viernes, 25 de septiembre de 2009

Léperos (Milenio 2009)

Leo la siguiente nota de María Teresa Montaño, publicada el 6 de febrero en El Universal: El ayuntamiento de Toluca sancionará con arrestos de 12 a 36 horas a todos los que violenten las normas de orden público relacionadas, entre otras, con emitir groserías en la calle, portar navajas y violentar los derechos de grupos vulnerables como indígenas, niños de la calle y ancianos. Estas nuevas sanciones, que contemplan los arrestos mínimos, no excluyen a los menores ya que los tutores deberán responder en su lugar cuando infrinjan las disposiciones del bando en materia de orden público. Luego de colocar la edición de este año del Bando Municipal, el alcalde de la capital, Juan Rodolfo Sánchez Gómez, señaló que esta vez ningún “mañoso se saldrá con la suya” tras cometer una infracción y todos pasarán por lo menos un día bajo arresto o 12 horas al menos.
Lo primero que hay que decir es que lo que pasa es que el Bando está borracho, ya que mete en la misma cartera asuntos como patear a un anciano o gritarle “pendejo” a alguien que perfectamente podría merecer tal adjetivo. Lo segundo es más escalofriante aún; si yo tengo un hijo que se llama Juanito y tiene boca de carretonero, corro el riesgo de ir al bote en caso de que a la criatura se le ocurra gritar una peladez. Un tercer elemento nada desdeñable se relaciona con la declaración del alcalde (y estadista) Sánchez en el sentido de que ningún “mañoso se saldrá con la suya”. ¿Mañoso? –se pregunta dentro de mí eso que llaman el sentido del ridículo- ¿quién carajo dice “mañoso” en estos tiempos? Mi sensación es que es un término que podría utilizar mi bisabuela para referirse a un señor que le miraba con cierta lubricidad los tobillos: “viejo mañoso”, pero en fin. Sin embargo, el punto más relevante de la prohibición que relato se relaciona con el término “grosería” que, me parece, es tan claro como el canal del desagüe y que el diccionario de la Real Academia define como: Descortesía, falta grande de atención y respeto.
Si nos atenemos al pie de la letra académica los primeros que deberían ir al tambo son justamente los presidentes municipales ya que me parece una profunda descortesía que salgan a la calle con chamarras de cuero que huelen a entrepierna y unos botines que les llegan a los tobillos, tienen cierre y permiten que se vean sus calcetines blancos. Pero no divagaré; sigo sin saber con claridad que es una grosería; asuntos de salva como “tonto”, menso” o gaznápiro” ¿cuentan? ¿es más grave decirle a alguien que es un pendejo, que llamarlo imbécil? Misterios. Pongamos un ejemplo: si uno se quiere referir a un señor tirado en el piso al rayo del sol de la siguiente manera: “Pinche Efraín huevón, a ver si levantas las nalgas y te pones a trabajar” ¿debe ir preso? O debe decir “Efraín, querido, ¿harías favor de retirar tu posición de decúbito dorsal y regresar a cumplir con tus obligaciones” Misterio segundo.
Otro problema que le veo al bando tiene que ver con quién emite y quién recibe el madrazo verbal. Como es ampliamente sabido los jóvenes han convertido la palabra “buey” en una bandera semántica que enmascara sus profundas limitaciones ¿qué va a pasar si un amigo le dice al otro? “no buey”, de acuerdo a la letra de la ley deberá ir preso, en caso de que haya un policía con el oído atento (los policías, como se sabe, son todos académicos de la lengua). Pero qué pasa si el buey le dice al policía “no, joven, me dice buey de cariño, así nos llevamos” ¿ello debería generar una exoneración? La verdad es que no lo sé.
Lo único que me queda claro a estas alturas del partido es que el talento de nuestros gobernantes para regular el orden público es tan nuevo como la Edad Media, entre minifaldas, besos con lujuria, fumadores asquerosos y ahora léperos se nos va la vida. Es por ello que declaro solemnemente que, me gustan las minifaldas, dar besos, fumar como chacuaco y decir cosas como “ah que la chingada” cada que encuentro cosas como la que leí el 6 de febrero.