lunes, 9 de noviembre de 2009

Dos misterios (El Financiero 2004)

El día sábado fui invitado a casa de un amigo mío que es editor con el saludable propósito de jugar dominó. Usted pensará que eso no le importa y tiene razón, lo interesante surgió cuando mi amigo me pidió que invitara a dos parejas más cuyos nombres me reservaré de tal manera que el asunto tuviera más animación. En ese momento hice lo que se debe hacer, que es llamar por teléfono y proceder a avisar que el sábado a las 8 en casa de fulanito de tal eran bien recibidos, que llevaran algo de chupar etcétera. Esta actividad la realicé el miércoles y en ese momento surgió el gen mexicano que todos llevamos dentro y me contestaron “ya veremos”. ¿Por qué –pregunto entre maldiciones- no somos una raza más asertiva? ¿Cuál es la dificultad de contestar sí o no? Lo ignoro pero el caso es que tengo la impresión de que como todo nos da pena y se cree que una negativa puede herir susceptibilidades, ésta se pospone hasta diez minutos antes del evento en el mejor de los casos. En mi ejemplo particular llamé el jueves, el viernes y todavía el sábado y entonces mis cuates me dijeron que no podían ir lo que provocó un desmadre ya que mi amigo el editor es además vecino pero no tenía su teléfono. Por ello hablé con mi mujer y le pedí amablemente que cruzara la calle y avisara que solo iríamos nosotros. Se negó, bajo el argumento de que “le daba vergüenza” lo que me provocó un ataque de ansiedad que pude sofocar soplando en una bolsa de papel estraza. Esta negativa propició que recorriera la ciudad para llegar enfrente de mi casa tocar el timbre, para darle el mensaje a una empleada de la casa que no entendía quién era yo y entonces respiré (eran las dos de la tarde). El asunto, de cualquier modo, terminó felizmente, mi editor y su esposa son excelentes anfitriones y contamos con la enorme ventaja de cruzar la calle para llegar a nuestro hogar, lo que no es poca cosa en estos tiempos del alcoholímetro.
Estas anomalías conductuales tan mexicanas tienen múltiples variaciones, la más notable, sin embargo, es la de dar orientaciones sobre destinos que uno ignora. Un día entré en la colonia escuadrón 201 o algo equivalente. Mi conocimiento dela zona era el mismo que poseo sobre el alfabeto cirílico, por lo que me perdí de inmediato. Después de media hora de maldecir al anfitrión que me había dado un plano mal hecho, procedí a maldecir a la señora madre del anfitrión, bajé la ventanilla y le pregunté a un transeúnte por la calle fulana de tal. El hombre parpadeó, miró al cielo y luego lleno de decisión me indicó que siguiera recto y al llegar a unos topes diera vuelta a la derecha. Le di las gracias, hice lo indicado y salí a una vía rápida cuya siguiente salida se encontraba a tres kilómetros. Por supuesto no llegué y me quedé pensando si mi orientador era cabrón o nomás pendejo y llegué e la triste conclusión que ni lo uno ni lo otro, nomás le daba pena no poder ayudarme y es por ello que lo inventó todo.
El segundo misterio se basa en una entrevista que vi en la tele a un señor tatuado con cachucha de béisbol cuya profesión es la de “DJ” (se pronuncia “diyei”). Entiendo que el trabajo de este señor es prender dos tocadiscos y poner música ambiental. A veces este personaje agarra el disco y lo regresa produciendo un sonido equivalente al de una lija del 2. El problema es que yo no encuentro ninguna notabilidad en hacer eso ni entiendo porque estas personas reciben dinero a cambio. En mi casa yo pongo los discos y a pesar de mi inutilidad congénita, nunca he pasado ningún apuro para cumplir esta tarea. Sin embargo este hombre es famoso y sale en la tele, hace giras y se lo pelean a gritos las discotecas del mundo. Evidentemente algo se me escapa pero no sé que es, de cualquier manera mi opinión en estos temas es siempre marginal y desinformada así que prefiero agradecer este nuevo nicho en el mercado laboral por aquello de que me corran de mi chamba.