lunes, 23 de noviembre de 2009

Festejos (El Financiero 2005)

Para Germán Dehesa con agradecimiento
Los mexicanos somos una raza megalómana, si hay que construir una pirámide, se emprende el proyecto a lo bestia ¿un estadio? pues el más grande del mundo donde la gente fodonga puede observar el partido cómodamente sentada y no parados como ocurre en Maracaná. El último proyecto que se me ocurre es el de la biblioteca nacional donde entiendo van a depositar todos los libros habidos y por haber con el fin de que los mexicanos leamos más.
Con los festejos el asunto se repite pero a otra escala y para dar prueba de ello daré un testimonio personal. Todo empezó en una comida con mis amigos Memo y Víctor. Por algún hado misterioso nuestro cumpleaños se festeja con un día de diferencia, es decir Memo cumple el día 16, yo el 17 y Víctor el 18. Como cada año es un desmadre porque los festejos coinciden, decidimos que era una buena idea hacer una fiesta común para lo cual su servidor ofreció su humilde morada. De inicio pensamos en algo modesto; algunos invitados un tocadiscos y el alcohol en cantidad razonable. Pues bien, entre esta idea original y el resultado media un abismo que tiene con ver con nuestras dotes de planeación.
En primer lugar se realizaron las listas de invitados que fueron creciendo como mi agobio ya que el día jueves ya íbamos en 150 cristianos confirmados y dispuestos a agasajarnos. Ello supuso un arreglo logístico equivalente a la del desembarco en Normandía. Por si usted lo ignora, querido lector, armar tal desmadre supone: a) un toldo más grande que mis malos pensamientos, por el temor a la lluvia b) una tarima por el temor de que al pasto se la cargara la chingada c) platos y copas de a de veras por la paranoia de que nos tacharan de nacos y ecocidas d) señores que son meseros dentro de los cuáles se hallaba uno que era sordo y servía ron en lugar de vodka e) una dotación de tacos cuyo eficiente sistema de servicio logró la memorable hazaña de que el tiempo de espera para comerse uno de pastor, fuera el mismo que el de un vuelo México-Tijuana. F) un jovenazo que pusiera música al cuál le expliqué nuestra edad y respondió: “no hay problema, mis papás tienen ésa música” g) la ingenua pregunta de Víctor acerca de cuántos pasteles eran necesarios (ingenua porque pensó que yo tenía la respuesta) h) la compra de 18 bolsas de hielo que en este momento ya formaron un modesto riachuelo que trae espantado al perro.
Muy bien, cuando todo estaba listo citamos a las 2:30 p.m. a nuestros invitados y nos dispusimos a esperar. Exactamente a las 3:00 p. m. había 11 comensales lo que presagiaba un fiasco ya que a cada uno de ellos le hubieran tocado 67 tacos y 37 cervezas. De pronto tocaron la puerta y se presentó un viejito al que no tengo el gusto, accedió a mi hogar, me pidió hacer una “escala técnica” y se sentó muy pachucho a chupar. Asumí que era amigo de Víctor hasta las 3:47 p.m. momento en que se levantó y declaró solemne que a él lo habían invitado a una reunión de amigos de Creel y que no sabía que hacía ahí. Como nosotros tampoco teníamos la respuesta se fue muy apenado.
Al rato empezó a llegar la gente y se armó el desmadre. El mesero sordo logró el prodigio de empedar a uno que no toma. A las damas asistentes, les pareció que era buena idea que un servidor bailara cumbia durante cuatro horas, lo que me dejó dos consecuencias: un espasmo en las corvas y un olor como a rebajador de pintura que salía de todos mis poros. Ya entradones, decidí besar a Memo y a Víctor ante la evidente desaprobación de sus hijas. Terminamos, los hijos de la madrugada generando planes propios de gente que no está en uso de facultades pero muy contentos. Es por ello que a todos mis amigos les agradezco, con lágrimas en los ojos, su visita a estos lares y los convoco a una cooperacha para la adquisición de un aparato de auxilio auditivo para el mesero sordo, no sea que vaya por la vida embriagando más gente.