miércoles, 18 de noviembre de 2009

Fiebre de celulares (El Financiero 2008)

Hace unos días me fui de viaje y cuando llegué al aeropuerto, lo primero que se me ocurrió fue prender mi teléfono celular que me había llevado a pasear debido esencialmente a que soy un imbécil. Nunca lo hubiera hecho; el aparato empezó a vibrar de manera horrible y me di cuenta horrorizado que los tres días que había abandonado la ciudad eran el tiempo suficiente para tener en el buzón veintidós mensajes de voz que eran imposibles de ubicar taxonómicamente y que escuché durante todo el camino a mi casa mientras el taxista me veía la cara de agobio. En primerísimo lugar estaban los seis recados de una querida amiga que evidentemente no sabía de mi viaje. Lo notable es que los mensajes lograban un aumento de indignación que solo he visto en las películas de Drácula o en las de conciencia social cuando los explotados se dan cuenta que lo son y arman la revolución. El primero por ejemplo era inocuo y decía: “Hola…¿dónde andas? Comunícate” Ya para el tercero había cierta ira contenida : “¿Qué no escuchas tus mensajes?¡¡”. Por supuesto el sexto me adjetivaba como mamón e hijo de la chingada y me pedía amablemente que no la llamara más.
La segunda categoría de mensajes se referían a promociones o adeudos. En un primer caso se me ofrecía sin costo alguno la oportunidad de viajar al Caribe, lo único que tenía que hacer era asistir a una presentación de algo que no entendí bien si eran tiempos compartidos o departamentos de interés social. Otra llamada era de una señorita que representa telefónicamente la escuela de mi hija, el mensaje era siniestro y me anunciaba que dado que no he pagado la colegiatura desde el mes de noviembre la reinscripción de la niña María se encontraba en riesgo. El tono por supuesto era de “ya ni chinga señor Guillén”. Me quedé muy desconcertado ya que entonces no tuve claro a quien carajo le había pagado la colegiatura desde un tiempo tan lejano. Si a paletas la Michoacana o a Parri pollos Fer. Entonces descubrí con cierta sorpresa que las normas administrativas del multicitado centro escolar fueron diseñadas seguramente por el que cuida a las marmotas en el zoológico ya que una vez que uno paga, debe demostrar que lo hizo llevando el comprobante a la escuela cosa que solo a un imbécil (que en este caso excepcional no soy yo) se le ocurriría.
También había mensajes institucionales, esos eran los más divertidos ya que una señorita de voz engolada decía: “El licenciado Fulanito de tal tiene interés en platicar con usted y le ruega que se reporte al número sutanito de tal”. Considerando que yo en mi vida he visto a Fulanito ni siquiera o he oído hablar de él, es que me encontré en una posición francamente paranoica en la que asumí que en ese momento estaban embargando los excusados de mi casa.
Cuando terminé exhausto de escuchar el último mensaje me quedé pensando que tenía una agenda compleja al día siguiente. Debía desagraviar a mi amiga, explicarle a la escuela que no era un moroso, sino ellos unos inútiles y encerrarme con llave en caso de que llegara el abogado con los notarios a desalojarme.
Evidentemente la razón de este desmadre se la debemos al idiota que inventó el teléfono celular y seguramente se quedó muy satisfecho de su idea. No tengo nada en contra de que la gente se comunique, pero sí lo tengo cuando lo hacen conmigo para hablar imbecilidades del tipo “¿Te agarré comiendo?” En el momento que uno trae medio kilo de aguayón en la boca. Tampoco me da la gana tener que andar dando explicaciones que se demandan de inmediato y llenas de paranoia cuando uno no contesta porque estaba en el baño, el cine o simplemente dormido.
Ya la gente en estos tiempos no pide la dirección y el teléfono, sino el correo y el celular y uno los proporciona como si todo fuera muy normal. Lo anterior me parece un retroceso inconmensurable pera ya se sabe, lo he dicho hasta la saciedad, que soy un simple mutante que no entiende los tiempos que le han tocado vivir.