viernes, 7 de agosto de 2009

Britania (La mosca en la pared 2007)

La primera revelación acerca de una señorita que es cantante y se llama Britnney Spears, provino de un amigo mío llamado Memo que expresó con cierta vulgaridad: “que vieja más buena”. Efectivamente, era una rubia buenona que en un programa de televisión salía con orejas de mausquetero, lo cual debe ser un aviso contundente de que algo no anda bien en la vida y que nos señala estadísticamente que el coeficiente intelectual de la joven Britania es inversamente proporcional a su talla de brasier. Esta afirmación que podría parecer ligera y superficial fue confirmada por varios sucesos que he tenido el gusto de presenciar viendo un programa para idiotas (nótese mi sentido de autocrítica) que pasa en la televisión de seis a siete y en el que se nos hace saber acerca de la vida de los famosos.
El primer evento climático que me receté consistió en la noticia de que la buenona se tomó hasta la glostora acacia en Las Vegas y decidió matrimoniarse con un jovenazo que no supo las placas del camión que lo atropelló y del que se separó días después sin darle pensión ni acogerse a la ley de convivencia. No Seré yo quien la juzgue ya que en una ocasión ingerí cantidades similares de un producto embriagante y amanecí en una cama que no era la mía con una señora que tampoco lo era y que en ese momento me pintaba un ojo en la barriga con pinceles del 2, mientras decía que el citado apéndice visual era “para tomar energía”. Acto seguido y en medio de una canción cuyo nombre desconozco, la señorita Spears se dio un besazo que ha provocado diversas fantasías, señaladamente las de señores gordos en camiseta que matarían a su madre por presenciar tal espectáculo en la sala de su casa mientras se comen un plato de pistaches.
Entiendo que la buenona se casó con un señor que es mequetrefe y se llama Kevin Federline, cuya principal virtud es vestirse como se viste alguien que no tiene sentido de la moda y usar un sombrero igualito a los que usaba el inspector de las películas de el Santo. Durante el embarazo la señorita Spears aumentó doscientos kilos y logró emular el aspecto de cualquier señora que es gringa y se come media ternera en la merienda. Producto de tan fecunda relación con el del sombrerito nació una niña o un niño (no lo sé) que aparentemente no tiene culpa ni vela en el entierro de ser engendrado por este par.
Luego la cosa se descompuso y vino el divorcio por lo que nuestra heroína tomó la decisión de darle carpetazo al mantenido de su esposo e inició otra relación, esta vez con una señorita que se llama Paris Hilton que a todas luces tiene una capacidad cerebral equivalente a la del burro de planchar que hay en mi casa. Ambas rubias decidieron entrar en un proceso festivo similar a los que organizaba el emperador Nerón pero parece que luego (siguiendo los consejos de Ernesto Zedillo) tomaron una sana distancia después de una fotografía en la que la señorita Spears mostró el páncreas en cadena nacional.
El último acto de esta comedia de grand guignol fue protagonizado recientemente; me hallaba yo muy a gusto con las patas arriba de un sofá cuando me percaté de un señor igualito a Chabelo nomás que rapado. Cuando enfoqué descubrí con horror que era Britnney en la peluquería después de tomar la decisión de afiliarse a los Hare Krishnas (por lo menos eso pensé). Luego se fue a tatuar y la dueña del salón con sorprendente visión comercial decidió subastar la cabellera en un millón de dólares lo que me dejó pensando en que hay mucha gente imbécil en este planeta.
Ignoro qué va a ocurrir, mis fuentes me explican que Britnney a se volvió a internar y le ahorró el rape a la institución siquiátrica yo francamente deseo que se vuelva a poner buenona, que se deje crecer la cabellera y viaje a Londres con el saludable fin de darle otro llegue a Madonna para beneficio de la humanidad… y de los señores gordos