lunes, 30 de noviembre de 2009

De cricket (El Financiero 2005?

Solo alguien muy imbécil no comprendería que un partido de futbol se desarrolla con señores en pantalones cortos que tratan de meter una pelota en una portería que es una caseta con dos palitos y un palote contenidos por una red. El asunto es elemental y supongo que ello explica la popularidad de este deporte en que lo único que se requiere es patear adecuadamente. Como este caso hay otros muchos en los que no es necesario ser físico nuclear para entender de qué va la cosa, entre ellos se cuenta el volibol y el básquetbol. Habría que ser ligeramente estúpido para no entender que una carrera consiste en llegar antes que los demás o que el señor que lanza más lejos un objeto es el campeón. Existen otros deportes ligeramente más crípticos como el béisbol o el futbol americano en los que se necesita un poco más de tiempo para averiguar de qué va la cosa. Hasta ahí todo bien pero ¿y el cricket? ¿quién carajo entiende el cricket?
El otro día estaba yo viendo la televisión (como se sabe la mitad de mi vida se ha documentado enfrente de un aparato televisivo) cuando sintonicé un juego de cricket y me quedé como las estatuas de marfil. Me encontré con un grupo de señores vestidos como me vestía yo para la tabla gimnástica, todos de blanco. Portaban unas cachuchitas escalofriantes idénticas a las que usaba yo en mis años de boy scout nomás que sin rayitas, esto es; un diseño que no pasa más allá de la coronilla con una visera de miriñaque que son muy útiles para lucir como un idiota. Un señor con casco y rodilleras se paraba delante de tres palitos portando una especie de palo de esos que se usan para amasar la harina, otro señor pegaba una carrerita y le lanzaba una pelota que el otro intentaba batear. Deduje que se trataba de tirar los palitos porque si el lanzador lo lograba su equipo se ponía muy contento y pegaba de brincos. También entendí que era una buena cosa atrapar la pelota en el aire aunque nunca quedó claro quién tenía que correr y con qué objeto. El conteo era temible ya que lo normal sería poner un uno y luego un dos cada que alguien logre hacer lo que se supone que hay que hacer (que ignoro todavía qué es) ya que el marcador era algo como 325-236. En ese preciso instante se acabó el procedimiento deductivo lo que me hizo sentir esencialmente un pendejo y para matizar esta idea pasé a la hipótesis de que los ingleses hacen las cosas por joder.
Veamos, si uno visita Inglaterra, el primer reto es que a uno no se lo lleven de corbata al cruzar la calle porque los vehículos circulan en sentido contrario y uno está adiestrado para mirar hacia otro lado. El segundo, si se tiene el tiempo y los recursos suficientes, es aprender a manejar un pinche carro que trae el volante en el lado derecho para llegar a una gasolinería donde nunca se sabe cuánto fue el importe ya que, a pesar de que ya adoptaron el sistema decimal los peniques viejos valen 2.4 peniques nuevos, lo que convierte todo en un desmadre.
Consciente de que puedo estar cometiendo una injusticia hacia los hijos de la blanca Albión es que apagué la televisión y acudí a la red para buscar las reglas de este noble juego. Primero hallé lo que supuse era el reglamento, una madre indescifrable, tanto así que solo hasta la media hora me di cuenta que se trataba de un juego de dardos. Luego accedí a la página de la Federación Internacional de cricket y me encontré con un texto de 37 cuartillas del cual entendí que una partida se juega entre 11 participantes por equipo y ahí me quedé porque el resto del documento era tan claro como la fórmula de fisión del Uranio. No entendí un carajo y me quedé profundamente deprimido. Pero lo que me pareció más notable es que en México se practica este deporte a través de una cosa que se llama Reforma Athletic Club. ¿Alguien me puede explicar este misterio indescifrable?

sábado, 28 de noviembre de 2009

Dos de Televisa dos (Etcétera 2008)

Hace no mucho escribí en estas páginas que el advenimiento de una competidora para Televisa en los tiempos en que Salinas Pliego pujó por Azteca nos había brindado esperanza a un grupo de idiotas que nunca entendimos el desastre que se avecinaba; Azteca simplemente multiplicó por dos la imbecilidad televisiva de la que todos hemos sido víctimas. Digo lo anterior por la sencilla razón de que hace no mucho una señora muy lista dijo en una entrevista de radio que las frecuencias se “tendrían que abrir” (imaginar frecuencias abriéndose) para evitar este duopolio que nos tiene a varios hasta la mismísima madre. Por supuesto si el efecto de esta apertura es el de hacer exponencial la propuesta de la televisión mexicana, más vale que nos agarren confesados y así -sin confesar- me tomaron dos iniciativas recientes del grupo Televisa.
La primera se vincula con la transmisión de los juegos olímpicos en la que fui testigo de hechos prodigiosos. Porque prodigioso es que viaje una delegación televisiva que supera en número a los atletas para presentarnos lo que nos presentaron. Lo que una persona lúcida esperaría es que un grupo de comentaristas especializados asistiera a las justas deportivas y nos narrara expertamente lo que ahí acontece. Sin embargo quien haya tenido la oportunidad de escuchara a Pepe Segarra gritar cosas como: “¡La diosa de ééébanooo, padres queridooos!” convendrá conmigo que por lo menos en este caso, se trata de un acto fallido. Hasta ahí estarían las cosas (un locutor estridente) de nos ser por la propuesta de “entretenimiento” que ha sido diseñada por un conjunto de idiotas y que parecería en su conjunto seguir una línea conceptual definida como: “Vayan a China, búrlense de los Chinos lo más que puedan y traten de ser chistosos”.
Por supuesto el efecto final se resume en dos cómicos que se fingen homosexuales españoles, una mano con ojos que alburea a gente que no entiende lo que le dice, una señora disfrazada de menesterosa (creo qué en México la gente no entiende que se están pitorreando de ella y por eso le da risa) acompañada de “su hijo” y un señor de nombre Facundo que ideó cosas para “averiguar si la paciencia de los chinos era una fama bien ganada” o se podían exasperar ante un idiota, agregaría yo editorialmente. También apareció Nadia Comaneci con cara de la mamá del muerto haciendo comentarios indescifrables, una buenona que presentaba espectáculos repugnantes y un niño oligofrénico con peinado de príncipe valiente y voz de pito apodado “El reporterito” (¡el reporterito! Dios mío) que decía cosas como: “%%&()?/%%&” y luego traducía: “el niño dice que le gustan los pescados”.
Lo tristemente notable es que Televisa arrastró en el rating a Azteca (que intentó lo mismo nomás que paupérrimamente), lo que me deja una sensación de orfandad intelectual de la que no me he podido reponer.
El segundo ejemplo ocurre los domingos en la noche en el canal dos. Se ha diseñado un formato de concurso en el que se elige a alguien medianamente famoso, como el hijo del perro Aguayo, y se le pone al lado de gente llamada “soñadora” que intenta hacer el ridículo a cambio de alguna prebenda económica. En este formato he visto cirqueros, gordos enormes tratando de bajar de peso y más recientemente a un grupo de gente que debe cantar y bailar para que un grupo de jueces que son mamoncísimos e ilegibles les pasen el camión por encima. Los familiares aparecen eventualmente echando porras y bendiciones, los soñadores se enfrentan a sus quince minutos de fama y el público (que imagino con la misma lucidez que mi pisapapeles) asiste al estudio con pancartas y matracas.
Cuando veo cosas como las que ejemplificado recurro a la misma pregunta de siempre ¿es esta la televisión que merecemos? Por supuesto concluyo que la respuesta es afirmativa y empiezo mis plegarias porque a alguien se le ocurra liberarnos de este tormento. Por cierto, si alguien cree que la salida es programar una orquesta de música clásica o a una nube de snobs explicándonos el origen de la palabra “pápaloquelite”, me apresuro a decirle que no es ahí por donde imagino la salida.
El problema es que creo honestamente que no hay salida, lo cual no deja de ser deprimente.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Coyoacán (Etcétera 1999)

Uno de los barrios de mayor interés sociológico es Coyoacán, fuente inagotable de observación.
En Coyoacán se advierten prodigios a cada paso; hay un hombre de voz siniestra que lee la mano y descubre adulterios (¡ven a ver si te ponen los cuernoootes!). Dice la leyenda que a las bellas las manosea mientras le escurre baba por las comisuras de los labios.
También hay mimos que hacen reir a la gente a costa de ella misma; las víctimas, generalmente son pobres diablos que pasan de prisa mientras el cómico los imita o de plano les mete un susto utilizando un perro de pelusa que les restriega en el fondillo.
En Coyoacán además de miles de palomas que se cagan en las estatuas de dos coyotes que parecen perros, hay miles de hombres y mujeres que venden chácharas cósmicas: pachulí, incienso, pirámides de energía y otras yerbas (en el sentido literal). También hay músicos que son fuente de sobresaltos extremos; está uno tomándose tranquilamente su café cuando de la nada, brota un charango y detrás del charango un tipo que canta "carnavalito cholitooo" con los ojos entornados.
Otros vendedores rematan colguijes y colgajos, flautas o ropa de Acamapichtli Tetenotzin. Se ofrecen servicios para fabricar trencitas que dejan calva a la gente o se practican perforaciones en la nariz a los visitantes que llegan a puñados.
Coyoacán es un refugio para los aspirantes a cualquier tarea intelectual. Si nos fijamos con atención encontraremos a un hombre barbado tomando notas frente a una tasa de café, las pausas en su trabajo son estudiadas y tienen la misión de advertir: "atención, aquí estoy, produciendo, creando", luego vuelve a su trabajo y a su nota que es, muy probablemente, la receta del pescado empapelado. Aquel de más allá, el de saco de pana, ofrece fragmentos de su última novela a un amigo que a esas alturas avanza ya al territorio insondable de la catalepsia. En otra mesa dos jóvenes teatreros hablan de la "propuesta escénica" sin que les dé vergüenza que los oiga la gente.
Si queremos ver a los verdaderos intelectuales, tendremos que esperar al domingo ya que están en su casa escribiendo o pintando.
Recientemente Coyoacán ha sido tomado por jóvenes, muy jóvenes que vienen de todas las escuelas activas del mundo. Portando sombreros de pesadilla y aretes en las narices, se sientan en los bares, piden wisquis dobles. hablan de "La maldita" o "La Santa" y se dan unos besos de escándalo. Todo ello con el desenfado producido por el contacto de muchos años con la señora Montessori y el señor Piaget.
El último alarido de la moda para los jóvenes activos es horrible: se visten de negro con ropa tres tallas mayor y lucen como Tontín el de Blancanieves. El pelo lateral es cortado a rape y el de la coronilla se deja caer libremente por los parietales lo que sugiere la forma del Nevado de Toluca. La mota les produce trastornos divagatorios terribles, en su charla los ejes ordenadores del lenguaje se alteran de una manera dramática lo que genera la impresión de que se está hablando con un finlandés y no con un joven activo.
Son insoportables.
El quince de septiembre Coyoacán luce sus mejores galas: es la noche del "Grito", la plaza se llena de puestos, la gente se llena de buñuelos y los asaltantes se llenan de carteras. La experiencia podría compararse con la de viajar en un vagón del metro al que le caben veinticinco mil personas y que va atestado. A las once de la noche el Delegado (una figurita que se pierde en el tumulto), se asoma por una ventana, saca una bandera y da el grito, luego regresa a sus oficinas a cenar con vino francés. La gente grita consecuentemente y después se dedica a caminar comiéndo elotes (cuya capacidad como arma contundente ha sido demostrada por varias víctimas lobotomizadas por un impacto).
El destino es incierto, en realidad se dan vueltas en círculos portando bigotes de Pancho Villa que producen septicemia. Luego hay que agredir a huevazos a más gente que uno no conoce o esquivar los cohetones que un grupo de sicópatas avientan aleatoriamente. A las dos de la mañana todo mundo se retira cuando algunos adolescentes se dedican a jugar coleadas y le aplastan la cara a tres niños. El coche, que ha quedado a una distancia equivalente a la que existe entre México y Yautepéc invariablemente es desvalijado.
La iglesia de Coyoacán es muy rara y en ella se presentó hace algunos años un fenómeno que me parece de interés sociológico. Resulta que una de las paredes del costado del templo, presentó una mancha de humedad que inmediatamente fue diagnosticada por el beaterío como la imagen de la Virgen. Al rato, el lugar se empezó a llenar de flores y de peregrinos que venían en busca de consuelo, la respuesta de un hombre seguramente formado bajo los cánones metodológicos de Francis Bacon fue simple: mandó encalar la pared y los peregrinos tuvieron que retirarse, con todos y sus ilusiones, a bailar a Chalma.
Los fines de semana Coyoacán se viste de fiesta y a ella van convocados cuarenta y cinco mil capitalinos. Las librerías se llenan de gente que lee de gorra o tapa el baño. En los cafés hay cola y los baratijeros despiertan de su letargo semanal. Ante tal afluencia la policía decidió tomar una medida ejemplarmente pendeja que consistió en prohibir la circulación de los automóviles. Esto ha determinado que las personas que logran llegar a la plaza coyoacanense, luzcan un tono azuloso producido por la caminata de cuatro hilómetros.
Es pues Coyoacán un abrevadero al que van a beber las clases ilustradas. La mamonería que se respira sólo es superada (esto que escribo será una fuente de desgracias) por la de los colonos de la colonia Condesa que sienten a su barrio como la Atenas capitalina... Qué con su pan se lo coman.
* La primera versión de este texto, fue utilizada como guión por Felipe Cazals para la producción de un programa sobre la Ciudad de México. La segunda versión forma parte de un libro que espera la luz en Editorial Planeta, a ella, salvo ligeras modificaciones, corresponde este ¿ensayo? (N. del A.)

jueves, 26 de noviembre de 2009

Razones para no quedarse calvo (Etcétera 1994)

Este es un mundo en el que la diversidad es una constante; existe gente alta, flaca o gorda. Hay quien tiene verrugas con pelos en la cara o lunares siniestros. El color del cabello puede variar desde el pelirrojo (cuyo poseedor se apodará inexorablemente Archi de por vida) hasta el morado tipo algodón de azúcar de las viejitas octogenarias.
Es precisamente de pelo (debería decir de su ausencia) que quisiera hablar en esta oportunidad... veamos:
Cuando un niño llega a la adolescencia, sufre una serie de cambios notables: después de hablar unos meses como Pepe Trueno se le engruesa la voz, se anuncia la aparición de la barba y el bigote (aunque hay excepciones como mi amigo Toño Mancebo que a los doce años parecía Carlos Marx) y le salen chipotes por todos lados. Además se llena de vellos en sus vergüenzas y empieza a corretear a la sirvienta (o siguiendo la sabiduría de Chucho Murillo, se lleva a la novia los Dínamos). Entonces aparece en escena el tío Julián, se le queda viendo al púber y anuncia:
--Ese niño va a ser calvo.
El pronóstico se cumple inexorablemente.
Los calvos de nuestros tiempos son un equivalente piloso de los leprosos de la antigüedad. En la escala de la desgracia social, los pelones se encuentran un escaño abajo de los gordos gelatinosos e inmediatamente arriba de los judiciales con diente de oro. Recuerdo que cada vez que le iban a presentar un candi(¿dote?) a mi tía la del árbol (llamada así porque hizo mierda un árbol de Navidad una noche de copas) preguntaba: ayyy ¿y no es pelón?.
Esta opresión hacia los alopécicos ha determinado respuestas francamente indecorosas. Un argumento paradigmático que enarbolan los grupos pro-calvo, apela a la apostura de Yul Bryner, Sean Connery o Robert Duvall. Desde luego, no conozco a ningún calvo que se parezca (ni a nivel celular) a los actores mencionados, al contrario, sus símiles más logrados son Lex Luthor, el señor Paz o Pistachón Zig-Zag. Estas comparaciones no pueden sino ser un camino directo a la depresion.
Otra razón que justifica la calvicie, es aquella que atribuye a los hombres sin pelo una inteligencia notable. Esta, por supuesto, es una tontería. Podría dar una lista interminable de calvos cuyo coeficiente intelectual es equivalente al de una puerta de baño.
La tercera falacia acerca de la calvicie plantea que los pelones son muy viriles y se nos dice (no sin cierta vulgaridad) que tienen pelo donde se debe. Mentira, el espectáculo más repugnante que he presenciado en mi vida sucedió en Huatulco cuando presencié a un pelón untarse crema de coco en una espalda que parecía tapete de avión. La mezcla entre el aceite y el pelambrero era escalofriante.
En realidad si de buscar razones se trata, es mucho más simple hallar un ramillete para que todo aquel que sienta su cabellera en peligro la conserve a toda costa. Revisaré a continuación algunas de estas razones:
1) EL QUESO DE OAXACA.- No hay que quedarse calvo porque uno de los recursos más siniestros para ocultar la ausencia de pelo es la técnica del quesillo. Es muy simple: el pelón se deja crecer hasta la nuca el pelo de uno de sus costados, posteriormente toma un litro de goma de tragacanto y se acomoda la masa pilosa sobre la coronilla. Al verlo uno recibe la vaga impresión de que el sujeto en cuestión trae un gato en la cabeza. Un segundo problema es que al meterse a la alberca, nuestro protagonista tiene que nadar con la testa de fuera, como hacen las viejas gordas en Oaxtepec. Además cada que hay ventolera es necesario inclinarse a favor del aire lo que le confiere al pelón un aire como de Karen Carpenter cantando Close to you.
2) EL PUNTO DE REFERENCIA.- Uno no debe quedarse calvo para evitar convertirse en una referencia obligada. "Allá, al lado del pelón" dice la gente. Una derivación terrible es la que determina que durante la celebración de las fiestas patrias en Coyoacán, la coronilla de un hombre calvo, sirva como objetivo para una lluvia de elotazos que lo pueden dejar pendejo de manera indeleble.
3) EL FUTURO POLITICO.- No hay que quedarse calvo si se tiene alguna ambición política, recuerde que tres de nuestros últimos cuatro presidentes han sido calvos. Esto quiere decir, de acuerdo a mi amigo José Luis Osorno un experto en estadística, que la probabilidad de que los siguientes seis mandatarios de nuestro país sean pelones, es de 1/54, cifra necesaria para atinarle al Melate. La sabiduría de esta predicción se confirma al analizar a los candidatos a la presidencia; podríamos, en un abuso retórico, decir que a lo mejor no hay propuesta pero eso sí, mucho pelo.
4) EL BISOÑE.- Probablemente el último recurso de un pelón es el bisoñé. Por algún misterio indescifrable, los diseñadores no han logrado producir un peluquín veráz y esta incompetencia salta a la vista. Cuando uno se fija en alguien que trae su aplique destacan inmediatamente dos factores: a) parecería que el pelo le emerge del bulbo raquídeo y no de la nuca como a la gente normal b) el interfecto evita estornudos, toses y en general todo movimiento que pueda hacer peligrar la integridad de su melena. Esta última característica lo convierte en un equivalente urbano de Gandhi, nomás que con peluca. Además ¿qué tal si el dueño del peluquín se involucra en un lance amoroso y su amada le quiere acariciar el pelo? ¿Se quedaría con él en la mano? Guácala.
5) LOS IMPLANTES.- El único señor que al que le vi un implante parecía muñeca Mi Alegría, se le notaban unos puntitos rojos de los que salían muy timidamente unos pelitos como de tapete para las visitas.
-Se hizo un implante- me dijo mi mujer muy quedito, y agregó: -le salió a dólar el pelo.
-¡Quééé!- grité -¡¿un dólar por pelo!?
Georgina nunca me lo perdonó.
6) LOS CHISTESAZOS.- Una última razón para no quedarse calvo es para evitar convertirse en el blanco de chistes mamones entre los que destacan: a) no tienes un pelo de tonto b) :agáchate porque das charol" c) tráes quemacocos y palanca al piso d) ya se te ven las ideas... etcétera.
No, en realidad la gente nunca debería quedarse calva por estas y otras muchas razones. Sin embargo hay ocasiones (como en mi caso) en que es demasiado tarde.
Ni modo.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Desmentidos (Etcétera 2009)

Hay días que uno se levanta para revisar los diarios con cierta abulia, ya que se pueden encontrar notas como: “halló a su esposa en video pornográfico” (El Universal); “reclama Cyrus (¿quién carajos es Cyrus?”) dejen de llamarla gorda” (Reforma) o “maldita mediocridad” (Milenio). Es por ello que a mediados del mes pasado puse los ojos como platos ante un par de notas que estallaron como estalla una chinampina en medio de la histeria asociada a la influenza, que me hizo hacer de mi casa un bunker y de mi aspecto el de alguien que está a punto de ser infectado por hordas de virus volantes.
En tal condición me hallaba cuando me encontré con un par de escándalos mediáticos que llamaron poderosamente mi atención, se trata, en primer lugar de la entrevista que Carmen Aristegui le realizó a Miguel de la Madrid en su casona de Coyoacán y de la cual se difundió el audio ad nauseaum. En principio todo parece en orden, una señora que es periodista le pide a un señor que es personaje público la oportunidad de hablar con él, se concerta una entrevista y esta se lleva a cabo. Por supuesto que lo que uno espera es que ocurra algo que genere hueva interplanetaria debido a su enorme predictibilidad (la predictibilidad es enemiga de la noticia). Es decir, que el ex presidente declare que el gobernó a toda madre, que no se arrepiente de nada y que desea que el país vaya de lo mejor. Bien, a veces los astros se juntan y ocurre lo que los clásicos llaman “la nota”. Esta se debe a varios factores, señaladamente que a los entrevistados les vale madre todo porque ya están más allá del bien y del mal por diversas razones. En el caso de la entrevista que yo escuché y digan lo que digan los analistas, percibí a un viejito diciendo cosas muy extrañas que eran atizadas por la entrevistadora. Uno no puede sino sonreír cuando a alguien le dicen cosas “oiga pero es muy grave lo que usted dice” y percibir que el otro entiende poco de lo que está hablando. De cualquier manera la nota generó una respuesta lamentable (y predecible) desmintiendo todo lo dicho debido a que el declarante está gagá. De inmediato iniciaron las especulaciones; que si Salinas dictó la carta, que el hijo de de la Madrid es poco menos que un tlacuache y que los priistas operaron para controlar los daños. ¿Cuáles daños? En este país la sospecha de que los Salinas se clavaron hasta las bacinicas nunca desaparecerá y cierto es también, o por lo menos eso creo, que esto no se podrá probar jamás. Hasta ahí las cosas, lo que realmente inquieta es el papel que pueden jugar los medios en medio de las campañas políticas ya que de una o de otra manera, interesadamente o con la mejor de las voluntades, se ponen al servicio de causas que son muy ajenas a la labor de comunicar.
En este lodazal el segundo caso que llamó mi atención es el del senador Monreal que tuvo que salir a desmentir la veracidad de la información acerca de que su hermano tenga que ver con el narco. Desde luego llama la atención el hecho de que un señor que es dueño de una propiedad no se entere de que en ella hay toneladas de mariguana y eso debe ser investigado. Sin embargo, nuevamente, las respuestas, que los medios atizan día con día, tienen que ver con la putiza literal que se está poniendo Amalia García y Ricardo Monreal, lo que me llevó a enterarme que entre los dos tienen a más parientes en la nómina estatal que arrugas mi venerada Tigresa.
Las lecciones que saco de estos enjuagues son simples: a) viene una ola de porquería que se tirarán los unos contra los otros y la caja de resonancia no puede ser otra que los medios de comunicación b) los medios van a reproducir este lodazal porque ello les genera mayores utilidades c) en algunos casos los medios filtrarán información que no convenga a sus intereses y detonarán la que les beneficia.
Guácala.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Festejos (El Financiero 2005)

Para Germán Dehesa con agradecimiento
Los mexicanos somos una raza megalómana, si hay que construir una pirámide, se emprende el proyecto a lo bestia ¿un estadio? pues el más grande del mundo donde la gente fodonga puede observar el partido cómodamente sentada y no parados como ocurre en Maracaná. El último proyecto que se me ocurre es el de la biblioteca nacional donde entiendo van a depositar todos los libros habidos y por haber con el fin de que los mexicanos leamos más.
Con los festejos el asunto se repite pero a otra escala y para dar prueba de ello daré un testimonio personal. Todo empezó en una comida con mis amigos Memo y Víctor. Por algún hado misterioso nuestro cumpleaños se festeja con un día de diferencia, es decir Memo cumple el día 16, yo el 17 y Víctor el 18. Como cada año es un desmadre porque los festejos coinciden, decidimos que era una buena idea hacer una fiesta común para lo cual su servidor ofreció su humilde morada. De inicio pensamos en algo modesto; algunos invitados un tocadiscos y el alcohol en cantidad razonable. Pues bien, entre esta idea original y el resultado media un abismo que tiene con ver con nuestras dotes de planeación.
En primer lugar se realizaron las listas de invitados que fueron creciendo como mi agobio ya que el día jueves ya íbamos en 150 cristianos confirmados y dispuestos a agasajarnos. Ello supuso un arreglo logístico equivalente a la del desembarco en Normandía. Por si usted lo ignora, querido lector, armar tal desmadre supone: a) un toldo más grande que mis malos pensamientos, por el temor a la lluvia b) una tarima por el temor de que al pasto se la cargara la chingada c) platos y copas de a de veras por la paranoia de que nos tacharan de nacos y ecocidas d) señores que son meseros dentro de los cuáles se hallaba uno que era sordo y servía ron en lugar de vodka e) una dotación de tacos cuyo eficiente sistema de servicio logró la memorable hazaña de que el tiempo de espera para comerse uno de pastor, fuera el mismo que el de un vuelo México-Tijuana. F) un jovenazo que pusiera música al cuál le expliqué nuestra edad y respondió: “no hay problema, mis papás tienen ésa música” g) la ingenua pregunta de Víctor acerca de cuántos pasteles eran necesarios (ingenua porque pensó que yo tenía la respuesta) h) la compra de 18 bolsas de hielo que en este momento ya formaron un modesto riachuelo que trae espantado al perro.
Muy bien, cuando todo estaba listo citamos a las 2:30 p.m. a nuestros invitados y nos dispusimos a esperar. Exactamente a las 3:00 p. m. había 11 comensales lo que presagiaba un fiasco ya que a cada uno de ellos le hubieran tocado 67 tacos y 37 cervezas. De pronto tocaron la puerta y se presentó un viejito al que no tengo el gusto, accedió a mi hogar, me pidió hacer una “escala técnica” y se sentó muy pachucho a chupar. Asumí que era amigo de Víctor hasta las 3:47 p.m. momento en que se levantó y declaró solemne que a él lo habían invitado a una reunión de amigos de Creel y que no sabía que hacía ahí. Como nosotros tampoco teníamos la respuesta se fue muy apenado.
Al rato empezó a llegar la gente y se armó el desmadre. El mesero sordo logró el prodigio de empedar a uno que no toma. A las damas asistentes, les pareció que era buena idea que un servidor bailara cumbia durante cuatro horas, lo que me dejó dos consecuencias: un espasmo en las corvas y un olor como a rebajador de pintura que salía de todos mis poros. Ya entradones, decidí besar a Memo y a Víctor ante la evidente desaprobación de sus hijas. Terminamos, los hijos de la madrugada generando planes propios de gente que no está en uso de facultades pero muy contentos. Es por ello que a todos mis amigos les agradezco, con lágrimas en los ojos, su visita a estos lares y los convoco a una cooperacha para la adquisición de un aparato de auxilio auditivo para el mesero sordo, no sea que vaya por la vida embriagando más gente.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Dos estampas burocráticas (El Financiero 2008)

Una de las enseñanzas más señaladas que he recibido en mi calidad de mexicano es que en este país la combinación de la burocracia con la ciudadanía genera un efecto perverso que se magnifica en la medida que cada quien hace su parte, es decir las autoridades son ineficientes y los ciudadanos unos quejicas. Veamos.
El día 4 de enero me sentí muy listo y acudí a tramitar mi licencia de manejo dado que la anterior venció en diciembre. No lo hice en los últimos días del mes pasado porque no soy imbécil y me enteré que había tumultos asociados a los dos factores con los que introduzco estas líneas. Por un lado y siguiendo criterios misteriosos nuestras autoridades decidieron hace tiempo que se podía obtener una licencia “permanente” lo cual, si bien es una idiotez sonaba jugoso. Por supuesto en el momento que alguien medianamente lúcido se percató de que la licencia permanente era una especie de patente de corzo se rectificó y entonces el anuncio fue en el sentido de que no más. Esta indecisión constituye el primer algoritmo de la ecuación catastrófica, el segundo lo aportamos los ciudadanos huevones que para variar lo dejamos todo a la última hora y colapsamos el servicio. Lo notable es que además repelamos y se arman motines. Tengo ante mí un “aviso urgente” de la Secretaría de Transportes y Vialidad en el que se hace una convocatoria ciudadana y se dicen cosas como: “Hacemos un llamado a la serenidad y responsabilidad, a efecto de evitar situaciones de riesgo, absolutamente indeseables para todos” o “La tranquilidad y la paz que debe privar en este tipo de trámites debe ser una prioridad fundamental de los propios usuarios y del Gobierno de la Ciudad de México” (en este momento me imagino a una turba con antorchas sitiando una oficina de licencias y a Fernández Noroña semi desnudo buscando un amparo de la justicia ante el atropello. También me imagino a un funcionario tomando clases de redacción para tratar de evitar repetir la palabra “debe”).
El problema es que para variar un servidor salió raspado. Como ya expliqué fui a tramitar mi licencia el viernes pasado suponiendo que esta idiotez había terminado. Pues no, la señorita amablemente me informó que no podía hacer el trámite ya que “estaban saturados”. La respuesta me deja fuera de la ley y sin licencia de conducir durante los próximos días lo que simplemente confirma mi prodigiosa capacidad para atraer desastres.
La segunda estampa inició el 11 de diciembre cuando recibí el recibo de luz por un monto de $2000.00. Es prudente aclarar que para gastar eso tendría que dejar prendidas las luces de toda la casa y el refrigerador abierto durante diescisiete días. Llamé al número que venía en el recibo y nadie respondió por lo que recordé que el licenciado Miguel Tirado Jefe de la Unidad de Relaciones Institucionales y Comunicación Social de Luz se había puesto a mis órdenes y sintiéndome muy listo (nuevamente) lo llame. Nos tuteamos muy cordialmente y me ofreció “investigar”. No volví a saber de él, lo cual a estas alturas no es anómalo sino normal. El día 19 y con el Jesús en la boca ya que era necesario pagar, le mandé un recordatorio que tampoco tuvo respuesta. Entonces le escribí al ingeniero Jorge Gutiérrez director general pero ya era tarde, o pagaba o me quedaba sin luz. El ingeniero Gutiérrez me respondió –amable- que investigaría. El caso es que el día de marras estuve tratando de entablar comunicación con algún ser humano y no lo logré. Cuando pregunté en la ventanilla me indicaron que si había un error se me “bonificaría” y pagué con la misma resignación de un tzeltal ante las injusticias del mundo.
Es la hora en que nadie me ha aclarado nada y pronostico que me dirán que “el cobro fue correcto”, lo que supone que gasté cuatro veces más luz de la que necesito. Pronostico también que nada podré hacer y que esta sensación de orfandad debe ser compartida por el resto de los ciudadanos, aunque ellos no tengan acceso a los teléfonos y correos de los altos funcionarios. En fin, cosas de la burocracia.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Kokomo beach (Milenio 2008)

Temo a los viajes, no por arraigo parroquiano, mucho menos por el gen nacionalista que no poseo. Mi caso es más simple…atraigo calamidades y me considero una suerte de enorme magneto atractor de desgracias viajeras. Si hay, por ejemplo, una expedición al volcán de Chinameca es a mí al que pica alguna alimaña ponzoñosa o en la visita a las grutas de Huejotenango el único que va al hospital con un cuadro de histoplasmosis es su humilde servidor después de haber inhalado tres kilos de mierda de murciélago. El avión que se demora siempre es el propio y si la persona más gorda del mundo aborda el vuelo (demorado) sé, con la convicción de quien anticipa un eclipse, que se desmoronará en el asiento contiguo y hará plática.
El preámbulo anterior es para que se entienda a cabalidad el estoicismo con el que acepté una invitación a un encuentro en la ciudad de Montego Bay, Jamaica. La primer catástrofe se relaciona con la hora de salida, que ha sido diseñada por el doctor Mengele siguiendo el cristiano principio de que al que madruga dios le ayuda, lo que me deja pensando que es una ayuda de muy mala madre el hecho de que un avión salga un domingo a las 6:30 antes meridiano, que son horas y días de guardar. Por supuesto el aspecto de todos los que arribamos a esas horas del señor es notable, hay quien es el vivo retrato de Lon Chaney, que en paz descanse. Otros llegan en vivo, derechito de la fiesta con espanta suegras y oliendo a huazontles. El resultado final es que la sala de espera es una modesta réplica de la Corte de los Milagro en la que la gente se queda dormida de mala manera babeando en una silla.
Cuando llego a Miami ocurre lo anticipable; la maleta no ha llegado. Me dirijo a la línea aérea correspondiente que con propósitos narrativos llamaremos “1”, soy recibido por un jovenazo que me mira con la misma cara que los maoríes al primer explorador occidental y me hace una sugerencia que es prueba inequívoca de alguna disfunción cerebral: “vaya a la línea 2 y pregunte si no llegó con ellos”. Dado que el tiempo de explicarle que es la idea más pendeja posible es mayor al de hacer lo que me indica, encamino mis pasos a 2, hago la pregunta y el empleado supone a su vez que el imbécil soy yo por lo que me contesta negativamente y regreso a 1. Entonces viene lo bueno ya que el empleado me indica que, dado que viajo con la línea 3 a Jamaica deberé dirigir mi reclamación a ellos. Con la paciencia que no poseo le explico que dado que en mi boleto viene su logo y no el de 3, será muy evidente que cuando llegue a Jamaica, 3 me mandará con rumbo preciso a la chingada. Como el avión se va ya no tengo tiempo de seguir discutiendo y llego a la aduana, en ese momento me apartan de la cola y me indican que debo ser “escaneado”, con la resignación que da la convicción de un destino perdedor me someto y entro a una suerte de cabina telefónica en la que me aplican algún tipo de rayos que –sospecho- me han dejado estéril. Acto seguido paso con un gordito que pasa una especie de servilletas por mi maleta de mano. De pronto suena una alarma y el tipo se me queda viendo como se vería al Mayo Zambada; “tengo que dar aviso a mi supervisora” –anuncia- y me explica que en mi maleta hay residuos de Nitrógeno (lo juro) y que ello es irregular. Después de muchas deliberaciones y un análisis pormenorizado de mis calcetines me dejan partir recomendándome “que lave la maleta”.
Llego a Montego con cara de la señora madre del muerto ya muy vencido para encontrarme con que la maleta no llegó. Al día siguiente en la tienda del hotel realizo un hallazgo antropométrico; los jamaiquinos son gigantes o enanos. Lo único que me queda (a duras penas) es una playera que solo le he visto a Ponchito y unas bermudas que me confieren el mismo aspecto de Kiko Guanabacoa. Me siento al lado de la alberca mientras la gente me mira reflexionando seriamente acerca de que los viajes están idealizados.

jueves, 19 de noviembre de 2009

De relojes (El Financiero 2003)

El reloj es un aparato francamente útil que ha sufrido muchas modificaciones a lo largo de su historia. Los antiguos utilizaban artefactos de arena, agua o de sol con los que veían pasar las horas. Luego se crearon artilugios mecánicos llenos de poleas y engranes que eran activados por el hombre fuerte del circo. Más tarde surgieron los relojes individuales que la gente traía colgados y a los que era menester dar cuerda por medio de una palanquita.
Mi primer reloj fue regalo de un tío y duró en mi muñeca exactamente tres días ya que al cuarto, un servidor tuvo a bien subirse a unos patines de ruedas que me llevaron con rumbo preciso a una coladera en la que dejé el codo derecho y mi recién adquirida máquina del tiempo hecha literalmente mierda.
Hoy en día los relojes han cambiado mucho y uno puede perfectamente adivinar la personalidad de cualquier individuo en función del tipo de aparato que posee. En principio el reloj, además de medir el paso de las horas, se ha vuelto un símbolo social que manda mensajes acerca de las capacidades de la gente. Considerando que uno puede encontrar precios que varían entre los cincuenta y los cien mil pesos, es evidente que hay mucho margen para maniobrar. La gente austera, aquella que no cree en los mensajes del consumo, se compra un reloj simple y con el sale a la calle, cuando el reloj se descompone compra otro y santas pascuas. La gente bruta, en cambio, se deja seducir por las marcas y las filigranas relojeras de manera fascinante.
Están, por ejemplo los deportistas, uno puede ver que los anuncios de relojes dirigidos a este gremio presentan invariablemente a una persona que está en el culo del mundo pasándolo francamente mal. Uno puede ver por ejemplo a un señor que se llama Lars Svjentrugen al cual se le aprecia la nariz helada a través de un hoyo que tiene en su anorak mientras maneja un trineo conducido por perros. El anuncio se acompaña por un mensaje del tipo: “cuando las temperaturas llegan a los cuarenta grados bajo cero, solo puedo confiar en mi...” y aquí la marca del reloj. Lo sorprendente es que después de leer el anuncio una nube de hombres urbanos cuyo contacto con las bajas temperaturas se limita al momento de sacar del congelador los hielos del wisqui, salgan en manada a adquirir el item con el fin de lucirlo en la calzada Camarones mientras manejan su auto. Lo mismo ocurre con aquellos relojes que soportan una profundidad de doscientos metros bajo el agua y que algún idiota adquiere pensando en quién sabe qué cosas (probablemente en que su barco se hunda y pueda alcanzar a ver la hora en la que se fue de este mundo).
Por otro lado están los relojes ejecutivos que porta la gente importante y que valen más que mis malos pensamientos. Estos artefactos son de materiales como el oro macizo o el platino y pesan lo mismo que una cría de marmota. Dentro de la interesantísima información que nos aportan se cuenta con la hora en Shangai o el ciclo lunar (imaginarme en una reunión preguntando cuando va a darse la luna nueva.). Por supuesto este es el tipo de reloj que permite a los malvivientes amputarle la mano a un pobre señor que ignoro si con muchos trabajos adquirió un sello de distinción social.
De pronto se han puesto de moda relojes “casuales”, estos son de colores pastel y pueden producir desprendimiento de retina si uno los ve fijamente por más de cinco segundos. Estos son adecuados para gente que quiere lucir joven y atrevida, el problema es que los diseños son tan modernos que es imposible ver la hora porque el 4 es acromegálico y el 12 se movió de su lugar.
En fin, el asunto de los relojes nos permite discernir las taras y manías de la gente, es por ello que si usted quiere conocer la personalidad de alguien no lo vea fijamente, nomás analice su reloj y tome decisiones acerca de su futuro basado en instrumentos confiables y no en vacilones psicoanalíticos que están cargados de riesgos e incertidumbres. Pos sus relojes los conoceréis.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Fiebre de celulares (El Financiero 2008)

Hace unos días me fui de viaje y cuando llegué al aeropuerto, lo primero que se me ocurrió fue prender mi teléfono celular que me había llevado a pasear debido esencialmente a que soy un imbécil. Nunca lo hubiera hecho; el aparato empezó a vibrar de manera horrible y me di cuenta horrorizado que los tres días que había abandonado la ciudad eran el tiempo suficiente para tener en el buzón veintidós mensajes de voz que eran imposibles de ubicar taxonómicamente y que escuché durante todo el camino a mi casa mientras el taxista me veía la cara de agobio. En primerísimo lugar estaban los seis recados de una querida amiga que evidentemente no sabía de mi viaje. Lo notable es que los mensajes lograban un aumento de indignación que solo he visto en las películas de Drácula o en las de conciencia social cuando los explotados se dan cuenta que lo son y arman la revolución. El primero por ejemplo era inocuo y decía: “Hola…¿dónde andas? Comunícate” Ya para el tercero había cierta ira contenida : “¿Qué no escuchas tus mensajes?¡¡”. Por supuesto el sexto me adjetivaba como mamón e hijo de la chingada y me pedía amablemente que no la llamara más.
La segunda categoría de mensajes se referían a promociones o adeudos. En un primer caso se me ofrecía sin costo alguno la oportunidad de viajar al Caribe, lo único que tenía que hacer era asistir a una presentación de algo que no entendí bien si eran tiempos compartidos o departamentos de interés social. Otra llamada era de una señorita que representa telefónicamente la escuela de mi hija, el mensaje era siniestro y me anunciaba que dado que no he pagado la colegiatura desde el mes de noviembre la reinscripción de la niña María se encontraba en riesgo. El tono por supuesto era de “ya ni chinga señor Guillén”. Me quedé muy desconcertado ya que entonces no tuve claro a quien carajo le había pagado la colegiatura desde un tiempo tan lejano. Si a paletas la Michoacana o a Parri pollos Fer. Entonces descubrí con cierta sorpresa que las normas administrativas del multicitado centro escolar fueron diseñadas seguramente por el que cuida a las marmotas en el zoológico ya que una vez que uno paga, debe demostrar que lo hizo llevando el comprobante a la escuela cosa que solo a un imbécil (que en este caso excepcional no soy yo) se le ocurriría.
También había mensajes institucionales, esos eran los más divertidos ya que una señorita de voz engolada decía: “El licenciado Fulanito de tal tiene interés en platicar con usted y le ruega que se reporte al número sutanito de tal”. Considerando que yo en mi vida he visto a Fulanito ni siquiera o he oído hablar de él, es que me encontré en una posición francamente paranoica en la que asumí que en ese momento estaban embargando los excusados de mi casa.
Cuando terminé exhausto de escuchar el último mensaje me quedé pensando que tenía una agenda compleja al día siguiente. Debía desagraviar a mi amiga, explicarle a la escuela que no era un moroso, sino ellos unos inútiles y encerrarme con llave en caso de que llegara el abogado con los notarios a desalojarme.
Evidentemente la razón de este desmadre se la debemos al idiota que inventó el teléfono celular y seguramente se quedó muy satisfecho de su idea. No tengo nada en contra de que la gente se comunique, pero sí lo tengo cuando lo hacen conmigo para hablar imbecilidades del tipo “¿Te agarré comiendo?” En el momento que uno trae medio kilo de aguayón en la boca. Tampoco me da la gana tener que andar dando explicaciones que se demandan de inmediato y llenas de paranoia cuando uno no contesta porque estaba en el baño, el cine o simplemente dormido.
Ya la gente en estos tiempos no pide la dirección y el teléfono, sino el correo y el celular y uno los proporciona como si todo fuera muy normal. Lo anterior me parece un retroceso inconmensurable pera ya se sabe, lo he dicho hasta la saciedad, que soy un simple mutante que no entiende los tiempos que le han tocado vivir.

martes, 17 de noviembre de 2009

Compras electrónicas (El Financiero 2008)

Me levanto temprano por algún misterio horario ya que siempre he desconfiado de la gente que despierta al rayo del sol con actitud positiva. Accedo a la página electrónica de mexicana de aviación con el fin de comprar boletos para un viaje de los niños María y Frijol. El instrumento cibernético parece haber sido diseñado por Torquemada y con un penoso esfuerzo llego finalmente al momento en que se me indica que puedo comprar los boletos; contengo el aliento y pulso trémulo la tecla esperando una explosión o el llamado de Dios…no pasa absolutamente nada, la máquina se me queda viendo con pantalla de: “eres un imbécil”.
Llamo a la compañía y espero siete minutos hasta poder intercambiar palabras con un ser vivo, él me indica que me va a transferir a “sistemas”, lo hace y entonces otro señor me pregunta acerca de lo que pasó, le explico y replica que no entiende bien, pero que sugiere una reservación y que hable a mi banco a ver si no me han cobrado unos boletos que no he podido comprar. Reservo y obtengo una clave muy parecida a la matricula de un submarino ecuatoriano con la cual me quedo tranquilo. Salgo de mi casa a cobrar un cheque y pasó a Plaza Inn con el fin de comprar los boletos amparados por mi reservación. La señorita me mira compasivamente y me explica que ella no me puede vender los boletos porque “son sistemas diferentes” y que si los adquiero ahí costarán dos mil pesos más caros, por lo que me sugiere que regrese a casa y lo vuelva a intentar. Entiendo de inmediato que esta orientación hacia las compras en línea tiene que ver con el deseo de las grandes compañías de pagarle dinero a un ingeniero en sistemas y no a veinte señoritas que lo atiendan a uno. Vuelvo a casa e inicio el trabajoso proceso de nuevo, a esas alturas los ojos se me empieza a desviar y escucho voces. Nuevamente el sistema se me queda viendo triunfante por lo que repito la llamada. Cada vez toma más tiempo mi explicación, esta vez a un señor que me dice que “pedirá autorización para que pueda adquirir los boletos por la vía telefónica”, por lo que me sugiere llamar en media hora. Así lo hago y me contesta un viejito que dice “procederemos a la compra por teléfono”. Acto seguido me pregunta por datos personales que ni yo mismo sé, pero avanzamos con la misma claridad que Austria en la Eurocopa, llega el momento culminante y el dice “no”. “¿No qué?” pregunto con la precisa sensación de que ya valió madre. “su banco no autoriza el cargo”.
Muy bien, es la guerra, hablo al banco siguiendo el mismo proceso desmoralizante de escuchar opciones que me valen madre. El señor que me atiende dice que no hay problema que es cuestión de los de mexicana. Vuelvo a marcar con el dedo y la oreja morados y ahora una señorita me dice que “no tienen registrado ningún intento de pago” lo que me deja con la fúnebre sensación de que el viejito es un fantasma y mi abuso del alcohol está cobrando cuentas. De cualquier manera repetimos el procedimiento con idénticos resultados: el banco no autoriza. Hablo al banco con lágrimas en los ojos, contesta una señorita que encomia mi capacidad de pago, dice que todo es un error, pero no me ofrece ninguna alternativa más que llamar nuevamente a mexicana. En ese momento me encuentro en posición fetal con el dedo pulgar en la boca ya muy derrotado. Entablo el intento y ahora espero tan solo treinta y dos minutos en la línea. Finalmente la señorita me dice: “hay señor que pena que lo hice esperar pero ya están sus boletos, hablamos al banco y autorizaron el pago”
Cuelgo el teléfono seis horas después de iniciado el trámite con la creciente sensación de que la vida moderna se ha hecho para gente apta, capaz de esperarlo todo y dispuesta a transitar por los misteriosos senderos de la compra en línea, las llamadas interminables a una grabación y la paciencia del Job…por supuesto mi plumaje no es de esos, ni lo será jamás.

sábado, 14 de noviembre de 2009

Señales cinematográficas (El Financiero 1998)

Si establecemos la razonable suposición de que una persona promedio observa tres películas por semana, que la edad en la que uno inicia esta actividad son los dos años (tengo hijos que ofrezco como evidencia científica) y que uno concluye a los setenta porque ya las cataratas o la hueva así lo determinan, bastará un cálculo muy elemental para establecer que son más de diez mil películas las que se miran (cinco mil en el caso de que la fuente sea el canal dos que estrenó su última película en 1958). Ello supone algo así como tres años de nuestra vida sentados en una butaca comiendo palomitas o gaznates. Por todo lo anterior considero que el asunto merece nuestra atención.
Uno de los principales problemas que tienen las películas es que duran dos horas y el reto es que en ese tiempo quepan cosas como la historia del mundo o la vida inútil de Pito Pérez. Es por ello que existen señales -que podríamos llamar figurativas- en el lenguaje cinematográfico, cuya misión es abreviar lo abreviable o prepararnos para lo peor. Uno sabe por ejemplo que si ya pasó hora y media y de pronto el protagonista va haciéndose chiquito en un coche que avanza por una carretera recta que llega hasta la chingada la película terminó.
Otra señal inequívoca es la del close up de algo que no tiene nada que ver con nada, como un pisapapeles o el kimono de la heroína. En este caso uno podría suponer que el director es idiota o que debajo del pisapapeles se encuentra el mapa del tesoro. Hija de la misma idea es la escena que enfoca una verja con piquitos mientras dos señores se mediomatan. El sentido de tal toma será claro cuando el villano (que por algún misterio a pesar de estar más fuerte invariablemente es madreado) atraviese el piquito con el esternón después de un puñetazo salvaje.
En las películas de terror está claro, por ejemplo, que si hay un grupo y a alguien se le ocurre hacer pipí, se lo va a chupar la bruja atrás de un árbol. Lo mismo ocurre cuando una pareja decide conocerse en el sentido bíblico en la intimidad de su coche. En todos los casos donde hay monstruos los actores harán cosas extravagantes, como meterse a una casa que no conocen a las dos de la mañana o andar abriendo ataúdes que rechinan.
Una opción paradigmática es la del veterano de alguna guerra que se pasa todo el día evocando las acciones de batalla en los lugares más extraños. Si va en el metro cierra los ojos y se acuerda del día que lo torturaron los japoneses. Sin embargo, lo recomendable es que vaya piloteando un avión que se está cayendo. Otra es la del malo que es tan bruto que no se da cuenta que si ya agarró al bueno y le tiene tanta tirria, bastaría con darle un balazo en lugar de amarrarlo con cadenas en un foso que se llena de agua y narrarle su proyecto para conquistar el mundo.
En los códigos del cine si un tipo guapo pero tranquilo llega a tomarse una copa a un lugar que no conoce, seguramente se le van a aventar tres con pinta de animales (generalmente con camisetas sin mangas y sudados) a los que madreará con golpes que nunca se ven en las riñas de taxistas. También en los códigos de cine, si una mujer mira fijamente es que se quiere ir a la cama y si un hombre se ríe para sus adentro después de colgar el teléfono, de seguro es un villanazo.
También está claro que el tipo nervioso con una pistola que grita cosas como “¡que nadie se acerque!”, bajará el arma después de que el héroe (que es el único idiota que habla con un loco armado) lo convenza de que aún es tiempo de no cometer locuras. En las escenas de cama la sábana siempre se acomoda de tal manera que a la mujer se le ve nomás el cuello, pero al hombre todo el torso desnudo y lleno de pelos (como si sospecharan que los estamos viendo).
Códigos

viernes, 13 de noviembre de 2009

Luminodependencia (El Financiero 2007)

Lunes 11:30 a.m..- Escribo un artículo y de pronto ¡paf! Se va la luz. Acostumbrado a vivir en una zona en la que me quedo a oscuras cada que alguien estornuda, miro al techo y espero un milagro. Pasa una hora, me levanto y veo que en el buzón hay una atenta nota que me informa amablemente sobre el corte del suministro eléctrico. Hablo con mi asistente quien me informa que pagó hace una semana y me da el recibo en prueba, mismo con el que me dirijo a luz y fuerza con cara de agravio.
En la sucursal Obregón hay dos opciones, la primera es desmoralizante; se saca una ficha como las de salchichonería del superama que puede ser la 370 (en ése momento se atiende al cliente insatisfecho número 120) y una turba se encuentra sentada emulando la terminal de camiones de Tejupilco el Chico. La segunda opción consiste en formarse en otra fila y llegar a una ventanilla. Me tocó en suerte la señorita Miryam. Una mujer que no tiene sangre en las venas, le expliqué, me miró como se mira a un ave del trópico y dijo “mañana lo reconectan”. Casi le beso los pies, pero nos separaba un vidrio blindado así que me fui a mi casa a leer con velas.
Martes 8:00 p.m..- Mientras prendía las velas reflexioné sobre mi alta dosis de imbecilidad ya que pasé todo el día esperando la camioneta, como los huicholes a las lluvias. Por supuesto no llegó y decidí sacar una botella para embriagarme en la penumbra de la noche.
Miércoles 8:10 a.m..- Llego con la señorita Miryam, me pide que espere a que atienda al resto de la cola que va a pagar. Le pregunto si me recuerda y pone cara de nada, en su descargo debo admitir que mi aspecto se ha modificado; traigo ojeras, baba en las comisuras y una quemadura de segundo grado en los pelos del antebrazo producida por cera de vela. “No sabría decirle” –espeta- y seguramente se arrepiente ya que pongo muy mala cara, entra a una covacha, sale y me informa triunfal que ahora sí “hoy lo reconectan, ya está la orden”. Esta vez decidí salir todo el día con la esperanza de que se hiciera la luz, por supuesto no fue así. Cuando llegué a mi hogar, prendí las velas, asumí posición fetal y empecé a rezar una Magnífica.
Jueves 8:00 a.m..- Del refrigerador empiezan a salir emanaciones tóxicas, lo abro con un tapabocas y me encuentro con un cuarto de kilo de jamón que murió después de muerto y un frasco de yogurt que produce unas burbujas sospechosas, por lo que lo envío al Instituto Nacional de Investigaciones Nucleares en sobre cerrado. Llego a las 8:30 al estacionamiento y el señor que da los boletos ya me mira como a un viejo amigo. Miryam no se presentó a trabajar y soy atendido por uno de barbita que va por un papel, me muestra la dirección en la que vivo y me dice “hoy sin falta”. Por supuesto cuando llego en la noche la luz no ha regresado pero ya nada me arredra y empiezo a planear una venganza, el problema es que no se me ocurre nada.
Viernes 8:10 a.m..- Las cosas se complican; no solo no está Miryam, esta vez tampoco el de barbita. El único cajero –un joven de cachucha- estudió con los marines y me manda a sacar una ficha, es la 322. Regreso con él con mirada suplicante y dice “a la vuelta están los de las camionetas, a lo mejor le ayudan”. Marco el teléfono de esa sucursal desde mi agonizante celular y me atiende la secretaria del gerente, me indica que toque una puerta. Se trata de un bunker en el que se mira con cristales de una sola vía a la ciudadanía descontenta. La señorita me informa que hoy pasarán a reconectarme, pero seguramente pongo cara de duda metódica por lo que me tranquiliza: “ya el gerente dio la orden” Argumento que eso mismo me dijeron el martes y responde con una joya; “Si, pero ahora sí dio la orden”.
Salgo tambaleante y le cuento a una amistad quien me remata “eres un pendejo, le hubieras dado lana a los de la camioneta”.
En fin, no sé que pasará pero de cualquier manera aprovecho para decirle al señor director de luz y fuerza, que su servicio –dicho sea con todo respeto- apesta.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Tecnosexuales (El Financiero 2004)

Fedro Carlos Guillén
Me queda claro que la dilución de roles es uno de los signos que vivimos; antes era común que una familia se compusiera de una mamá un papá y tres criaturas que eran criadas ortodoxamente con el fin de perpetuar la especie. La señora no trabajaba, se dedicaba “al hogar” lo que suponía cocinar, fregar, planchar y enseñarle la tabla del dos a su prole. Esta señora se ponía un trapo en la cabeza para la brega diaria y se maquillaba para salir al cine. El esposo trabajaba, llegaba muerto en la noche, fumaba y veía el futbol con las patotas sobre la mesa de la sala.
Lo anterior es una reliquia histórica, hoy –como se sabe- las parejas pueden ser del mismo sexo e inclusive de diferente especie (como es el caso de una vieja estúpida que ha pedido la mano de su perro en matrimonio en Estados Unidos). El matrimonio no es necesario y mucho menos la generación de descendencia. Las niñas bien siguen modelos como los establecidos en un programa que se llama Sex and the city donde las cuatro protagonistas se cogen hasta al camarógrafo con plena liberalidad y los hombres jóvenes que se respetan, han encontrado una definición: metrosexual, que es el nuevo Grial por perseguir. Se me explica con toda paciencia (ya se sabe que soy un pendejo) que los metrosexuales no son violadores del subterráneo, sino en cambio, hombres que viven en grandes ciudades, invierten la mitad de su tiempo y su dinero en el cuidado corporal, son innovadores (lo que quiera que lo anterior signifique) y usan cremas y afeites para lucir rozagantes y lozanos.
Yo con todo lo anterior tengo mucha simpatía, siempre he sostenido que cada quién es libre de hacer lo que le dé la gana y si los homosexuales se quieren casar o un grupo de señores tienen interés en untarse el tarro de lancome pues santas pascuas. No creo que hagan falta más argumentos ni justificaciones. Hasta ahí estaríamos de no ser por una entrevista que tuve la oportunidad de leer con un señor que es artista y se llama Valentino Lanus en la que declara abiertamente que es tecnosexual.
Como me da mucha curiosidad saber qué chingados es eso, me devoré el interrogatorio hecho por Katy Díaz a la que imagino joven y exactamente con la lucidez , necesaria para el trabajo que desempeña.
Según esto los tecnosexuales son “aquellos hombres heterosexuales que tienen estilo, porte, buena condición física y que tienen como vicio estar al tanto de los últimos adelantos tecnológicos”
Valentino tiene una teoría (que leí con lágrimas en los ojos) para explicar su supuesta tecnosexualidad: “...la razón por la que a muchos hombres nos gusta estar pendientes de la tecnología es porque tenemos el complejo de que no podemos crear como lo hace la mujer. Es decir, las mujeres crean vida y nosotros buscamos alguna forma de crear, de inventar, yo creo que por eso nos clavamos tanto con la tecnología”.
Pucha –digo yo- completamente en la lona ante la contundencia del argumento, supongo entonces que nuestra incapacidad de traer criaturas al mundo (asunto que nunca dejaré de agradecerle a la naturaleza) explica la razón para comprar un adaptador trifásico, sin que me quede claro que tiene que ver una cosa con la otra. Nuestra incapacidad de crear vida nos orilla entonces a buscar una pentium y una palm pilot capaz de darnos el horóscopo chino ¿es así? Francamente lo dudo pero en mi casa me enseñaron a respetar las ideas ajenas lo cual resulta un reto casi imposible cuando continúo leyendo (de la mano de la entrevistadora que nos explica que a Valentino le gusta observar con detenimiento las estrellas y por eso tiene un sofisticado telescopio): “fíjate que soy muy romántico, me encanta la astronomía, me encanta escribir, ver atardeceres y de hecho así empezó mi pasión por la fotografía, porque cuando veía un atardecer decía: ¿por qué se tiene que ir esto, por qué no se puede quedar?
Imaginándome el romanticismo de Galileo Galilei y de Copérnico me quedo reflexionando sobre mi incapacidad congénita para la vida moderna y lo único que me queda claro es que además de la pasión por la tecnología necesitan de una amplia dosis de imbecilidad que en este caso ha sido debidamente acreditada (para todos aquellos que se interesan en los vaivenes de la moda).

miércoles, 11 de noviembre de 2009

La marcha (El Financiero 2004)

A mí una vez me asaltaron; iba yo con cara de nada manejando mi auto por la calle de Cuba cuando se acercó un sujeto, abrió su chamarra y me enseñó tamaño pistolón. Muy quedito dijo: “dame todo lo que traigas en la cartera”. Le hubiera dado una hermana si fuera necesario pero eso bastó, el tipo de la cachucha se fue a asaltar a alguien más y un servidor llegó a su casa con un susto de la mismísima madre. Durante meses recelé de todo y todos y un día cometí la peladez de dejar a un señor que creo que conocía con la mano extendida porque me lo encontré en la calle y pensé que me iba a asaltar.
Vivir en una ciudad insegura, genera en los que la habitamos algunas estrategias definidas. Yo por ejemplo no voy a la Doctores ni a recibir herencia, cuando entro a mi casa y un auto viene atrás me orillo a la orilla y dejo que pase quedando como un pendejo paranoico. Finalmente cuando veo venir a un señor decidido hacia mí empiezo a rezar una Magnífica a pesar de mi ateismo congénito. Supongo que estos modestos mecanismos defensivos han permitido que el incidente con el cabrón de la cachucha sea el único de mi ya no tan corta vida.
La marcha fue un evento fascinante por donde se le quiera ver. Como se sabe el detonador fue una tragedia en la cual dos hermanos fueron secuestrados y asesinados por una banda de mal nacidos. El hecho (trágico y terrible) es parte de un fenómeno delincuencial que se ha extendido y que refleja las peores miserias de una sociedad. Luego vino un grupo de señoras ¿por qué no señores? que se quejaron de la inseguridad en Perisur y armaron un desmadre a la entrada. Ambos eventos fueron el fermento para que naciera la idea de una marcha gigantesca para protestar por la inseguridad en esta ciudad.
Me imagino tres posiciones asociadas a este evento. La primera es la de ciudadanos genuinos que, por cierto, desfilaron con tenis Nike y pants de marca. Lo anterior no me parece mal en sí mismo, así como los ricos también lloran, tienen todo el derecho a protestar en el momento que les dé la gana. Lo notable es la diferencia ya que uno asocia el concepto “marcha” con una bola de desarrapados desmadrosos e inclusive encuerados que van mentando madres y gritando consignas. Los asistentes a la marcha rentaron camiones en Bosques de las Lomas para bajar a la civilización y mostrar su descontento ¿hay algo de malo en ello? Por supuesto que no.
El segundo grupo es el de los sátrapas que sacan raja de la idea y la quieren capitalizar, ellos son los políticos de oposición que evidentemente se benefician de que la gente esté descontenta con las autoridades. Escuché a más de uno comentar que marcharía “en su calidad de ciudadano” o que “ya estaban hartos del gobierno de la ciudad (es el caso del PAN) o del gobierno federal (es el caso del PRD). Los medios jugaron el papel que siempre juegan marcando una línea editorial que no hacía más que azuzar a la gente para manifestarse. Me pareció impresionante la forma en que la nota roja ocupó más espacio que la guerra de Irak o el baboso de Beckham fallando penaltis. Que estrangularon a una viejita o que a fulanito de tal le bajaron la camioneta, todo en una semana.
Finalmente las autoridades cumplieron un papel bastante pobre desde mi punto de vista; en unos casos dieron la nota exclusiva de una captura de maleantes (omitiendo el nada omitible hecho de que esto ocurrió hace dos meses) o hablaron de intereses detrás de la marcha. Por supuesto que los hay, solo alguien muy ingenuo pensaría que no. Pero declararlo y de esa manera descalificar la movilización es simplemente un acto suicida que tuvo que ser enmendado ya tarde.
No sé si la marcha sirva de algo, tengo una cuñada que fue y llegó con quemaduras de tercer grado. Leí un cartel que decía “derechos humanos, no” “pena de muerte, si” y me quedé pensando que la lucidez de los marchantes debe ser muy desigual. En fin, espero que todo el asunto sirva de algo, que de eso se trata todo.

martes, 10 de noviembre de 2009

Las apuestas (El Financiero 2004)

No tengo la menor idea cómo ni dónde surgieron las apuestas (esas cosas solo se las sabe Eduardo Mejía) pero me imagino que la gente decidió que era buena idea obtener pingües beneficios (siempre quise escribir la mamarrachada anterior) a costillas ajenas, en lugar de arrear ladrillos en el lomo, no era mala idea.
Supongo (porque no soy autoridad en esta materia ni ninguna otra) que entonces se diseñaron divertimentos varios con el fin de que los vividores del mundo hicieran su agosto. Me imagino al caballero Gualterio del Lago Encantado trepado en un caballo con una lanzota de miedo siendo atravesado como un insecto con el fin de que su majestad se divirtiera y la reina enjugara unas lágrimas con su pañuelito de miriñaque.
En fechas recientes esto de las apuestas se ha hecho un asunto complejo; en el imaginario colectivo ha permeado la imagen de un señor con el pelo alborotado y los ojos en blanco que es visitado por los hermanos Puk y Suk con el noble fin de fracturarle los nudillos por retrasarse en el pago de sus deudas de jugador. De hecho en este nuestro sacrosanto país existe oposición a que entren los casinos porque la gente asume (no sé bien cómo) que eso supone la entrada del hijo de Al Capone y no se trata de eso. Sin embargo, las apuestas han tomado un camino menos dramático y actualmente son moneda corriente en muchos lugares del mundo.
La meca de este asunto se encuentra en Las Vegas, probablemente la ciudad más horrible del planeta y que por algún misterios atrae a turbas de visitantes. A mí la idea de visitarla se me antoja tanto como un desayuno con Isidro Pastor, pero el caso es que miles de turistas y jugadores se dedican a recorrerla como fenicios en el mar. La idea es pasarse la tarde dándole como idiota a una manija de la que se espera salgan monedas, o sentarse en una mesa y ver como el dinero se va. En la noche hay espectáculos francamente mamones, como un volcán que entra en erupción o unos piratas que se atizan espadazos. También hay shows con mujeres que se caen de buenas y conciertos con cantantes aptos para viejitos
En la tele tuve la reciente oportunidad de ver el campeonato mundial de pókar, celebrado en esta ciudad, la facha de los jugadores es simplemente siniestra; hay gordos de puro, un señor que se viste como Lee Van Cleef en El Bueno, el Malo y el Feo y toda una nube de apostadores profesionales con cara de nada. Lo interesante es que en cada manita estos señores se gastan o cobran la cantidad equivalente al producto interno bruto de Namibia y lo hacen sin un guiño. Cuando un señor gana, recoge las fichas de manera impasible aunque fui testigo de una excepción en la que un gordo se pitorreó del perdedor que muy molesto le dijo que hiciera favor de no ser mamón.
Aquí en México ha crecido como la verdolaga una opción que junta a señores y señoras que imagino desempleados y que se pueden pasar dos días seguidos jugando bingo con los ojos inyectados, hay señores que van a los gallos (uno de los espectáculos más repugnantes posible) y otros que se meten a unos cuartotes llenos de televisiones para apostar a los espectáculos deportivos que en ese momento se realizan.
Mi experiencia personal (salvo una honrosa victoria que ya conté y que se debió a mi estado de ebriedad) es lamentable. He llegado a sospechar que estoy maldito; basta que apueste a cualquier cosa para que desmadre al equipo o señor elegido. Nunca falla, hace poco se celebró la copa europea de naciones y tengo la sospecha que a España. Francia, Inglaterra y Portugal se los cargó la chingada gracias a mis buenos oficios ya que aposté por ellos. Si el torneo siguiera, estaría en este momento empeñando un riñón para poder pagar tanta pinche deuda. Lo anterior puede ser científicamente comprobado por mi más reciente apuesta en el América-Pumas en la que dejé al equipo de Coapa (“equipo de Coapa” es la segunda mamarrachada de este texto) en la lona gracias a que mi amigo Javier Riojas me provocó. Lo dicho... maldito.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Dos misterios (El Financiero 2004)

El día sábado fui invitado a casa de un amigo mío que es editor con el saludable propósito de jugar dominó. Usted pensará que eso no le importa y tiene razón, lo interesante surgió cuando mi amigo me pidió que invitara a dos parejas más cuyos nombres me reservaré de tal manera que el asunto tuviera más animación. En ese momento hice lo que se debe hacer, que es llamar por teléfono y proceder a avisar que el sábado a las 8 en casa de fulanito de tal eran bien recibidos, que llevaran algo de chupar etcétera. Esta actividad la realicé el miércoles y en ese momento surgió el gen mexicano que todos llevamos dentro y me contestaron “ya veremos”. ¿Por qué –pregunto entre maldiciones- no somos una raza más asertiva? ¿Cuál es la dificultad de contestar sí o no? Lo ignoro pero el caso es que tengo la impresión de que como todo nos da pena y se cree que una negativa puede herir susceptibilidades, ésta se pospone hasta diez minutos antes del evento en el mejor de los casos. En mi ejemplo particular llamé el jueves, el viernes y todavía el sábado y entonces mis cuates me dijeron que no podían ir lo que provocó un desmadre ya que mi amigo el editor es además vecino pero no tenía su teléfono. Por ello hablé con mi mujer y le pedí amablemente que cruzara la calle y avisara que solo iríamos nosotros. Se negó, bajo el argumento de que “le daba vergüenza” lo que me provocó un ataque de ansiedad que pude sofocar soplando en una bolsa de papel estraza. Esta negativa propició que recorriera la ciudad para llegar enfrente de mi casa tocar el timbre, para darle el mensaje a una empleada de la casa que no entendía quién era yo y entonces respiré (eran las dos de la tarde). El asunto, de cualquier modo, terminó felizmente, mi editor y su esposa son excelentes anfitriones y contamos con la enorme ventaja de cruzar la calle para llegar a nuestro hogar, lo que no es poca cosa en estos tiempos del alcoholímetro.
Estas anomalías conductuales tan mexicanas tienen múltiples variaciones, la más notable, sin embargo, es la de dar orientaciones sobre destinos que uno ignora. Un día entré en la colonia escuadrón 201 o algo equivalente. Mi conocimiento dela zona era el mismo que poseo sobre el alfabeto cirílico, por lo que me perdí de inmediato. Después de media hora de maldecir al anfitrión que me había dado un plano mal hecho, procedí a maldecir a la señora madre del anfitrión, bajé la ventanilla y le pregunté a un transeúnte por la calle fulana de tal. El hombre parpadeó, miró al cielo y luego lleno de decisión me indicó que siguiera recto y al llegar a unos topes diera vuelta a la derecha. Le di las gracias, hice lo indicado y salí a una vía rápida cuya siguiente salida se encontraba a tres kilómetros. Por supuesto no llegué y me quedé pensando si mi orientador era cabrón o nomás pendejo y llegué e la triste conclusión que ni lo uno ni lo otro, nomás le daba pena no poder ayudarme y es por ello que lo inventó todo.
El segundo misterio se basa en una entrevista que vi en la tele a un señor tatuado con cachucha de béisbol cuya profesión es la de “DJ” (se pronuncia “diyei”). Entiendo que el trabajo de este señor es prender dos tocadiscos y poner música ambiental. A veces este personaje agarra el disco y lo regresa produciendo un sonido equivalente al de una lija del 2. El problema es que yo no encuentro ninguna notabilidad en hacer eso ni entiendo porque estas personas reciben dinero a cambio. En mi casa yo pongo los discos y a pesar de mi inutilidad congénita, nunca he pasado ningún apuro para cumplir esta tarea. Sin embargo este hombre es famoso y sale en la tele, hace giras y se lo pelean a gritos las discotecas del mundo. Evidentemente algo se me escapa pero no sé que es, de cualquier manera mi opinión en estos temas es siempre marginal y desinformada así que prefiero agradecer este nuevo nicho en el mercado laboral por aquello de que me corran de mi chamba.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Éxito y fama (El Financiero 2005)

La mejor forma de hablar de los temas que dan título a esta pobre columna, es partiendo de la base de que no soy exitoso ni famoso por lo que puedo abordar el asunto con la debida liberalidad. Cumplida esta elemental premisa, iniciemos por lo obvio: si bien éstos términos pueden ir asociados de ninguna manera hay un vínculo causal entre ambos; se puede ser famoso por estúpido (es el triste sino de muchos cómicos mexicanos) por criminal o por ser el hombre más gordo del mundo (una vez vi una foto de este señor y no comí en tres días). Ninguno de los casos anteriores me parece un ejemplo de logros, aunque supongo que muchos televidentes dirán que el retardo mental de Ortiz de Pinedo es una cosa hilarante. En cambio el éxito se logra (dependiendo de la manera en que se mida) haciendo un dineral o, más ampliamente, siendo reconocido por el resto de los mortales como un ejemplo a seguir.
Hecha la distinción anterior la pregunta pertinente es ¿cómo manejan su éxito y su fama las personas que la poseen? Las variantes –como todo en la vida humana- son infinitas. Por supuesto, lo sensato es lo que menos abunda. Pocas gentes reconocidas se manejan como si no se hubieran vuelto locas y llevan la vida con el debido garbo y sencillez. Otros se convierten paulatinamente en gurús que tiran verdades de a kilo y algunos más adquieren una vanidad escalofriante. Todo el preámbulo anterior es para analizar un par de declaraciones escritas por el pintor José Luis Cuevas, un hombre, que sin ningún lugar a dudas es famoso y exitoso en su profesión.
Lo primero que yo diría es que un Cuevas no lo compraría ni amarrado, pero eso se debe evidentemente a mi ignorancia estética y no es culpa del pintor que ha cosechado fama mundial. Lo segundo es que esta trayectoria ha generado una personalidad –digámoslo sutilmente- inmodesta que no deja de llamar mi atención.
Hace unos 15 días Cuevas se quejó en su columna periodística de la ingratitud de sus hijas que no reconocen lo que ha hecho por ellas. Por supuesto me quedé estupefacto ya que en mi calidad de lector no vi de qué manera la querella pudiera interesarme en lo más mínimo, así que dejé de leer y pasé la página. Sin embargo, en la columna de hoy me encontré las siguientes líneas: “ Tengo la colección completa de Artes de México, cuya dirección general es de Alberto Ruy Sánchez y Margarita Orellana. Formo parte del consejo de editores. La leo con profundo interés pero quiero externar una queja: sólo en uno de los primeros números he aparecido, el que fue dedicado a Gabriel Figueroa. Después de esto, silencio total sobre mi trayectoria. Tampoco se ha reproducido ninguna de mis obras. Un ejemplo: en el número dedicado a las serpientes no se reproduce ningún dibujo mío, y sobre ese tema he dibujado mucho. ¿Ignorancia o mala fe? Prefiero pensar en lo primero, porque por Ruy Sánchez, aunque nos veamos poco, siempre he tenido afecto y admiración por su obra literaria. Espero que en el futuro se me tome en cuenta. Después de todo, como ya lo dije, aparezco en la lista de asesores...”.
Lo que no se le ocurre a Cuevas (y es lo primero que se me ocurrió a mí) es simplemente que a los editores no les ha dado la gana ocuparse más ampliamente de su trayectoria. Sus hipótesis para explicar la omisión, van en el sentido de que o son unos ineptos que no entienden nada o le tienen mala leche y así no hay manera. Pensar en que el pobre hombre que formó el número de las serpientes, tenga que estar obsesionado con insertar una de Cuevas, es mucho pensar y esa es justamente la semilla de la vanidad. Por otro lado, el argumento de que esté en la lista de asesores es conmovedor ya que ello supondría que la revista en lugar de publicar lo que le venga en la valenciana, debe satisfacer a todos aquellos que forman su consejo y a mí me parece que tanta endogamia, es justamente lo que le ha dado en la madre a nuestra vida cultural.
En fin, recuérdese nomás que la opinión anterior es la de alguien sin éxito ni fama, para lo que sea que ello sirva.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Café (El Financiero 2008)

En mis tiempos (que se han ido) la costumbre de tomar café era recomendable para dos que se querían conocer en el sentido bíblico e iniciaban escarceos. La ortodoxia sugería no irse de bulto y entonces se acudía a alguna cafetería próxima, uno se sentaba y pedía –como es natural- una tasa de café que normalmente era servido por una señorita con cara de nada. Lo que seguía era variable y función directa de las capacidades de diálogo de la pareja. Algunos veían al techo, otros se dejaban ir y los más, simplemente platicaban.
Las cosas han cambiado dramáticamente; el día de ayer una amiga muy querida me pidió que “le comprara un café”, la encomienda me pareció sencillísima y dado que soy un artesano en el noble arte de quedar bien, acudí al establecimiento de marras para cumplir el encargo.
Fue terrible.
Resulta que ahora hay una cadena (“franquicia” en jerga mamona) de establecimientos de café que ha resultado exitosísima, asunto que me parece un misterio y procedo a explicar por qué.
En primer lugar encuentro anómalo que la persona que me atiende pregunte mi nombre ya que a mí no me interesa el suyo. Acto seguido lo escribe (mal) en un vaso de papel y me pide que espere. El paso siguiente es elegir y el asunto se vuelve un modesto calvario; mi amiga me había pedido un café grande. Sin embargo cuando llegué me encontré con dos opciones desconcertantes y una de ellas ilegible: “alto”, “grande” y “venti”. Por supuesto me quedé en blanco ya que las dos primeras me sonaban a sinónimo y la tercera la rechacé, ya que me parece imbécil pedir algo que uno no sabe qué es. Me guié por la literalidad y escogí la alternativa “grande” ya que eso me habían pedido e inició la segunda etapa del calvario ya que ahora resulta que el café americano no se llama así, sino “del día” (lo mismo que la sopa en las cocinas económicas). Supongo que mi cara de desconcierto le dio hueva al jovenazo que escribió mal mi nombre ya que me dio un folleto para que se me quitara lo ignorante.
Desde luego lo primero que pensé es que si uno quiere un café y requiere de un manual para pedirlo la cosa no puede andar bien., el que me dieron a mí inicia con la siguiente frase “Las personas que siempre toma un Frappuccino Light descafeínado alto son muy diferentes de las que gustan de un Caramel Macchiato grande. ¿Tú qué prefieres?”. Fin de la cita.
Francamente yo prefiero que me expliquen qué carajo es “Frappuccino” o si una madre que se llama “Macchiato” no es carcinógena. Seguí leyendo fascinado y descubrí que un café “espresso” regular tiene una madre inédita que se llama “shot”. También me enteré que ocaciones se escribe con “c” y que un café medio descafeínado… “se trata de un doble, o sea un shot de descafeínado más otro regular”. La desgracia es que no venía el algoritmo matemático para entender tales proporciones.
Aprendí también, que existen opciones adicionales como “dry”, “wet” que se basan en la relación existente entre la espuma y la leche y que si a uno le da la gana puede hacer más “divertida su bebida” si se le agrega crema batida. Con toda honestidad yo me alejaría, como se aleja la gente de las plagas, si los sagrados alimentos que voy a ingerir me parecieran divertidos y no nutritivos o sabrosos pero ello se debe a que soy un viejo neurótico incapaz de entender estas formas modernas.
Lo último de lo que me percaté es de los parroquianos; todos tenían un aspecto saludable y moderno, había dos niños tomando vasos de café más grandes que mis malos pensamientos y que seguramente producirán que en la noche tomen un hacha y decapiten a sus progenitores. Jovenazos con sus computadoras portátiles echando estilo y buenonas platicando de la hernia de Ricky Martin. Mi sensación final fue de profunda orfandad ya que entendí que no embono con el sitio. El drama se completó porque al entregar el café mi amiga me dijo con una mueca: “te dije que con canela”. Entonces me derrumbé.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

La prisa de la prensa (Etcétera)

Algunas entrevistas he concedido en mi vida, las menos por mi actividad literaria y el resto en mi calidad de burócrata profesional. En ellas me llama la atención el sentido de urgencia por lo que los reporteros llaman la nota. Muchas cosas se han proscrito en la modernidad creciente, quizá una de las más lamentables es nuestro derecho a reflexionar sobre lo que decimos. La avidez por saberlo todo y rápidamente ha convertido al ejercicio periodístico en una carrera desenfrenada y poco lúcida en pos de las noticias del mundo. La metáfora es extrema pero creo que justa, me imagino a los reporteros como una jauría en pos de la presa, solo en el momento que se obtiene un bocado (que puede ser insustancial) se abandona la persecución. Hace ya algún tiempo observé maravillado como Adolfo Aguilar Zínzer luego de ser defenestrado en la Secretaría de Relaciones Exteriores hacía un alto ante la nube de reporteros que lo esperaban en la puerta. Los siguientes veinte minutos generaron diálogos extraordinarios en los que él argumentaba que lo sentía, que no iba a dar ninguna declaración. Cualquier persona sensata ante una respuesta tan claramente desalentadora daría la vuelta y probaría suerte en otro sitio, pero no los reporteros que continuaron preguntando, inclusive provocándolo para sacarlo de sus casillas.
Esta tendencia –decía- condena la reflexión a un mundo de timoratos y dubitativos. Es necesario ante los hechos fijar posiciones rápidamente, manifestarse inequívocamente, los eclécticos son considerados una nueva plaga, también quienes no tienen opinión o desconocen la respuesta a una pregunta. Hay que ver las zozobras de muchos entrevistados cuando se les pide un dato, una cifra, una ley que desconocen. Lo más práctico sería simplemente contestar “no sé”. Sin embargo esto nunca ocurre por temores varios, el más conspicuo, recibir una reprimenda del algún gurú mediático.
La tendencia actual ha inscrito a los medios en una batalla mercantil llena de códigos más propios de compañías petroleras que del servicio social que supuestamente prestan. Es frecuente que un medio determinado, anuncie con orgullo que es “el único (o el primero) de informar de tal suceso”. Supongo que estas declaraciones van dirigidas a una masa anónima que seguramente reconocerá la eficacia y el profesionalismo de la empresa por sobre la ineptitud de otras. También es frecuente que una noticia sea roída hasta los huesos para que los medios sigan vendiendo tiempo triple AAA. No tengo la menor duda que los que toman las decisiones atizan el fuego cuando las notas se empiezan a extinguir. La intensidad mediática ha logrado paradojas notables –lo ha señalado ya Kapuscinski- el reportero que recorre el mundo y que se encuentra in situ en el lugar de los hechos, puede ser la persona menos informada de lo que está pasando. El 11 de septiembre Lourdes Ramos y Jorge Berry, desde un estudio en la ciudad de México, hicieron favor de informarle a su reportero en Nueva York que un segundo avión se había estrellado en las torres gemelas.
Sin embargo creo que la mayor paradoja periodística estriba en su impunidad. Una premisa básica de la prensa para hacerse de la información es condenar a la picota a quien se niegue a darla. Los argumentos estallan de inmediato: “complicidades, corrupción, algo se esconde etc.”. Sin embargo ¿que ocurre cuando un medio obtiene (ilegalmente) información escandalosa y la publica de nuevo ilegalmente? En muchos casos reputaciones personales son afectadas indeleblemente y en el momento de pedir cuentas los términos se modifican casi por arte de magia: “acoso, censura, hostigamiento a la libertad de expresión, etc”. Percibo esto como algo escandaloso, sin embargo la soledad de mis argumentos prueban también que puedo estar equivocado.

martes, 3 de noviembre de 2009

Calles (El Financiero 2005)

Los primeros 25 años de mi vida se condujeron en un letargo pasmoso que sugería retardo mental prematuro. Cuando niño, salía a jugar a la calle y destaqué siempre por ser el último en resultar elegido a la hora de formar equipos, en la adolescencia me enamoré de una muchacha que daba atención a unos viejitos y meses más tarde fui mordido en la entrepierna por el perro Tufi en el preciso momento que declaraba mi amor a otra mujer llamada Britta que era hija de europeos y que me dejó en el momento que se percató que conmigo nomás no había futuro. Todo esto ocurrió en la calle de Yácatas exactamente entre Torres Adalid y Concepción Béistegui, lo pasmoso es que ignoré siempre el significado de estas tres unidades semánticas.
Siguiendo un principio lógico asumí con ligereza que “Yácatas” eran unas ruinas ubicadas seguramente en el culo del mundo, esto lo deduje porque las calles paralelas eran Uxmal y Palenque. Sin embargo entendí rápidamente que no se puede pedir ningún razonamiento sensato a la hora de la nomenclatura y descubrí que en realidad las yácatas son unas piedrotas prehispánicas. Pero: ¿Torres Adalid? ¿Concepción Béistegui? Lo primero es simplemente anómalo; ¿el señor y probable prócer se llamaba Torres? ¿era ése su apellido? ¿si es apellido corre la probabilidad de que sea señora? Misterios múltiples pero todos ellos muy idiotas ya que si algún día alguien decide nombrar una avenida en mi honor, espero que no sea tan imbécil para bautizarlo “boulevard Guillén Rodríguez”. En una pequeña búsqueda me enteré que hubo un oligarca de nombre Ignacio Torres Adalid cuyos probables servicios a la patria se limitan a la construcción de un ferrocarril y a la adquisición de una hacienda en Ometusco. El caso de Concepción Béistegui resultó más lamentable ya que lo único que encontré es a una señora Benitez viuda de don Nicanor Béistegui que fundo un hospital a principio del siglo pasado en Navarra, lo que me deja con la ligera noción de que eso a mí que me importa.
Los misterios continuaron ya que la siguiente calle paralela a las dos anteriores se llamaba “Eugenia”, asunto que me deja como las estatuas de marfil ya que ignoro si el homenaje es múltiple y por lo tanto inequitativo ya que entonces tendría que haber una calle “Patricia” y otra “Melquíades”. Ahora si el honor le corresponde a una Eugenia en específico evidentemente la pasaron a joder ya que no hay manera de reconocerla con un criterio tan parco.
A los que nombran calles los imagino idiotas y faltos de imaginación. Hay obviedades como ponerle a una calle el nombre de algún héroe nacional. El problema es que las calles son miles y nuestras figuras legendarias se cuentan en un puñado. Ello explica que en la ciudad de México existan 117 calles Hidalgo y 14 Josefas Ortiz. Para paliar esta desperfecto se usa un criterio muy lambiscón consistente en utilizar el nombre del mandatario en cuestión lo que me parece lamentable. Si yo viviera en la avenida López Portillo me cambiaría de inmediato nomás de la pura vergüenza. El siguiente mecanismo es buscar cosas que tengan algo en común y desgranarlas. Supongo que están sentados en la mesa los de la comisión de nomenclatura y dicen cosas como: “¿Y si le ponemos a la colonia fulanita de tal: profesionistas?” La idea es aprobada por unanimidad y ello explica que un señor viva en la calle torneros # 47 o astrónomos # 18 lo que resulta ligeramente idiota. Otro problema es cuando se usan miembros notables de alguna ocupación humana. En la colonia del Valle (muy cerca de donde yo vivía) se arrancaban con la calle Pitágoras y continuaban (como es lógico) con Anaxágoras. Lo razonable era esperar que llegara Sócrates con todo y cicuta pero nones, aparecía de la nada un señor que se llamó Enrique Rébsamen y era pedagogo. Así nomás no hay manera.
El último y más fácil criterio es hacer lo que hace la gente fodonga, nombrar una ubicación de la siguiente manera: “manzana # 4, lote # 8, andador # 2, casa # 3” que si uno lo recuerda pues ya está del otro lado. Creo que francamente prefiero este método.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Agenda (El Financiero 2005)

Ayer por la mañana tuve la poca madre de dejar sembrados como ahuehuetes a dos queridos amigos que me esperaban para un desayuno y que seguro me siguen mentando la madre. Lo anterior no se debe a que sea un miserable, ni a que disfrute haciendo tales papelones, en realidad el problema se reduce a mi memoria para estas cosas. Supongo que la zona de mi cerebro que se encarga de recordarme lo que debo hacer, sufrió una atrofia temprana (muy probablemente causada por los golpes de la vida y de una vieja loca que se encargaba de que yo creciera como un hombre disciplinado), el hecho es que las cosas se me olvidan de la peor manera posible y voy por la vida ofreciendo disculpas cumplidas a mis cada vez menos numerosas amistades.
Me han explicado que existe una solución para mi problema pero desgraciadamente la encuentro ridícula; se trata de una especie de pluma que uno trae en la bolsa de la camisa. En el momento que es necesario recordar algo, se saca el bolígrafo se aprieta un botoncito y uno le dice a la pluma cosas del tipo: “comprar cuatro manojos de pápaloquelite” o “bañar al perro”. La verdad es que no puedo evitar sentirme un imbécil hablándole a una pluma, así que decidí que no era lo mío. De hecho lo más probable es que el artefacto de marras se perdiera en la noche de los tiempos.
La segunda opción que se me recomendó fue una “palm” que –entiendo- es un artilugio electrónico que utilizan los pinches yuppies para fijar sus citas y ver viejas encueradas en distintas posiciones sexuales. A mí francamente el contacto con estas madres me produce mucho agobio; vivo con el permanente temor de morir electrocutado al picar el armatoste y por otro lado, lo más cool que he portado en mi vida miserable son unos calzones de manga larga con unos como perros estampados.
Acto seguido y ante este fracaso tecnológico, se me sugirió una agenda de papel. El problema es que las de tamaño adecuado miden medio metro y las bolsas traseras de mis pantalones son más pequeñas (lo mismo que mis nalgas). Es por ello que decidí adquirir una portátil que, cuando la abrí, me produjo la fúnebre sensación de que me estaba quedando ciego, ya que los números que indican la hora del día medían una micra. Ello provocó que nunca llegara a tiempo a ningún lugar. El último problema ha consistido en la ilegibilidad de lo que escribo. Permítame, querido lector, algunas muestras ejemplares.
El 18 de mayo del 2001 (viernes) escribí en el renglón correspondiente (creo) a las 11 horas la palabra “Rusia”. Lo anterior representa un misterio insondable ya que nunca ha entrado en mis planes viajar a dicho país, no conozco ninguna calle con ése nombre y mucho menos una persona que se llame así. Jamás he sido requerido por la embajada para ir a cenar de gorra y mi contacto más cercano con la Federación Rusa, se limita a una borrachera espantosa que me puse tomando vodka helada y que me hizo ver arañas gigantes ¿En qué pensaría? –me pregunto- ¿Estaría yo bebido a la hora de llenar mi agenda? Misterio insondable.
Otro ejemplo, esta vez correspondiente al 3 de octubre del 2002 (jueves) a las 18 horas (creo) se lee lo siguiente: “revisar transformador”. Lo anterior no solo es misterioso sino ingenuo; estoy seguro que yo podría revisar un transformador pero no sabría qué hacer con dicha inspección ya que lo que sé en dicha materia se puede multiplicar por cero. En este caso lo más probable es que se cumpliera mi fundado temor a morir electrocutado. Pero eso no es todo; ¿para qué carajo tomaría yo tal iniciativa? Si tuviera dicha intención lo primero que alguien me debería explicar es cómo luce un transformador ya que no tengo la menor idea de su aspecto. La otra interrogante es por qué haría tal cosa en día jueves que es un día laborable. Segundo misterio.
En fin, me siento muy avergonzado con mis amigos y juro que tengo la firme determinación de tomarme unos chochitos que me recomendaron para la memoria... a ver si no me da diabetes.