sábado, 17 de octubre de 2009

La electricidad y yo (El Financiero 1995)

Mi primer contacto con la electricidad se produjo a través de una descarga de 40 megawatts que me dejó babeando y con los pelitos de los dedos completamente chamuscados. Estaba yo tratando de cambiar el canal de una tele de bulbos, en la que Capulina decía "jioti-jioti", cuándo pisé un charco de agua. Como no tenía zapatos, me convertí, de acuerdo con la ley de Ohm, en una especie de conductor gordito que llevó la electricidad desde mi colédoco hasta la punta de la coronilla. "Esto -- pensé-- es la última vez que me pasa."

El pronóstico no se cumplió, ya que para entrar a la casa de un amigo muy cercano era menester tocar un timbre de metal que dejaba pegado al visitante en tiempo de lluvias. En los últimos años mis experiencias han tenido un carácter -- digamos, moderno-- pero de iguales resultados. Por ejemplo, al tratar de conectar el módem de mi computadora a la línea telefónica obtuve el último contacto con una corriente de electrones (la uña me quedó negra y luego se cayó). Todo lo anterior me hizo reflexionar sobre la evolución de los aparatos eléctricos. Antes comprar un radio, enchufarlo y prenderlo, era más fácil que aplastar un merengue a sentones; ahora las cosas han cambiado. A continuación describiré algunas de las perversidades que -- me parece-- han generado esos cambios.

Por alguna razón -- que supongo a todo mundo le debe valer madre-- , las clavijas ortodoxas han pasado de los piquitos de metal plano a contar con la presencia de otro piquito de metal redondo que debe servir para muchas cosas menos para conectarse a una toma de corriente normal. Esto determina que haya que salir a las siete de la noche, en medio de la lluvia para comprar la cuchufleta que resuelva el problema: "Me da un adaptador trifásico" dice uno como baboso, sin entender lo que está pidiendo.

Otra variante del cambio tecnológico es la de los aparatos que utilizan clavijas que tienen, por un lado, un piquito normal y, por el otro, un componente acromegálico. Dicho cambio produce escenas profundamente indecorosas, por ejemplo la de un tipo hincado en el piso mentando madres, mientras le atiza con un martillo a una clavija para que entre a huevo.

Una degradación más de los tiempos que vivimos tiene que ver con la complejidad de los aparatos eléctricos. Cuando se compra -- digamos-- un equipo de sonido y se abre la caja, brota, como una plaga, una serie de cables que miden en su conjunto por lo menos seis metros. La utilidad de dichos cables (que se almacena en un cajón) es comprendida por el comprador cuando los bafles estallan sin remedio debido a que no se conectó el regulador de impedancia.

Los manuales, en los que antes el comprador se felicitaba por la sabiduría de su compra, se han convertido en documentos legibles con la condición de que se tenga un doctorado en la universidad de Harvard. Cuando uno ve las grafiquitas llenas de circuitos de colores que parecen la línea 3 del Metro no puedo sino sentir desaliento. Hace muy poco mi cuñado Alberto compró una cafetera ultramoderna, el día del estreno nos sentamos todos a la mesa llenos de expectativas. En el momento cumbre, en lugar de un chorro de café exprés brotó de las profundidades de la cafetera un sonido equivalente al que los coches emiten cuando se desbielan. Al abrir el manual nos percatamos que eran necesarios doce pasos previos que habíamos omitido. Es culpa de los alemanes, concluimos.

La última perversión de los aparatos eléctricos que se me ocurre tiene que ver con la demanda energética que requieren. Recientemente adquirimos una lavadora ultramoderna que manifestó su eficiencia el jueves por la noche, en el preciso instante que dejó a Sabina cantando como Antonio Badú y yo pensé que había perdido la vista. Cuando tratamos de entender qué sucedía, observamos (científicamente) que a cada vuelta de mi camisa en la lavadora, correspondía un apagón terrible.

Actualmente vivimos como refugiados en la guerra civil pero eso sí... bien limpiecitos.

Medio siglo...

Es la edad que estoy alcanzando el día de hoy. Madre mía.