miércoles, 16 de diciembre de 2009

Crónica de una relación laboral (Etcétera 1993)

"Ni hablar" dijo Carolina Valdespino es mucho mejor la opción B
Y selló mi destino.
Estaba sin empleo y me había presentado al Centro de Trabajo Universitario. Allí conocí al Licenciado, el ser más miserable del mundo.
"Tienes mucho futuro aquí" dijo "te llamo mañana".
El Licenciado era un pigmeo con el pelo de flequito partido a la mitad. Como cualquier enano que no asume su talla se había dejado un bigote enorme cuyas guías peinaba hacia arriba (una especie de Mini Dalí digamos). Tenía una sola ceja que se movía nerviosa arriba de sus ojitos de musaraña. El era el jefe de la opción B.
No llamó al día siguiente. El que llamó fuí yo a la semana. Me contestó la secretaria Del Valle, una mujer eficientísima que era la encargada de transmitir las mentiras de su jefe.
Así estuvimos un mes. Yo llamaba y ella aplazaba, hasta que un día me indicaron que llevara mi curriculum. En ese momento tuve oportunidad de calar el caracter de mi futuro patrón; "trae todos los comprobantes posibles" dijo, llevé hasta mi diploma del Instituto Campanita donde saqué séptimo lugar de ortografía, tratando de olvidar la mirada de franca desaprobación de mi cónyuge: "no mames" dijo. El licenciado mandaba hacer un cartel y pedía que pusieran su nombre con letras pequeñitas en un costado al lado del nombre del diseñador, luego lo metía a su curriculum.
"Vas a ver que tabulador te dan, te vas a sorprender" . Efectivamente me sorprendí por la mierda que me ofrecieron. Allí dije que nones y entonces me propuso escribir un libro.
Luego apareció la opción A en el mismo Centro de Trabajo Universitario. El sueldo era mejor y decidí aceptar. La condición que puso el jefe de la opción A fue que hablara con el licenciado porque "no quería problemas". La verdad es que me preocupé un poco pero no dije nada y hay que te voy a ver al chaparrín. Se puso furioso; "lo que te ofrezca A te lo ofrezco yo, vente conmigo" En ese momento debí haber dicho que no tenquiu, pero vino la plática con Carolina Valdespino y todo se fue a la merda (en italiano).
De manera que empecé a trabajar para el Licenciado. Era un tipo raro. A lo mejor sus papás le pegaban de chiquito porque hacía cosas extraordinarias; una vez, lo oí hablar por teléfono y decir "por favor no se preocupe, todo está listo, llame mañana" para inmediatamente colgar el teléfono y decir, esta vez a la secretaria Del Valle: "si vuelve a llamar ese tipo, dígale que no estoy", la escena me hizo pensar en las llamadas que yo hacía antes de tomar el trabajo.
Mis compañeros formaban un grupo interesante; estaba Eustaquio Huidobro, un gordo que se sentía cultísimo, digamos el William Sheakespeare del Centro de Trabajo. Era un mamón. Su máxima habilidad consistía en manejar un programa de computadora que nadie entendía. Era misógino y jugaba solitario en su cubículo cuando nadie lo veía.
La Biomédica Sánchez era otro personaje. Padecía de atques de risa muy impresionantes por lo agudos. Su competitividad era envidiable. En las reuniones cuando se explicaba un proyecto decía:
"Fue idea mía"
Estaban luego Sara y Giselle, mucho más interesantes y atractivas, ambas tronaron.
Nos juntábamos todos en el Kings Pub, y la charla giraba alrededor de la mierda de persona que era el Licenciado. El único que no criticaba era yo, lo que constituiría una notable paradoja que entendí más tarde.
El Licenciado estaba encantado con mi eficiencia, hasta me invitó a comer para contarme su vida ("soy medievalista" dijo, "medievalista mis huevos" pensé). Sin embargo, ese trato preferencial tenía sus contrapesos. Una vez llamó por la Biomédica y por un servidor. Entramos a su cubículo mientras sonaba el teléfono. Nos quedamos muy quietecitos en la puerta, hasta que levantó la bocina y nos hizo un gesto equivalente al que emplean los taqueros para cuchilear perros. Salimos muy humillados.
Luego vino la mudanza; el Centro de Trabajo emigraba hacia otras oficinas. El sabado el Licenciado nos citó a todos. Es decir, 2 licenciados en letras, 2 biólogos, una historiadora y un chalán "con ropa informal" aclaración innecesaria en si misma ya que el se presentaba a trabajar con tenis y una chamarra del ejército de salvación toda la mañana nos puso a cargar el mobiliario, él llevaba el papel de la impresora. En el último viaje nos quedamos todos sin movernos y hasta allí llegó a las 2 horas con un humor negro:
"Es el colmo" dijo.
En ese momento Paco, que se había quedado con él en la antigua oficina me contó que cuando vio mi taza y la recogió para llevármela fue detenido por el Licenciado que dijo: "que venga él por ella".
Luego vino el congreso en Xalapa al que fuimos el cieneasta Brailovsky, el joven Bioquímico (ambos enemigos terribles del licenciado) y yo. Cuando mi jefe se quizo colar al coche le explique que yo de cien no bajaba, advertido de que no toleraba la velocidad.
Se quedó en México.
Para el congreso me dio comisiones muy extrañas; una cámara para tomar fotos del evento, que sólo use en la Hacienda de Santa Anna. Una grabadora para almacenar las ponencias que me volaron el último día y que ocasionó un problema terrible que me llevó hasta el jurídico de la Universidad. Poco antes de salir el Licenciado me había ofrecido aumento, al regresar mandó por mía a su oficina y dijo:
"Me dijeron (he allí la notable paradoja) que andas hablando mal de mí"
Debí contestarle que lo extraño sería que alguien hablara bien de él pero me callé la boca y respondí con dignidad real: "¿si?, pues que venga el que dice eso". Ya no le movió.
Poco tiempo después mandó cerrar el baño (que solo usaba él) para que el resto pudiéramos hacer pipí, era necesario bajar un piso y pedirle la llave a una señora que no tenía por que enterarse de que uno se estaba orinando. Luego cuando recibimos línea telefónica, le prohibió a la secretaria Del Valle que nos diera el número de nuestro teléfono. Hubo que írselo a pedir como si fuera un favor. Más tarde se quedó con la única llave de la puerta principal...
Era un cerdo.
Las cosas empezaron a agravarse. Pese a que me había dicho un mes antes que vigilara a la Biomédica y que mi trabajo era maravilloso había cambiado de opinión; "trabajas muy rápido" decía, una idiotez considerando que cada media hora se metía a mi cubículo sin tocar para ver si ya había terminado.
Todo estalló el día del teléfono; me disponía a llamar cuando la secretaria Del Valle me instruyó para que colgara el aparato ya que por indicaciones superiores estaba prohibido hacer llamadas personales. Entré a su cubículo y le dije que no mamara. Esa tarde me mandó a una comisión extraordinaria que consistía en visitar Museos mientras terminaba mi contrato. Fue una época en la que pasaba las mañanas comiendo chicharrones en Chapultepec. Luego me sacó de los créditos clandestinamente. Esculcó mis cajones y habló mal de mí.
A la historiadora la botó de fea manera mandando a la inefable Del Valle a que le prohibiera la entrada. El penúltimo día antes de vacaciones avisó que no me recontrataría cosa que él (y yo afortunadamente) sabíamos desde hace un mes. La biomédica y el gordo me vieron como a un apestado. Sin embargo, tuve la prudencia necesaria de pedir empleo en la opción A y para mi sorpresa (el licenciado me había echado una cantidad de mierda interplanetaria) lo obtuve. El primer día llegué a su oficina:
"¿Vienes por tus cosas?" preguntó
"No, vengo a ponerme a tus órdenes en la opción A, allí si prestan teléfono"
Se le erizó el bigote... Ese día fuí feliz.