puedes empezar por ofrecer un premio a los mejores tres disfraces o invitar al Club para forzarlos a que si no van vestidos como se indica quedarán en evidencia. Supongo que los amigos sin entusiasmo son los únicos lúcidos del grupo aunque en este caso el misterio es qué carajo es un gadget y la razón por la cual el anónimo autor del reportaje escribe como idiota. No es claro para mí cuál es la relación entre hacer el festejo en un club y que la gente quede en evidencia pero sí afirmo que poca gente diría para sus adentros “¡qué vergüenza! Mira a Paco de momia y yo sin disfraz”.
3) El punto más importante es hacer una cadena de "rumores" que diga que tu fiesta va a ser la mejor, que los disfraces de la mayoría de los invitados están cañones, para así fomentar un poco de competencia e interés. Que joya, ignoro como se hace una cadena de rumores pero me parece conmovedor el consejo. Imaginar en este momento a la señorita Fer hablando por teléfono con la señorita Camila mientras le dice: “mi fiesta va ser la mejor, corre la voz”, lo que ignoro es cómo carajo la señorita Fer se entera con anticipación de algo que se supone es secreto y se devela en el momento de abrir la puerta para encontrar a Tony disfrazado de pan tostado.
4) Acuérdate de invitar a ciertas personas que sabes que son muy buena onda, chistosas, entusiastas y aunque suene ridículo populares y guapos (as) para que tu fiesta sea un "must" para el fin de semana. Nunca he invitado a nadie a mi casa por su “entusiasmo” y en este caso el consejo asume un toque de autocrítica ya que –efectivamente- es ridículo invitar gente porque está buenona. La tragedia es que nuestro anónimo amigo sigue escribiendo como retardado (imaginar a un servidor pensando “quiero que mi fiesta sea un must”)
5) Calcula súper bien comida y bebida, son fatales las fiestas en las que de repente ya no hay ni hielo, generalmente en los lugares como La Europea te pueden calcular perfecto la cantidad, para que ni sobre ni falte. Y no hay que ser codos, la comida es buen punto pues con unas papas, olvídate de la cantidad de borrachos en una hora. A la comida le puedes agregar ítems del tema de la fiesta para que se vea más cool. Si bien hay tramos ilegibles, como el de la comida y las papas, este último consejo confirma mi percepción inicial; sobra la gente idiota, que en este caso es inclusive incapaz de calcular los víveres para una fiestecita. Pobres.

jueves, 21 de octubre de 2010

Chilangolandia (El Financiero 1996)

En principio, cuesta trabajo entender cómo un señor que nació en Anenecuilco el Alto puede odiar con toda su alma a su paisano de Anenecuilco el Bajo, nomás porque quiso el destino que los separara el Río de los Perros. Sin embargo, así sucede y, lo que es peor, la tendencia es mundial. Prácticamente en todo el planeta los terrícolas se han dedicado alegremente a darse en la madre con sus semejantes por motivos muy diversos que casi siempre tienen que ver con que no les da la gana integrarse. Las razones sobran: en España los catalanes reaccionaron a los vetos que les impuso ese gran cochino que fue el general Franco. En Estados Unidos les ha preocupado toda la vida que señores que no tienen los dientes rubios gocen de los privilegios del sueño americano... y así nos seguimos.
En México, más allá de nuestra --aparentemente inevitable-- tendencia a tratar a los pueblos indígenas como el cabo Rusty trataba a su mascota (o peor), el asunto tiene un peculiar matiz que es el de los chilangos. Un chilango (en la modesta opinión de nuestros vecinos de toda la República) es un ser gordo, soberbio y prepotente que llega a su región con una actitud equivalente a la de Hernán Cortés cuando visitaba sus feudos; todo le perece pueblo y se desespera porque no hay treinta cines y dieciocho estéticas caninas. En síntesis: es un mamonazo (que por cierto habla como Pepe el Toro).

Es muy probable que la visión sea justa. Sin embargo, no es pareja. Evidentemente todo aquel que crea que el nacer en la ciudad de México representa alguna superioridad sobre los demás no puede ser otra cosa que un pendejo, y el asumir que todos los chilangos lo somos me parecería un exceso (aunque tengo una lista bastante amplia de paisanos que efectivamente se manejan con una imbecilidad ejemplar).

El Distrito Federal es una ciudad que se llenó a base de inmigrantes, yo mismo soy hijo de un chiapaneco y una guatemalteca (a la que le mando un saludo) y este origen (creo) nos da una visión en la que nuestros compatriotas no son vistos como jijos de la mala vida. En cambio cuando uno viaja al interior de la República se encuentra con actitudes recelosas en el mejor de los casos, o de franca violencia en el peor. Ya he narrado en algún lugar cómo una vez, comiendo tacos de panza de perro con Javier Aguirre en la ciudad de Guadalajara, se nos acercaron dos judiciales con la saludable misión de ponernos en la madre nomás porque les caían gordos los nacidos en esta noble capital. Evitamos la madrina actuando con una actitud que en aquel momento juzgué rastrera (miramos fijamente al suelo como si ahí estuviera Demi Moore encuerada) pero hoy, con el asunto filtrado por la pátina del tiempo, sé que me permitió conservar los veinticuatro dientes que aún poseo.
El problema tiene su origen, además de la obvia asimetría en la distribución de bienes y servicios, en la enorme susceptibilidad con que se maneja la honra. El asunto consiste en defender al país, al estado, al municipio o a los colores del equipo de futbol de la tlapalería. Nos parece terrible, por ejemplo, que un senador gringo (en general un marranazo) diga que somos corruptos, que no es otra cosa que la verdad. Al mismo nivel y en otra escala es lo mismo que si alguien tiene la infeliz ocurrencia de declarar que San Juan de las Pitas es horrible o que fue a Jingüenécuaro y se comió una cochinita que lo dejó ciego. Podremos esperar los respectivos actos de desagravio, que en el último caso podrían consistir en una manifestación encabezada por puerquitos bien cebados.
¿A dónde nos lleva este encono? Evidentemente a ningún lado que no sea la sensación del ridículo ajeno cuando se observa que en el momento de mencionar el nombre del estado natal de algún señor, éste siente la imperiosa necesidad de gritar y aventar el sombrero para arriba (que es lo que hacemos los mexicanos en el extranjero).

Hago, pues, desde esta humilde tribuna un llamado a la reconciliación nacional, no movido por la hermandad sino por la necesidad que tengo de viajar con frecuencia y la comprensible expectativa de conservar la dentadura aunque sea hasta los cuarenta años.

viernes, 15 de octubre de 2010

Papelones (El Financiero 1994)

En este mundo traidor existen gentes llamadas a cumplir muy diversos propósitos; tenemos por ejemplo a los idiotas, grupo al que pertenecen las personas que cuando uno se va por una coladera preguntan: "¿te caístes?" Hay también Conciencias Nacionales que son aquellos que se meten en todo y parecen tener un genio de los mil demonios: ¿ qué fulanito ganó una beca?... caca, ¿ qué menganito tiene un nuevo libro?... caca, ¿ qué la gente lee a puro badulaque en lugar de a mí? (es decir a él)... caca. En esta gama de personas con destino, un gremio que me parece fascinante es el de aquellos que hemos sido convocados por el Altísimo para hacer papelones. Creo que es más fácil ejemplificar los papelones que definirlos, así que me permitiré ofrecer una lista de algunos de ellos, con la saludable intención, querido lector, de evitarle un momento que, estoy seguro, puede resultar lamentable.

El papelón funerario.-- Este tuvo lugar cuando murió mi abuela y la llevaron a velar. Sus dos hijas, es decir, mi madre y su hermana, entraron a la capilla ardiente a rezar una magnífica. Después de dos horas y cuando tenían chipotes en las rodillas, se pararon a despedirse de mi abuelita. Dentro del ataúd --y donde debería encontrarse una viejita de ochenta años-- encontraron un señor muy peripuesto de bigotes alacranados que las miraba desde el mas allá probablemente con gran agradecimiento, el equívoco produjo que mi madre tuviera un ataque de risa loca en plena capilla que generó en los deudos una impresión muy desfavorable.

El papelón del pajarito.-- El papelón del pajarito tuvo lugar cuando una amiga (o pariente política, no recuerdo) de mi hermana Diana, entró a su casa proveniente del supermercado y se encontró a su marido metido hasta la barriga abajo del fregadero. Siguiendo un impulso juguetón, la amiga, a la que llamaremos Mesalina, se agachó y tomó del pito a su cónyuge mientras decía: " ¿ De quién es este pajarito?". Se escuchó un sonido sordo (como aquél que se produce cuando el parietal hace contacto con una superficie metálica) y de abajo del fregadero salió la cabeza sangrante de un señor con aspecto de plomero madreado. Mesalina pegó un grito ultrasónico y el pobre hombre salió como endemoniado olvidando (para siempre) su herramienta.

El papelón pornográfico.-- En un momento de bonanza familiar y cuando cablevisión no se dignaba a llegar al rumbucho donde vivíamos, decidimos suscribirnos a Multivisión, pagamos nuestra suscripción y esperamos. A los 15 días se presentó un camión del cual bajaron tres muchachos, dos de ellos muy avispados, el comportamiento del tercero sugería, en cambio, un ligero retraso mental. Después de hora y media en la que los técnicos llenaron de cables la recámara y el retardado rompió un florero, todo estuvo listo; me mostraron que todos los canales funcionaban y accionaron la videocasetera, con tan mala pata que encontraron a un hombre y una mujer en posición de decubito prono fornicando alegremente, ambos, protagonistas principales de la película pornográfica que se había usado en la despedida de soltero de mi cuñado... Papelones.

El papelón del baño.-- Hace ya muchos años, mi tío Jacinto se presentó en casa de su novia para conocer a sus suegros (parece ser que el viejo era un temible y respetado hijo de la chingada y la señora un fiambre). El tío Jacinto tragó saliva y entró, fue recibido de manera cortante pero correcta, y como se venía meando pidió permiso para pasar al baño. Al levantar la tapa mi tío se encontró con dos enormes óbolos de mierda flotando en las aguas del excusado; aunque impresionado, decidió seguir adelante y liberó su riñón. En el momento de jalar la cadena, el desastre: el agua conteniendo la inmundicia y los orines de mi tío se desbordó de la taza con cierta violencia, el piso quedó hecho una porquería y mi pariente con unos gemiditos (que fueron malinterpretados) trató de pedir auxilio... Murió soltero.

lunes, 11 de octubre de 2010

¿Qué dice la Economía? (El Financiero 1996)

A pesar de escribir en un periódico que basa gran parte de su fortaleza en el análisis económico, mi dominio del tema es equivalente al que poseo sobre enfermedades urogenitales o cine hondureño. Sin embargo, querido lector, en un arrebato institucional quisiera compartir con usted un modesto balance de algunas noticias económicas que he revisado el día de ayer. A ver si la lectura entre líneas ayuda de algo.
1. Sería suicida reducir de 15 a 10% el IVA, según la Contaduría de la SHCP.- Esto lo dijo Gustavo Salinas, miembro de la Contaduría Mayor de la Cámara de Diputados argumentando que lo que hace falta son mayores ingresos. Será que uno es medio güey, pero no alcanzo a entender como se pueden tener mayores ingresos si se pagan más impuestos. En este caso la lectura es simple... ya valió madre.
2. Prevé Seminis, subsidiaria de La Moderna, ventas por 600 mdd en 96. ¿Qué coños es Seminis? No lo sé, uno intuiría que fabrican palitos para cerillos por su asociación con La Moderna. Sin embargo, el misterio se magnifica cuando se lee que parte de su excedente lo utilizarán para el mejoramiento de semillas. La imagen provocada es la siguiente: el director de Seminis hojea el diario en su mansión, abre los ojos y pega un grito “¡viejaaa salimos en el periódico!”... y ya.
4. Se perderían 500 mil empleos entre los horticultores de Sinaloa: Bátiz.- Bátiz es Raúl Bátiz Guillén (¿será pariente?). Si nos atenemos al censo, en 1990 el 36.7% de las personas en edad de trabajar en Sinaloa lo hacían en el campo y había poco más de dos millones de sinaloenses, podemos asumir que: a) Bátiz se encontraba en estado de ebriedad; b) la edad para trabajar en Sinaloa se redujo o c) la cerveza Pacífico estimula la fertilidad.
5. Pronostica Serfin bajas de Cetes en todos sus plazos la próxima semana.- Hasta donde entiendo (y no entiendo mucho) un Cete, es algo así como un papelito que le dan a un viejo gritón y que garantiza un rendimiento en determinado plazo. También sé que si los Cetes suben, se me cae el pelo porque la mensualidad de mi casa aumenta. Economía pura.
6. Abrirá Bancomer 80 sucursales es año; contratará 500 trabajadores.- Desde luego es una buena noticia para los 500 señores que contraten (me imagino a 250 señoritas vestidas como futbolistas brasileños y a 250 jóvenes de corbatita). Sin embargo, mi experiencia más reciente puede servir de ejemplo para categorizar el funcionamiento de una sucursal Bancomer. A las 8:30 antes meridiano, estimulado por presiones maritales y con lagañas en los ojos, me presenté a la sucursal de Bancomer que está en Insurgentes y Cedros. Como no había nadie formado en los pasillitos pasé directamente a una caja para hacer un depósito. La cajera me indicó que tenía que hacer el recorrido completo, es decir, regresar, entrar dar vueltas en el pasillito como carro de carreras (o como pendejo dada la soledad del lugar) y luego llegar a la caja. Por supuesto me negué y en la discutidera, la caja en la que dan las chequeras ya tenía cinco gentes esperando. El misterio es que en el resto de las cajas no había clientes. Pasado veinte minutos llegué a la meta, le di un papelito a la cajera que se fue y regresó diez minutos después (cuándo yo ya había contado todos los mosaicos del techo) diciéndome que mi chequera la entregaría la señorita Isabel. Tomé el papelito y llegué al escritorio de la funcionaria que estaba chacoteando con una amiga. Mi presencia le causó la misma impresión que la que causa un mendigo a las tres de la mañana y así nos quedamos: ellas dos en le desmadre y yo parado como tótem. Al rato llegó un señor muy amable que me atendió, tomó el papelito y regresó con la chequera después de un rato en el que pudo: a) haber ido por la chequera a la sucursal Lindavista; b) desayunar en el Vips; c) leer la edición dominical de Excélsior... salí del banco a las 9:40.

martes, 5 de octubre de 2010

Dos estampas burocráticas (El Financiero 2008)

Una de las enseñanzas más señaladas que he recibido en mi calidad de mexicano es que en este país la combinación de la burocracia con la ciudadanía genera un efecto perverso que se magnifica en la medida que cada quien hace su parte, es decir las autoridades son ineficientes y los ciudadanos unos quejicas. Veamos.
El día 4 de enero me sentí muy listo y acudí a tramitar mi licencia de manejo dado que la anterior venció en diciembre. No lo hice en los últimos días del mes pasado porque no soy imbécil y me enteré que había tumultos asociados a los dos factores con los que introduzco estas líneas. Por un lado y siguiendo criterios misteriosos nuestras autoridades decidieron hace tiempo que se podía obtener una licencia “permanente” lo cual, si bien es una idiotez sonaba jugoso. Por supuesto en el momento que alguien medianamente lúcido se percató de que la licencia permanente era una especie de patente de corzo se rectificó y entonces el anuncio fue en el sentido de que no más. Esta indecisión constituye el primer algoritmo de la ecuación catastrófica, el segundo lo aportamos los ciudadanos huevones que para variar lo dejamos todo a la última hora y colapsamos el servicio. Lo notable es que además repelamos y se arman motines. Tengo ante mí un “aviso urgente” de la Secretaría de Transportes y Vialidad en el que se hace una convocatoria ciudadana y se dicen cosas como: “Hacemos un llamado a la serenidad y responsabilidad, a efecto de evitar situaciones de riesgo, absolutamente indeseables para todos” o “La tranquilidad y la paz que debe privar en este tipo de trámites debe ser una prioridad fundamental de los propios usuarios y del Gobierno de la Ciudad de México” (en este momento me imagino a una turba con antorchas sitiando una oficina de licencias y a Fernández Noroña semi desnudo buscando un amparo de la justicia ante el atropello. También me imagino a un funcionario tomando clases de redacción para tratar de evitar repetir la palabra “debe”).
El problema es que para variar un servidor salió raspado. Como ya expliqué fui a tramitar mi licencia el viernes pasado suponiendo que esta idiotez había terminado. Pues no, la señorita amablemente me informó que no podía hacer el trámite ya que “estaban saturados”. La respuesta me deja fuera de la ley y sin licencia de conducir durante los próximos días lo que simplemente confirma mi prodigiosa capacidad para atraer desastres.
La segunda estampa inició el 11 de diciembre cuando recibí el recibo de luz por un monto de $2000.00. Es prudente aclarar que para gastar eso tendría que dejar prendidas las luces de toda la casa y el refrigerador abierto durante diecisiete días. Llamé al número que venía en el recibo y nadie respondió por lo que recordé que el licenciado Miguel Tirado Jefe de la Unidad de Relaciones Institucionales y Comunicación Social de Luz se había puesto a mis órdenes y sintiéndome muy listo (nuevamente) lo llame. Nos tuteamos muy cordialmente y me ofreció “investigar”. No volví a saber de él, lo cual a estas alturas no es anómalo sino normal. El día 19 y con el Jesús en la boca ya que era necesario pagar, le mandé un recordatorio que tampoco tuvo respuesta. Entonces le escribí al ingeniero Jorge Gutiérrez director general pero ya era tarde, o pagaba o me quedaba sin luz. El ingeniero Gutiérrez me respondió –amable- que investigaría. El caso es que el día de marras estuve tratando de entablar comunicación con algún ser humano y no lo logré. Cuando pregunté en la ventanilla me indicaron que si había un error se me “bonificaría” y pagué con la misma resignación de un tzeltal ante las injusticias del mundo.
Es la hora en que nadie me ha aclarado nada y pronostico que me dirán que “el cobro fue correcto”, lo que supone que gasté cuatro veces más luz de la que necesito. Pronostico también que nada podré hacer y que esta sensación de orfandad debe ser compartida por el resto de los ciudadanos, aunque ellos no tengan acceso a los teléfonos y correos de los altos funcionarios. En fin, cosas de la burocracia.

sábado, 2 de octubre de 2010

Artilugios (El Financiero 2001)

Fedro Carlos Guillén
Estaba yo ha ce unos meses fingiendo que soy gente importante por lo que decidí hacer una cita con mi interlocutor, para ello: a) le pedí prestado un lápiz al mesero, b) escribí los datos de la cita en la parte de atrás de un papel que anuncia la semana de la arrachera y c) le di mis datos a esta persona en un pedazo de servilleta. Él, a su vez, me dio una tarjeta de presentación elegantísima que traía el mismo número de sellos de la casa real española y luego sacó una cosa negra que abrió con mucha soltura, usó una pluma (que no era pluma) y se puso a escribir en una pantalla de cristal líquido. Supongo que puse la misma cara que puso un guerreo tlaxcalteca el día que conoció a su primer caballo ya que me miró (con cierta conmiseración) y dijo: “es una palm ¿no las conoces?” . Debí contestarle que en realidad me gustaría conocer a su señora madre pero callé por prudente y me quedé reflexionando sobre el hecho tangible de que no solo no era gente importante, sino que mi desactualización tecnológica era alarmante.
Desde ese día he visto a cientos de personas que sacan el mismo artilugio y –muy modernamente- establecen sus compromisos con el regocijo propio de alguien que está al último grito de la vanguardia. El asunto en principio me vale madre, pero llama mi atención el hecho de que logremos tales sofisticaciones (sustituir un pedazo de servilleta y una pluma de dos pesos, por un aparatito que vale la décima parte de mis riñones y usa un par de pilas AA) es notable.
En mis tiempos las cartas se mandaban por correo y en avión. Uno se sentaba, sacaba papel y pluma y daba el relato pertinente. Ahora cada que llega el cartero trae una carga de propaganda que me invita a un crucero gratis, me informa que mi nombre ha sido seleccionado para participar en la rifa de una lavadora o me ofrece de oferta una sala estilo Luis XV -que no compraría así fuera Luis XV- pero de cartas nada. Probablemente hace cinco años no recibo un sobre con timbres en el que alguien me ponga unas notas para explicarme que Madrid es muy bonito o que en África hay muchos leones ¿por qué? La respuesta a este misterio epistolar se basa en el correo electrónico, que además de ser instantáneo tiene la virtud de ser moderno. Sin embargo hay muchas desventajas: la primera es que cualquier pelado puede espiarlo y eso hace que uno no se explaye en manifestaciones poco ortodoxas como su afición a las luchas de lodo o las intimidades del vecino, otra es que no hay manera de guardar los mensajes, ponerles un listón y meterlos en el baúl para que la posteridad nos pase por la tabla como les ha sucedido a tantos que tenían la bendita costumbre de escribir cartas.
La vida moderna nos ha traído una enorme diversidad de opciones; el teléfono celular me parece el ejemplo más ilustrativo. Antes uno tomaba decisiones telefónicas con todo cuidado y moderación. “Le voy a hablar a fulanito para que me pague la lana que me debe”, entonces se tomaba el aparato y se cumplía puntualmente tal encomienda. Hoy, que es requisito indispensable traer esa especie de cencerro electrónico, la gente parece no poder vivir sin marcar cada diez minutos. Las llamadas telefónicas se han convertido en una forma de matar el tiempo y no en el mecanismo de comunicación que todos conocíamos. Es legendario el ejemplo del pendejazo que habla nomás porque no tenía mejor cosa que hacer y que pregunta ¿no te interrumpo? Cuando uno está en la regadera o practicando la quinta posición del kama sutra. El problema se agrava porque apagar el teléfono y no estar para nadie es un signo de mal agüero y genera un montón de suspicacias para las que luego hay que andar dando explicaciones.
En fin y como siempre, estas ideas reflejan cierta nostalgia del pasado y quizá cierta incapacidad congénita para adaptarse al signo de los tiempos. Desde luego es mi problema pero lo comparto con usted, querido lector, para que tenga conmiseración de mi pobre alma y (ay) me escriba a mi correo electrónico.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Las dietas (El Financiero 2002)

Estaba yo el otro día hojeando “El país semanal” la revista española que acompaña la edición dominical del periódico del mismo nombre, cuando me encontré con el tema del sobrepeso. La fórmula para calcular los kilos de más, era elemental: “divida su peso entre su estatura”, lo hice y me quedé aterrado ya que de acuerdo a los cánones planteados, mi sobrepeso es el equivalente al de una ternera en pie y me salía de la tabla por varios órdenes de magnitud. Cuando traté de hacer las cuentas para averiguar cuántos kilos debería bajar para estar dentro de las estándares de salud internacionales, me encontré con que para llegar a la meta, debería coserme los labios tres meses y amputarme la pierna izquierda.
El asunto me dejó con una ligera depresión (parte de la terapia es contarle a usted, querido lector sobre estas maldiciones modernas) y con la vaga idea de que no hay nada que hacer sobre este tema. Si la estrategia de la revista era generar conciencia, en mi caso lo lograron de forma tan contundente y errónea que me tuve que cenar un pay helado de limón y mi torta de tamal, mientras pensaba que la vida simplemente no vale nada
La salud es el dictador de los tiempos modernos y paulatinamente hemos ido descubriendo que todo aquello que nos produce ciertos placeres está diseñado para aniquilarnos rápidamente. De acuerdo a los patrones modernos una persona sana no toma, no fuma y come lechugas todo el pinche día. Asimismo, no es bueno asolearse, respirar mucho en la calle, ni bañarse con agua fría. El problema es que el escenario anterior a mí me resulta una prefiguración del infierno y es por ello que desobedezco constantemente los consejos de aquellos que se han erigido en cruzados de las mejores causas sociales, que normalmente son gente insoportable.
Actualmente los que se dedican a que la humanidad se haga sana son los nuevos profetas y la masa sus seguidores que acuden en tropel para descubrir las nuevas fórmulas de la felicidad. Se han diseñado estrategias diversas para bajar de peso que se ubican en un espectro en el que todo cabe. Hay unos señores que diseñaron, por ejemplo un cinturón que vibra cuando la gente suelta la barriga. Esto me parece terrible ya que lo que menos se me antoja es legar a una cita con el señor fulanito de tal y encontrarme con que cuando me está explicando mis derechos le empieza a temblar la panza por medio de un motor de 3 watts. Otra opción consiste en ingerir unas fórmulas químicas que “encapsulan la grasa” y no quiero ni pensar dónde la mandan. Normalmente son polvitos que uno le pone a la comida y que solo alguien amante de la aventura se puede meter al cuerpo. La tercera opción son las dietas en las que el principio elemental se basa en que uno coma alimentos cuyo común denominador es que saben asqueroso y que producen imágenes de gente comiendo arroz al vapor con caras largas. Desde luego la última alternativa es entrar en la oligofrenia del ejercicio, comprarse el video de Jane Fonda y empezar a pegar de brincos como si la vida nos fuera en ello o inscribirse en un gimnasio en el que una buenota da de gritos para que todo mundo renuncie a la flacidez de la carne.
A nadie se le ha ocurrido que la forma más simple de salud consiste en estar contento y que esta felicidad puede venir de una buena copa de vino o de un cigarro que calme la ansiedad. Que hay pocos placeres que se comparen con llegar ladrando de hambre y hallarse ante un plato de tacos de chicharrón y que las carnes blandas no son motivo de escándalo ya que es más normal poseerlas que volverse miembros de la tribu de los espartanos. Es una traición de la modernidad que todos los adeptos a estas opciones tengamos que vivir con culpa y a escondidas y es por ello que me manifiesto abiertamente por una opción intermedia que medie entre la posibilidad de que los que quieran estar sanos y buenotes lo hagan y los que no, que no.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

De Paparrazzis (Etcétera 2007)

Nunca he sido correteado por una turba de paparazzis y ello se explica fácilmente dada mi condición de pelagatos. No es el caso de las celebridades que día con día sufren el acoso de esta nube de vividores con un trabajo que a mí me parece simplemente inexplicable. La escena es predecible como un meteorito; algún famoso o famosa sale de un lugar determinado que puede ser un restaurante, la sala de su casa o el Aurrerá de Mixcoac, la siguiente etapa depende del nivel de celebridad del susodicho. Si es un peso pesado irá acompañado de cuatro señores con cuerpo de ropero que van tirando madrazos a diestra y siniestra mientras intentan tapar los objetivos de las cámaras, para que al día siguiente en los noticieros se quejen los animadores de las agresiones a la prensa. En cambio, si se es de menor importancia habrá que lidiar en soledad con esta masa que ejerce el trabajo periodístico poniendo el obturador en los pómulos y el micrófono en las amígdalas.
Para entender este fenómeno hay que buscar varias aristas; en primerísimo lugar está el mercado generado por los consumidores –a quienes imagino idiotas y babeantes- que reclaman a gritos conocer el rostro del hijo de Luis Miguel o el beso que se dio una buenona con uno que no es su pareja. Convendrá conmigo –querido lector- que no se trata de asuntos de Estado y sin embargo, los tirajes de las revistas en que se exhiben estas miserias son muy superiores a los de aquellas que se dedican al análisis nacional. Un segundo elemento se vincula con la ausencia total de regulaciones en la materia. Frecuentemente se invoca sin ningún matiz sobre “el derecho a saber”. De acuerdo, los ciudadanos tenemos ese derecho, señaladamente en el caso de las decisiones públicas. Sin embargo si tal o cual ministro decide encuerarse en la privacidad de su hogar y ponerse una piel de oso encima para bailar la polka, el asunto pierde por completo tal interés público y en consecuencia los ciudadanos nuestro derecho a saberlo.
El asunto adquiere gravedad por los medios a través de los cuáles se obtiene esta información; telefotos, helicópteros, cámaras escondidas, motocicletas con un camarógrafo voraz y espionaje telefónico son solo algunas de las estrategias que se siguen para llevarle al noble pueblo mexicano instantáneas de la señora Bolocco desnuda (en la supuesta soledad de su hogar) o a la señorita Spears (que por cierto, no es precisamente una lumbrera) dejándose la cabeza como huevo de pascua. Hasta donde sé nunca ha prosperado en este país una demanda contra nadie y sí inmensos reparos de los medios de comunicación que de inmediato se quejan de atentados contra la libertad de prensa y el derecho de la gente a estar informado. De hecho en un acto inverosímil trasladan la responsabilidad sobre la gente acosada con un concepto que se podría resumir con la siguiente frase: “quién le manda a ser famoso, si no quiere que lo fotografíen que no salga de su casa”.
Un ingrediente aditivo tiene que ver con el valor de una nota; mientras más escandalosa es mejor, así, por ejemplo si una famosa se va a cenar a un restaurante y se logra una imagen en la que tiene un tenedor con lasaña, la fotografía será mucho menos costosa que aquella en la que la capten escupiendo dicha lasaña, estornudando en la cara de su interlocutor o regresando la sopa de cabellitos de elote. Este fenómeno propicia que a los paparazzis les convenga comercialmente que sus presas se intoxiquen con alcohol o que prescindan de ropa interior y en ello hay un mensaje simplemente lamentable.
Supongo que este es el signo de los tiempos y nada se puede hacer ante este fenómeno. Aparentemente nadie está dispuesto a legislar sobre la materia y el poder mediático es tan grande que difícilmente se podrá evitar este fisgoneo permanente. La gente tampoco cambiará y seguirá buscando con avidez notas obtenidas de mala manera pero que le permiten –aunque sea por un minuto- formar parte de la vida de los bellos y de los famosos, que, por cierto, es una forma pobre de vivir.

sábado, 18 de septiembre de 2010

El Grito (El Financiero 2001)

Entre el momento que el cura Hidalgo tomó una decisión y salió a matar gachupines y el día de hoy ha pasado mucho tiempo. Sin embargo su gesta se recuerda año con año a través de un ritual profundamente barroco siguiendo la tan mexicana maña de festejar lo que sea (hace unos días los cadetes del Colegio Militar recrearon la batalla del 13 de septiembre y no me imagino cómo le hicieron para salir derrotados, ni cuáles cadetes representaban a los gringos).
“¿Qué si no vas a ir al Grito?” Me preguntaron el lunes. Sonreí cortésmente y entonces, como en una avalancha, llegó a mí una cascada de recuerdos (nótese que sigo poético, que chingao) que me dejaron con una sensación de amargura que aún conservo.
El último Grito de Independencia al que asistí tuvo verificativo la noche de un 15 de septiembre de hace siete años; en la expedición iba mi hermana Diana, su esposo –un hombre de tres metros- mi legítima y un servidor enfundado en una camiseta de color verde como la esperanza. Todo inició muy mal: el lugar más cercano al zócalo de Coyoacán se hallaba a una distancia equivalente a la que existe entre Lindavista y la central de abastos, por lo que fue necesario emprender una caminata que me hizo envejecer veinte años. Por las calles nos rodeó una nube de compatriotas vestidos como sólo se vestiría alguien que tiene ausencia cerebral; unos llevaban su sombrerote de tres metros y un jorongo con leyendas alusivas como: “viva México cabrones” o “tu mamá me ama”. Cuando llegamos a la plaza y vi a la gente me acordé de una película en la que sale John Wayne con los ojos de alcancía y dirigiendo a una nube de mongoles (entre los que se contaba Pedro Armendáriz, también con ojos de alcancía). Sin embargo, el vértigo producido ante la cantidad de compatriotas no fue una advertencia suficiente y nos metimos a la bola a lo puro güey.
Fue horrible...
Como no había referentes cardinales precisos uno iba caminando por medio de fuerzas de carácter newtoniano hasta que se daba en la cabeza con un puesto de algo que aparecía de la nada. Se vendían unos bigotes que olían a pápaloquelite, elotes, buñuelos y hot cakes en los que con dos gotitas de masa salían las chichis de alguna encuerada. En dos ocasiones fue menester que pateara a un infante que había decidido morderme las nalgas. Luego vinieron los cohetes, que iban a explotar en cuatro segundos porque alrededor de la zona donde caían se abría un claro lleno de gente pendeja que se reía de que le tronaran entre las patas. Si daba la casualidad que uno fuera el centro del claro el asunto estaba concluido. A las once salió una figurita miriñáquica que me dijeron era el Delegado, dio el Grito y se metió a cenar. El resto de la gente inició en ese momento una batalla memorable a través de armas contundentes. Como no había piedras se decidió que los elotes eran adecuados para tal fin. En el momento que yo me empezaba a preocupar el destino me dio la razón y se manifestó en forma de un elotazo en la nuca que me borró para siempre el nombre de mis abuelos. Todavía hoy me pregunto como es que no le apuntaron a mi cuñado que, como ya expliqué, era un blanco más conspicuo.
Eso fue todo: decidí que lo mejor era huir a toda prisa, el pedo es que como en cualquier campaña de guerra el movimiento era envolvente por lo que para caminar en dirección contraria tuve que sortear un cohete, recargarme en el seno de una señora embarazada y besar a uno de bigote. El rumbo hacia el coche fue igual de pausado que la salida de los franceses de Rusia. Al llegar al auto y tratar de ver los estragos de la noche en mi cara lo único que vi fue el hoyo dónde estaba el espejo que se habían robado.
Terminamos en mi casa jugando dominó, ellos riéndose y yo con un humor de los mil diablos.
Por eso cuándo me preguntan sonrío cortésmente sin que nadie sepa que por dentro estoy mentando madres.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

La opinadera (El Financiero 2002)

Entramos de lleno al mes patrio en medio de informes presidenciales y análisis infumables acerca de lo que este país merece. Alguna vez discrepé de un hombre que hasta ese momento consideraba yo muy listo que declaró su hartazgo de tanta opinión, hoy reconozco mi error y tengo la impresión de que, efectivamente, a todo mundo le da por abrir la boca y decir lo que piensa a la primera oportunidad. De la reflexión anterior me queda una preocupación, ya que opinar a lo baboso es lo que he venido haciendo los últimos años aunque debo aclarar que algunas veces he caído en el espinoso asunto del rendimiento de cuentas. De cualquier manera creo que el problema de la opinadera tiene que ver con cierta pereza por el análisis, lo que implica recibir digerido cualquier hecho y modelar opiniones propias que provienen de mentes ajenas, en algunos casos tan lúcidas como las de los hombres de negro que son pura lumbrera, o, en cambio, las de Britney Spears declarando que se había preparado para su más reciente filme tomando clases de actuación durante la friolera de 10 días.
Los mexicanos somos un pueblo al que le da por externar su punto de vista porque pasó la mosca, esta capacidad se manifiesta en muchos frentes; cuando un niño nace y se pone morado después de llorar tres horas vienen los comandos a decretar los remedios: “úntale un ajo en la entrepierna y verás como se alivia” dicen los herbolarios, “tiene un problema de ausencia de imagen paterna” argumentan los interesados en el psicoanálisis” o “es normal” dicen lo que a todos les vale madre. Lo mismo pasa en el momento que alguien se accidenta y se queda con el fémur de fuera en posición de decúbito prono. La gente que lo rodea de inmediato decide que no hay que moverlo o, por el contrario, que es necesario volverle a meter el hueso. El efecto final es contradictorio y ambiguo, como ambiguo es este país. Sin embargo, quizá la referencia más notable de nuestras ganas de dar un punto de vista se encuentra en la reciente tendencia de los programas de radio y televisión consultando a la ciudadanía sobre asuntos de enorme trascendencia. Evidentemente el que redacta la pregunta padece una forma benigna de retardo mental ya que realiza cuestionamiento del tipo: “¿usted cree que el mochaorejas debe ser liberado?”. La sorpresa es que miles de compatriotas corren a los teléfonos y expresan su particular punto de vista mientras yo me quedo pensando que en el asunto debe haber un buen negocio pero todavía no acierto a explicar cuál.
Lo que sigue en este mundo de opiniones se relaciona con la reciente reacción de ciertos intelectuales que impugnaron airados una selección realizada por la SEP y diversos especialistas en el sentido de elegir un grupo de libros para las aulas escolares. Advierto de antemano que un libro mío sobre los recursos naturales va en esa lista y que me apena mucho que en ella me encuentre al lado de José Luis Borgues (Fox dixit) o del maestro Robert L. Stevenson pero debo aclarar que ése no es mi problema, sino de quienes hicieron la lista de marras. Los argumentos impugnadores desgraciadamente dan ternura ya que no se analiza la pertinencia de la elección en cada caso, que es lo que habría que hacer, sino en al hecho de que “faltan autores mexicanos” o que se “benefició a editoriales extranjeras”. Me queda claro que –con Borges o sin Borges- cualquier lista es arbitraria y que siempre va a haber descontentos, el problema es que cuando los argumentos se basan en la idea de que lo hecho en México está bien hecho y que lo demás es invasión el asunto simplemente no tiene destino. Me recuerda una de las primeras categorías del Ariel que premiaba a “la película más mexicana” sin aclarar si gente que florea la reata y alburea al vecino calificaba para tal merecimiento.
El mes patrio discurre pues entre todos opinando y algunos de ellos dispuestos a inmolarse como Juan Escutia. Me imagino que el 16 si de veras queremos estar acordes con los tiempos habrá que salir a matar a los gachupines dueños de las editoriales extranjeras que nos están robando el pan de nuestros hijos ¿o no?