jueves, 30 de julio de 2009

Arte Urbano (La Mosca en la pared 2008)

Hace unos días iba yo en el carro con mis hijos –el niño Frijol y la niña María- cuando nos detuvimos en un semáforo. Al voltear a la izquierda encontramos un lote baldío en el que un gordo vestido de ninja aplicaba en ese momento spray sobre una pared dibujando una madre monstruosamente horrible. Acto seguido guardó su bote se trepó por una cerca de alambre con sorprendente agilidad considerando que pesaba lo mismo que una ternera en pie y tomó camino seguramente muy orgulloso de su obra.
Existen ritos adolescentes que me son ajenos. Por ejemplo, en este instante acabo de recibir una madre enviada por un tal Constantino en la que me dice: “Hola, yo quisiera añadirte a mi red de amigos de hi5. Tú debes confirmar que nosotros somos amigo(a)s y de esta manera cada uno de nosotros puede conocer a más”. Por supuesto que en una situación así lo único que se me ocurre es apagar la máquina y quedarme pensando quién carajo será este muchacho? ¿de dónde sacará que somos amigos? Y sobre todo ¿por qué se le ocurre que quiero conocer más? Asunto que me parece tan atractivo como bailar la polka con la reina Isabel. Misterio triple.
Entiendo que esta revista es consumida por juventudes irreverentes que ser pasan por los huevos cualquier convención social, nada tengo en contra de ello así que hasta el momento estamos en paz. ¿Se quieren horadar el ombligo? Perfecto ¿tatuarse una pareja copulando en el antebrazo? No hay problema ¿Vestirse como se vestía Ivonne de Carlo en la gustada serie de Los Monster? Santas pascuas. Sin embargo, contra lo que tengo una cruzada personal es con la nube de descerebrados que consideran buena idea gastar su dinero en la adquisición de pintura del tres con el fin de desgraciar la propiedad ajena.
Por principio de cuentas nos enfrentamos a un problema de legibilidad. Los grafitis urbanos no solo son horrendos sino inescrutables. Lo que yo leo cuando voy en la calle es algo como “%//&T&%%% &/(((((“#$%#” y me imagino entonces que el texto debe decir algo como “que chinguen a su madre los de la calle Bolívar” o “el mastuerzo se la come a mordidas”. Bien, este tipo de mensajes respetables y privados me encabronan sobremanera ya que me dan información que sencillamente me vale madre y se ve espantosa. Me imagino a un grupo de jóvenes en edad de merecer acechando la inauguración de cualquier obra pública en espera de que se vayan los burócratas y entonces se lanzan en pos de las paredes limpias para hacerlas mierda de manera irremediable. Todo aquel que tenga la fortuna de pasar por el eje 3 constatará lo que digo y si alguien sale en defensa de esta forma artística le diré que está dolorosamente jodido. Es por ello que me apresuro a aclarar que todos aquellos que se sientan agraviados no me escriban tratándome de explicar estas manifestaciones porque de antemano diré que estamos en lados opuestos de la mesa.
El otro día fui a casa de mi hermana y en lugar de su puerta me encontré un mural que parecía pintado por alguien que sufre de alguna enfermedad mental. La encontré resignada ya que ha pintado tres veces y al día siguiente el grupo de artistas la jode de nuevo. Por supuesto se podrá argumentar que soy un viejo pendejo y obsoleto que no entiende las formas de manifestar la rebeldía juvenil. Es probable, pero tampoco entiendo por qué estos idiotas no van a pintar (dicho sea con todo respeto) la casa de su chingada madre.
El fenómeno, que por cierto ha sido estudiado por sociólogos de barbita, ha producido actitudes bastante idiotas por parte de nuestros gobernantes, quienes en un arrebato comprensivo y generoso han ofrecido paredes en blanco para que nuestros jóvenes pintores se expresen. Cualquier persona que no sea imbécil se dará cuenta que dicha iniciativa está condenada al más profundo de los fracasos ya que así el asunto pierde chiste y adrenalina. Me imagino a los más pendejos de la banda aceptando tal propuesta mientras los que cortan el chicharrón se burlan y salen en clandestinidad a expresar su ira social. En fin.