viernes, 6 de noviembre de 2009

Éxito y fama (El Financiero 2005)

La mejor forma de hablar de los temas que dan título a esta pobre columna, es partiendo de la base de que no soy exitoso ni famoso por lo que puedo abordar el asunto con la debida liberalidad. Cumplida esta elemental premisa, iniciemos por lo obvio: si bien éstos términos pueden ir asociados de ninguna manera hay un vínculo causal entre ambos; se puede ser famoso por estúpido (es el triste sino de muchos cómicos mexicanos) por criminal o por ser el hombre más gordo del mundo (una vez vi una foto de este señor y no comí en tres días). Ninguno de los casos anteriores me parece un ejemplo de logros, aunque supongo que muchos televidentes dirán que el retardo mental de Ortiz de Pinedo es una cosa hilarante. En cambio el éxito se logra (dependiendo de la manera en que se mida) haciendo un dineral o, más ampliamente, siendo reconocido por el resto de los mortales como un ejemplo a seguir.
Hecha la distinción anterior la pregunta pertinente es ¿cómo manejan su éxito y su fama las personas que la poseen? Las variantes –como todo en la vida humana- son infinitas. Por supuesto, lo sensato es lo que menos abunda. Pocas gentes reconocidas se manejan como si no se hubieran vuelto locas y llevan la vida con el debido garbo y sencillez. Otros se convierten paulatinamente en gurús que tiran verdades de a kilo y algunos más adquieren una vanidad escalofriante. Todo el preámbulo anterior es para analizar un par de declaraciones escritas por el pintor José Luis Cuevas, un hombre, que sin ningún lugar a dudas es famoso y exitoso en su profesión.
Lo primero que yo diría es que un Cuevas no lo compraría ni amarrado, pero eso se debe evidentemente a mi ignorancia estética y no es culpa del pintor que ha cosechado fama mundial. Lo segundo es que esta trayectoria ha generado una personalidad –digámoslo sutilmente- inmodesta que no deja de llamar mi atención.
Hace unos 15 días Cuevas se quejó en su columna periodística de la ingratitud de sus hijas que no reconocen lo que ha hecho por ellas. Por supuesto me quedé estupefacto ya que en mi calidad de lector no vi de qué manera la querella pudiera interesarme en lo más mínimo, así que dejé de leer y pasé la página. Sin embargo, en la columna de hoy me encontré las siguientes líneas: “ Tengo la colección completa de Artes de México, cuya dirección general es de Alberto Ruy Sánchez y Margarita Orellana. Formo parte del consejo de editores. La leo con profundo interés pero quiero externar una queja: sólo en uno de los primeros números he aparecido, el que fue dedicado a Gabriel Figueroa. Después de esto, silencio total sobre mi trayectoria. Tampoco se ha reproducido ninguna de mis obras. Un ejemplo: en el número dedicado a las serpientes no se reproduce ningún dibujo mío, y sobre ese tema he dibujado mucho. ¿Ignorancia o mala fe? Prefiero pensar en lo primero, porque por Ruy Sánchez, aunque nos veamos poco, siempre he tenido afecto y admiración por su obra literaria. Espero que en el futuro se me tome en cuenta. Después de todo, como ya lo dije, aparezco en la lista de asesores...”.
Lo que no se le ocurre a Cuevas (y es lo primero que se me ocurrió a mí) es simplemente que a los editores no les ha dado la gana ocuparse más ampliamente de su trayectoria. Sus hipótesis para explicar la omisión, van en el sentido de que o son unos ineptos que no entienden nada o le tienen mala leche y así no hay manera. Pensar en que el pobre hombre que formó el número de las serpientes, tenga que estar obsesionado con insertar una de Cuevas, es mucho pensar y esa es justamente la semilla de la vanidad. Por otro lado, el argumento de que esté en la lista de asesores es conmovedor ya que ello supondría que la revista en lugar de publicar lo que le venga en la valenciana, debe satisfacer a todos aquellos que forman su consejo y a mí me parece que tanta endogamia, es justamente lo que le ha dado en la madre a nuestra vida cultural.
En fin, recuérdese nomás que la opinión anterior es la de alguien sin éxito ni fama, para lo que sea que ello sirva.