martes, 6 de octubre de 2009

Concursos (El Financiero 1995)

El sábado pasado me dediqué al noble arte de la huevonería. Tomé un recipiente, lo llené de una fritura que, sospecho, es cancerígena, saqué también una cerveza y subí las patotas en un diván para ver la televisión que siempre es una fuente de sorpresas inconmensurables. Fui testigo de una mujer completamente imbécil y disfrazada de policía al lado de una buenona haciendo un gag que podría provocar una demanda penal. Asimismo, fui el mudo espectador de un programa donde madre e hija (ambas bastante buenonas también) son filmadas mientras realizan citas a ciegas, pactadas por otra señora que con eso se gana la vida y que aparentemente es una inepta ya que las citas resultaron un fiasco. En una de ellas un gordo lamentable le dice a la señora madre que le tiene una sorpresa, cuando todos esperábamos que la llevara a cenar al yate fiesta el tipo sale con la idea de irse a jugar boliche y recibe el esquinazo más limpio que he visto en mi vida. La hija, a su vez, resulta mamoncísima y maneja una teoría sorprendente; si en los primeros quince segundos de la cita no hay una entelequia que ella llama “química”, el asunto se apestó. Llega un muchachón, se sienta a su lado en una banca del parque y a los 15 segundos se va con rumbo preciso a la chingada ya que el único intercambio que permitió el tiempo límite es acerca de un perro chihuahua.
Cambié la frecuencia, muy sorprendido de tales imbecilidades y llegué a otro canal en el que lo primero que observé era a una señora gorda dando brinquitos mientras jalaba a un perro horrible con una correa. Era un concurso de perros lleno de notabilidades.
La primera era el público; en un galerón más grande que mis malos pensamientos se sentaron literalmente miles de personas que vitoreaban a los canes como vitorean los miembros de la porra rebel a los pumas. ¿Qué pensarían? –me preguntaba yo estupefacto- ¿El señor le dijo a la señora vamos a ver un concurso de perros? “Si mi amor, es justo lo que tenía pensado”. Los nombres de los perros son simplemente escalofriantes, uno pensaría que la cosa es simple y entonces hay que ponerle “Bobby” o “Molcas” al animal, pues no. Había una que se llamaba Grial´s Atashpa, otro Brama Von Mach (lo juro) y otro Ainao Fri-Eik De La Eike (también lo juro). Supongo que si uno utiliza tales mamadas para llamar a su perro, este llegará a la media hora después que su amo acaba de pronunciar el nombre. Me imagino a un señor tronando los dedos y diciendo algo como: “Ainao Fri-Eik De La Eike, css, css, css, venga para acá” y al perro seguramente pensando en cómo la vida lo puso en ese trance.
Lo siguiente son los perros mismos; los hay normales como los que usted y yo conocemos pero otros parecen producto de un experimento científico. Había una madre que se llama “poddle” que estaba completamente rapado en ciertas zonas del cuerpo lo que le daba un aspecto muy similar al de una rata de albañal. En otras partes se le había dejado el pelo largo formando una especie de corona capilar que me recordó a una tía que usaba peluca.
El chiste, aparentemente, es que los dueños –por cierto, vestidos como para ir al baile de la reina- se arranquen a correr a la velocidad de trote de sus perros. Como ésta no es la misma que la de los humanos, la gente parece idiota mientras camina-trota. Por algún misterio calórico, prácticamente todos los señores y señoras tienen un evidente problema de sobrepeso. Un señor, que es el juez y miembro del consejo de ancianos, da indicaciones para que los perros evolucionen. Luego examina a los perros, les aprieta sus vergüenzas y les revisa los dientes. Los amos mientras tanto le levanta la cola a su can y el pobre animal permanece inmutable ante tales ultrajes.
El ganador fue un sabueso al que le colgaba la piel de una manera lamentable, ignoro por qué obtuvo la victoria y cuál fue el criterio adoptado. Su dueño recibió un trofeo y luego lloró (¡lloró!) que es exactamente de lo que me dieron ganas después de tal espectáculo.