jueves, 3 de diciembre de 2009

Parturientas (El Financiero 2003)

“Se le hinchan los pies, el cuarto mes le pesa en el vientre” escribió Serrat en una canción llamada “De parto”. Por supuesto el músico catalán, que es un chingonazo, expresó con cierta poesía una realidad terrible que invade a toda mujer que se lanza a la aventura de tener un bebé. Lo de menos es que a la pobre mujer se le hinchen los pies y que el cuarto mes le pese como lastre de globo de Cantoya, cuando llega al mes noveno los pies ya son entidades similares a una torta de tamal y el sobrepeso le da el vago aspecto de un zeppelín con extremidades inferiores.
Los procesos de embarazo modernos son una calamidad escalofriante. Tengo una querida amiga que traerá a su criatura a este mundo el próximo mes de diciembre y ello me ha permitido conocer de segunda mano (la primera fue con mi mujer) los veleidosos caminos que sigue la biología para permitir que nos multipliquemos. Por principio de cuentas están los anuncios que se hacen con sigilo de mayordomo inglés. Esto, según se me explica, es porque “no es seguro” y luego vienen las decepciones. De esta manera lo que se logra es que uno no toque el tema, so pena de excomunión y cuando finalmente nos enteramos hay que hacerse el desentendido porque están los susceptibles que se molestan de que uno ya manejara esa información. ¿Usted entiende? Yo no.
Acto seguido vienen los preparativos y los cambios físicos. En el primer caso se hace menester vender un riñón o asaltar un banco dados los honorarios médicos y del hospital. Los previsores han pagado un seguro desde hace doce años y están más o menos tranquilos, los que no se truenan los dedos y hablan solos. Dentro de la logística se estila que las parejas jóvenes asistan a una madre que se llama psicoprofiláctico en el que una señora instructora (casi nunca son hombres) les explica a los papás las ventajas de que todo el proceso sea natural. Ahí se les enseña a respirar y a hacer ejercicio, van los abuelitos a recibir consejos y todo mundo se queda muy contento hasta que la pobre mujer pega un grito en la sala de partos. Yo, que soy de naturaleza cobarde, preferiría, en caso de ser mujer, que me sedaran una semana y no enterarme de nada, pero cada quien con sus gustos y preferencias.
Normalmente a la víctima se le ofrece una especie de festejo llamado “shauer” en el que un grupo de viejas chotas hacen sandwiches y empanaditas y se compran regalos para la ocasión. Las sofisticaciones de la mercadotecnia han logrado que ahora se den cosas de cierta exhuberancia como botes para pañales usados que aparentemente evitan el olor a caca y otros items escalofriantes como una planchita para saber si el infante no está en riesgo de muerte de cuna , cosa que ignoro qué sea pero que me pondría enormemente paranoico a la hora de hacer la ro-ro niño.
Las señoras embarazadas van por la vida llenas de trabajos y con una cara que solo he visto en las estampitas religiosas de los santos mártires. Cuando falta poco, el humor sufre serias variaciones y entonces le mientan la madre a uno porque hizo la observación estética de que las tobimedias son monstruosas o pueden estallar en llanto debido a que en el restaurante no hay flautas de pollo (lo juro). En ese momento lo prudente es callarse la boca y guardar lo que los analistas políticos mamones llaman “bajo perfil”.
Los últimos días son tan llevaderos como el sitio de Stalingrado, todo mundo está con el Jesús en la boca para que no se rompa la chingada fuente, el aspecto de la madre es el mismo que el de alguien que se vino caminando desde Mocorito, Sonora y el papá sufre un ataque de nervios ante cada contracción.
A pesar del panorama anterior, la gente se sigue reproduciendo y a como van las cosas no veo la forma en que los martirios sean más llevaderos, así que este artículo es un modesto homenaje para la gestante María del Valle (a ver si no me mienta la madre).